miércoles, 15 de marzo de 2006


DESDE LA 111

LA INEXISTENCIA DE MI VIDA O
PEPIN VISITA AL SIQUIATRA

Aunque ustedes no lo crean, todo este lío de tormentas, temporales, huracanes, vaguadas, vientos fuertes, tempestades, vientecitos, nubarrones, aguaceros dispersos, demócratas y republicanos criollos y otras migajas, me lanzaron hasta las oficinas de una conocida y distinguida psiquiatra pepiniana que desde hace unos meses sustituye en la oficina a la que siempre ha sido mi psiquiatra de cabecera. Originalmente le fui a contar mis pesadillas diarias con paneles, planchas de zinc, Susan Soltero, las conferencias del gobernador con mangas remangadas, con burros y elefantes, pero la conversación tomó un giro distinto.

Entré a aquella fría oficina,donde había guindando en sus paredes varios cuadros viejos de payasos y en una mesa mugrosa una estiba de revistas sobadas y viejas en inglés, las que, en su mayor parte, contenían asuntos de medicina escritos para médicos. En el recibidor no había ningún otro atormentado. Tan solo estaba yo con los cuadros y revistas. Ustedes, los que han visitado un psiquiatra saben, o deberían saber, que casi todos trabajan sin secretarias. Algunos justifican esto afirmando que su juramento de Hipócrates los obliga a la confidencialidad y como las secretarias no han estudiado medicina no pueden hacer ese juramento por lo que prefieren no tenerlas. Otros dicen que es pura esclerosis bolsillezca. Hecha la aclaración, y luego de escuchar un "adelante", entré a la oficina de la psiquiatra sin secretaria, la cual, con libreta de apuntes en mano luego de sus cinco minutos diarios de meditación antes de comenzar labores, procedió a preguntar. Lo que les voy a contar no se puede creer pero la verdad es que vale la pena que ustedes se enteren y sepan lo que pasó a través de uno de los protagonistas que soy yo, ya que deben recordar que lo que ella escuchó es completamente confidencial y no lo puede contar. La doctora me preguntó mi nombre. Pepín de la Vega, Peón del Pueblo, le contesté.

Ahí mismo cambió el propósito de mi visita. La doctora, con aire doctoral y dando una sensación de control, tranquilidad y dominio de la situación se recostó en su asiento, cruzó las piernas, colocó la goma de su lápiz en los labios, viró un poco la cabeza, suavemente respiró hondo, frunció el entrecejo y me dijo: "¿Pepín qué ... ?" ¿Qué ustedes creen que le iba a contestar? "Pepín de la Vega, doctora, Peón del Pueblo, a sus órdenes."

Cambio de párrafo porque lo que les voy a contar merece espacio aparte. Para mejor comprensión lo voy a hacer en forma de diálogo (de lo que recuerdo, que no puede ser todo, por supuesto).

‑‑‑--Ella: ¿Dijo usted Pepín... de la Vega?
‑‑--‑Yo: No, yo dije Pepín de la Vega, Peón del Pueblo.
‑--‑‑Ella: Y... ¿quién le puso ese nombre?
‑--‑‑Yo: No sé , no recuerdo quiénes estaban allí.
‑--‑‑Ella: Amigo, relájese. Usted entenderá que yo no le hago ningún favor siguiéndole la corriente, pero es mi responsabilidad ayudarlo, por lo que no quiero que tome a mal esto que le voy a decir.
‑--‑‑Yo: Adelante.
‑‑‑--Ella: Pues fíjese, yo creo que usted no puede ser Pepín de la Vega.
‑‑--‑Yo: Señora, me sorprendeis (así como lo leyó, sorprendeis) que usted me diga que yo no soy yo.
‑‑‑--Ella: Es que usted no puede ser Pepín.
‑--‑‑Yo: ¿Cómo que no puedo ser Pepín?
‑--‑‑Ella: Señor, Pepín de la Vega no existe.

Les juro por la madre que me parió que lo que faltó fue un fondo musical de esos de misterios. Me sentí pasmado.

‑--‑‑Yo: Oiga, doctora, si yo no existo, entonces ¿quién es el que está enfrente a usted? (Lo que realmente me dieron ganas de preguntarle fue: ¿quién es el que va a pagar la cuenta?)
‑--‑‑Ella: Entiéndame. Padece usted del mal de disfunción empedernida de la personalidad con retrocesos mentales paranoicos, esquizofrénicos, maniaco‑depresivos y agudos en su más alta clasificación absurda, subliminal, supersónica, sublinstática, retrógrada, falsa bipolar y embustera.
‑--‑‑Yo: Realmente no entiendo. Usted niega mi existencia como chuparse un límber.
--‑‑‑Ella: No, su existencia no, usted está ahí, usted existe.
--‑‑‑Yo: Entonces, ¿qué rayos pasa?
‑--‑‑Ella: No se desespere amigo, su condición, aunque crónica, tiene remedio o, por lo menos, alivio. Es posible que usted no esté relacionado con la literatura que ilustra lo que le está pasando, pero su condición es algo así como coger pon con otra personalidad (eso de coger pon con otra personalidad me produjo inmensas ganas de reir).
--‑‑‑Yo: Pero, doctora, ¿por qué usted cree que yo voy a querer ser otra persona teniendo tan mala suerte que esa otra persona no existe?
‑--‑‑Ella: Es lo que le digo, amigo, hay una disfunción bilateral que le hace tocar a las puertas de otra personalidad con la sola complicación de que es una disfunción en retro que es lo mismo que decir que es al revés, del otro lado o en dirección opuesta sin que se pueda entender que estamos hablando de desviaciones de otro tipo, ni que esta explicación tiene que ver con cantinfladas cretinescas tipo Chavo o Chapulín Colorado.
‑--‑‑Yo: Usted perdone, pero nuevamente no puedo entender.
‑‑--‑Ella: Fíjese, le voy a explicar lo del retro y al revés y todas esas cosas que le he dicho antes. No quiero que se haga de ilusiones por los ejemplos que le voy a mencionar, pero imagínese que a esta oficina entran José Martínez Ruiz, Félix Rubén García Sarmiento, Neftalí Ricardo Reyes y Lionel Valentín.
--‑‑‑Yo: No los conozco.
‑‑--‑Ella: Pues sí que los conoce. José Martínez Ruiz es el famoso Azorín, Félix Rubén García Sarmiento es Rubén Darío, Neftalí Ricardo Reyes es Pablo Neruda y Lionel Valentín es Lenoil. Fíjese que cada uno de estos famosos artistas han hecho una gran obra utilizando lo que usted muy bien conoce, ya que presumo que estudió con la maestra Ruiz, y que se llama seudónimo. Esta gente nada más y nada menos publicaron todas sus grandes obras utilizando seudónimos.
‑‑--‑Yo: Entiendo doctora, pero la verdad es que no entiendo.
‑--‑‑Ella: Déjeme terminar. Como le decía antes, estas personas han utilizado un seudónimo, pero cuando le di el ejemplo de que se imaginara que entraban a mi oficina, le dije el nombre correcto de ellos, esto es, ellos entran aquí con su verdadera identidad aunque puedan utilizar otro nombre para otras cosas, tales como escribir, pintar o realizar algún trabajo. Recuerde que yo también soy pepiniana y leo los periódicos locales.
‑‑--‑Yo: Y...
‑‑--‑Ella: Pues que usted debe saber que yo leí la carta de presentación que usted escribió en el periódico Pepino.
‑‑‑--Yo: Sí, y ¿qué tiene malo lo que yo escribí?
‑‑--‑Ella: No, no es que tenga nada malo. Al contrario, creo que eso es una buena terapia y lo ayudará mucho a resolver sus problemas, pero en ese primer escrito usted se presentó como Pepín de la Vega, Peón del Pueblo y eso no es más que un seudónimo.
‑--‑‑Yo: No creo en eso de seudónimos. Si voy a decir o hacer algo lo hago por mis pantalones. Yo también tengo pantalones al igual que el alcalde y digo lo que digo sin necesidad de escudarme detrás de nadie. Lo otro sería una cobardía.
--‑‑‑Ella: Se equivoca usted nuevamente. No es una cobardía. Los versos del capitán no fueron firmados por el autor no por cobardía sino por temor a delatar a alguien que el autor quería mucho y que todo lo que le decía era hermoso. Sencillamente amigo, hay cosas que uno no quiere que los demás sepan que fue uno quien las dijo o hizo por el motivo que sea. Por ejemplo, hay verdades tan horrorosas que se deben decir para que no se repitan, pero muchas veces el que las sabe no se atreve a decirlas porque tiene más vergüenza que el que las hace y se avergüenza en doble partida, esto es, por los dos. A eso le llaman, padecer de vergüenza ajena. ¿No ha sentido usted acaso vergüenza por lo que ha hecho un amigo?
‑‑--‑Yo: Sí, me ha pasado.
‑‑--‑Ella: Pues muchas veces lo que se va a decir es tan bochornoso que el que lo va a decir no se atreve a asomar la cara aún sabiendo que le conviene a todos que la verdad se diga. Detrás de esa vergüenza se esconden los bribones para continuar haciendo fechorías en los pueblos. Ellos saben que los que conocen de sus malas actuaciones no se atreven a decirlas por puro bochorno y por eso siguen lo más caripelados. Claro está, estamos hablando de cosas que se dicen y que llevan en sí toda la confiabilidad del mundo porque son ciertas, los pueblos las saben y son de fácil comprobación.
‑--‑‑Yo: Unj .
‑‑‑--Ella: Hay otras ocasiones en que se quiere proteger a una persona, o por falsas modestias no se dice el nombre del autor, o el autor teme que lo que va a decir no sea bien aceptado por su estilo o su calidad o sencillamente la persona, aunque sabe que lo que va a decir es una verdad tan grande y pesada como algunos candidatos a alcaldes, no quiere mencionar su nombre para no figurar en los anales del pueblo como la válvula de escape del espíritu de la comunidad.
‑--‑‑Yo: Se lo dije, si se tiene temor es porque no se es un machote con los calzones bien puestos en su sitio.
‑‑--‑Ella: No, no se deje manipular por los que quieren que usted no diga nada, ya que ellos lo que pretenden es que usted no hable, y como recurso poco inteligente, le formulan argumentos de machismos tontos recurriendo así a los más primitivos instintos de conservación.
‑--‑‑Yo: No lo entiendo muy bien, pero usted me convierte una cuestión que para mí era pecaminosa, en ventajosa.
‑‑--‑Ella: No tan así, pero algo así.
‑--‑‑Yo: Y, ¿por qué si no es malo tanta gente lo critica?
‑‑‑--Ella: Buena pregunta. Lo que pasa es que la gente que tiene el sartén agarrado por el mango crea una falsa moral para continuar con el sartén agarrado por el mango, de forma tal que nadie le pueda meter mano y ellos puedan continuar en sus cloaqueras posiciones de poder o predominio. A eso en psicología le llamamos hegemonía pluscuanperfecta sobre territorios mentales aislados y circunvecinos o castración del intelecto de la oposición.
‑‑--‑Yo: Pero, imagínese usted que a una persona se le ocurriera enviar a un periódico un montón de mentiras, descréditos, falsedades traperas, embustes y todas esas cosas que se usan para desacreditar a la gente.
‑‑--‑Ella: Puede usted estar seguro de que el periódico no se los publicará. Los periódicos responsables y serios que no están vendidos a nadie como lo está el Progreso, no son bobos. Las cosas de fácil comprobación no se cuestionan porque nadie le va a pedir a un periódico que le pruebe lo que el pueblo sabe por intuición, por ser parte de él mismo.
‑--‑‑Yo: O sea, si es falso hay como un freno automático que no permitiría que se publique.
‑--‑‑Ella: Eso mismo, nos estamos entendiendo. Recuerde que los legisladores dicen que la única defensa del editor, es que lo publicado sea cierto, aunque no lleve firma. Pero lo importante aquí es que usted sepa que a través de los siglos siempre se han utilizado los seudónimos y si estos son bien intencionados, son una buena manera de hacer un trabajo que de otra forma no se podría hacer. Por lo menos, eso fue lo que entendí de lo que me explicó un amigo que dice que sabe de esas cosas.
‑--‑‑Yo: Ahora, dígame, ¿que tiene eso que ver conmigo?
‑--‑‑Ella: Lo que pasa es que usted viene a decirme que es un seudónimo.
‑--‑‑Yo: No soy ningún seudónimo, soy yo mismo y no tengo necesidad de usar un nombre distinto al mío.
--‑‑‑Ella: Usted sabe que sé que usted es otra persona con otro nombre, que por casualidad es su verdadero nombre. Amigo, las cosas no están tan malas como para irse al clandestinaje. No me venga con el cuento de que usted es Pepín de la Vega, Peón del Pueblo. Pepín de la Vega es un personaje ficticio que está pintado en un panel en la entrada de Raholisa. No siente ni padece y mucho menos escribe, ni visita psiquiatras.
‑‑‑--Yo: Se equivoca, doctora. Aquel que está allá soy yo y puede ir ahora mismo mientras espero en su oficina, a ver si estoy allí. Mientras esté aquí, no estaré en mi panel. Haga la prueba. Si usted no puede entender que existo, es que no repasó mi expediente antes de invitarme a entrar, o no es de este pueblo (al igual que aquel otro) ni sabe nada de lo que pasa a su alrededor. Soy pueblo, soy hojarasca que busca pegarse al suelo con briznas de amor para abonar mi tierra. Es posible que los comentarios que corren por ahí la hayan confundido. El hecho de que algún cretino, imbécil o buscón de última hora, haya resentido mi presencia reaccionando con discusiones, puños y empujones, no puede ser fundamento para que niegue mi existencia. Al menos, busque mi expediente para que vea cómo me llamo.

Con sonrisa burlona y demostrando tener dominio de la situación, la doctora se levantó y abrió un viejo archivo gris tamaño carta. Luego de buscar, sacó un cartapacio amarillento, lo abrió y leyó en alta voz: Pepín de la Vega, Peón del Pueblo. Continuó leyendo y en ningún lugar había una nota sobre robo de personalidad ni nada por el estilo. No dijo ni una sola palabra. Colocó el expediente encima del archivo, abrió la credencia que le queda detrás del asiento y se sirvió un vaso de algo que por el olor, aparentaba ser una bebida fuerte. Como hipnotizada, se tomó la mitad a cul cul.

--‑‑‑Yo: Se lo dije, doctora, se lo dije.
‑--‑‑Ella: Pero es que no puede ser, no puede ser.

Viéndola cabizbaja me levanté, deposité en una esquina de la superficie de su escritorio el pago de la consulta y me dispuse a marchar. Cuando abrí la puerta del consultorio, el esposo de la psiquiatra se proponía entrar. Al verme, me echó los brazos y me dijo: ¡Coño, Pepín de la Vega, desde la escuela superior no te veía!

Detrás de nosotros un vaso de cristal cayó al suelo y perdió la forma. Temeroso de alguna otra reacción me limité a decirle un escueto "me alegra verte" y me marché . Atrás quedó el hombre con su nuevo problema y yo juré jamás visitar aquella oficina. Cuando salí, saludé a un pobre hombre que jugaba con un yoyo en el recibidor. Me detuve para decirle que no entrara, pero pensé en mi amigo, esposo de la psiquiatra, y apresuré el paso.

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