DESDE LA 111LUIS
Por: Pepín de la Vega
El martes cinco de septiembre de 1995, recibí sorpresas a granel. Luis venía y desde mi panel yo me entretenía viendo a la gente de mi pueblo en un corre-corre de locura. Después de dar par de vueltas por el pueblo y ver la inmensa gama de parches de zinc planchado, corrugado, doblado, mal cortado, enmohecido, pintado, ahumado, rotulado, perforado, desproporcionado y su contraparte los aluminios bien pintados, cortados, doblados, enganchados, pinchados, meticulosamente colocados en canales del mismo material y fijados con planchitas cosa linda y todo tipo de paneles, tablas, alfajías, listones, clavos, tornillos verdecitos, cortes buenos y malos y un montón decuriosidades, cahivaches y artefactos de seguridad, decidí recogerme en mi casa-panel, asegurarme bien, y desde allí pensar y ver pasar.
En el momento preciso en el que veo pasar al simpático Director de la Defensa Civil en su vehículo bien rotulado que gritaba (el vehículo) con una de esas alarmas que distan mucho del lastimero sonar de una sirena de las que dan vueltas y abanican, sentí que alguien me agarraba por mi pantalón azul y me estremecía. Tremendo susto. Pensé en el huracán Luis pero era muy temprano y el movimiento era más parecido a un temblor que a un huracán. Tembló toda mi casa y temblé yo también. Un solo grito bastó para que el necesitado impertinente saliera corriendo con martillo en mano sin que le diera tiempo de sacarle un solo clavo a mi casa. Lindo me vería yo tapando una ventana, puerta o vitrina de sabe Dios qué casa o comercio.
Tan sólo habían pasado unos minutos desde el sacudión sorpresa, cuando diviso dos almas que se acercan en curioso coloquio.-----La verdad es que ese tipo es un ladrón.-----Ladrón y medio.-----Que le venda los paneles esos a la madre que lo abortó.-----Hombre no, gente así no la tiene.-----Pues, que los coloque en una inmensa lavativa y...-----No digas eso que se dañan.-----Y que treinta pesos cuando media hora antes me los vendió a diez y ocho.-----Yo te lo dije, el tipo es un afrentao.-----Oye, ¿y qué tú crees de esos que están ahí espetaos?-----La verdad es que no están mal.Cuando el hablador aquel se fijó mejor dijo:-----Ni pensarlo, esos son los dominios del Peón del Pueblo, Pepín de la Vega.-----Un pobre no le roba a otro pobre, pa'eso están los ricos.
Sin dejar de mirarme y coincidiendo con el regreso del simpático Director en su vehículo desesperado, se retiraron calle arriba. Pobres hombres, pensé. Otras víctimas de los que ponen los paneles lindos y las tormenteras en aluminio nuevecito.La gente continuaba transitando frente a mí en carrera desesperada como si no supieran a dónde se dirigían. Me dieron unas inmensas ganas de ayudarlos a caminar acompañándolos. Pude escuchar claramente las conversaciones de los que caminaban a pie. Pocos, porque este pueblo vehiculado no está diseñado ni construido para el caminar. A esa hora no había tapón por lo que perdí un montón de conversaciones de avenida. Aquí siempre hay coches que pasan que son todo un discurso por el personaje que los guía, sus otros ocupantes, por sus tablillas, rotulación, dueños, apuros, adornos y demás gritos de identidad e intención. Mi abuelita decía, mírale la dirección y sabes hacia dónde se dirigen. Una vez me convenció de que el vecino de la esquina, aunque nunca lo había visto en plena actividad, era un distribuidor de bolita porque entraba por el callejón de Justo el bolitero. ¡Tan sabia y maniática que era la abuela! Sin escuela y sin conocimiento de teorías ni leyes científicas siempre decía: "mira hijo, a la gente, si le ves la dirección y la velocidad que llevan, sabes hacia dónde se dirigen y cuándo tardarán en llegar a su destino". Eso es pura teoría de Newton, del padre del psicoanálisis o de algún meteorólogo de moda. Algún día le haré otras historias de la abuela.
En ausencia del tapón, me tuve que conformar con los viandantes. No me había fijado, pero parece que hablar cuando se camina en compañía de alguien, es parte del movimiento de traslación. La gente que pasa frente a mí no para de hablar y hablar. Algunas veces tengo que estirar el oído y hasta adelantar un poco más el pie izquierdo para lograr algún final de oración o historia. Eso no se hace, pero sin que me parezca a nadie en particular, que lance la primera piedra el que nunca ha sentido la tentación de terminar de escuchar una conversación que le pasa por el lado haciéndole burla a la curiosidad y sacándole la lengua al tímpano. Si el caminante es uno de esos que llevan pegado al oído un teléfono móvil (último embeleco de la avenida) mientras casi grita y gesticula, mucho mejor, pues nos da la sensación de ser sus interlocutores. Todos escuchamos lo que no tenemos que escuchar y todos criticamos al que lo hace. Es más, hay veces que tomando en consideración la persona que se avecina, uno comienza a estirar el oído desde que divisa al hablador hasta que los desdivisa. Pues, eso mismo me pasó ese inolvidable día cinco de septiembre de 1995 en horas de la tarde. Pasaba ayudante especial municipal volando, cuando me fijé en que dos jóvenes caminantes lo atisbaban e inmediatamente se intercambiaban gestos, miradas y comentarios. Ahí estiré el oído pudiendo escuchar a penas lo siguiente:
-----.....apuro.-----Será que cree que Luis es otra cosa.-----Otra cosa y otro coso.-----Es que él siempre va volando.-----Apurado.-----Volando. No te hagas el bobo que sabes que...Por más que traté no logré escuchar nada más quedando la conversación inconclusa e ininteligible. No me preocupé tanto por descifrar la corta conversación porque llegó justo frente a mí, un paisano ebrio hasta el delirio. Realmente no sé cómo se me acercó. Puede ser que no lo notara por estar pendiente de la conversación aquella, o sabe Dios si se cayó de un taxi o algo así. Se paró frente a mí. Me miró. Se agarró lo que los peloteros se agarran antes de lanzar y me dijo como si fuera un elogio: "No creas que yo soy pen (bib, bib). Yo no sé quién eres tú pero sé hasta cuándo vas a estar ahí. Con el tiempo te descubro. Ya me encargaré de saber las historias de tu vida y con un toro piel canela te tumbo. Aquí todo se sabe. Leí lo que escribiste y no me gustó. Ten cuidadito con lo que dices, no te vayas a zafar. Te voy a dar un “chance”. Si no paras la pen (bib-bib) ita esa te desacredito. Tú sabes que yo puedo, que al igual que cuando era un muchachón y buscaba protección entre los abusadores del momento, ahora tengo a mis panas en el poder y te puedo jo (bib-bib), so cobarde".Una señora que se aproximaba fue mi salvación, ya que el tipo estaba alterado y sentí temor por la seguridad de mi panel, mis pinceles, pinturas y boina. Mientras la doña se acercaba, el borrachito carga bate del alcalde dejó de lanzar y apresuró el paso como pudo. Ella se sonrió como si supiera el favor que me había hecho. Yo me avergoncé pues el sudor de mi frente se corrió por el panel y bajó hasta el borde inferior columpiándose para no caer. Habiendo quedado en ese lugar podía dar la impresión de otra cosa. La verdad es que el borrachito me asustó mucho, tanto que tuve que contenerme para no ponerle un bodrogo en la cara.Cuando volví la vista, el hombre, mucho más encolerizado, me gritaba: "Hijo de la gran (bib-bib), yo te cojo". No entendí tanta molestia, mucho menos cuando a penas me he presentado y lo único que he dicho son dos o tres boberías. Otro de los transeúntes que pasaba me dijo: "Estaba molesto, parece que se pintó con las latas que tienes ahí o le goteó piintura de los pinceles ya que llevaba manchas roja, azul y verde en la espalda".Esa tarde mucha gente pasó por mi acera. Las preocupaciones avanzaban movidas por la incertidumbre. Luis, el de los vientos socialistas, que soplaría a todos por igual, de libre pretensión, gran volumen y mayores vuelos, autor de tantos semblantes, se volvió agua y viento y cambió su rumbo hacia el norte, hacia otra estancia. Por eso no estuvo en mi acera ese inolvidable cinco de septiembre de 1995, para mi suerte, para la suerte de todos.
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