PRÓLOGO
Hace unos años atrás, pocos, Samuel Soto Bosques, patriota bueno
de quien mucho se puede decir por su verticalidad, vida ejemplar y valentía, ejercía
el noble y prístino oficio de maestro. Aunque su formación académica era en las
ciencias, disciplinas que evocan lo técnico, preciso, medible y computable, y
de ella eran sus enseñanzas, su herencia espiritual, por ser su ascendencia
buena e iluminada por la bondad, lo inclinaba hacia otros quehaceres del
espíritu en que nada es técnico ni perfecto, pero todo es entendible. En su empeño por realizar cabalmente su
ministerio, Samuel deseaba que los jóvenes a quienes diariamente se dirigía,
dueños absolutos del presente e irremediables esclavos del futuro, fueran
mejores para que pudieran dejarle a sus hijos un mundo superior al que él
encontró cuando nació a la vida de los encantos y desencantos.
Para ese entonces
de labores académicas, su urgencia de expresión encontraba cancha en el recinto
estudiantil en el que podía repetir, insistir y estimular el entendimiento de sus
mensajes buenos. El tiempo pasó y en su
paso se llevó aquella vieja fragua diaria en la que, a fuego lento, Samuel iba
templando y brindando forma a la esperanza. Retirado ya del fuego que calentaba
el crisol en el que mezclaba los mejores valores para formar el carácter de sus
discípulos, poco a poco fue accediendo a viejos reclamos del alma que pacientemente
esperaron por mucho tiempo para expresarse.
Se despidió de sus
discípulos convencido de que aún podía dejarles sobre el plinto en el que
moldearían el resto de sus vidas, los sueños que le quedaban en las alforjas de
su existencia, para que los usaran como barro de la creación. Sabía que su paso productivo no había
terminado y que, inconclusa su aportación, otros rumbos con nuevos
requerimientos, lo reclamaban.
En esa época en que
se regresa de tantos viajes y puertos, con guitarra en mano como bordón de
caminante, emprendió hacia la nueva ilusión de música y poesía. Su fina sensibilidad, pulida por el roce del
largo paso del tiempo y por inconclusas luchas patrióticas, apuntó en dirección
del amor, la familia, los hijos y nietos, los vecinos, los sueños, la
ancianidad, el placer, la soledad, la hermandad, la espera, los miedos y los
misterios de la muerte. Se prendó de la naturaleza:
de una coqueta amapola, del cucubano, de una mariposa, de un cerezo, de una
garza bueyera, de las gotas de lluvia, del arado y de muchas visiones,
vivencias e imágenes desapercibidas e invisibles para los que, ocupados en
quehaceres torpes, no ven ni sienten por los apuros que nublan las cosas más
hermosas. Con el lápiz como cincel talló
en el papel su inspiración y con la gubia de su acompasada imaginación, escupió
en el pentagrama que pacientemente había esperado por él por tantos años. Hizo buenas las palabras de El Ingenioso
Hidalgo: “la pluma es lengua del alma”. Hizo poesía e hizo música y las cantó y
su guitarra amiga lo acompañó.
Como nos dice en El
Cerezo, se imaginó “correteando por las venas de un cerezo, formando parte del
denso caldo de la roja fruta” porque quería que fueran sus “cenizas las que den
vida a un cerezo que de cosecha primera muchas semillas germinen, que las
plantas diseminen… para estar en cada
patio y sonreirle a sus nietos… que cuando vean el cerezo piensen aquí está
papá: ahuyentando la maldad y ofreciéndonos sustento”. En palabras del cantautor Alberto Cortés
cuando escuchó el cerezo: “Curiosa manera de este
hombre de ver la vida y la muerte”. Más que curiosa, sublime y profunda manera de
perpetuarse entre los suyos, de quedarse en el tiempo como centinela de la
familia.
A diferencia de otros
que la tuvieron por mucho tiempo, para el autor la guitarra no era una vieja
compañera, sino una nueva amiga que caminaba con él y le servía de complemento
de la composición poética y musical. Samuel la porta, o más bien se llevaban de la
mano como consecuentes compañeros de labor creadora. Es por eso que la poesía que viaja en este
libro, es música para ser cantada, porque nació del soplo suave de las cuerdas
sobre el hueco de la hermosa caja de madera con forma de mujer.
Samuel nos devuelve
la fe en la palabra en momentos en que parece que la expresión sublime ha
perdido espacio. Sus composiciones son
poesía buena, buen decir, hermosa expresión, música inspiradora que evoca lo
mejor de todos, lo más excelso y nos convida a disfrutarla, a paladearla, a
sentirla nuestra y a ser mejores.
He aquí parte de su
obra. Con ella Samuel correrá eternamente por las venas de un cerezo,
ahuyentará la maldad y nos ofrecerá el sustento bueno de su música y poesía.
Ramón Edwin Colón Pratts
diciembre
2010
No hay comentarios.:
Publicar un comentario