DESDE MI REFUGIO
(UNA AFRENTA IMPERDONABLE)
Todos ustedes saben lo que pasó en nuestro bendito pueblo con el asuntito este del huracán tipo tres llamado San Mateo (Georges para los noticiarios). Hay poco que añadir a lo mucho que se ha dicho sobre lo que sucedió. El santo sopló en grande y nos hizo tremenda avería dañando los materiales diarios, y de paso, los del espíritu. Cada vez que doy un “voltión” por los barrios de mi pueblo, tan sólo veo pena y dolor reflejado en el rostro de nuestra gente, la misma gente que aún teniendo el alma cansada, saca pecho diciendo que está presta a comenzar de nuevo aunque sea para contentarse en su profunda angustia y como analgésico campesino, cogerse de bobos.
Yo no estaría hablando del huracán, ya que todo se ha dicho y Odalys fue recuperada cambiando el panorama noticioso, sino fuera por lo que nos pasó a mi doña y a mí a los pocos minutos del santo paso del Santo. Como ustedes saben, mi casa era de panel y tablas de madera y aunque tenía unos añitos de construida, estaba fuerte. Era de la época de Yeyo Kid, el barbero, y ustedes saben que cuando Justo, el taxista de Perth Amboy, llegó a la alcaldía, no quiso brindarle ningún tipo de mantenimiento ni reparación ya que sabía que la casita era la única obra que había hecho el barbero y por eso no le interesaba que se conservara. En su inmensa mediocridad, no faltaba más, pensó que mantener o mejorar mi casa-panel constituía una amenaza para su guisito ya que le estaba reconociendo algo al adversario y eso en política no es bueno. Ese también fue el motivo para no ponerle ni siquiera una sola bombillita en la época navideña a pesar de que en la alcaldía estaban choretas y de que yo, en un artículo de la época, públicamente le pedí que me alumbrara y él, que es un tipo listo que tiene los pantalones en su sitio y se las sabe todas, no me hizo caso.
La víspera del huracán y siguiendo los consejos prudentes, inteligentes y magistrales que nos brindaba una ayudante especial del alcalde y Zaida, bajé al patio y cotejé los socos-columnas de la casa-panel, inspeccioné el pequeño techo que cubría el plano rectangular en que vivíamos y los clavos que mantenían los paneles fijados a los socos-columnas. Todo estaba en orden y tomando en consideración que los socos-columnas eran, nada más y nada menos, de postes prietos embarrados en brea de la Autoridad de Energía Eléctrica, jamás imaginé que viento alguno pudiera afectarlos. Fue por eso que mi señora y yo nos quedamos en la casa-panel y no nos fuimos a un refugio. Nos recogimos temprano en este eterno plano en que vivimos, y escuchando la continua repetición de las noticias de la tele y radio, esperamos pacientemente a que llegara el fenómeno del santo soplón.
Pasó el viento haciendo silbar nuestra casa mientras nosotros, nerviosos pero seguros, esperábamos a que el viento amainara. Así ocurrió y la casa no falló. Cuando los vientos, aún fuertes, eran ráfagas perdidas buscando desesperadas su espacio en el círculo de destrucción al que pertenecían y cansados por aquél largo día que casi no vió luz, nos abrazamos y con la fortaleza que brinda la compañía del ser querido, pedimos que al despertar no comenzara una pesadilla en nuestro pueblo. Sabíamos que otros vientos le afectaban el alma y ahora más que nunca necesitábamos mantenernos incólumes para librar la madre de las batallas. Esperando a que el sol por fin saliera y alguna luz trajera, con gran confianza, fe y esperanza, nos fuimos a descansar ya que Mon, digo, Justo no quería hablar por Radio Raíces, única emisora que estaba en el aire ya que la televisión se había huido. No nos habíamos dormido bien, cuando mi esposa, exaltada e histérica me despertó con un grito desgarrador de esos de películas de misterio del antiguo teatro Mislán (lugar donde ahora se venden zapatos). Caí parado del susto para luego caer en genuflexión a su lado, en oración al supremo creador. Mi señora, con su viejo rosario de camándulas grises en mano, pedía que nada pasara ante el temblor que estábamos experimentando. Fue ahí donde, repentinamente, entendí lo que pasaba. Había escuchado la palabra temblor. ¿Temblor? ¿No era acaso un huracán? ¿Era que el maldito había regresado y nos zarandeaba la casa? ¿Sería el virazón o la revirá? No, por el sacudión aquél que se sentía, definitivamente era un temblor. Cuando logré levantarme y me asomé a la ventana, lo primero que observaron mis viejos y pecadores ojos fueron las latas de pintura y pinceles regados en el patio. Lo otro que pude divisar fue una cadena mohosa de esas ordinarias de amarrar mazos de caña, que haciendo un lazo, agarraba ambos socos de nuestra casa-panel. Como si los estuviera contando y con la poca iluminación que había, seguí cada uno de los eslabones de la cadena y al extremo opuesto observé dos patas de animal que luego descubrí que eran las patas de un toro piel canela, con todo y el resto de toro. ¡No lo podía creer, un toro piel canela tiraba de una cadena que amarrada a la parte superior de los socos-columnas de nuestra casa, la echaba al suelo! Ante aquél cuadro aterrador y sabiendo lo que estaba pasando, mi señora y yo salimos por la parte trasera del panel y desde el patio de la casa de Rafita Aymat observamos la felonía. Demás está decir, que el toro piel canela estaba protegido por una cuadrilla de hombres armados vestidos de verde que parecían guardias municipales por lo que a la primera impresión me pareció un toro oficial. Uno de ellos gritaba: ¡tira, tira, que pueden regresar del refugio en cualquier momento y ya la ventolera está pasando!
La afrenta quedó consumada. La casita panel no resistió el jalón del toro piel canela y cayó. El obeso animal, con delicado volumen de dudoso tono masculino y aires de triunfo, mugió sonoramente tres veces mientras movía su colita.
Anonadados, eslembaos y patidifusos nos quedamos en el lugar esperando a ver qué otra cosa pasaría mientras al cuadrúpedo que no paraba de mover la cola como si algo pidiera, le desengancharon las mugrosas cadenas. Uno de los que estaba en el grupo, pero que no tenía uniforme verde, abrió un estuche que en la distancia y a través de las tinieblas, pudimos identificar como de color rosita. El hombre sin uniforme que era todo un elogio cabezón a lo ocurrido, se colocó un delantal azul claro y comenzó a peinar al maldito toro piel canela. Luego le limpió, brilló y retocó las pezuñas y con destreza sin igual le hizo unos pases con un aerosol que por lo que pudimos oler, era perfume demasiado femenino para ser masculino. Después le acarició todo el cuerpo como gratificándolo por su gran obra y le dió un largo y apasionado beso en la parte baja de su oreja izquierda. Finalmente le colocó un ramo de flores de colores llamativos en su rabo loco y le amarró un objeto a la pata derecha delantera que parecía algo así como un localizador o "beeper". El toro piel canela miró a todos lados, coquetamente movió sus glúteos con todo y rabo lleno de flores en colores llamativos y contrayendo la barriga para que no se le notara su naturaleza presumiblemente masculina, y contorneando su enorme cuerpo, se marchó con música de lo que allí dijeron era algo así como Fiel a la Verga o a los Vera, grupo musical que después descubrí que era su favorito, especialmente el césar trompetista. Como siempre se cuela un títere en todo lugar donde haya gente, mientras el toro piel canela se retiraba, alguien del grupo le pitó a la vez que le gritaba "adiós novilla de las altrusas".
Todos rieron menos mi señora y yo. Alguien distinto al títere aquél exclamó, "¡se jodió Pepín!" y los alcahuetes y soplapotes que protegían la afrenta, incluyendo al torero cabezudo de los elogios de delantal azul, se abrazaron en gesto de solidaridad en celebración macabra ante las ruinas de mi vieja casa-panel. Lo demás fue pan comido. Sin más testigos que ellos mismos (y nosotros) de la afrenta, llegó un camión de la Defensa Civil estatal o municipal, retrató las ruinas de nuestro panel como para perpetuar otra pérdida del huracán para FEMA y sin ton ni son destruyeron lo que quedaba. Echaron los escombros en un camión militar y se marcharon.
Después de eso, nosotros bien, gracias y yo siempre pintando y escribiendo aunque por ahora, desde nuestro refugio. De mi parte, gracias a todos los que nos han brindado su aliento y apoyo para seguir adelante. Ya pronto me podrán ver nuevamente, aunque a diferencia de antes, ahora me verán en muchos lugares, siempre pintando, escribiendo y asegurándole al tusa de alcalde que mi casa es el pueblo y a ese no lo destruye nadie.
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