La expresión de la
negrura en el verso puede ser por cuna, o adopción, porque los artistas no
tienen color. Pero, hablar de poesía
afroantillana, es abordar nuestra negrura. Y por el racismo oculto y muchas
veces no tan oculto que no aceptamos pero que nos avasalla, es tocar un asunto
aparentemente lejano pero que está tan cerca como nuestra piel. A pesar de que
somos un pueblo mestizo, y que tiene zonas predominantemente negras, nuestra
expresión artística, al menos la que nos muestran los dueños de los medios, es
blanca.
El arte tampoco
tiene color, pero no es una perogrullada decir e insistir con vehemencia, que
los negros producen arte. Hay que afirmarlo porque a fuerza de prejuicio y
burda discriminación intelectual, se ha querido obliterar su trascendental creación
artística. La relación del negro con el
arte es la relación del hombre con el arte. Basta consultar cualquier
enciclopedia para percatarnos de que, por evidente discrimen, casi no se incluyen
obras de artistas negros brindando la falsa apariencia de inexistencia. El arte es manifestación y condición humana y
no discrimina. La creación negra no se conoce porque se evita, no se expone, y de
hacerlo, se ensordina dando la impresión de una menguada existencia. No hay que
hacer ningún estudio estadístico para comprobar que nuestra producción de poesía
afroantillana, al igual que otras expresiones del arte, no guarda proporción
con la piel y rasgos de la mayoría de los puertorriqueños. La poesía afroantillana no se fomenta, apenas
se estudia, no ve la luz y se mantiene en ergástula como sus creadores de
antaño. La explicación evidente es el racismo y, para desmitificar creencias,
es importante decirlo, enfatizarlo, afirmarlo.
Luchando contra esa
limitación, a codazos y empellones, con indiscutible e irresistible calidad
superior que supera toda traba, surge Juan Carlos Avilés Soto reclamando la
palabra para darnos esa poesía nuestra con todo su sonido, ritmo, musicalidad y
cadencia. Juan Carlos la sueña, la compone,
la actúa, la declama, la saca de la conga y la baila. Es un poeta humilde e iluminado que con su
genialidad, comunica e inquieta. Además de deleitarnos con su profunda y
peculiar expresión, nos reta con la intención de alterarnos, de hacernos reflexionar,
pensar, concluir o cuestionar.
Esta poesía buena,
es música. En ella encontramos la conga,
el repique de bongó, la rumba, el quinto tumbador, el ritmo, el son, la danza,
el canto, el sonido, el bailador. Como
expresión afroantillana, es un canto a la negrura, a la libertad de los que no
la tuvieron. Juan Carlos nos habla de
los cantores, de su ritmo y cadencia y se proclama rumbero. Leerlo es sacar a
bailar un verso. Nos enternece con Mi madre y con Mamá Inés (pa´mi abuela negra) y nos regala sus sentimientos más
íntimos en sus poemas líricos.
Como primicia en
este arte, y en su juego serio con las palabras, en Listen to my brain y en Mi
gringa y yo, mezcla sonidos con sentido, en español e inglés y nos adelanta
lo que puede ser una novel poesía afroantillana.
Desde que asomó al
mundo del arte, Juan Carlos es orgullo de
nuestro pueblo y lo será del Caribe y de nuestra América Hispana. En esa lucha que libramos
por lograrnos, afirmarnos y liberarnos, Juan Carlos nos va dejando en el camino
la dulzura de los versos del Trucutú del
maracumbé. Son sus primeras palabras impresas y una muestra de la pasión
que lo esclavizará en el verso.
Ramón
Edwin Colón Pratts
No hay comentarios.:
Publicar un comentario