viernes, 23 de marzo de 2012


GRACIAS, CAPOS

         Los hogares se acabaron, las creencias volaron y la educación se deseducó a tal grado que se convirtió en pintura y capota, cambios en el piso, doble tracción, rimas cantadas, perreo, chateo, agresión, insulto, tiroteo, “fourtrak” y busconeo con mucho bondo para disimular.  Los políticos, a quienes les debe importar el asunto por aquello de justificar el estar viviendo de los demás como adictos de semáforo en su coqueteo público con aspiraciones de honorabilidad, son indecentes, acéfalos, frustrados en sus oficios, vagancias o profesiones anteriores. Etnocentristas, vanidosos y narcisistas, defectos que juntos hacen una desgracia nacional, más dañina que la suma de los últimos sismos con escala Richter incluida.
         El gobierno vulgarizó al puertorriqueño hasta el tuétano y el sálvese el que pueda se convirtió en filosofía de vida y grito de guerra del asfalto, de la pared mugrienta, del techo goteroso y opaco. Existen excepciones, muy raras, pero no hablemos de ellas, porque son tan escasas que no hacen diferencia en el promedio.  Y los niños, ¡oh los pobres niños nuestros! Huérfanos por adopción, viven pensando en pajaritos preñaos y en cachivaches lustrosos de juguetes electrónicos.  Ni ejercicios hacen saltando de la travesura al delito sin mirar para el frente porque todo está vacío.
         Mientras las madres se "hacen las uñas", los padres que quieren salir por las tardes y los domingos por la mañana para evitarse los ritos y para ver a la corteja o a sus amigos tomadores de cerveza,  llevan a los nenes a jugar pelota. Pobrecitos alegres uniformados con los colores del partido del donante del mameluco que los sueltan en un parque barbudo con inodoros secos para que suden y aprendan a ser marchitos.  Ambos hablan sucio, le mientan la madre a los contrincantes y le desean la muerte al que los frustre en su empeño de llegar a las grandes ligas. Pero son buenos papás, porque en ocasiones los involucran en alguna colecta para otros en desgracia, pero con el único fin de que el nene se sienta bueno, no por solidaridad verdadera ni por ayudar, sino por figurar, por formar parte del grupo. Los papases sueñan con ver a sus nenes bateando ante miles de fanáticos (que es la palabra más insultante que existe en nuestro idioma) mientras se ganan muchos millones por una temporada productiva. El producto: darle con un palo mugroso a una bola maldita y reventarla contra la pared más lejana del parque, o, a la inversa, correr como lince detrás de una pelota antes de que se estruje contra el piso, mientras el público en ola desenfrenada y juguetona grita delirantemente en coros contradictorios algarabeando porque la bola vuele o se estrelle.  Ser listos, emular habilidades bestiales, hacerse señales primitivas y universales, como mudos de una gran cofradía de irracionales mientras sudorosos se agarran sus partes pudentas ante los presentes escupiendo como gesto bufo de agradecimiento por la asistencia y atención, es la personalidad querida y deseada de estos animalazos del diamante.  ¡Ni hablemos del boxeo y la lucha libre ni se mencione!
         Entonces nos preguntamos por qué andamos mal y nadie quiere estudiar ni formarse, ni adecentarse ni comportarse, ni ser solidarios ni decentes, entendiéndose por decencia lo menos dañino del comportamiento hacia los demás. Los niños se fugan de las escuelas y a los padres que también se escaparon porque los abuelos también lo hicieron, no les importa un pito.  Lo importante es creernos la última alcapurria de la vitrina de Piñones y pensar que somos el ombligo del mundo, la estaca de amarrar a nuestros congéneres para que giren a nuestro alrededor mientras de vez en cuando le regalamos una sonrisa o un insulto.  Sin nada que dar, sin nada que aportar, sin nada que hacer, exhalando oxígeno e inhalando monóxido como vegetales sin corazón.
         Nuestro gran sueño es poder llegar un poquito más allá en el tiempo para mugir alguna oración que en el último momento nos salve y borre nuestro pasado de arrastre por el barrio, por la avenida, por la tierra. La calle se convierte en un infierno y no hay quien salga porque todo es peligroso y el dominio de la ciudad no lo tiene el gobierno ni las iglesias, ni los grupos comunitarios, ni las escuelas, ni los ciudadanos ni la madre que los parió y nos da una sensación de desamparo porque no existe nadie que ponga vergüenza. 
         Pero esto no se queda ahí. Cuando ya nos estamos convenciendo, o estamos convencidos de que estamos solos: ¡Surge la salvación! Apenas se asoma, pero se otea en el horizonte como posible resguardo de este pueblo descascarado que ahora comienza a arrojar pedazos grandes de su integridad mientras se hunde en el charco de la desesperanza.  ¡Llegan los capos a poner vergüenza! ¡Qué belleza! ¡Hurra, hurra!
         Me encontraba en el tapón de la Roosevelt cuando lo escuché todo en palabras de nada más y nada menos que de Millo, el Súper, viejito al que, aunque no los tenga, siempre me lo imagino con varios dientes de oro.  Con una solemnidad de actor frustrado, tipo Hernández Colón cuando frunce el entrecejo y se sonríe de lado haciéndose el serio, decía el mílite: “Esto es una nueva modalidad, señores.  Si usted está en el semáforo y la luz cambia a su favor, no le toque bocina al que lo precede porque puede bajar un capo y dispararle a quemarropa en plena cara (lo de quemarropa y plena cara no lo entendí bien, por el asunto de la ropa en la cara, pero ni modo).  Pero eso no es muy novedoso, lo nuevo es que viajan en pares y apuestan entre sí a lo que va a ocurrir: si usted les toca bocina, le espetan el tiro, pero si no la toca, se bajan y le tiran al asiento un fajo de billetes por $500.00. Ya lo hemos visto y se han reportado varios casos en la zona metropolitana de los dos tipos: de muertos y de premiados”.   
         Si no fuera porque el guardia no tiene caletre para inventarse esas cosas que, en última instancia podrían mejorar el país, diría que es un invento de Millo. Pero no se equivoque, no lo es.  La pobre y pedestre expresión que lo caracteriza estaba en todo su apogeo, por lo que estoy seguro de que la noticia es verdadera aunque salga de su boca sin dientes de oro. ¡Left, left, left, right, left!
         A eso se le llama poner vergüenza y enseñar premiando los buenos modales.  El método de miedo, y no nos pongamos muy santurrones, no importa mucho, es cuestión de fines y no de medios. Así nos lo han enseñado los políticos de pacotilla a quienes hemos trepado para molestarnos la existencia y para hacer ricos a sus amigos.  No quisiera que ahora salieran los cívicos y los hipócritas de la moral diciendo que esos no son los métodos. ¿Cuáles son los métodos? ¿Cuáles si ellos los acabaron todos en una macabra danza de putrefacción de modales? ¿No es esta tropelía la que nos enseñó Riverita, el machito pichón de la legislatura?  ¿Es que los finos y finas de apellido de explotación no están dispuestos a espetarle un escopetazo al que le toque lo suyo?
         Lo más importante: la última vez que estuve en el tapón no percibí a tanto amargado disparando la bocina y mirando con odio. Me detuve en la luz verde un buen rato a ver lo que pasaba y pude percibir que el de atrás se sonreía conmigo. Había más silencio y mejor comportamiento.  Es posible Millo, que el silencio se deba a la vergüenza que están poniendo los capos. Si es así, que sigan con los que nos torturan con música estridente que no deseamos escuchar, con el que grita por el teléfono móvil, con el que no hace la fila y se quiere colar, con el que no le importa que sus hijos abandonen la escuela, con el que traquetea y roba, con el estafador, con el buscón y tramposo, con el abusador, con el irresponsable que se roba el dinero sin trabajar, con el explotador, con el traficante, con el maltratante de mujeres, con los perdidos, con la poca vergüenza y la suciedad, con la morbosidad, los racistas, con los que nos venden cielos, con los clasistas, los aristócratas, con los mercaderes de la salud, del derecho y del diseño, con los pendencieros y por supuesto, con los políticos, que siempre forman parte de todo lo anterior y que es con los que deben comenzar.
         Si los cacos aprendieran a apuntar para donde deben, todo sería mejor. Alguien le tiene que explicar bien a estos muchachos quiénes son sus enemigos.  Cuando lo entiendan, y se expliquen por qué son capos y no descapotados, entonces no quedará cabeza sobre político corrupto y este país comenzará a ser mejor, mucho mejor.
         Gracias capos, muchas gracias. Ustedes son mis panas.