jueves, 13 de abril de 2006


DESDE LA 111LUIS  
Por: Pepín de la Vega

El martes cinco de septiembre de 1995, recibí sorpresas a granel. Luis venía y desde mi panel yo me entretenía viendo a la gente de mi pueblo en un corre-corre de locura. Después de dar par de vueltas por el pueblo y ver la inmensa gama de parches de zinc planchado, corrugado, doblado, mal cortado, enmohecido, pintado, ahumado, rotulado, perforado, desproporcionado y su contraparte los aluminios bien pintados, cortados, doblados, enganchados, pinchados, meticulosamente colocados en canales del mismo material y fijados con planchitas cosa linda y todo tipo de paneles, tablas, alfajías, listones, clavos, tornillos verdecitos, cortes buenos y malos y un montón decuriosidades, cahivaches y artefactos de seguridad, decidí recogerme en mi casa-panel, asegurarme bien, y desde allí pensar y ver pasar. 
En el momento preciso en el que veo pasar al simpático Director de la Defensa Civil en su vehículo bien rotulado que gritaba (el vehículo) con una de esas alarmas que distan mucho del lastimero sonar de una sirena de las que dan vueltas y abanican, sentí que alguien me agarraba por mi pantalón azul y me estremecía. Tremendo susto. Pensé en el huracán Luis pero era muy temprano y el movimiento era más parecido a un temblor que a un huracán. Tembló toda mi casa y temblé yo también. Un solo grito bastó para que el necesitado impertinente saliera corriendo con martillo en mano sin que le diera tiempo de sacarle un solo clavo a mi casa. Lindo me vería yo tapando una ventana, puerta o vitrina de sabe Dios qué casa o comercio. 
Tan sólo habían pasado unos minutos desde el sacudión sorpresa, cuando diviso dos almas que se acercan en curioso coloquio.
-----La verdad es que ese tipo es un ladrón.-----Ladrón y medio.-----Que le venda los paneles esos a la madre que lo abortó.-----Hombre no, gente así no la tiene.-----Pues, que los coloque en una inmensa lavativa y...-----No digas eso que se dañan.-----Y que treinta pesos cuando media hora antes me los vendió a diez y ocho.-----Yo te lo dije, el tipo es un afrentao.-----Oye, ¿y qué tú crees de esos que están ahí espetaos?-----La verdad es que no están mal.Cuando el hablador aquel se fijó mejor dijo:-----Ni pensarlo, esos son los dominios del Peón del Pueblo, Pepín de la Vega.-----Un pobre no le roba a otro pobre, pa'eso están los ricos. 
Sin dejar de mirarme y coincidiendo con el regreso del simpático Director en su vehículo desesperado, se retiraron calle arriba. Pobres hombres, pensé. Otras víctimas de los que ponen los paneles lindos y las tormenteras en aluminio nuevecito.
La gente continuaba transitando frente a mí en carrera desesperada como si no supieran a dónde se dirigían. Me dieron unas inmensas ganas de ayudarlos a caminar acompañándolos. Pude escuchar claramente las conversaciones de los que caminaban a pie. Pocos, porque este pueblo vehiculado no está diseñado ni construido para el caminar. A esa hora no había tapón por lo que perdí un montón de conversaciones de avenida. Aquí siempre hay coches que pasan que son todo un discurso por el personaje que los guía, sus otros ocupantes, por sus tablillas, rotulación, dueños, apuros, adornos y demás gritos de identidad e intención. Mi abuelita decía, mírale la dirección y sabes hacia dónde se dirigen. Una vez me convenció de que el vecino de la esquina, aunque nunca lo había visto en plena actividad, era un distribuidor de bolita porque entraba por el callejón de Justo el bolitero. ¡Tan sabia y maniática que era la abuela! Sin escuela y sin conocimiento de teorías ni leyes científicas siempre decía: "mira hijo, a la gente, si le ves la dirección y la velocidad que llevan, sabes hacia dónde se dirigen y cuándo tardarán en llegar a su destino". Eso es pura teoría de Newton, del padre del psicoanálisis o de algún meteorólogo de moda. Algún día le haré otras historias de la abuela.
En ausencia del tapón, me tuve que conformar con los viandantes. No me había fijado, pero parece que hablar cuando se camina en compañía de alguien, es parte del movimiento de traslación. La gente que pasa frente a mí no para de hablar y hablar. Algunas veces tengo que estirar el oído y hasta adelantar un poco más el pie izquierdo para lograr algún final de oración o historia. Eso no se hace, pero sin que me parezca a nadie en particular, que lance la primera piedra el que nunca ha sentido la tentación de terminar de escuchar una conversación que le pasa por el lado haciéndole burla a la curiosidad y sacándole la lengua al tímpano. Si el caminante es uno de esos que llevan pegado al oído un teléfono móvil (último embeleco de la avenida) mientras casi grita y gesticula, mucho mejor, pues nos da la sensación de ser sus interlocutores. Todos escuchamos lo que no tenemos que escuchar y todos criticamos al que lo hace. Es más, hay veces que tomando en consideración la persona que se avecina, uno comienza a estirar el oído desde que divisa al hablador hasta que los desdivisa. Pues, eso mismo me pasó ese inolvidable día cinco de septiembre de 1995 en horas de la tarde. Pasaba ayudante especial municipal volando, cuando me fijé en que dos jóvenes caminantes lo atisbaban e inmediatamente se intercambiaban gestos, miradas y comentarios. Ahí estiré el oído pudiendo escuchar a penas lo siguiente: 
-----.....apuro.-----Será que cree que Luis es otra cosa.-----Otra cosa y otro coso.-----Es que él siempre va volando.-----Apurado.-----Volando. No te hagas el bobo que sabes que...Por más que traté no logré escuchar nada más quedando la conversación inconclusa e ininteligible. No me preocupé tanto por descifrar la corta conversación porque llegó justo frente a mí, un paisano ebrio hasta el delirio. Realmente no sé cómo se me acercó. Puede ser que no lo notara por estar pendiente de la conversación aquella, o sabe Dios si se cayó de un taxi o algo así. Se paró frente a mí. Me miró. Se agarró lo que los peloteros se agarran antes de lanzar y me dijo como si fuera un elogio: "No creas que yo soy pen (bib, bib). Yo no sé quién eres tú pero sé hasta cuándo vas a estar ahí. Con el tiempo te descubro. Ya me encargaré de saber las historias de tu vida y con un toro piel canela te tumbo. Aquí todo se sabe. Leí lo que escribiste y no me gustó. Ten cuidadito con lo que dices, no te vayas a zafar. Te voy a dar un “chance”. Si no paras la pen (bib-bib) ita esa te desacredito. Tú sabes que yo puedo, que al igual que cuando era un muchachón y buscaba protección entre los abusadores del momento, ahora tengo a mis panas en el poder y te puedo jo (bib-bib), so cobarde".Una señora que se aproximaba fue mi salvación, ya que el tipo estaba alterado y sentí temor por la seguridad de mi panel, mis pinceles, pinturas y boina. Mientras la doña se acercaba, el borrachito carga bate del alcalde dejó de lanzar y apresuró el paso como pudo. Ella se sonrió como si supiera el favor que me había hecho. Yo me avergoncé pues el sudor de mi frente se corrió por el panel y bajó hasta el borde inferior columpiándose para no caer. Habiendo quedado en ese lugar podía dar la impresión de otra cosa. La verdad es que el borrachito me asustó mucho, tanto que tuve que contenerme para no ponerle un bodrogo en la cara.Cuando volví la vista, el hombre, mucho más encolerizado, me gritaba: "Hijo de la gran (bib-bib), yo te cojo". No entendí tanta molestia, mucho menos cuando a penas me he presentado y lo único que he dicho son dos o tres boberías. Otro de los transeúntes que pasaba me dijo: "Estaba molesto, parece que se pintó con las latas que tienes ahí o le goteó piintura de los pinceles ya que llevaba manchas roja, azul y verde en la espalda".Esa tarde mucha gente pasó por mi acera. Las preocupaciones avanzaban movidas por la incertidumbre. Luis, el de los vientos socialistas, que soplaría a todos por igual, de libre pretensión, gran volumen y mayores vuelos, autor de tantos semblantes, se volvió agua y viento y cambió su rumbo hacia el norte, hacia otra estancia. Por eso no estuvo en mi acera ese inolvidable cinco de septiembre de 1995, para mi suerte, para la suerte de todos.
EL PERIÓDICO COMERCIO O EL COMERCIO DEL PERIÓDICO

Entre Luis y Marilyn se nos coló el Comercio. Llegó hasta mi panel y tuve que soltar los pinceles para hojearlo y luego leerlo detenidamente. Se trata, nada más y nada menos que, del fenomenal, tremendo, espectacular, descomunal, extraordinario, fuera de serie, por todo lo alto, del increíble, el único en su clase y ya todo un clásico de la literatura periodística, el nuevo periódico pepiniano COMERCIO. COMERCIO tiene como subtítulo "guía comercial" y como logo poco original, un símbolo que se parece al de reciclaje, si es que no es el mismo. Fue impreso en hermosas gradaciones y variantes de blanco y negro. Por pura casualidad aparece en su primera plana una paca de billetes tal y como apareció en la primera edición del igualmente magnífico periódico Nuevo Progresista. A que ustedes son tan cándidos que no se imaginan ni remotamente de qué personaje aparece un maravilloso y reluciente retrato en blanco y negro en la primera plana. ¡Adivinó!: de Mon Medina y Salas, Peón, digo, Obrero del Pueblo. A que sigue siendo tan bobo que tampoco adivina de quién aparece una cita en esa primera paginita del periódico. ¡Adivinó de nuevo!: de Mon Medina y Salas. A que usted no sabe quién dijo lo siguiente: "que me digan dónde están esas bambúas para resolver el problema, si es que ellos no pueden" Ya en esta oración, amigo, usted se lo debe imaginar: lo dijo Mon Medina y Salas. Así fue citado por Lionel Valentín en la primera edición del periódico COMERCIO.

Usted, que es una persona inteligente, se preguntará: ¿qué importancia tiene todo eso que menciona Pepín? Pues ninguna, mi amigo, si no fuera porque en su escrito de presentación titulado A manera de presentación, el que escribió eso que es la presentación de todo lo que viene después, dijo estas contundentes, firmes, dramáticas y conmovedoras palabras: "Esperamos que el temor manifestado por varios comerciantes, reacios a anunciarse por miedo a que el dinero que invirtieran en publicidad pudiera utilizarse para hacer campaña por tal o cual candidato hayan sido dispados". Leyó usted bien: temor y miedo en una sola oración. Que este inculto pintor sepa, Mon Medina y Salas es candidato y si no que lo niegue él mismo en el próximo NEGOCIO, digo, COMERCIO.

En esa misma presentación, que no es otra cosa que la presentación de todo lo otro, el que la escribió dijo: "No puede negarse que los medios noticiosos aquí están demasiado politizados y eso no es bueno, ni para los medios noticiosos en sí, ni para el comercio en general". El párrafo cierra con una conmovedora y escalofriante exhortación que dice: "Con su ayuda lograremos mantenernos apolíticos". A mí por lo menos, esa exhortación me pareció una hermosa exhortación de colecta de los buscones de la doble A. Todo esto lo dijo el editor en la presentación, que es lo que viene primero anunciando lo que viene detrás, sin que se me olvide que comenzó el primer párrafo de la presentación con la palabra progreso, en la segunda dice que Pepino es progresista y en las páginas cuatro y cinco destaca, mediante fotografías, dos obras de la nueva administración municipal.

Veamos todo esto canto a canto. Eso que de los medios noticiosos aquí, están demasiado politizados es la más falsa, embustera y mentirosa de todas las afirmaciones que he escuchado desde las vistas de Maravilla para acá. Los medios noticiosos de nuestro pueblo están horriblemente politizados, a Dios gracias. ¿Se imagina a este bendito pueblo sin medios noticiosos politizados? ¿Se imagina acaso a un periódico satírico‑cultural sin una satirita a los políticos, o a un Pepino sin un pepinazo en contra del primer político que le pase por el lado al editor brinca lealtades? Todavía más, ¿se imagina usted los progresos sin Mon Medina y Salas en una foto, o en el micrófono, o a los que no progresan sin alguna oposición a lo que sea, después de que sea al que esté en la guisaera política? Si usted se imagina todo eso es por una sola razón: usted no es pepiniano ni corre por sus venas las aguas del Culebrinas.

Pedirle a este pueblo, a los niñitos nuestros, a nuestros padres, abuelitos, familiares, vecinos y antepasados que nos mantengamos despolarizados o despolitizados es casi una herejía. Despolarizarnos sería como negar nuestra identidad, convertirnos en gente amorfa, abstemia, jincha, papuja, fofa, enfermiza, débiles, malandries, mamalones y cómodos. Es algo así como negar nuestro sexo, nuestra marca de fábrica, nuestra enseña de pueblo, nuestro tatuaje, nuestra religión y hasta nuestra madre. No, COMERCIO, por favor, ¡no nos pidas eso! Aquí, afortunadamente, nadie es apolítico, si es que el pequeño diccionario que tengo desde escuela superior no me engaña, cuando dice que apolítico es la persona alejada de la política.

Como me imagino que el que escribió la presentación, que es lo que viene antes de todo lo demás, es una persona inteligente, por favor no me haga una distinción boba entre politiquero y político. En este pueblo se hizo una melcocha de ambos que diariamente los políticos se acusan de politiqueros y los politiqueros se autoproclaman políticos dando como resultado al ya patentizado político‑politiquero que es un invento muy nuestro que nos identifica como pueblo, nación, municipio, región y situación.

Continuando con la presentación, que es lo que va antes de lo otro, el que la escribió dijo que COMERCIO es una guía comercial que viene a remediar la triste realidad de que "el pueblo adolece de un medio que provea oportunidad, tanto al pequeño como al mediano comerciante, de llegar a la comunidad que sirve". Más adelante indica: "Sabemos que hace mucho ustedes (los comerciantes) esperaban por un periódico que se preocupara más por las necesidades del comercio, que a fin de cuentas es quien mantiene los medios de comunicación en el pueblo". Sencillamente, no entiendo al que escribió esa jeringonza. ¿Para quién es el COMERCIO, para los comerciantes o para el pueblo? Fíjese que primero dice que "el pueblo adolece" pero después dice que los comerciantes "esperaban por un periódico que se preocupara más por las necesidades del comercio". Este humilde pintor lo que cree es que el que escribió la presentación, que es lo que viene antes que las otras cosas en el periódico, entiende firmemente que toda la gente de este bendito pueblo, es comerciante. Esa es la única forma en que se puede armonizar lo que se dice en la presentación que ya usted sabe.

Además de todo lo anterior, el periódico habla del Centro de Compras en San Sebastián (realmente dice San Sebastián Shopping Center), de las manos y las caras de Lionel Valentín Calderón, de un conmovedor escrito de un paisano del barrio Calabazas llamado Robert Weinstein, de una fórmula mágica para hacerse rico, de las Fiestas Patronales de nuestro Pueblo y de par de cosas más.

Yo, que soy tan amante de los periódicos regionales, locales y municipales como cualquier otro que viva en nuestro pueblo, le doy la bienvenida a COMERCIO. Que me perdonen los demás editores, a mí me encantó, muy en especial la sección de la presentación que espero se repita en el próximo número para volver a leerla. Por medio siglo he estado viendo y leyendo los periódicos pepinianos y todos son buenos incluyendo el último de la avenida: COMERCIO. No me atrevo a dar consejos en eso de los periódicos porque como ya le dije, yo lo que sé es leerlos y hay veces que me los tienen que interpretar porque no entiendo bien lo que dicen. De todos modos, la tentación es mucha y quisiera que todo este público lector tenga la amabilidad de permitirme que le dé un consejo al editor de COMERCIO. Gracias, aquí va el consejo: Oiga, editor, el periódico le quedó lo más lindo. Las fotos no son las mejores del mundo (a excepción de la portada) ni los artículos son lo mejor que se ha escrito, pero el periódico está bien. Así como lo lee, está bien. Sin embargo, no creo necesario que en la primera tirada tuviera que dedicar tanto espacio a la política, y que Dios lo bendiga.

viernes, 7 de abril de 2006


DESDE LA 111

ESAS BECAS ESTUDIANTILES


Cuando yo me criaba, hace más de medio siglo, ya existían las becas estudiantiles. Aunque no recuerdo muchas cosas de aquellos viejísimos tiempos, siempre hay cosas que uno lleva a cuestas en las alforjas de la memoria porque en alguna forma se han mantenido emburujadas con el resto de nuestro peregrinar. Aunque las llamaban becas estudiantiles, eran becas para estudiantes. Al igual que muchas cosas más, nunca tuve una, pero sé que existían. Para guisarse una, como decían los muchachos que los padres dejaban hablar libremente, los estudiantes tenían que ser muy aprovechados. Eso de aprovechados nunca me sonó muy bien ya que siempre lo relacioné con otras cosas, pero así llamaban a los estudiantes comelibros: aprovechados. (Ahora, con el asunto este de la globalización y los medios de comunicación imponiendo los valores estadounidenses en los lugares donde se le permite que los impongan y en los lugares donde no se le permite que los impongan, a los comelibros los llaman "nerds".)

Para aquella remota época, y para casi todas, en casa nos estábamos comiendo un cable, así que una ayudita económica no nos venía mal. Realmente no era que no nos viniera mal, era que según veía las cosas, la necesitábamos con premura. Yo, que era un estudiante horriblemente del montón de iguales de la escuela (y siempre mantuve tan honorable posición), me ilusioné con una beca. La culpa de mi repentino interés la tuvo la ya mencionada precaria situación hogareña y una amiguita de hermosas trenzas negras con perfecta crencha, que siempre vestía uniforme de falda azul oscuro bien planchadito en tabletas y blusa blanca, con todo y almidón hecho en casa. La formalita y linda niña que nunca sudaba y siempre estaba limpiecita, un buen día me habló de las ventajas de las becas, de la ropa de uniforme que compraba; me enseñó el maravilloso bulto negro brilloso con dos correitas que contenía sacapunta, lápices amarillos marca Mirado con tremendas gomas rojas de borrar, cajas de crayola de dos filas para galopar en el lomo de la alegría de los colores, libretas Superior azules y no faltaba más, un libro para colorear de esos gordos que tenían muchas figuras delineadas con ordinarios trazos negros que retaban a cualquier caja de crayolas y a cualquier embrión de pintor como yo. Me quedé patidifuso y eslembao. Me ilusioné. ¡Pues claro que me ilusioné!

Motivado por esa ilusión y aquella necesidad hogareña, comencé a hacer las fastidiosas tareas escolares regularmente. Mis padres se extrañaron al ver tanta dedicación pero no me dijeron nada, como para no espantarme, y yo, temiendo fallar en mi intento y quedar mal con ellos, no le expliqué el motivo del milagro. Cada vez que aflojaba, recordaba a mi amiguita y sus cosas y renovaba esfuerzos y empeño. En vez de jugar en las tardes y escuchar radio por las noches, que era lo que había en aquella época, me puse a hacer las tareas estudiantiles diarias con mucha formalidad y dedicación. Era tal mi empuje, que hasta con forrar las libretas me dio. De paso, y como premio al trabajo académico, mi padre me daba cinco chavos prietos semanales, que irremediablemente eran utilizados para entrar al gallinero del cine Mislán en la tanda de la tarde de la serie de los sábados. Yo nunca fui muy estudioso que digamos, pero al menos hacía un esfuerzo mayor del que hasta la fecha había hecho, a ver si me ganaba una de aquellas becas estudiantiles.

Para ese entonces y para todos los entonces de su vida, mi viejo se fajaba de campana a campana de lunes a sábado. No estoy hablando de las campanas eléctricas, desafinadas y feas que hay ahora en la torre de la iglesia. Hablo de aquellas campanas melancólicas de las que se guindaba Cancel el mecánico (aquél que iba a ser cura y no sé porqué no lo fue aun teniendo un perfecto hablar de sacerdote) para ejecutar armónicos sonidos que viajaban por el pueblo y que ya cansados de pavonearse por todos los rincones de la pequeña zona urbana, iban a recostarse en la falda de la sierra de Hoyamala. La imagen de aquél hombre que guindaba de la vida con la misma pasión y ritmo con que guindaba de los cables en la torre de la iglesia, quedó tan cincelada en mis recuerdos, que cada vez que veo una soga de pita, una campana o escucho su sonido, la figura de Cancel con todas sus aspiraciones a sacerdote y su hablar de santo, resucita en mi memoria.

En el lugar de pobreza en que vivíamos, había unos que eran más pobres que otros. Yo tenía unos vecinos que eran pobres de verdad. No era que se las echaran de pobres, era que eran pobres de los genuinos, pobres de a verdura. Ustedes saben que hay gente que para no dejar de echárselas hasta de pobres se las echan, pero estos no, estos eran de los de verdad. Parecía un avispero aquél montón de muchachos (con el permiso de las mujeristas, muchachos incluye muchachas) con enormes panzas que mi madre decía que estaban llenas de lombrices. No recuerdo que tuvieran padre. Al menos no vivía con ellos. Nunca lo ví. Estaban solos con la mamá y entre ellos se acompañaban. No estoy seguro, pero por los muchos cocos y montañas de cachipa que veía en el traspatio de su casa recostados sobre la pared de la letrina y aquél trajín de los muchachos pelándolos, casi casi me atrevo a asegurar que la señora madre de aquellos panzudos era la que hacía los sabrosos dulces de coco con mucha canela (que se le aguaba en la superficie brillosa haciendo chorritos color marrón) y que alguien exageradamente colorado a quien le decían Rey, los llevaba a la escuela sobre su cabeza en una bandeja de aluminio pregonándolos con mucha dificultad como ¡duuulces de coco, duuulces de coco, el que se come uno se come oootro! Aquellos muchachos eran más pobres que nosotros. Allí había gente más pobre que la familia de la Vega.

Un día mi papá llegó del trabajo más temprano (¡gracias a Dios!) que a la hora acostumbrada. Esa hora de llegada la recuerdo como si fuera ahora, ya que siempre que el viejo llegaba, la sombra de la punta del techo de zinc de dos aguas de nuestra casa, tocaba la parte inferior del balcón de la casa de enfrente. Las otras horas y sombras no las recuerdo. Tan sólo esa me alegra recordar. Encaramado en uno de los encuentros de las equis de madera del balcón de nuestra casa, esperaba a que la sombra caminara hasta la llegada de mi padre. En raras ocasiones se encaramó completa en el balcón de enfrente haciendo quedar mal mi rudimentario reloj. Ese día, el viejo no había comenzado bien con el ritual diario de desabotonarse la camisa para ventilarse y empezar a rascarse los pies con todo y medias, que era como yo sabía que había llegado de verdad, cuando se escuchó un tumulto en casa de los vecinos panzudos, pobres y sin papá. La mamá de los muchachos que pelaban cocos, estaba gritando como una loca rematada no sé que cosas mientras los muchachos, también como locos, chillaban otro montón de cosas de las cuales la única que recuerdo es ¡no le des, no le des! Los gritos de los barrigones eran de desesperación. Era la primera ocasión en que algo así se escuchaba salir de aquella casa. Algo malo pasaba. Por lo menos allí había una pelea de lo lindo. Tal fue la vocinglería, que el viejo se tiró abajo descalzo, pero con medias, a investigar. Mi madre me haló hacia ella como si fuera a protegerme de lo que aparentaba ser una paliza ajena y ambos esperamos las noticias que el valiente interventor‑apaciguador nos traería. Al poco rato llegó el pobre hombre con un aspecto de más pobre que nunca. Venía como a mí no me gustaba verlo aunque debí acostumbrarme por las muchas veces que así lo veía. Estaba triste. Le dijo a mi madre: "Si no se lo quito lo mata." El resto de la noticia decía que el muchacho más grandecito había perdido la beca porque había obtenido una E menos (algo así como una B de ahora) en inglés con misis González (una señora fea que no me dió clases, con una verruga en la cara, que de grande descubrí que no sabía inglés y desconocía el español) y la madre se enloqueció y le dio con todos los cocos sin pelar que estoy casi casi seguro que eran para preparar sus tembleques.

Después de darnos la mala noticia con toda su calma y conmoción, el viejo se sentó en el sofá de tela anaranjada veteada que había en aquel salón‑casa que era a la misma vez, sala, comedor, cuarto y cocina. Me acomodé a su lado y muy cansado comentó: "Mientras yo tenga salud y pueda trabajar, mis hijos no cogerán becas de nadie". Desde su desconocimiento ilustrado por el temple de la vergüenza, decía que esas ayudas eran como los siete y medio y los sacos de comida de la potoroca. "Hay otros que las necesitan más y si se la dan a uno de los míos que no la necesita tanto, se la quitan a otro que la necesita de verdad. Al fin y al cabo, el gobierno no tiene dinero para todo el mundo y la gente gorda y colorá lo que tiene que hacer es ponerse a trabajar para evitar estar pidiendo y recibiendo potoroca." ¡Adiós a los uniformes nuevos con todo y bulto negro brilloso lleno de cositas!

Mientras fui niño nunca entendí bien lo que mi padre decía. En especial no entendí bien lo de los siete y medio y la potoroca. Por eso siempre recordé sus palabras. Las repetí tanto buscándole explicación que me las aprendí de memoria. Aquella noche me arrinconé al lado de la máquina de coser de mi madre donde acostumbraba hacer mis asignaciones y pensé en mi amiguita de hermosas trenzas largas y negras, en la pela que algún día le podían dar, en mis vecinitos inflados con madre que no era gorda y colorá, en los tembleques de coco, en la clase de inglés, en las becas, en el gobierno, en la salud, el trabajo, y en aquella actitud de mi padre, que mucho después me explicaron que era orgullo. Finalmente cerré la libreta. Quería descansar de la aspiración de ser becado. Estaba seguro de que mi padre no estaba enfermo, que tenía trabajo y lo que es más importante, esa noche me había convencido que no le debía quitar la beca a nadie. Me senté al lado de mis viejos que escuchaban a José Luis Capella en el Clarín de WABA, me despedí de las becas estudiantiles y creo que me quedé dormido.

domingo, 2 de abril de 2006


DESDE LA 111 
ALGUNAS COSAS DE LAS QUENO QUEREMOS HABLAR 
Por: Pepín de la Vega 
 
No me importa lo que digan los reptilesdesde el inmundo lodo del pantanoyo con mis estrofas varonilesle canto a la flory no al gusano. José Agustín AponteUsted sabe, amigo lector, que en este país la gente va y viene. Usted también sabe que la gente va y viene de los Estados Unidos de Norteamérica. Y usted sabe también que la gente va a los Estados Unidos de Norteamérica porque las circunstancias histéricas de nuestro país hacen casi imposible que algún compatriota vaya a otro lugar que no sea los Estados Unidos de Norteamérica. Por un solo momento imagínese emigrando a Francia, Uruguay, Filipinas, Martinica, Japón o cualquier otro lugar de esos que existen pero que para nosotros no existen. Estoy seguro que no se lo puede imaginar. No puede imaginárselo porque lo imaginable siempre tiene alguna cabuya que lo ata a lo probable y los lugares que le menciono son improbables en esta vetusta colonia. Yo diría que ni siquiera son posibles.De los que van y vienen, siempre me ha preocupado mucho el regreso de los que se van. Nadie desea que los que se fueron se queden afuera, pero la verdad es que a mí, algunos de ellos, me producen serias interrogantes y cosquilleos en mi ya atribulado y apesadumbrado espíritu. Antes de que los que me leen y que regresaron después de haberse ido se sientan ofendidos, creo prudente hacer una distinción: hay algunos que se van que son de una forma y hay otros que se van que son de otra forma. Esto lo que quiere decir es que de esos algunos que se van que son de una forma, regresarán algunos con la misma forma en que se fueron y de los otros que se van que son de otra forma, llegarán de esa otra forma. Realmente, no me preocupan mucho los que se van que son de una forma o de otra forma y que vienen de la misma forma. Los que me preocupan son los que se van de una forma y vienen de otra forma. Esos, afortunadamente, son los menos.No pregunte por qué uno se va. Uno se va por culpa de los empujones que le da la vida. La vida empuja y cuando empuja hay veces que lo hace por caminos no caminados, por sendas desconocidas, por trillos no recorridos, por avenidas nunca vistas. En uno de esos empujones caemos en el camino del ir lléndonos para allá afuera. Hay veces que no creo mucho en eso de "caminante no hay camino". Aunque niego el destino, no dejo de notar que casi siempre nuestros caminos han sido previamente recorridos por lo que no nos inventamos las rutas. Lo veo cuando creo que estoy haciendo una nueva vereda y cuando menos lo espero, me encuentro con alguien que viene en dirección opuesta, de regreso. Lo más que los mortales aportamos en este peregrinar es el simple paso, lo otro viene con la evolución, con la eterna existencia. Aunque el tema hace temblar mis socos, paneles, clavos y pintura, y quisiera seguir disparatando, lo dejamos inconcluso por aquello de que Evaristo, el discípulo de Hernán Sagardía (en todo) puede sentir lastimado su tiernecito ego ya que él cree que tiene título de propiedad sobre estos temas (además de los temas coprofágicos). Continuemos con los viajes. También fui víctima del ya olvidado Muñoz. Todavía hay gente que se pregunta por qué el aeropuerto tiene el nombre que tiene. Al igual que muchos, tuve que emigrar una vez, por eso sé de lo que les hablo. Mis callosas manos, pintadas para siempre con todas las tonalidades de pinturas de aceite, sintieron el malestar que produce sujetar un boleto rojo y azul de la Pan American en una fila interminable hasta llegar donde una fría señorita que, masticando goma, me miraba como si fuera una de las barbaridades del apocalipsis. Mi único asidero en aquél maldito viaje lo era aquella compañera de cartón pintado color marrón reforzada en la tapa por dos listoncitos de madera. Mientras la empujaba por el mugriento piso del aeropuerto, comparaba su existencia con la mía y, conociendo su poco contenido, me figuraba que estábamos tomados de la mano pero igualmente casi vacíos y solos. Mucha gente me rodeaba sin acompañarme y me parecía estar leyendo en sus pensamientos el miedo a que se repitiera la tragedia del Viernes Santo. Eso de irse para allá afuera es un problema y un tremedo estrujón al alma. Cuando nos vamos por necesidad (no necedad) el problema es mucho más grande. Hay veces que nos vamos cuando apenas nos hacemos hombrecitos y la vergüenza que sentimos con los que se quedan viéndonos ir tan sólo es comparable con la vergüenza que sentimos cuando afuera nos esperan otros expertos en la materia que saben, por su propia experiencia, por qué nos fuimos y a qué llegamos. La verdad es que casi siempre nos vamos por pura necesidad y otras por puros fracasos. Los fracasos producen muchas necesidades y las necesidades muchos fracasos. Los que nos reciben saben por qué nos vamos. Siempre habrá excepciones, esas en que todo el mundo se quiere apuntar y decir, "yo no, yo me fuí por aventurar o por cambiar de paisaje". El amigo lector que ha tenido esa traumática experiencia, sabe que nadie (las excepciones a parte, claro está) abandona el Lago Guajataca y el Salto Collazo si las cosas le van bien y casi siempre ese bien es purísima cuestión económica. Son verdades tan tristes que casi nunca se hablan, pero que por no hablarse no dejan de existir. Si usted es un joven que se va a los 14 o 15 años llevando consigo toda la vergüenza de la que ya hablamos, y con mal aprovechamiento escolar, entonces por mucho tiempo, no desear regresar y cuando ansíe el regreso, desear volver victorioso, poderoso y si es posible, decoroso. A algunos se les hace difícil regresar, ya sea por motivos de salud, económicos, porque ya no tienen a nadie que los reciba, o porque han formado familia en los Estados y los cordones emocionales que los atan son tan fuertes ligamentos para el espíritu, que no hay posibilidad de echar hacia atrás. A esos no se les espera, a esos se les va a ver. Temiendo que eso me pasara, fue que no pasé muchos inviernos en el norte. Hice un esfuerzo suicida de dos turnos de trabajo en fábricas insalubres (una de drones y otra de productos químicos) y privándome de sueños, diversiones y satisfacción de necesidades elementales, volví a comprar otro boleto de la Pan Am, saqué a mi compañera de cartón pintado de color marrón reforzada por las dos tablitas de madera y tomándola de la mano mientras silbaba un bolero, regresé. No quería romper con mi pueblo de acá y las pocas melodías que escuchaba de Felipe Rodríguez desde el frío balcón del negro y arrabalero edificio multipiso donde vivía, me entristecían recordándome las velloneras de la Cafetería X y Las Delicias y aquellos primeros locos amores juveniles de serenatas y flores, de poemas y canciones.Pero, volviendo al tema, si usted se fue viéndose y sintiéndose como un fracasado, aunque realmente no lo fuera, entonces usted quiere regresar y regresar triunfante. (Eso de fracasado es lo más relativo del mundo. Siempre recuerdo que en el salón de la señora Ruiz, casi a diario se repetía: "Cuentan de un sabio que un día, tan pobre y mísero estaba,...”) Lo de triunfante dependerá de lo que usted crea que es el éxito. Mi abuelita decía: "Mira a Paoli, tanto tiempo que estuvo por allá lejos y regresó fracasado". Se refería a que aquél famoso cantante que había regresado sin una perra en el bolsillo, aunque había recorrido la vieja Europa, debutado en los más famosos escenarios del mundo, estuvo algunos años en Nueva York y regresó finalmente victorioso y reconocido mundialmente como uno de los mejores de todos los tiempos. Pero, para la abuela regresó fracasado. Pues así son las abuelas y los viajantes emigrados. Lo que sí está claro es que la norma general, para que viniendo de allá usted sea recibido con reconocimientos de héroe, es que tiene que regresar con par de pesetas en el bolsillo y con unos conocimientos de la vida que serían la envidia de la comunidad no importa cómo se haya echado las pesetas al bolsillo. Puede ser con trabajo duro y aún jugando bolita. Algunas veces el que regresa en esas circunstancias, esto es, con par de pesetas en el bolsillo, llega jactancioso, orgulloso y ostentoso. En su mente se podría leer algo así como: ¡cojan ahora, me fui fracasado y llegué triunfante! Hay que entenderlo y nadie mejor para ello que los que allí estuvimos. Por regla general, e inexplicablemente, ese hermano regresa mirando despectivamente a los que acá se quedaron (por necesidad, por solidaridad, por valentía o cobardía o por imbecilidad, genialidad o cretinidad) por encima del hombro y pretende que sus compueblanos le den un doctorado honoris causa en jaivería y supervivencia, o que convaliden sus años en los Estados por un doctorado en filosofía y letras de la Universidad de Coimbra. Conozco a uno que dice que hasta cátedras de política, historia, literatura y otros embelecos dictó en las más prestigiosas universidades, como si olvidara que los de acá no nos mamamos el dedo.Así es como usted se encuentra algunos (muy pocos, a. D. g., que quiere decir a Dios gracias) de esos queridos compatriotas que regresan que son unos duchos en cualquier materia y se atreven a opinar de cualquier cosa, ya que ellos saben mucho de todo y los demás son unos idiotas que no saben nada de la vida (me parece ver su sonrisita de burla cuando alguien distinto a ellos opina). Mi abuelita también acostumbraba a decirme: "hay mijo, lo que pasa es que el mínimo sentido de caridad nos requiere que lo entendamos y hasta perdonemos, no seas acomplejao".Ahora viene la parte de la explicación de todas estas barbaridades que al leerlas, estoy totalmente seguro que dijo: " Que Pepín falto de tacto. ¡Atreverse a hablar de nuestros compueblanos del norte!" Pues mire amigo, lo que pasa es que en este bendito pueblo cada vez llega más gente a repartir el bacalao porque cruzó el charco y vivió unos añitos o añotes en las entrañas del monstruo. Me da lo mismo si son obreros, peones, estudiantes, intelectuales, pequeños burgueses, taxistas, banqueros, boliteros o lo que sea. ¡Qué mucho saben esos tipos! Antes no me preocupaba mucho ya que los que venían eran tipos individuales, así como lo leyó, individuales, que es más o menos algo así como personas privadas. Usted sabe que hay gente privada y gente pública como hay carros privados y carros públicos o cosas privadas o cosas públicas. Eso lo que quiere decir es que la persona privada no tiene que ver con nada que lo afecte y que de afectar a alguien al único que afecta es a él. Claro está, siempre hay personas privadas que quieren dejarse sentir como personas públicas y normalemente lo logran comprando un equipote de música y con volumen infernal atacan al vecino por las ventanas, puertas, paredes y por todos sus poros durante todas las horas del día, todos los días de la semana. En cuanto a esto de los viajantes, las cosas han ido cambiando y con los cambios cualquiera se pone mal. Ahora resulta que el último de los difíciles que regresa y que tenemos que sufrir, es al talentoso, brillante, elocuente, trabajador, bravucón, machote (recuerde que diariamente nos deja saber que tiene los pantalones en su sitio) y compinche de nada más y nada menos que de Reto a la Grandeza y que tiene por título, Alcalde de San Sebastián y por nombre Mon Medina y Salas. Al que no le gusta el caldo se le dan tres tasas. Ahí tienen a un tipo público que nunca debió dejar de ser privado. Cojan ahora los que criticaban a uno u otro buen compueblano que llegaba con sus ínfulas y que por tener un poquito de pedantería, la gente se molestaba. Cojan también los que criticaban a Mon por permitir que Eulogio el buscón fuera su relacionista público. (Todo alcalde necesita de su Payeyo y todo Payeyo necesita de su alcalde). Pues mire amigo, como cambian las cosas. Esos malditos cambios que nos manejan en forma contínua, inevitable, imparable e ininterrumpida nos van a matar. Ahí tiene a uno que pudo ser su vecino privado convertido en alcalde y nada más y nada menos que adoptando a Eulogio (símbolo de moralidad, honestidad e integridad) de cotorro parlante, testaferro de tercera. Hasta a nuestro héroe Payeyo, segundo santo patrón, nos quiere usurpar. ¿Se lo compró a Mon o formaba parte de las finanzas municipales? ¡Pobre víctima que jura ser victimario!Pues amigos, Mon Medina y Salas, es uno de los que viene de allá que viene de forma distinta a la que se fue. Algunos alicates de turno gritan babeados como si estuvieran contemplando al Coloso de Rodas: " Nos salvamos. Con Mon Medina y Salas llegó la tecnología a nuestro pueblo, llegaron los adelantos y los conocimientos. ¡Por fin nos llegó el mundo de las computadoras, teléfonos móviles, localizadores y antenas parabólicas. Llegó el cambio, llegó el progreso!"Escuchaba en días pasados al Luis Dávila Colón (pero acéfalo) del Pepino, que engolando la voz y en la forma más solemne posible, decía después de par de rings: "Mire amigo, los estilos de administrar la cosa pública cambian dramáticamente y era hora de que trajéramos de allá los nuevos cambios, la nueva vida, el camino hacia un nuevo comienzo, el progreso". Tanta entrega y servilismo me produce pavor. Dicen que algunos populares comentaban que era una pena que Moncho hubiese perdido tantos años de universidad cuando pudo haber estado aprendiendo de verdad en las vivencias norteñas detrás del el volante de un mugroso taxi amarillo.Hay que tener mucho cuidado con los nuevos estilos. Generalmente, traen consigo los nuevos inventos computadorizados del robo, la busconería y el objetivo aparentemente inocuo del pleno disfrute del poder por el poder mismo. Recuerde que estamos tratando con tipos que saben mucho. Del robo artesanal fácilmente podemos pasar al tumbe fino ya que tenemos la tecnología para hacer cosas que antes se hacían con muchos allegados, entrometidos y colaboradores en la guisaera.Estos nuevos viajantes públicos saben mucho, tanto como creyeron saber Fernando Tonos y Nicolás Nogueras. Los pobres se vanaglorian de tener conocimientos incomparables adquiridos batiendo el cobre allí donde están los bravos y los que saben mucho, tanto que pueden venir a nuestra Isla a repartir el bacalao: doctores honoris causa en la jaivería de la vida. Socios de Eulogio... y ya usted sabe.Y mientras la gente va y viene de los Estados, en el barrio, Mon rasga la guitarra y con sonrisa malévola dibujada en los labios tararea aquél famoso bolero que dice: "Sonríes al pasar con ironía, porque me juzgas un rival vencido, insensato, la mujer que has elegido, antes que fuera tuya ha sido mía..." A la misma vez, pero en lugar distinto, el otro hace gala de su crónica tos, enciende un cigarrillo, toma una bocanada profunda y le dice a sus nuevos amos: "Fíjense todo lo que tengo que aguantar por ustedes, pero olvídense de eso, ustedes conocen mis lealtades, yo los entretengo... y ustedes pagan".