No me importa lo que digan los reptilesdesde el inmundo lodo del pantanoyo con mis estrofas varonilesle canto a la flory no al gusano. José Agustín AponteUsted sabe, amigo lector, que en este país la gente va y viene. Usted también sabe que la gente va y viene de los Estados Unidos de Norteamérica. Y usted sabe también que la gente va a los Estados Unidos de Norteamérica porque las circunstancias histéricas de nuestro país hacen casi imposible que algún compatriota vaya a otro lugar que no sea los Estados Unidos de Norteamérica. Por un solo momento imagínese emigrando a Francia, Uruguay, Filipinas, Martinica, Japón o cualquier otro lugar de esos que existen pero que para nosotros no existen. Estoy seguro que no se lo puede imaginar. No puede imaginárselo porque lo imaginable siempre tiene alguna cabuya que lo ata a lo probable y los lugares que le menciono son improbables en esta vetusta colonia. Yo diría que ni siquiera son posibles.De los que van y vienen, siempre me ha preocupado mucho el regreso de los que se van. Nadie desea que los que se fueron se queden afuera, pero la verdad es que a mí, algunos de ellos, me producen serias interrogantes y cosquilleos en mi ya atribulado y apesadumbrado espíritu. Antes de que los que me leen y que regresaron después de haberse ido se sientan ofendidos, creo prudente hacer una distinción: hay algunos que se van que son de una forma y hay otros que se van que son de otra forma. Esto lo que quiere decir es que de esos algunos que se van que son de una forma, regresarán algunos con la misma forma en que se fueron y de los otros que se van que son de otra forma, llegarán de esa otra forma. Realmente, no me preocupan mucho los que se van que son de una forma o de otra forma y que vienen de la misma forma. Los que me preocupan son los que se van de una forma y vienen de otra forma. Esos, afortunadamente, son los menos.No pregunte por qué uno se va. Uno se va por culpa de los empujones que le da la vida. La vida empuja y cuando empuja hay veces que lo hace por caminos no caminados, por sendas desconocidas, por trillos no recorridos, por avenidas nunca vistas. En uno de esos empujones caemos en el camino del ir lléndonos para allá afuera. Hay veces que no creo mucho en eso de "caminante no hay camino". Aunque niego el destino, no dejo de notar que casi siempre nuestros caminos han sido previamente recorridos por lo que no nos inventamos las rutas. Lo veo cuando creo que estoy haciendo una nueva vereda y cuando menos lo espero, me encuentro con alguien que viene en dirección opuesta, de regreso. Lo más que los mortales aportamos en este peregrinar es el simple paso, lo otro viene con la evolución, con la eterna existencia. Aunque el tema hace temblar mis socos, paneles, clavos y pintura, y quisiera seguir disparatando, lo dejamos inconcluso por aquello de que Evaristo, el discípulo de Hernán Sagardía (en todo) puede sentir lastimado su tiernecito ego ya que él cree que tiene título de propiedad sobre estos temas (además de los temas coprofágicos). Continuemos con los viajes. También fui víctima del ya olvidado Muñoz. Todavía hay gente que se pregunta por qué el aeropuerto tiene el nombre que tiene. Al igual que muchos, tuve que emigrar una vez, por eso sé de lo que les hablo. Mis callosas manos, pintadas para siempre con todas las tonalidades de pinturas de aceite, sintieron el malestar que produce sujetar un boleto rojo y azul de la Pan American en una fila interminable hasta llegar donde una fría señorita que, masticando goma, me miraba como si fuera una de las barbaridades del apocalipsis. Mi único asidero en aquél maldito viaje lo era aquella compañera de cartón pintado color marrón reforzada en la tapa por dos listoncitos de madera. Mientras la empujaba por el mugriento piso del aeropuerto, comparaba su existencia con la mía y, conociendo su poco contenido, me figuraba que estábamos tomados de la mano pero igualmente casi vacíos y solos. Mucha gente me rodeaba sin acompañarme y me parecía estar leyendo en sus pensamientos el miedo a que se repitiera la tragedia del Viernes Santo. Eso de irse para allá afuera es un problema y un tremedo estrujón al alma. Cuando nos vamos por necesidad (no necedad) el problema es mucho más grande. Hay veces que nos vamos cuando apenas nos hacemos hombrecitos y la vergüenza que sentimos con los que se quedan viéndonos ir tan sólo es comparable con la vergüenza que sentimos cuando afuera nos esperan otros expertos en la materia que saben, por su propia experiencia, por qué nos fuimos y a qué llegamos. La verdad es que casi siempre nos vamos por pura necesidad y otras por puros fracasos. Los fracasos producen muchas necesidades y las necesidades muchos fracasos. Los que nos reciben saben por qué nos vamos. Siempre habrá excepciones, esas en que todo el mundo se quiere apuntar y decir, "yo no, yo me fuí por aventurar o por cambiar de paisaje". El amigo lector que ha tenido esa traumática experiencia, sabe que nadie (las excepciones a parte, claro está) abandona el Lago Guajataca y el Salto Collazo si las cosas le van bien y casi siempre ese bien es purísima cuestión económica. Son verdades tan tristes que casi nunca se hablan, pero que por no hablarse no dejan de existir. Si usted es un joven que se va a los 14 o 15 años llevando consigo toda la vergüenza de la que ya hablamos, y con mal aprovechamiento escolar, entonces por mucho tiempo, no desear regresar y cuando ansíe el regreso, desear volver victorioso, poderoso y si es posible, decoroso. A algunos se les hace difícil regresar, ya sea por motivos de salud, económicos, porque ya no tienen a nadie que los reciba, o porque han formado familia en los Estados y los cordones emocionales que los atan son tan fuertes ligamentos para el espíritu, que no hay posibilidad de echar hacia atrás. A esos no se les espera, a esos se les va a ver. Temiendo que eso me pasara, fue que no pasé muchos inviernos en el norte. Hice un esfuerzo suicida de dos turnos de trabajo en fábricas insalubres (una de drones y otra de productos químicos) y privándome de sueños, diversiones y satisfacción de necesidades elementales, volví a comprar otro boleto de la Pan Am, saqué a mi compañera de cartón pintado de color marrón reforzada por las dos tablitas de madera y tomándola de la mano mientras silbaba un bolero, regresé. No quería romper con mi pueblo de acá y las pocas melodías que escuchaba de Felipe Rodríguez desde el frío balcón del negro y arrabalero edificio multipiso donde vivía, me entristecían recordándome las velloneras de la Cafetería X y Las Delicias y aquellos primeros locos amores juveniles de serenatas y flores, de poemas y canciones.Pero, volviendo al tema, si usted se fue viéndose y sintiéndose como un fracasado, aunque realmente no lo fuera, entonces usted quiere regresar y regresar triunfante. (Eso de fracasado es lo más relativo del mundo. Siempre recuerdo que en el salón de la señora Ruiz, casi a diario se repetía: "Cuentan de un sabio que un día, tan pobre y mísero estaba,...”) Lo de triunfante dependerá de lo que usted crea que es el éxito. Mi abuelita decía: "Mira a Paoli, tanto tiempo que estuvo por allá lejos y regresó fracasado". Se refería a que aquél famoso cantante que había regresado sin una perra en el bolsillo, aunque había recorrido la vieja Europa, debutado en los más famosos escenarios del mundo, estuvo algunos años en Nueva York y regresó finalmente victorioso y reconocido mundialmente como uno de los mejores de todos los tiempos. Pero, para la abuela regresó fracasado. Pues así son las abuelas y los viajantes emigrados. Lo que sí está claro es que la norma general, para que viniendo de allá usted sea recibido con reconocimientos de héroe, es que tiene que regresar con par de pesetas en el bolsillo y con unos conocimientos de la vida que serían la envidia de la comunidad no importa cómo se haya echado las pesetas al bolsillo. Puede ser con trabajo duro y aún jugando bolita. Algunas veces el que regresa en esas circunstancias, esto es, con par de pesetas en el bolsillo, llega jactancioso, orgulloso y ostentoso. En su mente se podría leer algo así como: ¡cojan ahora, me fui fracasado y llegué triunfante! Hay que entenderlo y nadie mejor para ello que los que allí estuvimos. Por regla general, e inexplicablemente, ese hermano regresa mirando despectivamente a los que acá se quedaron (por necesidad, por solidaridad, por valentía o cobardía o por imbecilidad, genialidad o cretinidad) por encima del hombro y pretende que sus compueblanos le den un doctorado honoris causa en jaivería y supervivencia, o que convaliden sus años en los Estados por un doctorado en filosofía y letras de la Universidad de Coimbra. Conozco a uno que dice que hasta cátedras de política, historia, literatura y otros embelecos dictó en las más prestigiosas universidades, como si olvidara que los de acá no nos mamamos el dedo.Así es como usted se encuentra algunos (muy pocos, a. D. g., que quiere decir a Dios gracias) de esos queridos compatriotas que regresan que son unos duchos en cualquier materia y se atreven a opinar de cualquier cosa, ya que ellos saben mucho de todo y los demás son unos idiotas que no saben nada de la vida (me parece ver su sonrisita de burla cuando alguien distinto a ellos opina). Mi abuelita también acostumbraba a decirme: "hay mijo, lo que pasa es que el mínimo sentido de caridad nos requiere que lo entendamos y hasta perdonemos, no seas acomplejao".Ahora viene la parte de la explicación de todas estas barbaridades que al leerlas, estoy totalmente seguro que dijo: " Que Pepín falto de tacto. ¡Atreverse a hablar de nuestros compueblanos del norte!" Pues mire amigo, lo que pasa es que en este bendito pueblo cada vez llega más gente a repartir el bacalao porque cruzó el charco y vivió unos añitos o añotes en las entrañas del monstruo. Me da lo mismo si son obreros, peones, estudiantes, intelectuales, pequeños burgueses, taxistas, banqueros, boliteros o lo que sea. ¡Qué mucho saben esos tipos! Antes no me preocupaba mucho ya que los que venían eran tipos individuales, así como lo leyó, individuales, que es más o menos algo así como personas privadas. Usted sabe que hay gente privada y gente pública como hay carros privados y carros públicos o cosas privadas o cosas públicas. Eso lo que quiere decir es que la persona privada no tiene que ver con nada que lo afecte y que de afectar a alguien al único que afecta es a él. Claro está, siempre hay personas privadas que quieren dejarse sentir como personas públicas y normalemente lo logran comprando un equipote de música y con volumen infernal atacan al vecino por las ventanas, puertas, paredes y por todos sus poros durante todas las horas del día, todos los días de la semana. En cuanto a esto de los viajantes, las cosas han ido cambiando y con los cambios cualquiera se pone mal. Ahora resulta que el último de los difíciles que regresa y que tenemos que sufrir, es al talentoso, brillante, elocuente, trabajador, bravucón, machote (recuerde que diariamente nos deja saber que tiene los pantalones en su sitio) y compinche de nada más y nada menos que de Reto a la Grandeza y que tiene por título, Alcalde de San Sebastián y por nombre Mon Medina y Salas. Al que no le gusta el caldo se le dan tres tasas. Ahí tienen a un tipo público que nunca debió dejar de ser privado. Cojan ahora los que criticaban a uno u otro buen compueblano que llegaba con sus ínfulas y que por tener un poquito de pedantería, la gente se molestaba. Cojan también los que criticaban a Mon por permitir que Eulogio el buscón fuera su relacionista público. (Todo alcalde necesita de su Payeyo y todo Payeyo necesita de su alcalde). Pues mire amigo, como cambian las cosas. Esos malditos cambios que nos manejan en forma contínua, inevitable, imparable e ininterrumpida nos van a matar. Ahí tiene a uno que pudo ser su vecino privado convertido en alcalde y nada más y nada menos que adoptando a Eulogio (símbolo de moralidad, honestidad e integridad) de cotorro parlante, testaferro de tercera. Hasta a nuestro héroe Payeyo, segundo santo patrón, nos quiere usurpar. ¿Se lo compró a Mon o formaba parte de las finanzas municipales? ¡Pobre víctima que jura ser victimario!Pues amigos, Mon Medina y Salas, es uno de los que viene de allá que viene de forma distinta a la que se fue. Algunos alicates de turno gritan babeados como si estuvieran contemplando al Coloso de Rodas: " Nos salvamos. Con Mon Medina y Salas llegó la tecnología a nuestro pueblo, llegaron los adelantos y los conocimientos. ¡Por fin nos llegó el mundo de las computadoras, teléfonos móviles, localizadores y antenas parabólicas. Llegó el cambio, llegó el progreso!"Escuchaba en días pasados al Luis Dávila Colón (pero acéfalo) del Pepino, que engolando la voz y en la forma más solemne posible, decía después de par de rings: "Mire amigo, los estilos de administrar la cosa pública cambian dramáticamente y era hora de que trajéramos de allá los nuevos cambios, la nueva vida, el camino hacia un nuevo comienzo, el progreso". Tanta entrega y servilismo me produce pavor. Dicen que algunos populares comentaban que era una pena que Moncho hubiese perdido tantos años de universidad cuando pudo haber estado aprendiendo de verdad en las vivencias norteñas detrás del el volante de un mugroso taxi amarillo.Hay que tener mucho cuidado con los nuevos estilos. Generalmente, traen consigo los nuevos inventos computadorizados del robo, la busconería y el objetivo aparentemente inocuo del pleno disfrute del poder por el poder mismo. Recuerde que estamos tratando con tipos que saben mucho. Del robo artesanal fácilmente podemos pasar al tumbe fino ya que tenemos la tecnología para hacer cosas que antes se hacían con muchos allegados, entrometidos y colaboradores en la guisaera.Estos nuevos viajantes públicos saben mucho, tanto como creyeron saber Fernando Tonos y Nicolás Nogueras. Los pobres se vanaglorian de tener conocimientos incomparables adquiridos batiendo el cobre allí donde están los bravos y los que saben mucho, tanto que pueden venir a nuestra Isla a repartir el bacalao: doctores honoris causa en la jaivería de la vida. Socios de Eulogio... y ya usted sabe.Y mientras la gente va y viene de los Estados, en el barrio, Mon rasga la guitarra y con sonrisa malévola dibujada en los labios tararea aquél famoso bolero que dice: "Sonríes al pasar con ironía, porque me juzgas un rival vencido, insensato, la mujer que has elegido, antes que fuera tuya ha sido mía..." A la misma vez, pero en lugar distinto, el otro hace gala de su crónica tos, enciende un cigarrillo, toma una bocanada profunda y le dice a sus nuevos amos: "Fíjense todo lo que tengo que aguantar por ustedes, pero olvídense de eso, ustedes conocen mis lealtades, yo los entretengo... y ustedes pagan".
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