sábado, 1 de noviembre de 2014

PRÓLOGO POESÍAS JUAN CARLOS AVILÉS



         La expresión de la negrura en el verso puede ser por cuna, o adopción, porque los artistas no tienen color.  Pero, hablar de poesía afroantillana, es abordar nuestra negrura. Y por el racismo oculto y muchas veces no tan oculto que no aceptamos pero que nos avasalla, es tocar un asunto aparentemente lejano pero que está tan cerca como nuestra piel. A pesar de que somos un pueblo mestizo, y que tiene zonas predominantemente negras, nuestra expresión artística, al menos la que nos muestran los dueños de los medios, es blanca. 

         El arte tampoco tiene color, pero no es una perogrullada decir e insistir con vehemencia, que los negros producen arte. Hay que afirmarlo porque a fuerza de prejuicio y burda discriminación intelectual, se ha querido obliterar su trascendental creación artística.  La relación del negro con el arte es la relación del hombre con el arte. Basta consultar cualquier enciclopedia para percatarnos de que, por evidente discrimen, casi no se incluyen obras de artistas negros brindando la falsa apariencia de inexistencia.  El arte es manifestación y condición humana y no discrimina. La creación negra no se conoce porque se evita, no se expone, y de hacerlo, se ensordina dando la impresión de una menguada existencia. No hay que hacer ningún estudio estadístico para comprobar que nuestra producción de poesía afroantillana, al igual que otras expresiones del arte, no guarda proporción con la piel y rasgos de la mayoría de los puertorriqueños.  La poesía afroantillana no se fomenta, apenas se estudia, no ve la luz y se mantiene en ergástula como sus creadores de antaño. La explicación evidente es el racismo y, para desmitificar creencias, es importante decirlo, enfatizarlo, afirmarlo.
  
         Luchando contra esa limitación, a codazos y empellones, con indiscutible e irresistible calidad superior que supera toda traba, surge Juan Carlos Avilés Soto reclamando la palabra para darnos esa poesía nuestra con todo su sonido, ritmo, musicalidad y cadencia.  Juan Carlos la sueña, la compone, la actúa, la declama, la saca de la conga y la baila.  Es un poeta humilde e iluminado que con su genialidad, comunica e inquieta. Además de deleitarnos con su profunda y peculiar expresión, nos reta con la intención de alterarnos, de hacernos reflexionar, pensar, concluir o cuestionar.

         Esta poesía buena, es música.  En ella encontramos la conga, el repique de bongó, la rumba, el quinto tumbador, el ritmo, el son, la danza, el canto, el sonido, el bailador.  Como expresión afroantillana, es un canto a la negrura, a la libertad de los que no la tuvieron.  Juan Carlos nos habla de los cantores, de su ritmo y cadencia y se proclama rumbero. Leerlo es sacar a bailar un verso.  Nos enternece con Mi madre y con Mamá Inés (pa´mi abuela negra) y nos regala sus sentimientos más íntimos en sus poemas líricos. 

         Como primicia en este arte, y en su juego serio con las palabras, en Listen to my brain y en Mi gringa y yo, mezcla sonidos con sentido, en español e inglés y nos adelanta lo que puede ser una novel poesía afroantillana.

         Desde que asomó al mundo del arte, Juan Carlos es orgullo de nuestro pueblo y lo será del Caribe y de nuestra América Hispana.  En esa lucha que libramos por lograrnos, afirmarnos y liberarnos, Juan Carlos nos va dejando en el camino la dulzura de los versos del Trucutú del maracumbé. Son sus primeras palabras impresas y una muestra de la pasión que lo esclavizará en el verso.

                                                              
                                                                        Ramón Edwin Colón Pratts




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