El personaje intenta narrar al mundo los acontecimientos relevantes de su pequeña ciudad: San Sebastián de las Vegas del Pepino, Puerto Rico. |
sábado, 24 de marzo de 2012
viernes, 23 de marzo de 2012
GRACIAS, CAPOS
Los hogares se
acabaron, las creencias volaron y la educación se deseducó a tal grado que se
convirtió en pintura y capota, cambios en el piso, doble tracción, rimas
cantadas, perreo, chateo, agresión, insulto, tiroteo, “fourtrak” y busconeo con
mucho bondo para disimular. Los políticos,
a quienes les debe importar el asunto por aquello de justificar el estar
viviendo de los demás como adictos de semáforo en su coqueteo público con
aspiraciones de honorabilidad, son indecentes, acéfalos, frustrados en sus
oficios, vagancias o profesiones anteriores. Etnocentristas, vanidosos y
narcisistas, defectos que juntos hacen una desgracia nacional, más dañina que
la suma de los últimos sismos con escala Richter incluida.
El gobierno vulgarizó
al puertorriqueño hasta el tuétano y el sálvese el que pueda se convirtió en
filosofía de vida y grito de guerra del asfalto, de la pared mugrienta, del
techo goteroso y opaco. Existen excepciones, muy raras, pero no hablemos de
ellas, porque son tan escasas que no hacen diferencia en el promedio. Y los niños, ¡oh los pobres niños nuestros! Huérfanos
por adopción, viven pensando en pajaritos preñaos y en cachivaches lustrosos de
juguetes electrónicos. Ni ejercicios
hacen saltando de la travesura al delito sin mirar para el frente porque todo
está vacío.
Mientras las
madres se "hacen las uñas", los padres que quieren salir por las tardes y los
domingos por la mañana para evitarse los ritos y para ver a la corteja o a sus
amigos tomadores de cerveza, llevan a los
nenes a jugar pelota. Pobrecitos alegres uniformados con los colores del partido del donante del
mameluco que los sueltan en un parque barbudo con inodoros secos para que suden y aprendan a ser marchitos. Ambos hablan sucio,
le mientan la madre a los contrincantes y le desean la muerte al que los
frustre en su empeño de llegar a las grandes ligas. Pero son buenos papás,
porque en ocasiones los involucran en alguna colecta para otros en desgracia,
pero con el único fin de que el nene se sienta bueno, no por solidaridad
verdadera ni por ayudar, sino por figurar, por formar parte del grupo. Los
papases sueñan con ver a sus nenes bateando ante miles de fanáticos (que es la
palabra más insultante que existe en nuestro idioma) mientras se ganan muchos
millones por una temporada productiva. El producto: darle con un palo mugroso a
una bola maldita y reventarla contra la pared más lejana del parque, o, a la
inversa, correr como lince detrás de una pelota antes de que se estruje contra
el piso, mientras el público en ola desenfrenada y juguetona grita delirantemente en coros
contradictorios algarabeando porque la bola vuele o se estrelle. Ser listos, emular habilidades bestiales,
hacerse señales primitivas y universales, como mudos de una gran cofradía de
irracionales mientras sudorosos se agarran sus partes pudentas ante los
presentes escupiendo como gesto bufo de agradecimiento por la asistencia y
atención, es la personalidad querida y deseada de estos animalazos del
diamante. ¡Ni hablemos del boxeo y la lucha libre ni se mencione!
Entonces nos
preguntamos por qué andamos mal y nadie quiere estudiar ni formarse, ni
adecentarse ni comportarse, ni ser solidarios ni decentes, entendiéndose por
decencia lo menos dañino del comportamiento hacia los demás. Los niños se fugan
de las escuelas y a los padres que también se escaparon porque los abuelos
también lo hicieron, no les importa un pito.
Lo importante es creernos la última alcapurria de la vitrina de Piñones
y pensar que somos el ombligo del mundo, la estaca de amarrar a nuestros
congéneres para que giren a nuestro alrededor mientras de vez en cuando le
regalamos una sonrisa o un insulto. Sin
nada que dar, sin nada que aportar, sin nada que hacer, exhalando oxígeno e
inhalando monóxido como vegetales sin corazón.
Nuestro gran
sueño es poder llegar un poquito más allá en el tiempo para mugir alguna
oración que en el último momento nos salve y borre nuestro pasado de arrastre
por el barrio, por la avenida, por la tierra. La calle se convierte en un
infierno y no hay quien salga porque todo es peligroso y el dominio de la
ciudad no lo tiene el gobierno ni las iglesias, ni los grupos comunitarios, ni las
escuelas, ni los ciudadanos ni la madre que los parió y nos da una sensación de
desamparo porque no existe nadie que ponga vergüenza.
Pero esto no se
queda ahí. Cuando ya nos estamos convenciendo, o estamos convencidos de que
estamos solos: ¡Surge la salvación! Apenas se asoma, pero se otea en el horizonte
como posible resguardo de este pueblo descascarado que ahora comienza a arrojar
pedazos grandes de su integridad mientras se hunde en el charco de la
desesperanza. ¡Llegan los capos a poner
vergüenza! ¡Qué belleza! ¡Hurra, hurra!
Me encontraba
en el tapón de la Roosevelt cuando lo escuché todo en palabras de nada más y
nada menos que de Millo, el Súper, viejito al que, aunque no los tenga, siempre
me lo imagino con varios dientes de oro.
Con una solemnidad de actor frustrado, tipo Hernández Colón cuando
frunce el entrecejo y se sonríe de lado haciéndose el serio, decía el mílite:
“Esto es una nueva modalidad, señores.
Si usted está en el semáforo y la luz cambia a su favor, no le toque
bocina al que lo precede porque puede bajar un capo y dispararle a quemarropa
en plena cara (lo de quemarropa y plena cara no lo entendí bien, por el asunto
de la ropa en la cara, pero ni modo).
Pero eso no es muy novedoso, lo nuevo es que viajan en pares y apuestan
entre sí a lo que va a ocurrir: si usted les toca bocina, le espetan el tiro,
pero si no la toca, se bajan y le tiran al asiento un fajo de billetes por
$500.00. Ya lo hemos visto y se han reportado varios casos en la zona
metropolitana de los dos tipos: de muertos y de premiados”.
Si no fuera
porque el guardia no tiene caletre para inventarse esas cosas que, en última instancia
podrían mejorar el país, diría que es un invento de Millo. Pero no se
equivoque, no lo es. La pobre y pedestre
expresión que lo caracteriza estaba en todo su apogeo, por lo que estoy seguro de
que la noticia es verdadera aunque salga de su boca sin dientes de oro. ¡Left,
left, left, right, left!
A eso se le
llama poner vergüenza y enseñar premiando los buenos modales. El método de miedo, y no nos pongamos muy
santurrones, no importa mucho, es cuestión de fines y no de medios. Así nos lo
han enseñado los políticos de pacotilla a quienes hemos trepado para
molestarnos la existencia y para hacer ricos a sus amigos. No quisiera que ahora salieran los cívicos y
los hipócritas de la moral diciendo que esos no son los métodos. ¿Cuáles son
los métodos? ¿Cuáles si ellos los acabaron todos en una macabra danza de
putrefacción de modales? ¿No es esta tropelía la que nos enseñó Riverita, el machito
pichón de la legislatura? ¿Es que los
finos y finas de apellido de explotación no están dispuestos a espetarle un
escopetazo al que le toque lo suyo?
Lo más
importante: la última vez que estuve en el tapón no percibí a tanto amargado
disparando la bocina y mirando con odio. Me detuve en la luz verde un buen rato
a ver lo que pasaba y pude percibir que el de atrás se sonreía conmigo. Había
más silencio y mejor comportamiento. Es
posible Millo, que el silencio se deba a la vergüenza que están poniendo los
capos. Si es así, que sigan con los que nos torturan con música estridente
que no deseamos escuchar, con el que grita por el teléfono móvil, con el que no
hace la fila y se quiere colar, con el que no le importa que sus hijos
abandonen la escuela, con el que traquetea y roba, con el estafador, con el
buscón y tramposo, con el abusador, con el irresponsable que se roba el dinero
sin trabajar, con el explotador, con el traficante, con el maltratante de
mujeres, con los perdidos, con la poca vergüenza y la suciedad, con la
morbosidad, los racistas, con los que nos venden cielos, con los clasistas, los
aristócratas, con los mercaderes de la salud, del derecho y del diseño, con los
pendencieros y por supuesto, con los políticos, que siempre forman parte de todo
lo anterior y que es con los que deben comenzar.
Si los cacos
aprendieran a apuntar para donde deben, todo sería mejor. Alguien le tiene que
explicar bien a estos muchachos quiénes son sus enemigos. Cuando lo entiendan, y se expliquen por qué
son capos y no descapotados, entonces no quedará cabeza sobre político corrupto
y este país comenzará a ser mejor, mucho mejor.
Gracias capos,
muchas gracias. Ustedes son mis panas.
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