sábado, 1 de noviembre de 2014

PRÓLOGO POEMAS SAMUEL SOTO


 PRÓLOGO

         Hace unos años atrás, pocos, Samuel Soto Bosques, patriota bueno de quien mucho se puede decir por su verticalidad, vida ejemplar y valentía, ejercía el noble y prístino oficio de maestro. Aunque su formación académica era en las ciencias, disciplinas que evocan lo técnico, preciso, medible y computable, y de ella eran sus enseñanzas, su herencia espiritual, por ser su ascendencia buena e iluminada por la bondad, lo inclinaba hacia otros quehaceres del espíritu en que nada es técnico ni perfecto, pero todo es entendible.  En su empeño por realizar cabalmente su ministerio, Samuel deseaba que los jóvenes a quienes diariamente se dirigía, dueños absolutos del presente e irremediables esclavos del futuro, fueran mejores para que pudieran dejarle a sus hijos un mundo superior al que él encontró cuando nació a la vida de los encantos y desencantos. 
Para ese entonces de labores académicas, su urgencia de expresión encontraba cancha en el recinto estudiantil en el que podía repetir, insistir y estimular el entendimiento de sus mensajes buenos.  El tiempo pasó y en su paso se llevó aquella vieja fragua diaria en la que, a fuego lento, Samuel iba templando y brindando forma a la esperanza. Retirado ya del fuego que calentaba el crisol en el que mezclaba los mejores valores para formar el carácter de sus discípulos, poco a poco fue accediendo a viejos reclamos del alma que pacientemente esperaron por mucho tiempo para expresarse.
Se despidió de sus discípulos convencido de que aún podía dejarles sobre el plinto en el que moldearían el resto de sus vidas, los sueños que le quedaban en las alforjas de su existencia, para que los usaran como barro de la creación.  Sabía que su paso productivo no había terminado y que, inconclusa su aportación, otros rumbos con nuevos requerimientos, lo reclamaban.
En esa época en que se regresa de tantos viajes y puertos, con guitarra en mano como bordón de caminante, emprendió hacia la nueva ilusión de música y poesía.  Su fina sensibilidad, pulida por el roce del largo paso del tiempo y por inconclusas luchas patrióticas, apuntó en dirección del amor, la familia, los hijos y nietos, los vecinos, los sueños, la ancianidad, el placer, la soledad, la hermandad, la espera, los miedos y los misterios de la muerte.  Se prendó de la naturaleza: de una coqueta amapola, del cucubano, de una mariposa, de un cerezo, de una garza bueyera, de las gotas de lluvia, del arado y de muchas visiones, vivencias e imágenes desapercibidas e invisibles para los que, ocupados en quehaceres torpes, no ven ni sienten por los apuros que nublan las cosas más hermosas.  Con el lápiz como cincel talló en el papel su inspiración y con la gubia de su acompasada imaginación, escupió en el pentagrama que pacientemente había esperado por él por tantos años.  Hizo buenas las palabras de El Ingenioso Hidalgo: “la pluma es lengua del alma”. Hizo poesía e hizo música y las cantó y su guitarra amiga lo acompañó. 
Como nos dice en El Cerezo, se imaginó “correteando por las venas de un cerezo, formando parte del denso caldo de la roja fruta” porque quería que fueran sus “cenizas las que den vida a un cerezo que de cosecha primera muchas semillas germinen, que las plantas diseminen…  para estar en cada patio y sonreirle a sus nietos… que cuando vean el cerezo piensen aquí está papá: ahuyentando la maldad y ofreciéndonos sustento”.  En palabras del cantautor Alberto Cortés cuando escuchó el cerezo: “Curiosa manera de este hombre de ver la vida y la muerte”.   Más que curiosa, sublime y profunda manera de perpetuarse entre los suyos, de quedarse en el tiempo como centinela de la familia.
A diferencia de otros que la tuvieron por mucho tiempo, para el autor la guitarra no era una vieja compañera, sino una nueva amiga que caminaba con él y le servía de complemento de la composición poética y musical.  Samuel la porta, o más bien se llevaban de la mano como consecuentes compañeros de labor creadora.  Es por eso que la poesía que viaja en este libro, es música para ser cantada, porque nació del soplo suave de las cuerdas sobre el hueco de la hermosa caja de madera con forma de mujer.  
Samuel nos devuelve la fe en la palabra en momentos en que parece que la expresión sublime ha perdido espacio.  Sus composiciones son poesía buena, buen decir, hermosa expresión, música inspiradora que evoca lo mejor de todos, lo más excelso y nos convida a disfrutarla, a paladearla, a sentirla nuestra y a ser mejores. 
He aquí parte de su obra. Con ella Samuel correrá eternamente por las venas de un cerezo, ahuyentará la maldad y nos ofrecerá el sustento bueno de su música y poesía.


                                                               Ramón Edwin Colón Pratts

                                                                        diciembre 2010

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