sábado, 1 de noviembre de 2014

PRESENTACIÓN LIBRO DR. NELSON BASSATT


 LA DUDA RAZONABLE EN LA PRUEBA PENAL[1]

“...Ella por quien el cielo... por quien las aguas son custodiadas
la Vaca de las mil aguas, la invocamos con la fórmula santa.
De sus primeros ordeños salieron las aguas...
 ¡Oh Vaca!, el alimento y la leche...
La Vaca es la madre del jefe de la tribu
¡Oh Oblación[2]!, la Vaca es tu madre...

Himno hindú a la Vaca Sagrada


         William Pitter, que escribe para Rebelión de Venezuela, cita el himno anterior en su escrito El mito de la vaca sagrada. Nos dice que “El himno... forma parte de la colección de escritos y cantos de la literatura sagrada hin-dú llamada Atharvaveda; y es en sí mismo una expresión del pensamiento religioso de una cultura milenaria que realza la devoción hacia la mítica vaca sagrada, devoción que aún pervive en nuestros días”. Añade que “...en occidente estamos acostumbrados a llamar “vacas sagradas” a personas o instituciones que en virtud de algún tipo de poder que ostentan (o que se su-pone que ostenten) son consideradas venerables e intocables”.
Este animal sagrado ha tenido tal consideración, respeto y hasta adoración, que aún a cambio de la hambruna y la muerte, ha subsistido y se mantiene como ícono incomprensible para los que desde otras latitudes lo intentamos comprender. Algo extraordinario ha pasado que, en tan graves circunstancias, el mito permanece. A juicio de los que no practicamos esa adoración, aunque sí practicamos otras que negamos, tal vez peores, algo inamovible o superior debe existir cuando la “vaca sagrada” se eterniza sin que, aparentemente, ninguno de sus creyentes, ose cuestionarla. Es posible que la falta de cuestionamiento se origine en la verdad de su existencia realmente divina, cosa que dudo aunque no niego, o hasta en la brutal utilización de la fuerza y la coerción para perpetuar la adoración, causa más posible que la primera. También es posible que el hindú no se haya cuestionado el mito y por ello se haya eternizado.
Como regla general, cuando una tradición o creencia se eleva a ese rango intocable, se mantiene inmarcesible[3] y su cuestionamiento casi invariablemente conlleva el apedreamiento o lapidación del atrevido irreverente.  La historia tiene un inmenso catálogo de torturas, excomuniones, descrédito y hasta ejecuciones de aquellos que se han atrevido a preguntar, indagar, inquirir, escudriñar, descubrir, manifestar. Por esta vocación irremediable de querer detener el tiempo y anquilosarnos en conceptos y creencias para con ello eternizarnos, somos muy dados a proclamar verdades absolutas, a pensar que la verdad es exclusiva e inamovible, excluyente y autónoma. Olvidamos que muchas veces nuestra verdad, ese concepto tan manoseado como el de la bondad, es la falsedad que nos creemos y no estamos dispuestos a examinar ni a reconsiderar. Para cuestionar nuestras instituciones y conceptos, además de la buena fe, hay que pensarlas y desmistificarlas, que no es otra cosa que reducirlas a la razón.  Por sobre todo, hay que ser valiente con uno mismo, que es donde más difícil resulta serlo por el miedo que tenemos a nuestros fantasmas. Además, tiene que haber una gran voluntad, pasión y determinación para exponernos a los que por vagancia, dejadez, inercia o placentera costumbre, cuestionan a los que cuestionan, critican por desentendidos y hasta burlan por reaccionarios. Lo que es peor, haciendo caso omiso a aquella milenaria máxima, te persiguen con piedras en la mano, listos para lanzarlas. Es muy común auto proclamarnos liberales, pero siempre que no nos cambien ni cuestionen lo que creemos.
         Seguramente saben el motivo de este pequeño introito. Cuando hablo de vacas, no estoy hablando de la crisis que el tribunal federal ha creado en la industria vacuna de la Isla.  Este umbral hindú es una pequeña reflexión sobre valores absolutos, esos por los que muchas veces nos desgañitamos, peleamos y ni tan siquiera permitimos que sean objeto de preguntas o cuestionamiento alguno. 
En este país nuestro de cada día, que a veces nos da la sensación de que, como arena seca, se nos escurre entre las manos, de un tiempo a esta parte, hemos estado cuestionando personajes e instituciones que han dejado de ser respetados y considerados.  No se le tiene respeto y consideración a personas e instituciones que, en otro tiempo, gozaban de reconocimiento o relevancia comunitaria. Políticos, religiosos y profesionales de todo tipo han caído en desgracia. Existen muchos más, pero basta con ese hilillo mencionado, que inevitablemente, nos lleva hasta el ovillo.
Las instituciones y personajes que perdieron la gloria del reconocimiento y distinción, acusan al pueblo de irreverente, irrespetuoso, malcriado, desconsiderado y mal educado, cuando la verdad es que el pueblo, ese que tanto vejamos, muchas veces desde cómodos sitiales de poder, no es el responsable del desprestigio de las personas e instituciones que los recriminan, sino, que han sido víctimas de aquellos que traicionaron su confianza y que luego de la traición pretenden perpetuarse en sitiales que antes evocaban respeto y trato especial.
Aclaro que hay personas que, por más que la oficialidad los ha cuestionado, vejado, vilipendiado y hasta negado, han resistido el paso del tiempo y se mantienen en su sitial y hasta su luz es más intensa y alta.  Esos, los que verdaderamente tenía relevancia por su esencia sublime y pensamiento superior, crecieron con el arrollador paso del tiempo haciéndose cada vez más presentes y menos distantes. Otros que artificialmente fueron engrandecidos a través de leyes, resoluciones y proclamas, se han opacado, achicado y desaparecido. 
Como mencioné antes, muchas instituciones han perdido su prestancia, su relevancia e importancia, pero no debemos confundir esto con la caída de los mitos de adoración. 
Existen otras instituciones que han permanecido incuestionables, tal vez porque cuentan con el poder necesario para no permitir el cambio.  Esas son verdaderas “vacas sagradas” de nuestros tiempos. Los que hemos casi inmolado nuestras vidas en el calvario del que pide bondad para otro, muchas veces para el que lleva sus manos atadas al madero de su cuerpo, no osamos cuestionar el sistema que nos rige, so pena de perderlo todo. No lo hacemos porque las consecuencias son nefastas y cuando investimos la toga para servir a la justicia, más bien nos pusimos un hábito de monje medieval para servir a preceptos y normas que como “vacas sagradas” no podemos cuestionar sin dolorosas penas que afrontar. En ocasio-nes muy aisladas, en fogosos y apasionados planteamientos, que creemos que son grandes batallas cuando realmente son escaramuzas de fronteras, logramos cambiar pequeños asuntos legales. Pero el sistema se queda igual, mucho más igual que antes. Aunque muchas veces nos sentimos revolucionarios por una u otra decisión favorable, somos los perfectos defensores de un sistema que no cambia, que cansa, que agota, que arrastra su forma por los caminos de la vida siempre en la cola, en la parte de atrás y distantes de los que verdaderamente modifican, alteran y revolucionan.  Parece que estuviéramos abocados a ser comparsa, no punta de lanza; pajes o escuderos de conceptos, preceptos y normas que hace tiempo, mucho tiempo, otros nos legaron y que nosotros recibimos y adoramos sin cuestionamiento que intente superarlos, pulirlos, mejorarlos. Esa falta de cuestionamiento produce la inacción e inmovilidad, no por respeto, consideración o reconocimiento de la bondad del concepto o la norma prevaleciente, sino por el miedo a cuestionarlas e intentar cambiarlas. 
Me satisface que existan compañeros que tengan el arrojo de cuestionar y proponer otras visiones en este sistema de instituciones jurídicas nuestras por el que, parafraseando a Palés, pedimos piedad porque parece que se morirá de nada.  En este país no hay cambio porque el cambio asusta. Es por eso que nombramos y desnombramos comisiones de estudios de legislación, como por ejemplo, el Código Civil, con el que nací y sé que moriré sin que se le haga, aunque sea, un pequeño cambio. Tan cierto es lo que digo, que todavía utilizo el Código Civil que hace 35 años usé para estudiar y, con pocas excepciones, sigue tan igual como cuando olía a nuevo y con gran orgullo y mayor ingnorancia, escribí mi nombre en la contraportada. Aquí parece que el genio y sentido jurídico se agotó con los grandes jurisconsultos romanos, con el Rey Sabio, con las Siete Partidas, con la Revolución Francesa y la Declaración de Derechos de las Naciones Unidas. Los tres Códigos Penales puertorriqueños en los que me ha tocado delinquir no son otra cosa que el mismo mucho más parecido al anterior, porque se le cambió todo y no se le alteró nada.
La duda razonable en la prueba penal, del doctor Nelson Bassatt Torres es un cuestionamiento profundo, osado, e inteligente de conceptos que queremos tanto que no queremos ni tan siquiera mencionar. Antes de continuar, es de rigor dejar consignado, que los comentarios que hago en-fatizan en la obra y en alguna medida, excluyen al autor. Lo hago intencionalmente, porque cuando hablamos sobre una obra escrita, no hay peor comentario, que disparar a quemarropa que lo que dice el libro se entiende y se sabe porque conocemos al autor como si estuviéramos hablando de autorretratos, de fotografías. De hecho, en ninguna parte del libro hay una foto del autor, ni tan siquiera una reseña biográfica, por lo que, evidentemente, el libro no es del autor, sino “desde el autor”.  Más bien éste sirve de plinto para sostenerla. Prejuzgar la obra por el supuesto conocimiento del autor, además de injusto, es ofensivo. Citando a Larisa Maite, que es la mujer más hermosa e inteligente del mundo, y también es mi hija más pequeña, en una carta que me escribiera hace un tiempo relacionada con Roland Barthes, crítico literario francés ya fallecido, decía que en uno de sus ensayos, elaboró y defendió un tipo de interpretación en la cual se excluye no sólo la opinión del autor sobre el libro que haya escrito, sino la biografía y contexto histórico, psicológico, político, social en el que se produjo el libro. Barthes decía, que la interpretación de un texto nunca debía darse a partir de la "persona" del autor, que el autor es un concepto erróneo para la crítica, un derivado de los positivistas y su razonamiento nomotético[4] y por extensión, de la ideología capitalista.  Llamaba a este sujeto el escribano, un mediador que pone al lenguaje a ser en sí mismo en dirección al lector. Reconocer la voz de un autor implica muchas cosas, darle un pasado a ese libro, y lo peor, una única interpretación o una interpretación por sobre las demás, por lo que el autor se convertiría en una especie de deidad todopoderosa. De esto, naturalmente se desprende que el texto se ve limitado en su función. Para Bar-thes "la escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que va a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe."  Algo parecido afirmaba Carlos Marx cuando nos hablaba, si mal no recuerdo, en sus Manuscritos filosóficos, de la enajenación con respecto a la producción. 
Sé que al Doctor Bassatt no le incomoda lo expuesto, porque me consta que cuando escribió sabía de antemano que noblemente se desprendía de lo producido como padre que despide al hijo mayor que abandona la madriguera buena del hogar para hacer nido aparte.  Prueba de ello es que cuando me lo envió por correo electrónico, aún cuando no había llegado a los anaqueles con ropaje de carpeta y arte, me escribió con gran humildad una nota diciéndome: “Amigo, ahí lo tienes para que hagas con él lo que quieras y por favor, no seas abusador”. Reiterando en alguna forma su desprendimiento intelectual, tan cercano como el pasado domingo, en una reunión profesional lo escuchamos decir con gran vehemencia: “Yo no importo nada, los que lo importan todo son mis estudiantes”. Y es que escribir requiere saberse de antemano desprendido de lo producido. En palabras de mi hija, “De lo que se trata, es de "liberar" al texto de la posibilidad de tiranía de la interpretación”.  Esto es así porque un texto siempre arroja varios significados. ¿A quién le corresponde elegir el único y verdadero? A nadie, o mejor dicho, a todos. Según Barthes “El nacimiento del lector debe pagar con su vida la muerte del autor”.
Con esa brevísima referencia del autor, lo dejo de mano y retomo la presentación del verdadero protagonista de esta noche: La duda razonable en la prueba penal, tesis doctoral presentada por el Dr. Nelson Bassat Torres en la Universidad del País Vasco. Es significativo que haya sido el Servicio Editorial de dicha Universidad el que la haya publicado, lo cual, por sí solo, representa un reconocimiento de una de las instituciones universitarias más prestigiosas del Viejo Continente. Como no estamos en un debate de contenido, ni mucho menos en una sesión crítica, a modo de invitado desconocido para ustedes, les presento este libro, que llegó hace unos días y aunque está presente entre nosotros, es necesario que traspase el umbral de su presencia y con la lectura, se haga parte nuestra.  Aclaro que si me hubieran invitado a una crítica, hubiese declinado la invitación. Sé, porque me duele personalmente, lo que significa escribir un libro y por ello soy incapaz de criticarlos. Decía alguien que al crítico le pasa lo mismo que a los ca-zadores, matan la paloma pero no pueden volar como ella. 
El libro todo, es un reto, invitación y propuesta a atrevernos a por lo menos pensar en conceptos que parecen ser sagrados y hasta nos plantea la posibilidad de una modificación o cambio en asuntos nunca antes cuestionados. Asuntos que se dan por eternos, inamovibles, incapaces de evolucionar y que pretenden ser tan evidentes que su mera mención hace que caigan sombreros y, en algunos, produzcan estados de genuflexión.  Son perfectas y redondas vacas sagradas en la acepción que de entrada utilizamos.
Decía Pietro Ellero en la Certidumbre de los juicios criminales, que “...quien quiera honrar a la Patria y servirla, a causa de la tristeza de los tiempos, con sólo obras de pluma, debe, a lo menos, cultivar estudios severos, procurando despertar la conciencia pública y preparando a los demás en la disciplina de la vida cívica”.
 La duda razonable en la prueba penal es, como decía Ellero, un estudio severo que procura despertar la conciencia pública. En su primer capítulo, El Proceso Judicial en Puerto Rico, hace un breve pero intenso y significativo relato histórico del derecho penal, en sus aspectos sustantivo y procesal, viajando desde la soberanía española hasta hace unos pocos meses atrás. Aunque tiene algo de exposición cronológica, asunto de naturaleza puramente objetiva, hace hincapié y enfatiza en materias medulares como la existencia, aparentemente ocultada u olvidada intencionalmente, de un derecho penal bajo el antiguo dominio español.  Derecho que con excepción de Dora Nevárez Muñiz y José Trías Monge, este último en su Historia Constitucional de Puerto Rico, en el que enuncia pero no estudia, nunca, a mi mejor entender, que puede ser un entender desentendido, pedestre o torpe, había sido tratado con análisis crítico.  Poco, por no decir nada, sabemos de la existencia de un derecho público anterior a la invasión norteamericana, por lo que desconocemos una parte fundamental del desarrollo del Derecho Penal en Puerto Rico. De esa pequeña pero detallada, en sus aspectos más fundamentales, historia del derecho penal nuestro, el libro nos revela, por ejemplo, que el mal recordado General Davis, gobernador militar estadounidense, aún con todos sus prejuicios, informó al Congreso que “...respecto a mantener el orden público y la protección de personas y propiedades, ... nuestro derecho comparaba favorablemente con los mejores pueblos gobernados del mundo”.
A pesar de lo que el mílite expresó, nuestro derecho penal fue cambiado por órdenes militares que pretendían imponernos en otro idioma, formas de conducta, delitos y castigos.  El importado Código Penal de 1902, traducción del existente en California desde el 1873, permaneció, con pocas modificaciones hasta 1974. Curiosamente, nos informa el libro, que en 1953, el entonces Secretario de Justicia de Puerto Rico, José Trías Monje, contrató a un profesor estadounidense para que redactara un borrador de Código Penal. Afortunadamente, el asunto no concluyó en nada, ni se produjo ningún estudio, documento o papelito, y aquella contratación tal vez tan solo se recuerde como un caso de corrupción prescrita del pasado.  Aquella época de abuso de poder, palos a ciegas y conatos de producción genuina de un verdadero derecho penal puertorriqueño, el libro tan solo la puntea o la roza tangencialmente como asunto obligado para una mejor comprensión de sus lectores. Así nos lo deja saber expresamente en sus inicios: su tesis principal no es el juicio histórico y su recreación cronológica.  Recordando que el libro es una tesis doctoral en un país extranjero, la mención histórica y la discusión de los Principios del Derecho Penal y Procesal Democrático Liberal Presentes en el Derecho Puertorriqueño tan solo se hace para sentar base y brindar la información suficiente para identificar el lugar de donde surgirá la discusión amplia de la duda razonable y otros asuntos tan medulares como éste.
Lo que constituye el aspecto más relevante de la tesis, y que la bautiza, es la evaluación de la duda razonable en la prueba penal, incardinándola[5] como elemento de la presunción de inocencia en el derecho penal democrático liberal.  A ello se dedica fundamentalmente el segundo capítulo La Duda Razonable en el Marco de la Presunción de Inocencia. Como dato curioso, del libro surge que en otros sistemas jurídicos se le denomina como “principio de no culpabilidad” y más curioso aún, que la constitución estadounidense no alberga ningún principio con la designación de presunción de inocencia, hecho que puede explicar ampliamente una conferencia de prensa que escuchamos hace unos días.
Como dije antes, el tan solo mencionar la duda razonable, estremece a muchos que irracionalmente sienten que le han tocado resortes que los hacen reaccionar casi instintivamente en contra del tema. Y es que como decía al comienzo, el concepto, del que nadie niega su bondad, es tan irreflexivamente venerado e intocable, que hace que los que se creen más entendidos en la materia penal, se sientan agredidos, que se ha hecho referencia a ellos y que deben despreciar el asunto sin a penas repetirlo como si su sola mención los lacerara u ofendiera. Esos irreflexivos de pensamiento inmutable son los que generalmente se auto proclaman como los más revolucionarios del derecho, cuando lo que hacen es coger pon con los conceptos que heredaron y por los que no mueven un dedo por mejorarlos.  Ya antes indiqué que, lamentablemente, en el derecho no hay revolucionarios, tan solo hay pajes y comparsas de asuntos aprendidos que heredamos de gloriosas luchas del pasado.
Haciendo una disección[6] del concepto, el libro separa lo que es presunción de lo que es inocencia y nos confronta con el hecho de que ambas expresiones separadas son elementos distintos, pero juntos se comportan como compuesto. La “presunción” no es lo que procesalmente conocemos (fijación de certeza de unos hechos en el curso de un proceso) y la inocencia, como ausencia de mancha, tampoco guarda relación con la forma en que queremos designar al que está acusado.  El asunto, que aparenta una cuestión puramente semántica[7], cobra significado por el peso que se le atribuye en el proceso penal, esto es,  incide en la valoración de las pruebas. La tesis no plantea la desaparición de la duda razonable, tan solo pretende reenfocarla, redefinirla, renombrarla, y a mi juicio, ampliarla, esto, independientemente de lo que el autor haya pretendido.
En Pueblo v. Collado Justiniano, 140 DPR 107 y otros, el Tribunal Supremo ha establecido que “El significado jurídico de duda razonable se ha definido de la siguiente forma: duda razonable es una duda fundada, producto del raciocinio de todos los elementos de juicio envueltos (sic) en el caso. No debe ser pues, una duda especulativa o imaginaria”.  En Pueblo v. Eric Cruz Camacho, 116 DPR 3, se dijo que “Existe duda razonable cuando después de un cuidadoso análisis, examen y comparación de toda la prueba, queda el ánimo de ustedes en tal situación, que no pueden decidir si tienen una firme convicción o certeza moral con respecto a la verdad de los hechos envueltos (sic) en la acusación”.  En Pueblo v. Irizarry, 156 DPR 780, se dijo que “En resumidas cuentas, duda razonable no es otra cosa que la insatisfacción de la conciencia del juzgador con la prueba presentada”. 
A diferencia de las decisiones antes expuestas, donde se intenta definir la duda razonable, el libro nos plantea la necesidad de alterar el concepto por uno de “duda razonada”, y aun más, “duda motivada”, explicada por el juzgador como garantía para evitar las arbitrariedades. Aunque en raras ocasiones, algunos jueces explican sus determinaciones en los procesos penales, aunque no existe precepto o regla alguna que lo regule o lo ordene. A nosotros, los que con bulto, chaqueta y corbata, diariamente nos jugamos la suerte de la suerte de los acusados, nos agrada que públicamente se expliquen los veredictos cuando son de absolución o favorecen a nuestros representados. En ese caso la explicación nos hace suspirar profundamente en sala, henchirnos de emoción y humildemente hablar con gestos asintiendo a las palabras del juzgador. Sin embargo, las explicaciones de culpabilidad nos perturban y revientan.  Las vemos y sentimos como un remachar la injusticia, como un pellizco final para abultar la pena del convicto y por carambola, la nuestra.  Con la tesis de duda razonada, el libro no pretende quitar derechos, más bien pretende aclarar y proponer alternativas que hagan más uniforme y justiciero el concepto de la duda razonable. Tal y como expone la obra, la investigación del concepto es para que “sirva para estimular la discusión pública de forma que se atienda este problema conforme a las nuevas tendencias del proceso penal”.  La obra nos refiere:  “Para que el imputado no quede a merced de las turbulencias de la subjetividad judicial, será recomendable cambiar de modo de pensar sustituyendo la “duda” psicológica (o duda como estado de conciencia) por la “duda” racional (o duda razonada)”. La cita anterior no es para asustarse, es para alegrarnos de una propuesta de estudio y de paso, para que nos vayamos acostumbrando a lo que el libro parece que se adelanta.
Sobre el “más allá de toda duda razonable”, como estándar probatorio, se afirma que “se trata de un concepto indeterminado cuya demarcación corresponde al juez en cada caso en particular”, esto es, que no existe forma de uniformarlo o definirlo en forma específica.
El jurado, al que también se le exige un veredicto más allá de toda duda razonable es igualmente objeto de evaluación. Sobre éste hay preguntas y preguntas y hay contestaciones, insinuaciones y serias propuestas de reformación. Preocupa a la obra, que asuntos tan complicados como la interpretación del derecho, estén en manos de ciudadanos que no son abogados ni entendidos en la materia.  En cuanto a jurados se refiere, a diferencia del juez profesional, aparentemente mientras más se sabe de derecho menos capacitado estás para actuar como juzgador. Los abogados, que algo sabe-mos de derecho, no podemos ser miembros del jurado.  En Pueblo v. Ca-rrasquillo Carrasquillo, 102 D.P.R. 545, caso criminal, por tan solo citar uno, el Tribunal Supremo afirmaba que “El análisis de la prueba presentada requiere tanto de la experiencia del juzgador como de su conocimiento del Derecho, elementos éstos necesarios para darle a la controversia una solución justa”. (énfasis suplido) Si somos consistentes con lo que se dice en afirmaciones categóricas que crean estados de derecho, la pregunta obligada es ¿conocen el derecho nuestros jurados?  No, y es al juez al que le corresponde explicárselo, ilustrarlos en pocos minutos, en materias que muchas veces ni él tiene claras. Es por ello que surge del libro la preocupación por la arbitrariedad en los veredictos, en los que en ocasiones hasta se deja a un lado el derecho o las determinaciones son patentemente contradictorias. Ello se debe en gran medida a la falta de motivación del veredicto.  Mientras estas contradicciones o inconsistencias en los veredictos benefician a nuestros representados, todo anda bien, aunque nunca debemos ufanarnos de que todo está mejor porque algo salió mal. 
Me parece una gran aportación al derecho penal tanto en su aspecto sustancial como procesal, la evaluación y crítica que se formula en cuanto a las instrucciones que se brindan al jurado sobre la duda razonable. Esas instrucciones que acostumbramos a escuchar, ya cansados, en las postrimerías del proceso, el libro las desmenuza y un poco las ridiculiza por la complejidad y tamaño de sus oraciones, por el vocabulario que utiliza, por su tendencia a definir en forma negativa, describiendo lo que no es en vez de decir lo que realmente es, y por sus expresiones confusas.
 
Todas estas interrogantes, como puntillazos, se formulan por primera vez en el libro.  Con excepción tal vez, de la obra del Dr. Luis  Nieves Falcón, Clima Ideológico de un grupo de jurados, escrito hace casi medio siglo, en el que como sociología legal se hace una evaluación seria de asuntos que afectan al jurado, nunca antes se había tocado el tema.
Aunque son muchos los temas y sub temas de los que se ocupa la obra, sin perder el hilo conductor de la duda razonable, el libro trata asuntos de cardinal importancia tales como los conocimientos científicos del juez, credibilidad y fiabilidad de los expertos, la imparcialidad de éstos y otros.  Hay algunos que son realmente retantes y por decirlo de algún modo, apabullantes.
En su parte final la obra, con evidente pretensión de que no existan dudas en cuanto a sus hallazgos, expone 44 afirmaciones, denominadas conclusiones, que son, en esencia, más que un resumen de todo lo expuesto, su reafirmación expresa para invitarnos a la reflexión, discusión y estudio.   
 El libro es material obligado para los que no temen a las sacudidas de conceptos. En Asociación de Maestros v. Secretario de Educación, 156 D.P.R. 754, el Tribunal Supremo, cita el Diario de Sesiones de la Convención Constituyente 389 del año 1951, que a su vez citaba a Baldorioty. Decía:
Pensar y expresar el pensamiento libremente, por la palabra hablada o escrita, no solamente es lo propio de la naturaleza humana, sino el medio único del progreso humano.
      
         En la obra se cumplen cabalmente las palabras del patriota:  se pen-só, se expresó libremente y se apuntó al progreso humano.  Alguien por fin, en esta hambruna intelectual que padecemos en mayor o menor grado, ha señalado algunas “vacas sagradas”. Veamos si resisten su cuestionamiento.
         Buenas noches.



[1] El Dr. Nelson Bassatt Torres sabe que me ha hecho un gran honor al pedirme que le presente su obra. Él sabe que el proceso penal me lastima, no por tener más sensibilidad que los demás sino porque en una ocasión lejana que no quiero recordar, fui su víctima.  Decía Nemesio R. Canales en el caso de Santos Chocano, poeta extraordinario condenado a muerte en Guatemala a principios del siglo pasado, “Yo no creo en castigos. Yo no creo en venganzas con o sin disfraces de justicia. He penetrado varias veces en las lóbregas cavernas del dolor humano, y ya no sé ver en el que sufre culpas ni inocencias, sino contorciones y ayes de sufrimiento que me infunden siempre irresistibles ansias de gritar piedad”.  A eso se ha reducido mi práctica de vida: a pedir piedad y misericordia para los acusados.
[2] Ofrenda y sacrificio que se le hace a Dios.
[3] Que no se puede marchitar.
[4] Gnomo, geniecillo o enano, ser fantástico.
[5] Vinculándola, uniéndola.
[6] Análisis pormenorizado de alguna cosa.
[7] Componente de la gramática que interpreta la significación de los enunciados generados por la sintaxis y el léxico.

PRÓLOGO POESÍAS JUAN CARLOS AVILÉS



         La expresión de la negrura en el verso puede ser por cuna, o adopción, porque los artistas no tienen color.  Pero, hablar de poesía afroantillana, es abordar nuestra negrura. Y por el racismo oculto y muchas veces no tan oculto que no aceptamos pero que nos avasalla, es tocar un asunto aparentemente lejano pero que está tan cerca como nuestra piel. A pesar de que somos un pueblo mestizo, y que tiene zonas predominantemente negras, nuestra expresión artística, al menos la que nos muestran los dueños de los medios, es blanca. 

         El arte tampoco tiene color, pero no es una perogrullada decir e insistir con vehemencia, que los negros producen arte. Hay que afirmarlo porque a fuerza de prejuicio y burda discriminación intelectual, se ha querido obliterar su trascendental creación artística.  La relación del negro con el arte es la relación del hombre con el arte. Basta consultar cualquier enciclopedia para percatarnos de que, por evidente discrimen, casi no se incluyen obras de artistas negros brindando la falsa apariencia de inexistencia.  El arte es manifestación y condición humana y no discrimina. La creación negra no se conoce porque se evita, no se expone, y de hacerlo, se ensordina dando la impresión de una menguada existencia. No hay que hacer ningún estudio estadístico para comprobar que nuestra producción de poesía afroantillana, al igual que otras expresiones del arte, no guarda proporción con la piel y rasgos de la mayoría de los puertorriqueños.  La poesía afroantillana no se fomenta, apenas se estudia, no ve la luz y se mantiene en ergástula como sus creadores de antaño. La explicación evidente es el racismo y, para desmitificar creencias, es importante decirlo, enfatizarlo, afirmarlo.
  
         Luchando contra esa limitación, a codazos y empellones, con indiscutible e irresistible calidad superior que supera toda traba, surge Juan Carlos Avilés Soto reclamando la palabra para darnos esa poesía nuestra con todo su sonido, ritmo, musicalidad y cadencia.  Juan Carlos la sueña, la compone, la actúa, la declama, la saca de la conga y la baila.  Es un poeta humilde e iluminado que con su genialidad, comunica e inquieta. Además de deleitarnos con su profunda y peculiar expresión, nos reta con la intención de alterarnos, de hacernos reflexionar, pensar, concluir o cuestionar.

         Esta poesía buena, es música.  En ella encontramos la conga, el repique de bongó, la rumba, el quinto tumbador, el ritmo, el son, la danza, el canto, el sonido, el bailador.  Como expresión afroantillana, es un canto a la negrura, a la libertad de los que no la tuvieron.  Juan Carlos nos habla de los cantores, de su ritmo y cadencia y se proclama rumbero. Leerlo es sacar a bailar un verso.  Nos enternece con Mi madre y con Mamá Inés (pa´mi abuela negra) y nos regala sus sentimientos más íntimos en sus poemas líricos. 

         Como primicia en este arte, y en su juego serio con las palabras, en Listen to my brain y en Mi gringa y yo, mezcla sonidos con sentido, en español e inglés y nos adelanta lo que puede ser una novel poesía afroantillana.

         Desde que asomó al mundo del arte, Juan Carlos es orgullo de nuestro pueblo y lo será del Caribe y de nuestra América Hispana.  En esa lucha que libramos por lograrnos, afirmarnos y liberarnos, Juan Carlos nos va dejando en el camino la dulzura de los versos del Trucutú del maracumbé. Son sus primeras palabras impresas y una muestra de la pasión que lo esclavizará en el verso.

                                                              
                                                                        Ramón Edwin Colón Pratts




PRESENTACIÓN DE LIBRO FUFI SANTORI


 PERSPECTIVAS

         De umbral, y para no moverlos a engaño, es de rigor dejar consignado que todo lo que pueda decir de la obra de Fufi irremediablemente estará afectado, o más bien parcializado  o prejuzgado, por la admiración, respeto y cariño que le tenemos mi esposa Ivelisse, mis cuatro hijos Taína, Yara, Mo-de, Larisa y yo.
         Cuando Tuto Villanueva me llamó autoritaria y dictatorialmente para decirme que “tenía que presentar el libro de Fufi”, teniendo que soltar el pico y la pala con los que cavaba para hacer una zapata, por poco le digo que, al igual que ocurre con los notarios, no podía ser testigo de lo que en alguna forma era parte.  No digo ser parte como si me estuviera atribuyendo algún tipo de relación intelectual o coautoría de la obra, nada más lejos de la ver-dad, sino como alguien que ha visto crecer la criatura, la tiene como hija, pe-ro su única aportación es haber estado presente en su crecimiento. Eso nos pasa con todo lo que nos agrada y nos acompaña en el camino. Ese agrado puede ser por identificación, cercanía, empatía, amor o simplemente admiración.  En mi caso es por todo lo anterior.  Recuerdo el cuento aquél del hombre que por primera vez fue a visitar las malogradas y ya casi olvida-das Torres Gemelas de Nueva York.  Dicen los que fueron testigos del even-to, que el hombre, impactado por la magnificencia de la obra y para que no le contaran, subió hasta el último piso. La impresionante vista panorámica que le proporcionaba la altura, le permitía ver mucho, aunque no bien visto por la bruma que produce la distancia. Desde allá arriba, entre otras mu-chas cosas, divisó un automóvil rojo que, por la enorme distancia que pro-porcionaba la altura, se veía bien pequeñito. Bajó diez pisos y volvió a verlo, pero por haberse aproximado más, lo vio un poco más grande.  Bajó otros diez pisos y nuevamente lo volvió a ver, pero más grande. Continuó bajando y en la medida en que más se aproximaba, lo veía más grande. Cuando llegó al primer piso, salió corriendo y con gran pasión se abalanzó al carro, lo abrazó y comenzó a besarlo. La alarma del auto se activó y un guardia que prestaba vigilancia en el lugar, se le acercó y le dijo, “oiga señor, aléjese de ese carro que no es suyo y deje de besarlo”. El hombre le contestó, “déjeme, déjeme, que lo pasa es que lo conozco desde chiquito”.
         Pues algo parecido nos ocurrió a mi esposa y a mí cuando vimos el li-bro por primera vez.  Conchi, la esposa de Fufi nos lo llevó como regalo de Navidad. Además de la hermosa dedicatoria, nos identificamos con él por muchos otros motivos, siendo uno de ellos, el haberlo conocido desde chi-quito.   Fue amor a primera vista.     
Esta noche, y a modo de presentación, hablaré un poco del libro que conozco desde chiquito, no del autor que conozco desde grandote.  Para no encandilarme hablando de Fufi, aunque algunas cosas diré, persona a quien no hay que presentar ya que todos lo conocen y pueden dar fe de su hom-bría de bien,  basta con decir que no sólo es un estudioso de su tiempo y de la naturaleza humana: es un proponente de alternativas, que es mucho más de lo que hace el que estudia, observa y cuestiona. Es un pensador, porque, como decía Rafael Gómez García[1], el Gallo, famoso torero español, refirién-dose a Ortega y Gasett, hay gente pa’to. Pero este pensador es un soñador de gran sensibilidad que, viendo más lejos, brinda la alternativa de su sueño como remedio para paliar los males de su atribulado pueblo.
Como mencioné al principio, estoy irremediablemente parcializado y prejuzgado con el autor, pero esa parcialidad y prejuicio, aunque afecta e in-fluye mi entendimiento, no lo hace tanto como para no poder decir del libro lo que objetivamente es cierto en forma incuestionable, irrefutable.  Es por esa parcialización que, al comenzar a escribir estas notas, me propuse en-fatizar en la obra y en alguna medida, traté intencionalmente de obliterar un poco al autor. De no hacerlo, corría el peligro de hablar de Fufi y no del libro y Fufi y el libro, aunque parezca una perogrullada, no son lo mismo.  Es mejor partir del libro y a través de él llegar al autor, si es que lo alcanzamos, que hacerlo a la inversa. Y es que cuando hablamos de una obra escrita, no hay peor comentario, que disparar a quemarropa que lo que dice el libro se entiende y se sabe porque conocemos al autor como si estuviéramos hablando de autorretratos, de fotografías. El libro no es del autor, sino “desde el autor”.  Más bien éste sirve de plinto para sostenerla. Prejuzgar la obra por el supuesto conocimiento del autor, además de injusto, es ofensivo. Lo escrito es una huella del autor, pero no es una huella exacta, que corresponda perfectamente con el que la produce. Es una huella en la que el que la imprime intenta hacer una representación de lo mejor de él, de lo más sublime, de lo más excelso, de lo que tal vez se añoraba o se añora ser. Nadie escribe algo que hable mal de sí mismo, por lo que, cuando escribimos, nos esmeramos en proyectar lo mejor. Muchas veces ahí nos distanciamos de nosotros mismos. Es por ello que el libro no es el autor, sino desde el autor.  
Como no sabía cómo decir lo que antes dije, le consulté el enredo ontológico[2] anterior a Larisa Maite, a quien considero la mujer más hermosa e inteligente del mundo, y que también es mi hija más pequeña.  Ella me escribió regañándome porque no me acordaba de nada, que estaba padeciendo de alzhéimer y diciéndome que eso mismo ya se lo había preguntado antes y me recordó lo que me había dicho en ocasión de la presentación que yo le hiciera al libro del Dr. Nelson Bassatt.
Decía mi hija que Roland Barthes[3], crítico literario francés ya fallecido, en su obra La muerte del autor, elaboró y defendió un tipo de interpretación en la cual se excluye no sólo la opinión del autor sobre el libro que haya escrito, sino la biografía y contexto histórico, psicológico, político, social en el que se produjo el libro. Barthes decía, que la interpretación de un texto nunca debía darse a partir de la "persona" del autor, que el autor es un concepto erróneo para la crítica, un derivado de los positivistas[4] y su razonamiento nomotético[5] y por extensión, de la ideología capitalista.  Llamaba a este sujeto el escribano, un mediador que pone al lenguaje a ser en sí mismo en dirección al lector. Reconocer la voz de un autor implica muchas cosas, darle un pasado a ese libro, y lo peor, una única interpretación o una interpretación por sobre las demás, por lo que el autor se convertiría en una especie de deidad todopoderosa. De esto, naturalmente se desprende que el texto se ve limitado en su función. Para Barthes "la escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo[6], al que va a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe." Añado que esa forma de examinar un libro por el autor le quita universalidad y vida ya que irremediablemente tiende a anclarlo a una existencia, a un ser. Interpretarlo a través del autor, en el menor de los casos, podría resultar injusto con la obra.   
Algo parecido afirmaba Carlos Marx cuando nos hablaba, si mal no recuerdo, en sus Manuscritos filosóficos económicos, de la enajenación con respecto a la producción. Produzco y lo producido se me impone. Es por ello que escribir requiere saberse de antemano desprendido de lo producido. En palabras de mi hija, que no sé si estaba citando a alguien, “De lo que se trata, es de "liberar" al texto de la posibilidad de tiranía de la interpretación”.  Esto es así porque un texto siempre arroja varios significados. ¿A quién le corresponde elegir el único y verdadero? A nadie, o mejor dicho, a todos. Más o menos, Barthes decía, en palabras que podrían resultar muy fuertes, que “El nacimiento del lector cobra la vida del autor”.
Como no estamos en un debate de contenido, ni mucho menos en una sesión crítica, asunto para el cual, entre muchos otros, no sirvo, les presento a Perspectivas como si fuera un invitado hasta ahora desconocido.  Aunque arribó a este puerto hace unos días y está presente entre nosotros, es necesario que traspase su mera presencia, que es como su umbral, y con su lectura, se haga parte nuestra.  Aclaro que si me hubieran invitado a una crítica, hubiese declinado la invitación. Sé, porque me duele personalmente, lo que significa escribir un libro y por ello soy incapaz de criticarlos. Criticar es juzgar.  Tengo vocación para pocas cosas, pero entre ellas, no está la de ser crítico. No sé hacerlo porque nunca aprendí a juzgar.  Juzgar inherentemente conlleva prejuicios y el que lo hace, siempre olvida aquella máxima milenaria que tenía que ver con una piedra.  Decía alguien que no recuerdo, pero que decía bien, que al crítico le pasa lo mismo que a los cazadores, matan la paloma, pero no pueden volar como ella. 
Quede claro entonces que me propongo presentarles la obra, no al autor. No la resumiré ni le contaré sus sabias historias, tan sólo los invitaré a leerlas. No la contaré, porque como decía un amigo, presentar un libro hablando de su contenido es lo mismo que invitar a alguien a que vaya al cine contándole lo que pasa en la película. Pobre forma de invitar a conocer.  Si me vas a invitar al cine, limítate a interesarme en la película porque de lo contrario me tapo los oídos. No quiero que eso pase aquí, por lo que haré referencia muy someramente al contenido del libro para que nada más, como decía Miguel de Cervantes en El Quijote, “siguiendo el hilo podamos llegar al ovillo” sin hablar de él.  
Perspectivas está dedicado a Doña Edna Coll Pujol, madre del autor, y a Don Cayetano Coll y Cuchi, abuelo de Fufi.  Aunque en la primera oración del libro se menciona la palabra abolengo, la mención y dedicatoria a estos dos distinguidos puertorriqueños no es para vincularse o coger pon con abolengos porque el libro tiene luz propia y puede ser origen, fuente o ins-piración sin necesidad de remontarse a ascendencias  distinguidas.  El libro está dedicado a Doña Edna y Don Cayetano como agradecimiento a dos es-clarecidos a quienes en gran parte las páginas les deben su esencia. Doña Edna, doctora en Filosofía y Letras, fue educadora, escritora, pintora, política y muchas cosas buenas. Don Cayetano, entre otras, fue abogado, político y orador. Entre sus reconocimientos se encuentra la Medalla de la Legión de Honor con la que lo distinguió el gobierno francés[7]. Por sobre todas las cosas, la importancia de estos dos iluminados y así surge del libro, es haber sido buenos con Fufi: ella como madre, y él como abuelo que cría. Con ellos, afortunadamente, el autor nació en tercera, sin que con ello ni remotamente se entienda que anotar la carrera no se debe a su propio esfuerzo. En palabras de Fufi, ambos intelectuales influyeron decisivamente en su formación, por lo que, conociendo a Fufi, los conocemos un poco y leyendo el libro, los conoceremos más.  Si su influencia fue tan decisiva, entre las dos tapas del libro han quedado atrapados y por ahí, entre las ventanas de sus páginas, los veremos asomados en alguna expresión o pensamiento.     
(Recientemente me tumbé parte de la biblioteca de su madre.  Hubo cómplices, cooperadores y encubridores que Fufi no imagina)
El libro, que a pesar de haber sido escrito en diversos tiempos y estar dividido en partes es un todo, es una invitación, un reto a atrevernos a repensar conceptos, principios y circunstancias. Es un libro de enseñanza, que si los directivos de nuestras escuelas y universidades tuvieran algo de  vergüenza, lo adquirirían como texto de formación integral.   Es posible que no se trate de que tengan vergüenza, tal vez sea que no tengan el valor de adquirir una obra de retos y formas distintas de ver lo cotidiano en un lenguaje sencillo y profundo. 
Además de sus enseñanzas, que son muchas, a cada paso nos expone la posibilidad de una modificación o cambio de esa manera uniforme, mayoritaria y muchas veces tonta de ver las cosas que pasan a nuestro alrededor. Sus páginas, con sorprendente valentía, cuestionan asuntos que, muchas veces por las personas que los plantean, se entienden como profundos pensamientos filosóficos. El libro desmitifica expresiones y las burla colocándolas a la chacota pública. Un ejemplo de lo anterior es cuando dice: “Es una falta de respeto a la inteligencia de los puertorriqueños que abogados del prestigio de Hernández Colón[8] traten de disfrazar la realidad colonial que vive Puerto Rico con metáforas y eufemismos como el de déficit democrático”. Dice la obra: “Hubiera sido más inteligente decir que el ELA padecía de anemia democrática...”  
Pietro Ellero, no tan importante en la criminología como Jiménez de Azúa[9],  en la Certidumbre de los juicios criminales, y perdonen que traiga a colación a un criminalista italiano, decía que “...quien quiera honrar a la Patria y servirla, a causa de la tristeza de los tiempos, con sólo obras de pluma, debe, a lo menos, cultivar estudios severos, procurando despertar la conciencia pública y preparando a los demás en la disciplina de la vida cívica”.  Esos estudios severos que procuran despertar la conciencia pública preparando a los demás en la disciplina de la vida cívica, es lo que nos trae Perspectivas.  Perspectivas es un aldabonazo, más bien, un tubazo, a la conciencia adormecida de nuestro pueblo que cada vez más padece de una extraordinaria hambruna de valores.  El libro nos indica cómo los humanos y la nación que componemos pueden ser mejores, cómo dignificarnos, cómo aspirar al bienestar común. Todo ello lo expone con una pasmosa tranquilidad, como si lo expuesto fuera tan natural u obvio que estuviera esperando por alguien que nos lo dijera. Una particularidad del libro es la sencillez de su expresión. Abunda en asuntos profundos sin la pedantería ni la petulancia de otros que tratan cosas parecidas pero que parece que tienen la intención de que nadie los entienda. Siempre he pensado que los que así exponen lo hacen porque ni ellos entienden de lo que hablan.  Felipe González, ex presidente de España, decía que los que así actúan pretenden darnos la impresión de que son profundos cuando lo que están es enredados. El libro nos habla de educación, nos relata la historia, nos descifra la política, nos expone fundamentos de la interrelación entre los seres humanos, nos recuerda los orgullos nacionales, incursiona en nuestra pobre economía, estruja la religión, redescubre el deporte, la competencia y el compartir y nos invita a pensar sobre muchos otros asuntos importantes que nuestros perezosos intelectos olvidan por comodidad, descuido o por mera vagancia e irresponsabilidad ciudadana.  Nos habla de los que padecen de indigencia mental cuando se refiere a los militares y a Romero y de inmunodeficientes éticos cuando se refiere a los Dick Cheney y los Bush.
Aunque Perspectivas, que no es otra cosa que el “Punto de vista desde el cual se considera o se analiza un asunto”, es una antología que está escrita en un periodo de veinte años, no deja de tener unidad dando la impresión de haber sido escrita, como decimos comúnmente, de una “sentá”.  Hay ocasiones en que el libro da la apariencia de alguna antinomia o contradicción, pero como dije antes, en su lectura y evaluación total, la obra es uniforme y expone una sola línea de pensamiento.  No se trata de variaciones en el carácter de la obra, sino de expresiones que, por estar utilizadas en diversos contextos, pueden brindar la falsa impresión de ser contradictorias.  La uniformidad y total armonía se manifiesta en la forma única en la que trata los diversos asuntos. En todos, absolutamente en todos, no hay la más mínima intención de ser parte de la corriente, de complacer o de molestar. Sencillamente, los escritos se sienten obligados con los temas independientemente de quién se sienta aludido, a quién le duela o le halague, cuál sea la institución cuestionada, ley criticada o verdad absoluta burlada o hamaqueada.  De paso, y antes de que lo olvide, Perspectivas tiene entre sus atributos un fino humor filosófico de la misma calidad o superior a la de Quino[10] (Joaquín Salvador Lavado), uno de los grandes de nuestra época.  La anemia democrática antes citada es prueba de ello al igual que los ensayos En la plaza y El séptimo mandamiento, entre muchos otros.
Como ya apunté antes, los escritos, que tienen más de tesis que de artículos de fondo,  están divididos en varios grupos o temas:
1) Ética, 2) Educación, 3) Historia, 4) Política, 5) Sociología, 6) Nacionalismo-nacionalidad y ciudadanía, 7) Economía, 8) Humanidades, 9) Deporte, 10) Vieques, 11) El Tren-Isla 12) Cruzada revolucionaria
Aunque el listado anterior pretende establecer clasificaciones específicas para sus temas en los renglones que acabo de mencionar, todos los temas forman parte de un todo que a poco leer captamos que algo igual los permea como si, teniendo formas distintas, un mismo color los uniera: El color de la libertad y de la decencia.  En alguna forma que se me hace muy difícil verbalizar, los escritos se interrelacionan y mantienen de asidero o hilo conductor lo que podríamos llamar la propuesta del libro que no es otra cosa que una invitación, en algunas ocasiones con voz muy fuerte, a ser mejores, a elevarnos a etapas superiores del ser.  Tal y como indiqué antes, viéndolo de ese modo, no podemos decir que la obra tiene contradicciones o que carece de uniformidad de pensamiento.  
Aunque tiene de subtítulo “Saber para servir”, lo que encontramos en sus páginas no necesariamente es un requerimiento a “saber para servir”, sino más bien vemos y nos confrontamos con un reclamo a “ser mejores para servir”.  “Saber para servir” no es una afirmación que invite a crear una clase de importantes sabios e intelectuales utilizando como fundamento que esa es la única forma de servir.  Eso podría resultar clasista y el libro no lo es. Si lo dejáramos en “saber para servir” podrían surgir interrogantes como ¿saber qué? y ¿para servir a quién?  ¿El que no sabe no puede servir? ¿El que sirve, tiene que saber? ¿Sabe el obrero que produce el papel del libro que lees para aprender o el que lo imprime para que lo leas? Conocemos a algunos que saben mucho pero no sirven y a otros que sirven mucho pero no saben.  Hay otros que ni saben ni sirven, pero esa no es la tesis de la obra y es cuento de otro camino. Estoy seguro de lo que afirmo, esto es, que el subtítulo anuncia que debemos “ser mejores para servir” ya que su reclamo vehemente a ser mejores es una constante en todos los escritos.  Aunque sin ánimo de contar parte de la película que desaliente asistir al cine, veamos algunos ejemplos de lo anterior:
EN ÉTICA, en Principio y Finalidad, citando a Kant (aquel que contrario a Hobes creía que el hombre era bueno por naturaleza) nos dice “Actúa de manera que tu conducta pueda ser ejemplo para todos los seres humanos”.
Más adelante, en Paraíso Perdido, afirma “O me haces libre o no me hagas” para luego añadir  “...nunca ha podido el hombre reivindicarse  como un ser bueno por naturaleza”.
En Premio y Castigo, nos dice que “Portarse bien no puede depender de que haya recompensa” y más adelante nos invita a “aprender entendiendo, no meramente obedeciendo”.
En Lo mío y lo tuyo, tal vez el escrito de la obra de mayor profundidad pero de más fácil entendimiento por la forma genial en que está redactado, nos dice: “Cuando un niño descubre el significado de lo mío, ahí mismo comienza su egoísmo” Más adelante, expresa pensamientos prohibidos en el capitalismo en que vivimos cuando afirma que “Los que se han propuesto en la vida convertir lo mío en mucho y lo logran con el sudor de su frente, viven convencidos de que se merecen todo lo que tienen. No se les ocurre pensar que se lo quitaron a otros que quedaron en la pobreza material”.  En el mismo artículo, y renegando un valor fundamental en nuestra sociedad, particularmente en el deporte, afirma que “Respondiendo a ese ánimo de adquirir, tener y conservar es que surge el fenómeno de la competencia. Se compite para ganar en todos los órdenes de la vida y el catecismo capitalista postula que de esa lucha surge el bien común. Mentira. La consecuencia de ese todos contra todos son los ganadores y sus recompensas materiales vis a vis los perdedores y sus penurias económicas con el déficit moral de que tantas veces se triunfa haciendo trampas”.
Añade que “El compartir no produce ganadores. Se trata de un esfuerzo generoso y no fomenta pugna de clase alguna. No hay vencedores ni vencidos. Sólo se promueve el amor y la igualdad”.
Termina el artículo con un reclamo acongojado, angustiado pero esperanzado: “Asustado por esos truenos, estoy cruzando la frontera del milenio como un buen perdedor; amarrado a mi asiento y con los frenos a todo meter, pero abrigando la esperanza de que lo mío y lo tuyo puedan ser de ambos y que esa honrosa entrega nos traiga la paz”. Bueno, antes de seguir, es necesario aclarar que si los perdedores fueran así, me apunto en la perdedera.
En “¿Ojo por ojo? Jamás”,  se hace una exhortación necesaria a la que en otros artículos dice que es la nación más poderosa del mundo: “El liderato político de los Estados Unidos tiene que vacunar a esa nación contra el virus del egoísmo dolarista y de la ética corporativa en la que todos los valores humanos se resumen en el Dow Jones”.
En El niño bueno categóricamente se afirma como si fuera una catilinaria que “Ser bueno es querer y ser querido. Ni más ni menos. ¿A quién se quiere? Al prójimo. ¿Cómo se quiere? Compartiendo lo que se tiene para que no le falte a él lo que yo pueda tener. Una vez el niño desarrolla esa capacidad de ser feliz en función del prójimo se fijará metas generosas como la de servir en vez de servirse y la de vivir en un mundo de paz donde todo es de todos y nada es de nadie. Si su hijo nunca se ha destacado en la escuela o en deporte y sólo puede calificarse como un  niño bueno: lo felicito”.  Tal vez esa sea la más contundente afirmación de que “saber para servir” no es otra cosa que “ser mejores para servir”: el niño no sabe, pero es bueno.
En La paz y sus enemigos la obra pregunta “¿Cómo puede haber paz en una sociedad donde nos pasamos la vida ganándonos los unos a los otros? Tenemos que sustituir el afán de competencia por el de compartir”. Luego indica: “Porque en este mundo de competencia salvaje los hombres se pelean por todo y todo el tiempo”.
Creo que no hay que abundar más para convencernos de que el subtítulo, tal y como indiqué anteriormente, lo que significa es “ser mejores para servir”.  Hacemos la anterior interpretación conforme a Barthes, crítico y filósofo citado al comienzo: "la escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que va a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad de cuerpo que escribe."
En esa primera parte del libro, esto es, en La ética, hay una denodada defensa al principio de “compartir con los demás”.  Queda claro que la expresión no es la de “cooperar con los demás”.  Los conceptos y sus significados están claros.  Es evidente entonces que la propuesta sea a compartir y no a cooperar ya que el compartir conlleva el dar, repartir, dividir, distribuir entre los hombres. El cooperar tan sólo conlleva el obrar junto a otro para un mismo fin.  El que coopera no necesariamente da, reparte, divide o distribuye.  Su afán es lograr un fin que puede o no beneficiarlo, pero sin referencias a la entrega, al dar, al repartir, al dividir.  Si la cooperación hace un reclamo a la razón, el compartir lo hace al alma. El libro lo tiene claro y es la base fundamental de toda su argumentación.
La anterior reflexión sobre “el compartir” es de cardinal importancia. Del libro aprendemos lo que deberíamos saber: que día a día deportisamos más la vida haciendo de nuestras interrelaciones un evento de pista y campo, de cancha o de parque de pelota.  En nuestro trabajo, en nuestra profesión, en los estudios, en el regateo en las carreteras, en quién llega primero porque sí, en quién demuestra ser más inteligente, osado, original, atrevido.  Es común escuchar particularmente a los abogados decir “Este caso te lo gano” o “a mi no me gana nadie” con una soberbia y trasunto de superioridad que demuestra una pobreza de espíritu que produce mucha pena, inmensas ganas de llorar. Es lo que algunos llaman la forma peloteril o baloncelística de ejercer un trabajo, una profesión, una faena cualquiera. Nos miramos para competir y medirnos en todo.  Somos tan osados que despreciamos al que no se quiere medir con nosotros o al que no reconocemos ni tan siquiera como un reto de competencia. ¡Qué inteligente, culto y superior soy!
Sobre el tema de la competencia hay todo un tratado y repito, la obra debe ser texto de enseñanza. Tal vez con ella deban comenzar los cursos de educación física para bajarle un poco las ansias de competir a los que en eso se meten.    
No podría terminar sin hacer referencia a lo que para mí es una de las contribuciones más importantes de la obra y tal vez la aportación más relevante a la ideología independentista de finales del siglo pasado: la propuesta de armonizar nuestra nacionalidad con nuestra ciudadanía para acabar con el “antagonismo irreconciliable” de ser nacionales de un país y ciudadanos de otro.  No hay nada que explicar ni forma de presentar tan trascendental asunto. Tan sólo hay que leerlo y ahí lo dejo a ustedes.
 En Asociación de Maestros v. Secretario de Educación, 156 D.P.R. 754, el Tribunal Supremo, citando el Diario de Sesiones de la Convención Constituyente 389 del año 1951, que a su vez citaba a Baldorioty. Decía:
Pensar y expresar el pensamiento libremente, por la palabra hablada o escrita, no solamente es lo propio de la naturaleza humana, sino el medio único del progreso humano.
      
         Hablo ahora de Fufi y no del libro: Como antes cité, piensas y expresas tu pensamiento libremente por la palabra hablada o escrita, acción propia de la naturaleza humana. Lo haces con calidad e inteligencia inigualable. Nos convocas al verdadero progreso humano y por ello te estaremos siempre infinitamente agradecidos.
         Buenas noches.





[1] Miembro de una famosa dinastía de toreros.  Nació en Madrid en 1882 y murió en Sevilla en 1960.  Fue un personaje pintoresco, desprendido y generoso, con una vida azarosa, pla-gada de divertidas anécdotas. Pero fue sobre todo un torero de gran calidad, incluso genial, de estilo elegante y variado. Dio pie a un arquetipo de torero-artista, genial e irregular, que alternaba estrepitosas espantás («prefiero una bronca a una corná», solía decir) y tardes de enormes triunfos con aquellos toros que le gustaban. Fue el primer torero de primer nivel que se negó a torear ciertos toros, que incluso los dejaba marchar vivos, con el consiguiente escándalo aunque el público se lo toleraba todo. Por eso se ha definido su toreo como «anti-combativo». Se negaba a la lucha contra el toro, como Curro Romero, a la espera de que le gustase un toro para expresar su arte, camino que luego transitaron figuras geniales y «an-ticombativas» como Rafael de Paula. Fue un torero clásico, muy completo, fiel representan-te de la vieja lidia. Aportó también importantes innovaciones, como la serpentina, el par del trapecio, los cambios de manos por la espalda, el pase del celeste imperio.
[2]  Aunque la ontología es la parte de la metafísica que trata del ser en general y de sus propiedades trascendentales,  lo utilizo en su acepción de “filosófico”.
[3] (Cherbourg, 1915 - París, 1980) Crítico, ensayista y semiólogo francés. Fue uno de los principales representantes de la nueva crítica o crítica estructuralista. Estudió en el liceo Louis-le-Grand, se licenció en la Sorbona, ejerció la actividad docente en el liceo de Biarritz, en el Liceo Voltaire y más tarde en el Collège de France. Trabajó como periodista literario en Combat, fundó la revista Théâtre Populaire y dirigió la Escuela Práctica de Altos Estudios. Influido por la obra de L. Bloomfield y F. de Saussure, a principios de los años setenta se propuso, junto a J. Kristeva, Ph. Sollers, J. Derrida y J. Lacan, fundar una nueva ciencia, la semiología, para estudiar la naturaleza, producción e interpretación de los signos sociales a través del análisis de textos.
En su primer libro, El grado cero de la escritura (1953), analizó la condición histórica del lenguaje literario y delimitó los conceptos de lengua, estilo y escritura. En Michelet por él mismo (1954) hizo una reconstrucción crítica de la figura del historiador J. Michelet (1798-1874). Una recopilación de 53 artículos publicados inicialmente en la revista Les Lettres Nouvelles, entre 1954 y 1956, se transformó luego en Mitologías (1957), uno de sus libros más famosos, en el que consideró sistemáticamente, en bloque, "a esa especie de monstruo que es la pequeña burguesía", para comprender sus abusos ideológicos.
En 1964 aparecieron los Ensayos críticos, en los que tomaba en consideración los puntos sobresalientes de la temática literaria más viva en Francia, afrontando de lleno, en una confrontación crítica con el estructuralismo, la problemática del significado de la obra literaria. Los esfuerzos de Barthes también se encaminaron a sentar, de manera crítica, las bases de una teoría de los signos, es decir, de una "semiología", intentando situar la ciencia de los signos -en el sentido más lato del término- dentro del campo de la lingüística: Elementos de semiología (Éléments de sémiologie, 1964), Sistema de la moda (Le système de la Mode, 1967).

[4] Materialistas, prácticos,  pancistas, utilitarios, etc.
[5] Gnomo, geniecillo o enano, ser fantástico.
[6]  Sesgado, inclinado al través o desviado de la horizontal. Dicho de un plano o de una línea: Que corta a otro u otra, formando un ángulo que no es recto.

[7] En la contraportada se indica el motivo del reconocimiento.
[8] Discrepo en cuanto a la inteligencia y prestigio de Hernández Colón. 
[9] (Madrid, 1889-Buenos Aires, 1970) Jurista y político español. Profesor de derecho penal en la Uni-versidad de Madrid. Como miembro del Partido Socialista presidió la comisión parlamentaria encargada de elaborar la Constitución republicana (1931). Director del Instituto de Estudios Penales, participó en la redacción del Código Penal de 1932 y durante la guerra civil española fue ministro plenipotenciario de la República en Praga. En 1939 se exilió en Argentina, donde continuó su carrera docente, y en 1962 fue nombrado presidente de la República en el exilio. Entre sus obras destacan La teoría jurídica del delito (1931), El criminalista (1941-1949), La ley y el delito (1945) y Tratado de derecho penal (1949-1963).

[10] Autor de Mafalda