PRÓLOGO
Escribir con el alma en estos
tiempos revueltos, como aquellos de la Guerra Civil Española, no es tarea fácil
ni frecuente. Más bien se escribe como
asignación o estudio pero casi siempre en función de un propósito práctico,
mercantil, con un lejano tintineo crematístico o dejo de exposición
publicitaria. Otros, bastantes, escriben por pura megalomanía para exhibir su
caletre privilegiado, aunque no necesariamente apasionado. Escribir con el alma no es redactar mensajes
en pizarrón de especiales comerciales o como lo hace el que ha caído como pez
en las redes sociales cuando navega en el nuevo mar de las comunicaciones.
Escribir con el alma
parece no tener ningún fin práctico, aunque es esencial. No es un resuelve, es
remedio y no es un problema, es solución para el que necesita decir lo que la
razón no puede. En una lejana obra de
cine, La Sociedad de los poetas muertos,
su protagonista, un profesor, decía: "No olviden que a pesar de todo lo que
les digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo (...). Les contaré
un secreto: no leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos
poesía porque pertenecemos a la raza humana; y la raza humana está llena de
pasión. La medicina, el derecho, el comercio, la ingeniería... son carreras
nobles y necesarias para dignificar la vida humana. Pero la poesía, la belleza,
el romanticismo, el amor son cosas que nos mantienen vivos".
En
este poemario, el primero de José Miguel Pérez Villanueva, veremos a un soñador
que escribe con el alma al amor, al tiempo, a la naturaleza, a la
libertad. Con consonancia un poco
forzada, nos lega lo que sintió cuando el amor, el dolor o alguna vivencia
sublime le impuso a la tinta de su pluma la misión de convertirse en letra
inspirada. Los poetas son crisoles en los que al fuego lento de la pasión se
funden los poemas. Nunca sabremos quién es el mandante que escoge y ordena al
poeta, pero un requerimiento especial los compele a escribir sin pretensiones,
sin contraprestación, aceptación, aplauso o reconocimiento. El poeta escribe por una antinómica obligación
voluntaria. Inspiración, musa, locura o algo indecible pasa por ellos para
convertirse en poesía. Ese misterio de
la creación literaria es inefable aunque en ocasiones se explica con razones
sin razón. El Caballero de la Triste Figura le revelaba a Sancho qué lo poseía
en sus aventuras: “¿Y no sabéis vos, gañán, faquín,
belitre, que si no fuese por el valor que ella infunde en mi brazo, que no le
tendría yo para matar una pulga? Decid, socarrón de lengua viperina, ¿y quién
pensáis que ha ganado este reino y cortado la cabeza a este gigante, y héchoos
a vos marqués, que todo esto doy ya por hecho y por cosa pasada en cosa juzgada,
si no es el valor de Dulcinea, tomando a mi brazo por instrumento de sus hazañas?
Ella pelea en mí, y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser.”
Desconocemos cómo
José Miguel razona o explica el porqué de sus poemas, pero alguna seña
obtendremos de su lectura. Quién o qué tomó su mano como instrumento para
lograr la hazaña de la poesía, no lo sabemos, pero algo peleó en él y lo venció. De esa lucha nació este poemario.
Ramón
Edwin Colón Pratts
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