PERSPECTIVAS
De umbral, y para no moverlos a engaño, es de rigor dejar
consignado que todo lo que pueda decir de la obra de Fufi irremediablemente estará
afectado, o más bien parcializado o
prejuzgado, por la admiración, respeto y cariño que le tenemos mi esposa
Ivelisse, mis cuatro hijos Taína, Yara, Mo-de, Larisa y yo.
Cuando Tuto Villanueva me llamó autoritaria y
dictatorialmente para decirme que “tenía que presentar el libro de Fufi”, teniendo
que soltar el pico y la pala con los que cavaba para hacer una zapata, por poco
le digo que, al igual que ocurre con los notarios, no podía ser testigo de lo
que en alguna forma era parte. No digo
ser parte como si me estuviera atribuyendo algún tipo de relación intelectual o
coautoría de la obra, nada más lejos de la ver-dad, sino como alguien que ha
visto crecer la criatura, la tiene como hija, pe-ro su única aportación es
haber estado presente en su crecimiento. Eso nos pasa con todo lo que nos
agrada y nos acompaña en el camino. Ese agrado puede ser por identificación,
cercanía, empatía, amor o simplemente admiración. En mi caso es por todo lo anterior. Recuerdo el cuento aquél del hombre que por
primera vez fue a visitar las malogradas y ya casi olvida-das Torres Gemelas de
Nueva York. Dicen los que fueron
testigos del even-to, que el hombre, impactado por la magnificencia de la obra
y para que no le contaran, subió hasta el último piso. La impresionante vista
panorámica que le proporcionaba la altura, le permitía ver mucho, aunque no
bien visto por la bruma que produce la distancia. Desde allá arriba, entre
otras mu-chas cosas, divisó un automóvil rojo que, por la enorme distancia que
pro-porcionaba la altura, se veía bien pequeñito. Bajó diez pisos y volvió a
verlo, pero por haberse aproximado más, lo vio un poco más grande. Bajó otros diez pisos y nuevamente lo volvió
a ver, pero más grande. Continuó bajando y en la medida en que más se
aproximaba, lo veía más grande. Cuando llegó al primer piso, salió corriendo y
con gran pasión se abalanzó al carro, lo abrazó y comenzó a besarlo. La alarma del
auto se activó y un guardia que prestaba vigilancia en el lugar, se le acercó y
le dijo, “oiga señor, aléjese de ese carro que no es suyo y deje de besarlo”.
El hombre le contestó, “déjeme, déjeme, que lo pasa es que lo conozco desde
chiquito”.
Pues
algo parecido nos ocurrió a mi esposa y a mí cuando vimos el li-bro por primera
vez. Conchi, la esposa de Fufi nos lo
llevó como regalo de Navidad. Además de la hermosa dedicatoria, nos
identificamos con él por muchos otros motivos, siendo uno de ellos, el haberlo
conocido desde chi-quito. Fue amor a primera vista.
Esta noche, y a modo de presentación, hablaré un poco
del libro que conozco desde chiquito, no del autor que conozco desde grandote. Para no encandilarme hablando de Fufi, aunque
algunas cosas diré, persona a quien no hay que presentar ya que todos lo
conocen y pueden dar fe de su hom-bría de bien,
basta con decir que no sólo es un estudioso de su tiempo y de la
naturaleza humana: es un proponente de alternativas, que es mucho más de lo que
hace el que estudia, observa y cuestiona. Es un pensador, porque, como decía Rafael
Gómez García[1], el
Gallo, famoso torero español, refirién-dose a Ortega y Gasett, hay gente pa’to.
Pero este pensador es un soñador de gran sensibilidad que, viendo más lejos, brinda
la alternativa de su sueño como remedio para paliar los males de su atribulado
pueblo.
Como mencioné al principio, estoy irremediablemente
parcializado y prejuzgado con el autor, pero esa parcialidad y prejuicio,
aunque afecta e in-fluye mi entendimiento, no lo hace tanto como para no poder
decir del libro lo que objetivamente es cierto en forma incuestionable,
irrefutable. Es por esa parcialización
que, al comenzar a escribir estas notas, me propuse en-fatizar en la obra y en alguna medida, traté
intencionalmente de obliterar un poco al autor. De no hacerlo, corría el peligro de hablar de Fufi y
no del libro y Fufi y el libro, aunque parezca una perogrullada, no son lo
mismo. Es mejor partir del libro y a
través de él llegar al autor, si es que lo alcanzamos, que hacerlo a la
inversa. Y es que cuando hablamos de una obra escrita, no hay peor comentario,
que disparar a quemarropa que lo que dice el libro se entiende y se sabe porque
conocemos al autor como si estuviéramos hablando de autorretratos, de
fotografías. El libro no es del autor, sino “desde el autor”. Más bien éste sirve de plinto para
sostenerla. Prejuzgar la obra por el supuesto conocimiento del autor, además de
injusto, es ofensivo. Lo escrito es una huella del autor, pero no es una huella
exacta, que corresponda perfectamente con el que la produce. Es una huella en
la que el que la imprime intenta hacer una representación de lo mejor de él, de
lo más sublime, de lo más excelso, de lo que tal vez se añoraba o se añora ser.
Nadie escribe algo que hable mal de sí mismo, por lo que, cuando escribimos,
nos esmeramos en proyectar lo mejor. Muchas veces ahí nos distanciamos de
nosotros mismos. Es por ello que el libro no es el autor, sino desde el autor.
Como no sabía cómo decir lo que antes dije, le
consulté el enredo ontológico[2] anterior a Larisa Maite, a
quien considero la mujer más hermosa e inteligente del mundo, y que también es
mi hija más pequeña. Ella me escribió regañándome
porque no me acordaba de nada, que estaba padeciendo de alzhéimer y diciéndome
que eso mismo ya se lo había preguntado antes y me recordó lo que me había
dicho en ocasión de la presentación que yo le hiciera al libro del Dr. Nelson
Bassatt.
Decía mi hija que Roland Barthes[3], crítico literario francés
ya fallecido, en su obra La muerte del
autor, elaboró y defendió un tipo de interpretación en la cual se excluye
no sólo la opinión del autor sobre el libro que haya escrito, sino la biografía
y contexto histórico, psicológico, político, social en el que se produjo el
libro. Barthes decía, que la interpretación de un texto nunca debía darse a
partir de la "persona" del autor, que el autor es un
concepto erróneo para la crítica, un derivado de los positivistas[4] y su razonamiento
nomotético[5] y por extensión, de la
ideología capitalista. Llamaba a este sujeto el escribano, un mediador
que pone al lenguaje a ser en sí mismo en dirección al lector. Reconocer la voz
de un autor implica muchas cosas, darle un pasado a ese libro, y lo peor, una
única interpretación o una interpretación por sobre las demás, por lo que el
autor se convertiría en una especie de deidad todopoderosa. De esto, naturalmente
se desprende que el texto se ve limitado en su función. Para Barthes "la
escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese
lugar neutro, compuesto, oblicuo[6], al que va a parar nuestro
sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad,
comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe." Añado que esa
forma de examinar un libro por el autor le quita universalidad y vida ya que
irremediablemente tiende a anclarlo a una existencia, a un ser. Interpretarlo a
través del autor, en el menor de los casos, podría resultar injusto con la obra.
Algo parecido afirmaba Carlos Marx cuando nos hablaba,
si mal no recuerdo, en sus Manuscritos filosóficos económicos, de la
enajenación con respecto a la producción. Produzco y lo producido se me impone.
Es por ello que escribir requiere saberse de antemano desprendido de lo
producido. En palabras de mi hija, que no sé si estaba citando a alguien, “De
lo que se trata, es de "liberar" al texto de la posibilidad de
tiranía de la interpretación”. Esto es así porque un texto siempre arroja
varios significados. ¿A quién le corresponde elegir el único y verdadero? A
nadie, o mejor dicho, a todos. Más o menos, Barthes decía, en palabras que
podrían resultar muy fuertes, que “El nacimiento del lector cobra la vida
del autor”.
Como no estamos en un debate de contenido, ni mucho
menos en una sesión crítica, asunto para el cual, entre muchos otros, no sirvo,
les presento a Perspectivas como si
fuera un invitado hasta ahora desconocido. Aunque arribó a este puerto hace unos días y está
presente entre nosotros, es necesario que traspase su mera presencia, que es
como su umbral, y con su lectura, se haga parte nuestra. Aclaro que si me hubieran invitado a una
crítica, hubiese declinado la invitación. Sé, porque me duele personalmente, lo
que significa escribir un libro y por ello soy incapaz de criticarlos. Criticar
es juzgar. Tengo vocación para pocas
cosas, pero entre ellas, no está la de ser crítico. No sé hacerlo porque nunca
aprendí a juzgar. Juzgar inherentemente conlleva
prejuicios y el que lo hace, siempre olvida aquella máxima milenaria que tenía
que ver con una piedra. Decía alguien que
no recuerdo, pero que decía bien, que al crítico le pasa lo mismo que a los cazadores,
matan la paloma, pero no pueden volar como ella.
Quede claro
entonces que me propongo presentarles la obra, no al autor. No la resumiré ni
le contaré sus sabias historias, tan sólo los invitaré a leerlas. No la contaré,
porque como decía un amigo, presentar un libro hablando de su contenido es lo
mismo que invitar a alguien a que vaya al cine contándole lo que pasa en la
película. Pobre forma de invitar a conocer. Si me vas a invitar al cine, limítate a
interesarme en la película porque de lo contrario me tapo los oídos. No quiero
que eso pase aquí, por lo que haré referencia muy someramente al contenido del
libro para que nada más, como decía Miguel de Cervantes en El
Quijote, “siguiendo el hilo podamos llegar al ovillo” sin hablar de él.
Perspectivas está dedicado a Doña Edna Coll Pujol,
madre del autor, y a Don Cayetano Coll y Cuchi, abuelo de Fufi. Aunque en la primera oración del libro se
menciona la palabra abolengo, la mención y dedicatoria a estos dos distinguidos
puertorriqueños no es para vincularse o coger pon con abolengos porque el libro
tiene luz propia y puede ser origen, fuente o ins-piración sin necesidad de remontarse
a ascendencias distinguidas. El libro está dedicado a Doña Edna y Don
Cayetano como agradecimiento a dos es-clarecidos a quienes en gran parte las
páginas les deben su esencia. Doña Edna, doctora en Filosofía y Letras, fue
educadora, escritora, pintora, política y muchas cosas buenas. Don Cayetano, entre
otras, fue abogado, político y orador. Entre sus reconocimientos se encuentra
la Medalla de la Legión de Honor con la que lo distinguió el gobierno francés[7]. Por sobre todas las
cosas, la importancia de estos dos iluminados y así surge del libro, es haber
sido buenos con Fufi: ella como madre, y él como abuelo que cría. Con ellos,
afortunadamente, el autor nació en tercera, sin que con ello ni remotamente se
entienda que anotar la carrera no se debe a su propio esfuerzo. En palabras de
Fufi, ambos intelectuales influyeron decisivamente en su formación, por lo que,
conociendo a Fufi, los conocemos un poco y leyendo el libro, los conoceremos
más. Si su influencia fue tan decisiva, entre
las dos tapas del libro han quedado atrapados y por ahí, entre las ventanas de sus
páginas, los veremos asomados en alguna expresión o pensamiento.
(Recientemente
me tumbé parte de la biblioteca de su madre.
Hubo cómplices, cooperadores y encubridores que Fufi no imagina)
El libro, que a pesar de haber sido escrito en
diversos tiempos y estar dividido en partes es un todo, es una invitación, un
reto a atrevernos a repensar conceptos, principios y circunstancias. Es un libro
de enseñanza, que si los directivos de nuestras escuelas y universidades tuvieran
algo de vergüenza, lo adquirirían como
texto de formación integral. Es posible que no se trate de que tengan
vergüenza, tal vez sea que no tengan el valor de adquirir una obra de retos y
formas distintas de ver lo cotidiano en un lenguaje sencillo y profundo.
Además de sus enseñanzas, que son muchas, a cada paso
nos expone la posibilidad de una modificación o cambio de esa manera uniforme,
mayoritaria y muchas veces tonta de ver las cosas que pasan a nuestro alrededor.
Sus páginas, con sorprendente valentía, cuestionan asuntos que, muchas veces
por las personas que los plantean, se entienden como profundos pensamientos
filosóficos. El libro desmitifica expresiones y las burla colocándolas a la
chacota pública. Un ejemplo de lo anterior es cuando dice: “Es una falta de
respeto a la inteligencia de los puertorriqueños que abogados del prestigio de
Hernández Colón[8]
traten de disfrazar la realidad colonial que vive Puerto Rico con metáforas y
eufemismos como el de déficit democrático”.
Dice la obra: “Hubiera sido más inteligente decir que el ELA padecía de anemia democrática...”
Pietro Ellero, no tan importante en la criminología
como Jiménez de Azúa[9], en la Certidumbre de los juicios criminales,
y perdonen que traiga a colación a un criminalista italiano, decía que
“...quien quiera honrar a la Patria y servirla, a causa de la tristeza de los
tiempos, con sólo obras de pluma, debe, a lo menos, cultivar estudios severos, procurando
despertar la conciencia pública y preparando a los demás en la disciplina de la
vida cívica”. Esos estudios severos que
procuran despertar la conciencia pública preparando a los demás en la
disciplina de la vida cívica, es lo que nos trae Perspectivas. Perspectivas es un aldabonazo, más bien,
un tubazo, a la conciencia adormecida de nuestro pueblo que cada vez más padece
de una extraordinaria hambruna de valores. El libro nos indica cómo los humanos y la
nación que componemos pueden ser mejores, cómo dignificarnos, cómo aspirar al
bienestar común. Todo ello lo expone con una pasmosa tranquilidad, como si lo
expuesto fuera tan natural u obvio que estuviera esperando por alguien que nos
lo dijera. Una particularidad del libro es la sencillez de su expresión. Abunda
en asuntos profundos sin la pedantería ni la petulancia de otros que tratan
cosas parecidas pero que parece que tienen la intención de que nadie los
entienda. Siempre he pensado que los que así exponen lo hacen porque ni ellos
entienden de lo que hablan. Felipe
González, ex presidente de España, decía que los que así actúan pretenden
darnos la impresión de que son profundos cuando lo que están es enredados. El
libro nos habla de educación, nos relata la historia, nos descifra la política,
nos expone fundamentos de la interrelación entre los seres humanos, nos
recuerda los orgullos nacionales, incursiona en nuestra pobre economía, estruja
la religión, redescubre el deporte, la competencia y el compartir y nos invita
a pensar sobre muchos otros asuntos importantes que nuestros perezosos
intelectos olvidan por comodidad, descuido o por mera vagancia e
irresponsabilidad ciudadana. Nos habla
de los que padecen de indigencia mental cuando se refiere a los militares y a
Romero y de inmunodeficientes éticos cuando se refiere a los Dick Cheney y los
Bush.
Aunque Perspectivas, que no es otra cosa que el
“Punto de vista desde el cual se considera o se analiza un asunto”,
es una antología que está escrita en un periodo de veinte años, no deja de tener
unidad dando la impresión de haber sido escrita, como decimos
comúnmente, de una “sentá”. Hay
ocasiones en que el libro da la apariencia de alguna antinomia o contradicción,
pero como dije antes, en su lectura y evaluación total, la obra es uniforme y expone
una sola línea de pensamiento. No se
trata de variaciones en el carácter de la obra, sino de expresiones que, por
estar utilizadas en diversos contextos, pueden brindar la falsa impresión de ser
contradictorias. La uniformidad y total armonía
se manifiesta en la forma única en la que trata los diversos asuntos. En todos,
absolutamente en todos, no hay la más mínima intención de ser parte de la
corriente, de complacer o de molestar. Sencillamente, los escritos se sienten
obligados con los temas independientemente de quién se sienta aludido, a quién
le duela o le halague, cuál sea la institución cuestionada, ley criticada o
verdad absoluta burlada o hamaqueada. De
paso, y antes de que lo olvide, Perspectivas
tiene entre sus atributos un fino humor filosófico de la misma calidad o
superior a la de Quino[10] (Joaquín Salvador Lavado),
uno de los grandes de nuestra época. La anemia democrática antes citada es
prueba de ello al igual que los ensayos En
la plaza y El séptimo mandamiento, entre
muchos otros.
Como ya apunté antes, los escritos, que tienen más de
tesis que de artículos de fondo, están
divididos en varios grupos o temas:
1) Ética, 2) Educación, 3) Historia, 4) Política, 5)
Sociología, 6) Nacionalismo-nacionalidad y ciudadanía, 7) Economía, 8) Humanidades,
9) Deporte, 10) Vieques, 11) El Tren-Isla 12) Cruzada revolucionaria
Aunque el listado anterior pretende establecer
clasificaciones específicas para sus temas en los renglones que acabo de
mencionar, todos los temas forman parte de un todo que a poco leer captamos que
algo igual los permea como si, teniendo formas distintas, un mismo color los
uniera: El color de la libertad y de la decencia. En alguna forma que se me hace muy difícil
verbalizar, los escritos se interrelacionan y mantienen de asidero o hilo
conductor lo que podríamos llamar la propuesta del libro que no es otra cosa
que una invitación, en algunas ocasiones con voz muy fuerte, a ser mejores, a
elevarnos a etapas superiores del ser. Tal
y como indiqué antes, viéndolo de ese modo, no podemos decir que la obra tiene
contradicciones o que carece de uniformidad de pensamiento.
Aunque tiene de
subtítulo “Saber para servir”, lo que encontramos en sus páginas no
necesariamente es un requerimiento a “saber para servir”, sino más bien vemos y
nos confrontamos con un reclamo a “ser mejores para servir”. “Saber para servir” no es una afirmación que
invite a crear una clase de importantes sabios e intelectuales utilizando como
fundamento que esa es la única forma de servir.
Eso podría resultar clasista y el libro no lo es. Si lo dejáramos en
“saber para servir” podrían surgir interrogantes como ¿saber qué? y ¿para
servir a quién? ¿El que no sabe no puede
servir? ¿El que sirve, tiene que saber? ¿Sabe el obrero que produce el papel
del libro que lees para aprender o el que lo imprime para que lo leas? Conocemos
a algunos que saben mucho pero no sirven y a otros que sirven mucho pero no
saben. Hay otros que ni saben ni sirven,
pero esa no es la tesis de la obra y es cuento de otro camino. Estoy seguro de lo
que afirmo, esto es, que el subtítulo anuncia que debemos “ser mejores para
servir” ya que su reclamo vehemente a ser mejores es una constante en todos los
escritos. Aunque sin ánimo de contar
parte de la película que desaliente asistir al cine, veamos algunos ejemplos de
lo anterior:
EN ÉTICA, en Principio y Finalidad, citando a Kant (aquel que contrario a Hobes
creía que el hombre era bueno por naturaleza) nos dice “Actúa de manera que tu
conducta pueda ser ejemplo para todos los seres humanos”.
Más adelante,
en Paraíso Perdido, afirma “O me
haces libre o no me hagas” para luego añadir “...nunca ha podido el hombre reivindicarse como un ser bueno por naturaleza”.
En Premio y Castigo, nos dice que “Portarse
bien no puede depender de que haya recompensa” y más adelante nos invita a
“aprender entendiendo, no meramente obedeciendo”.
En Lo mío y lo tuyo, tal vez el escrito de
la obra de mayor profundidad pero de más fácil entendimiento por la forma genial en que está
redactado, nos dice: “Cuando un niño descubre el significado de lo mío, ahí
mismo comienza su egoísmo” Más adelante, expresa pensamientos prohibidos en el
capitalismo en que vivimos cuando afirma que “Los que se han propuesto en la
vida convertir lo mío en mucho y lo
logran con el sudor de su frente, viven convencidos de que se merecen todo lo
que tienen. No se les ocurre pensar que se lo quitaron a otros que quedaron en
la pobreza material”. En el mismo
artículo, y renegando un valor fundamental en nuestra sociedad, particularmente
en el deporte, afirma que “Respondiendo a ese ánimo de adquirir, tener y
conservar es que surge el fenómeno de la competencia. Se compite para ganar en
todos los órdenes de la vida y el catecismo capitalista postula que de esa
lucha surge el bien común. Mentira. La consecuencia de ese todos contra todos
son los ganadores y sus recompensas materiales vis a vis los perdedores y sus penurias económicas con el déficit
moral de que tantas veces se triunfa haciendo trampas”.
Añade que “El
compartir no produce ganadores. Se trata de un esfuerzo generoso y no fomenta
pugna de clase alguna. No hay vencedores ni vencidos. Sólo se promueve el amor
y la igualdad”.
Termina el artículo
con un reclamo acongojado, angustiado pero esperanzado: “Asustado por esos
truenos, estoy cruzando la frontera del milenio como un buen perdedor; amarrado
a mi asiento y con los frenos a todo meter, pero abrigando la esperanza de que lo mío y lo tuyo puedan ser de ambos y
que esa honrosa entrega nos traiga la paz”. Bueno, antes de seguir, es
necesario aclarar que si los perdedores fueran así, me apunto en la perdedera.
En “¿Ojo por ojo? Jamás”, se hace una exhortación necesaria a la que en
otros artículos dice que es la nación más poderosa del mundo: “El liderato
político de los Estados Unidos tiene que vacunar a esa nación contra el virus
del egoísmo dolarista y de la ética corporativa en la que todos los valores
humanos se resumen en el Dow Jones”.
En El niño bueno categóricamente se afirma
como si fuera una catilinaria que “Ser bueno es querer y ser querido. Ni más ni
menos. ¿A quién se quiere? Al prójimo. ¿Cómo se quiere? Compartiendo lo que se
tiene para que no le falte a él lo que yo pueda tener. Una vez el niño
desarrolla esa capacidad de ser feliz en función del prójimo se fijará metas
generosas como la de servir en vez de servirse y la de vivir en un mundo de paz
donde todo es de todos y nada es de nadie. Si su hijo nunca se ha destacado en
la escuela o en deporte y sólo puede calificarse como un niño bueno: lo felicito”. Tal vez esa sea la más contundente afirmación
de que “saber para servir” no es otra cosa que “ser mejores para servir”: el
niño no sabe, pero es bueno.
En La paz y sus enemigos la obra pregunta “¿Cómo
puede haber paz en una sociedad donde nos pasamos la vida ganándonos los unos a
los otros? Tenemos que sustituir el afán de competencia por el de compartir”.
Luego indica: “Porque en este mundo de competencia salvaje los hombres se
pelean por todo y todo el tiempo”.
Creo que no hay
que abundar más para convencernos de que el subtítulo, tal y como indiqué
anteriormente, lo que significa es “ser mejores para servir”. Hacemos la anterior interpretación conforme a
Barthes, crítico y filósofo citado al comienzo: "la escritura es la destrucción de toda voz, de
todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que va a
parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda
identidad, comenzando por la propia identidad de cuerpo que escribe."
En esa primera parte del libro, esto es, en La ética, hay una denodada defensa al
principio de “compartir con los demás”. Queda claro que la expresión no es la de
“cooperar con los demás”. Los conceptos
y sus significados están claros. Es
evidente entonces que la propuesta sea a compartir y no a cooperar ya que el
compartir conlleva el dar, repartir, dividir, distribuir entre los hombres. El
cooperar tan sólo conlleva el obrar junto a otro para un mismo fin. El que coopera no necesariamente da, reparte,
divide o distribuye. Su afán es lograr
un fin que puede o no beneficiarlo, pero sin referencias a la entrega, al dar,
al repartir, al dividir. Si la
cooperación hace un reclamo a la razón, el compartir lo hace al alma. El libro
lo tiene claro y es la base fundamental de toda su argumentación.
La anterior reflexión sobre “el compartir” es de cardinal
importancia. Del libro aprendemos lo que deberíamos saber: que día a día
deportisamos más la vida haciendo de nuestras interrelaciones un evento de
pista y campo, de cancha o de parque de pelota.
En nuestro trabajo, en nuestra profesión, en los estudios, en el regateo
en las carreteras, en quién llega primero porque sí, en quién demuestra ser más
inteligente, osado, original, atrevido.
Es común escuchar particularmente a los abogados decir “Este caso te lo
gano” o “a mi no me gana nadie” con una soberbia y trasunto de superioridad que
demuestra una pobreza de espíritu que produce mucha pena, inmensas ganas de
llorar. Es lo que algunos llaman la forma peloteril o baloncelística de ejercer
un trabajo, una profesión, una faena cualquiera. Nos miramos para competir y
medirnos en todo. Somos tan osados que
despreciamos al que no se quiere medir con nosotros o al que no reconocemos ni
tan siquiera como un reto de competencia. ¡Qué inteligente, culto y superior soy!
Sobre el tema de la competencia hay todo un tratado y
repito, la obra debe ser texto de enseñanza. Tal vez con ella deban comenzar
los cursos de educación física para bajarle un poco las ansias de competir a
los que en eso se meten.
No podría terminar sin hacer referencia a lo que para
mí es una de las contribuciones más importantes de la obra y tal vez la
aportación más relevante a la ideología independentista de finales del siglo
pasado: la propuesta de armonizar nuestra nacionalidad con nuestra ciudadanía
para acabar con el “antagonismo irreconciliable” de ser nacionales de un país y
ciudadanos de otro. No hay nada que
explicar ni forma de presentar tan trascendental asunto. Tan sólo hay que
leerlo y ahí lo dejo a ustedes.
En Asociación de Maestros v. Secretario de
Educación, 156 D.P.R. 754, el Tribunal Supremo, citando el Diario de
Sesiones de la Convención Constituyente 389 del año 1951, que a su vez citaba a
Baldorioty. Decía:
Pensar y
expresar el pensamiento libremente, por la palabra hablada o escrita, no
solamente es lo propio de la naturaleza humana, sino el medio único del
progreso humano.
Hablo ahora de Fufi y no del libro: Como antes cité, piensas
y expresas tu pensamiento libremente por la palabra hablada o escrita, acción
propia de la naturaleza humana. Lo haces con calidad e inteligencia
inigualable. Nos convocas al verdadero progreso humano y por ello te estaremos
siempre infinitamente agradecidos.
Buenas noches.
[1] Miembro de una famosa dinastía de toreros. Nació en Madrid en 1882 y murió en Sevilla en
1960. Fue un personaje pintoresco,
desprendido y generoso, con una vida azarosa, pla-gada de divertidas anécdotas.
Pero fue sobre todo un torero de gran calidad, incluso genial, de estilo
elegante y variado. Dio pie a un arquetipo de torero-artista, genial e
irregular, que alternaba estrepitosas espantás («prefiero una bronca a
una corná», solía decir) y tardes de enormes triunfos con aquellos toros
que le gustaban. Fue el primer torero de primer nivel que se negó a torear
ciertos toros, que incluso los dejaba marchar vivos, con el consiguiente
escándalo aunque el público se lo toleraba todo. Por eso se ha definido su
toreo como «anti-combativo». Se negaba a la lucha contra el toro, como Curro
Romero, a la espera de que le gustase un toro para expresar su arte, camino que
luego transitaron figuras geniales y «an-ticombativas» como Rafael de Paula. Fue
un torero clásico, muy completo, fiel representan-te de la vieja lidia. Aportó
también importantes innovaciones, como la serpentina, el par del trapecio, los
cambios de manos por la espalda, el pase del celeste imperio.
[2] Aunque la ontología es la parte de la
metafísica que trata del ser en general y de sus propiedades trascendentales, lo utilizo en su
acepción de “filosófico”.
[3] (Cherbourg,
1915 - París, 1980) Crítico, ensayista y semiólogo francés. Fue uno de los
principales representantes de la nueva crítica o crítica
estructuralista. Estudió en el liceo Louis-le-Grand, se licenció en la Sorbona,
ejerció la actividad docente en el liceo de Biarritz, en el Liceo Voltaire y
más tarde en el Collège de France. Trabajó como periodista literario en Combat,
fundó la revista Théâtre Populaire y dirigió la Escuela Práctica de
Altos Estudios. Influido por la obra de L. Bloomfield y F. de Saussure, a
principios de los años setenta se propuso, junto a J. Kristeva, Ph. Sollers, J.
Derrida y J. Lacan, fundar una nueva ciencia, la semiología, para estudiar la
naturaleza, producción e interpretación de los signos sociales a través del
análisis de textos.
En
su primer libro, El grado cero de la escritura (1953), analizó la
condición histórica del lenguaje literario y delimitó los conceptos de lengua,
estilo y escritura. En Michelet por él mismo (1954) hizo una reconstrucción
crítica de la figura del historiador J. Michelet (1798-1874). Una recopilación
de 53 artículos publicados inicialmente en la revista Les Lettres Nouvelles,
entre 1954 y 1956, se transformó luego en Mitologías (1957), uno de sus
libros más famosos, en el que consideró sistemáticamente, en bloque, "a
esa especie de monstruo que es la pequeña burguesía", para comprender sus
abusos ideológicos.
En
1964 aparecieron los Ensayos críticos, en los que tomaba en
consideración los puntos sobresalientes de la temática literaria más viva en
Francia, afrontando de lleno, en una confrontación crítica con el
estructuralismo, la problemática del significado de la obra literaria. Los
esfuerzos de Barthes también se encaminaron a sentar, de manera crítica, las
bases de una teoría de los signos, es decir, de una "semiología",
intentando situar la ciencia de los signos -en el sentido más lato del término-
dentro del campo de la lingüística: Elementos de semiología (Éléments
de sémiologie, 1964), Sistema de la moda (Le système de la Mode,
1967).
[5]
Gnomo, geniecillo o enano, ser fantástico.
[6] Sesgado, inclinado al través o desviado de la horizontal. Dicho de un plano o de una línea: Que corta a otro u otra,
formando un ángulo que no es recto.
[7] En la contraportada se indica el
motivo del reconocimiento.
[8] Discrepo en cuanto a la inteligencia
y prestigio de Hernández Colón.
[9] (Madrid,
1889-Buenos Aires, 1970) Jurista y político español. Profesor de derecho penal
en la Uni-versidad de Madrid. Como miembro del Partido Socialista presidió la
comisión parlamentaria encargada de elaborar la Constitución republicana
(1931). Director del Instituto de Estudios Penales, participó en la redacción
del Código Penal de 1932 y durante la guerra civil española fue ministro
plenipotenciario de la República en Praga. En 1939 se exilió en Argentina,
donde continuó su carrera docente, y en 1962 fue nombrado presidente de la
República en el exilio. Entre sus obras destacan La teoría jurídica del
delito (1931), El criminalista (1941-1949), La ley y el delito
(1945) y Tratado de derecho penal (1949-1963).
[10] Autor de Mafalda
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