viernes, 31 de marzo de 2006

DESDE LA 111
BOMBILLAS PARA MI CASA 
Por: Pepín de la Vega 

Mucha gente las critica, pero la verdad es que a mí me gustan. Es posible que después de lo que realmente significa la época, esa luz artificial sea lo más hermoso de la Navidad. No importa el color ni el tamaño, las lucesitas me gustan. Que yo sepa, a nadie se le ha ocurrido hacer un estudio, de esos exhaustivos que acostumbramos a hacer para todo, para determinar el origen de las bombillas en guirnaldas, adornos y todo tipo de guindalejos. Pienso, sin pensar que me estoy imaginando lo más grande del mundo, que las bombillitas son una representación simbólica de la estrella de Belén, aquella estrella olvidada que si yo fuera ella con toda su luz, brillo y color, estaría todavía echándomela por haber alumbrado aquél maravilloso milagro. Lo repito porque no me voy a cansar de decirlo: las bombillitas me gustan.No me venga con el cuento nacionalista, chovinista y etnocentrista, de que las bombillas son un invento norteamericano que no forma parte de nuestra cultura. Por culpa de ese mismo cuento, en la casa de mis padres nunca hubo un árbol Navidad, relamiéndome con los de los vecinos. ¡Qué mucho me gustaban! ¡Cuidado que el olor a King Pine me seducía mis sueños navideños de niño! No, pero en mi casa, a pesar de mis locos y desesperados deseos infantiles que no entendía pero que me mataban, nunca pedí un arbolito porque sabía que el pedido no era posible, tan imposible como pedirle revólveres de fulminantes a los Reyes. No sé en qué época de mi vida aprendí a no pedir algunas cosas. Algunas veces, pienso que nací con esas prohibiciones, pues la verdad es que no recuerdo cuándo me las impusieron. Uno de los momentos más tristes de mi vida, fue cuando ya grandecito descubrí en un programa del canal seis, que los arbolitos no eran ninguna invención norteamericana. ¡Tanta privación y no existía pecado! Me dolió mucho haberme privado de su encanto, pero perdoné a mis padres, aunque me he preguntado en más de una ocasión si actué bien al perdonarlos. Así que independientemente de que Víctor Fajardo el corrupto, el que prohibió las fiestas de Halloween en las escuelas, entienda que las bombillas son paganas, malsanas o cristianas, lo cierto es que a me siguen encantando.Las bombillas son alegría. Si son de colores, son dos veces alegrìa. Si están bien ordenaditas, son tres veces alegría. Si prenden y apagan rítmicamente, son demasiado alegría y si nos pertenecen, la felicidad es completa. Las bombillas son como quinqués en la noche que pulsean con las tinieblas y hacen la vida más clara. Son tintineos, malabarismos de colores y luces en funambulismo constante que parecen tener vida y nos hablan coqueteando con nuestra imaginación e invitándonos a esperar a que se enciendan por aquí o por allá, de un color o de otro, de mayor o menor intensidad. Si no juegan a prender y a apagar, son igualmente hermosas. Son como una representación casera de un trozo de cielo borincano en plena Navidad. En este país donde cada día hay más oscuridad, frío y tristeza, hace falta una dosis de ellas para inundar con un poco de luz y alegría esta pobre tierra nuestra, que a fuerza de tiros se nos apaga poco a poco.Desde hace años, y llegada la época navideña, espero ansioso que la imitación de carrillón desafinado y fuera de revolución que tiene la iglesia católica, suene las seis campanadas de la tarde anunciando la noche y me voy de excursión por urbanizaciones, caseríos, barriadas, barrios cercanos y lejanos, por trillos y veredas, valles, montañas, caminos, calles, carreteras, ciudad, altura y bajura, para ver el milagro de la luz y el color en mi pueblo. Últimamente, y para mi alegría, he notado que las lucesitas aumentan vertiginosamente.Tarde en la noche, regreso emocionado a mi panel con ellas en mi recuerdo, a pensar en su significado, en los niños del pueblo reflejando en sus caritas la alegría de los colores y la luz, y muchas veces me duermo añorando el día en que la luz no sea artificial y todos alumbremos con nuestra presencia como alumbran los niños con la suya. En más de una ocasión he tenido serias y fuertes disputas con varios amigos sobre el tema. Muchos adoptan poses de economistas preocupados por el ingreso nacional bruto y tomando mi pasión como blanco, disparan a mansalva contra las bombillas navideñas. En este país donde se despilfarra tanto dinero que no se tiene y que todo el mundo tiene un loco deseo de botar cosas (eso de estar botando cosas siempre me ha parecido una forma de demostrar que se tiene mucho), que nadie me venga con el cuento de que hay que economizar en bombillitas de Navidad. Si yo si fuera el zángano que dirige la Autoridad de Energía Eléctrica, no cobraría el aumento en consumo por la utilización de bombillas y si me cucan mucho, tampoco cobraría el consumo de diciembre y la mitad de enero. Una agencia que se dió el lujo de pagar 48 millones de dólares porque le cambiaran el nombre de Fuentes Fluviales a Energía Eléctrica y compró una planta nuclear obsoleta pagando 240 mil dólares mensuales por su almacenamiento y que luego de muchos años de almacenada decidió no utilizarla porque estaba vieja y que diariamente nos roba con el desajuste de los metros de los contadores y por cargos ilegales de todo tipo, puede hacerlo que le digo y devolvernos un poco de lo que se ha robado, y seguir feliz y contenta planificando otros robos, traqueteos e inmundicias.Así que antes de que el club de genios que tenemos en la legislatura de Puerta de Tierra, regule los anuncios de las agencias gubernamentales, sugiero desde este panel, que la Autoridad de Energía Eléctrica haga una gran campaña nacional invitando a toda la ciudadanía a encender luces y a instalar, decorar y exhibir todas las bombillas que se puedan acumular. Tal vez así veamos a nuestro pequeño mundo más claro, lindo y alegre.No crean que le he hecho este cuento así porque sí. Desde hace unos años, me mudé a este terreno baldío en la entrada de Raholisa. Aquì he pasado las últimas Navidades, Año Nuevo y Reyes. Aquí he estado, encaramado en mi panel, con el mismo semblante y sin cansancio ni molestia, siempre saludando. Ustedes son testigos. Desde aquí he visto pasar tremendas trullas y he sentido la alegría de los vecinos, viandantes y visitantes. Por las rendijas de mis paneles, además de la brisa de la época, se ha colado la alegría navideña de la comunidad, y aunque siempre permanezco de espaldas a la urbanización, no crea, algo me afecta. Desde aquí he escuchado las alegres parrandas en españolque le han traído a mi vecino, señor Ramón Nieves y, entre ladrido y ladrido de su perro cautivo con cadena larga, he cogido el ritmo de un aguinaldo al son de una invitación para que los parranderos entren y se den el palo. Aunque ese hombre quiere ser hijo de otra madre, disfruta de nuestras tradiciones como nadie. Desde aquí he visto al pueblo viajar hasta el camposanto nuevo municipal a cumplir con un saludo navideño a los que navidades ya no tienen. He visto muchas cosas en navidad, pero no crean que hago este cuento así porque sí.He visto muchas cosas pero nadie me ha visto a mí. Sí, así como lo escucha, nadie me ha visto. Y es que amigos, no tengo luces navideñas. No hay una bombillita, ni guir-nalda, ni guindalejo. La loca decoradora municipal me ha dejado sólo siendo yo la máxima representación de este pueblo. En algunas ocasiones, uno u otro cucubano juguetón que pierde su manada, viene a alumbrar tenuemente mis noches navideñas como si quisiera consolar con su gracia, esta oscuridad que en este tiempo me castiga. Aquí me treparon, me encaramaron y me soltaron. Los que me mudaron, ni en época navideña, se acuerdan de mí. Por más que he tratado no he conseguido auspicio ni ayuda para, por lo menos en época navideña, tener mi bombillita. La comunidad no se opone. He hablado con el señor Nieves y los demàs vecinos y todos me han dicho que pueden prender mis bombillitas.De Peón a Obrero, aquí va el fajaso, señor alcalde. Usted sabe que no soy de los de usted. Es más, usted sabe que desde hace tiempo no soy de nadie y que lo único que pretendo es hablar como papagayo a ver si convenzo a alguien de nada. Usted no es como yo. Usted es de los que cree que la vida se compone de asfalto, hormigón, varillas, plásticos, aluminio, paredes, puentes, maderas, comer, dormir y sexear. Mírese y compruébelo. A pesar de eso, no discrimine contra este Peón del Pueblo. Aunque su oficio (el legal, el de alcalde) se parece mucho al mío, usted que no sabe lo que es la luz, tiene bombillas de más y yo no tengo ninguna. Basta que en las noches de Navidad se asome al balcón de la alcaldía para darse un banquete de bombillas taurinas bien puestas. Justo, no es alcalde, digo, alcalde, no es justo. Lo único que quiero es un par de bombillitas. Estoy seguro de que cualquier vecino está en la disposición de darnos un chorrito de energía eléctrica o quizá la Autoridad se ponga pálida por primera vez en su vida y decida dar algo de lo mucho que roba. Si no, ordénele a la Autoridad a través de su simpático director de finanzas (el que trabajaba en el Western, el banco que ahora por casualidad tiene la cuenta del municipio y la de las empresas Progreso) que coloque luz en mi terreno, tal y como hacen los alcaldes con la gente a la que quieren favorecer.(Me enteré que a los que no quieren favorecer sino fastidiar, le hacen lo mismo pero al revés, le mandan a quitar la luz. Eso lo escuché en un programa radial donde decían que por órdenes de uno de sus alcahuetes, le quitaron el alumbrado público que Radio Raíces tenía hacía 30 años)Si usted tiene los pantalones en su sitio, como siempre dice en todo discurso (aparentemente por dudas de que realmente los tiene) me alegra mi casa con toda una guirnalda en colores de esas que prenden y apagan rítmicamente, aunque sea de las que le sobraron de las Fiestas Patronales. Estoy dispuesto a aceptar hasta par de hachos. Me conoce y sabe que no le prometo nada. Anímese, no le haga caso a los sabios consejos de su guía moral Fulano de Tal y Mascual (esa insistencia del "y" me da la impresión de que el tipo quiere asegurarse de que todos sepan que tiene madre) aunque sea en Navidad y póngale lucesitas a este símbolo pepiniano que usted, al no bajarme al inaugurar su incumbencia, aceptó por adopción, tradición, accidente y tolerancia. Si complació a los populares, que tampoco son de los de usted y le colocó un retratote en colores de Muñoz en la entrada del pueblo, y a los independentistas le hizo un paseo 24 de septiembre para que tengan un lugar donde hacer sus actividades de concentraciones nacionales, que es mucho más de lo que le pìdo, puede concederle al Peón del Pueblo este reclamo. Al fin y al cabo, usted se debe a lo que represento y de mí obtiene su salario. Tiene la palabra. Le prometo que continuaré con la mía y FELIZ NAVIDAD, AÑO NUEVO Y REYES.


sábado, 18 de marzo de 2006


BAYANO 
Por: Pepín de la Vega 

Recientemente conseguí un buen guisito con un nuevo contratista del Pepino que antes era agricultor y honesto y ahora, no es ni agricultor ni honesto, pero es contratista. Estoy en Aguada pintando mugres edificios con colores descombinados (uso los que me dan) y me pagan bastante bien. Como pego a trabajar bien temprano en la mañana, regreso al Pepino en mitad de la tarde a quitarme un poco los colores del día mientras me recreo en los del atardecer, mucho más hermosos, fatigados como yo y siempre retando nuestra imaginación con sus múltiples dibujos animados en el espacio.
Como ustedes saben donde vivo, conocen que la ruta que tomo para llegar hasta mi panel es la nueva carretera 111 hasta tropezar con el desvío que comenzó Yeyo Kid el barbero y siguió Justo Román y Beltrán, el taxista de Perth Amboy y desatinadamente autoproclamado Obrero del Pueblo. Para aplacar a los críticos de barricada, aclaro que las menciones de sus profesiones son estrictamente para fines de identificación ya que normalmente y con el paso del tiempo, se parecen tanto unos a otros, que se nos confunden. Continúo. Antes de llegar a la Autoridad de Energía Eléctrica con todos sus guindalejos y negros cables ordinarios regados por el cielo en amenaza constante de electrocución instantánea, usted tiene que pasar por los nuevos recibidores del Pepino: Pepino Shopping Center, Taco Bell y Mac Donalds. ¿Sabe usted lo que me pasó un triste viernes 6 de marzo de 1998? Pues si no lo sabe, despreocúpese que usted no tiene porqué saberlo y realmente es una tontería más de este mal rato de vida. Ese día regresaba del trabajo lo más orondo en viaje hacia mi panel, cuando noté que el gorro de Taco Bell, esto es, la parte roja de arriba que estaba hecha a cuatro aguas, no tenía nivel. Estaba de medio sosquín, como sombrero de bandido de las series semanales del Mislán. Mis ojos se enredaron con aquella visión quedándose guindados del techo virado y se me fue la cabeza del lado derecho. Faltó poco para emborujar la guaguita que guiaba con la barrera de seguridad del Mac Donalds. Como no me quedo con nada de nadie, me detuve y para que no me contaran, retrocedí hasta llegar hasta en frente del edificio con sombrero desnivelado y que aparentaba haber recibido una reciente agresión. Señoras finas del Pepino y queridos amigos pequeños burgueses que bilingüemente maldicen y hablan sucio día tras días en sus hogares, pero que califican como tusas a los que accidentalmente lo hacen fuera de sus casas, perdonen la expresión ya que ustedes saben que no acostumbro a hablar mal, no porque ustedes se sientan sino porque no me gusta, ¡me encojoné! 
Perdóname Pilar Rodríguez con todas tus altrusas de ridículo chaleco azul, finas como tu, pero me encojoné. No hagamos una discusión ahora de lo que quiere decir me encojoné, pero me encojoné. He buscado una palabra elegante para explicar lo que sentí, pero las que existen no exponen tan claramente lo que les quiero decir. Sencillamente me encojoné. 
Como en las noticias de las seis, veamos en detalle el estado de ánimo antes expuesto. Yo tenía un amigo que se llamaba Bayano. Es posible que ustedes no lo recuerden porque no tenía dinero ni estaba en la política ni hablaba por la WLRP, pero Bayano trabajó con cuanto contratista existió en el Pepino. A mi me dijeron que comenzó con el Indio, luego con aquél viejo loco Alberty, con el pobretón de Tite Pagán, después con Barbosa, Efraín Acevedo, Chendo Peña, Pedro Luis el tramposo y síguelo que no acabamos. Bayano no era un experto en materiales ni sabía de lectura de planos ni compra de equipo. Bayano no sabía leer ni escribir pero sabía trabajar como un esclavo no importa en qué tarea le asignaran en la construcción. Trabajaba y se acabó. Lo mismo descargaba un camión, que sustituía una pala mecánica con un buen pico de punta y paleta, que cortaba, martillaba, cargaba, almacenaba, mezclaba y hacía lo que había que hacer para hacer bien lo que se estaba haciendo. Era una máquina de trabajo y era mi pana viejo. Además de eso y de ñapa, era un hombre serio, bueno y en el tiempo muerto de la construcción, vendía gandules sin desgranar. Aunque era mayor que yo, cuando me inicié en los menesteres de cambiar los colores que de nacimiento traen las cosas, compartí unos cuantos proyectos con él. Bayano era lo que por ahí conocemos como un obrero no diestro, un peón del pueblo como yo. 
Cuando ese hombre aparentaba estar cansado, estaba cansado. Estaba cansado porque trabajaba mucho y se ganaba honradamente hasta la última peseta que le pagaban. Cada vez que veo al maestro de deportes de la Patria que me pasa por el lado hacia la escuela, que como buen heredero de Míster Monchín, sin dar un tajo se ha estado robando durante treinta y seis años un jugoso salario del gobierno, pienso en Bayano y me da coraje. Algún día alguien tendrá que escribir sobre la corrupción que representa conseguir un trabajo, recibir una paga y no trabajar, pero eso es otro cuento al que los buscones le llaman cariñosamente “ser listo”. Todos los contratistas que le mencioné anteriormente y los que no mencioné porque no los conozco o se me olvidaron, se peleaban a Bayano siendo uno de los primeros obreros en ganar más de lo que los demás ganaban porque en igual tiempo hacía más que los demás. 
Ya viejo, cansado, y con parte de sus intestinos guindándole en protuberancia evidente, en el último lugar en que trabajó fue en la construcción del edificio del Taco Bell en el Pepino. Fue su trabajo de despedida y es posible que por tal motivo, en esa construcción, nuestro amigo hizo de todo. El contratista que lo ocupó, sabía de lo que Bayano era que capaz. Así que casi casi le soltó la edificación completa y el hombre, que no era un obrero diestro, cargó, almacenó, mezcló, martilló, haló, empujó, subió, bajó, soldó, serruchó, pintó, midió, decoró, hizo trabajo eléctrico, sanitario, de cerámica, de aluminio, madera, cristalería y muchas cosas más. Con tal empuje, pasó lo que tenía que pasar, la construcción se terminó, mi amigo se agotó y la protuberancia aumentó. Fue una agotada llena de satisfacción y dolor (dolor, sí, porque los guindalejos imprevistos duelen), ya que además de ganarse unos chavitos para pagar las deudas familiares, se llenó de orgullo con la belleza de la obra y quedó convencido de que el edificio del Taco Bell era el más hermoso que había visto. Según él era más bello que la casa grande de la plaza de la señora aquella que decía muchos disparates pero que la gente la encontraba genial y culta porque era rica y viuda de un hombre de letras, como si las neuronas se adquirieran en quincalla o por vínculo matrimonial. Para este Miguel Ángel nuestro, aquella era su basílica de San Pedro. Bayano decía que el edificio era tan y tan lindo que parecía de embuste. Según él, aquella edificación era la más bonita que había en el pueblo y la más hermosa en la que había trabajado. 
Tal era el apasionamiento que mi amigo tenía con aquél edificio, que en una mesita de la sala de su casa donde se colocaban los retratos de la familia, del Sagrado Corazón, de Muñoz y Kennedy, tenía una foto del Taco Bell que por casualidad quedaba en frente a uno de él dando la impresión de que siempre lo estaba mirando. Era común verlo en las tardes caminando frente al edificio como para asegurarse de que todavía estaba allí y recrearse en su belleza. Era su guardián silente en la distancia y cuando lo visitaba le daba la sensación de que le pertenecía. Su orgullo era tanto, que el pobre hombre, viejo ya para cambiar sus gustos culinarios, comenzó a comer lo que para él también eran maravillas de platos mejicanos hechos en la cocina de acero inoxidable que ayudó a ensamblar y que era parte de su obra. 
Fatigado de toda una vida de trabajo, de tantas órdenes recibidas y ejecutadas, Bayano se retiró a descansar un poco y a esperar pacientemente por la inevitable Pelegrina mientras el tiempo pasaba. Para ese entonces sus padeceres exteriores habían aumentado hasta el descontrol y su pasión por la obra había trotado hasta la obsesión. No había quién lo soportara echándoselas siempre de su última construcción y cuando jugábamos una mesita de dominó, había apuestas a ver cuánto se tardaba en sacar la conversación de lo que para él era el mejor y más atractivo edificio del pueblo. 
Nunca olvido aquél triste y trágico domingo en que las fichas se le cayeron de sus callosas y cansadas manos y se horrorizó cuando vió por la tele, cómo explosionaban un no tan viejo condominio en San Juan porque la titerería disparaba desde él a los buenazos de policías. Se le encrisparon los pelos tan solo con pensar que a su obra algún día le pudiera pasar lo mismo. Se indignó y sintió que mucho trabajo se venía al suelo, que muchos recursos se caían y perdían y que todo aquél espectáculo macabro no era otra cosa que una burla al esfuerzo, a la economía maltrecha de nuestro pueblo y al trabajo de los muchos obreros como él que se fajaron construyendo el multipiso. El emperador Carlos V, cuando vió la destrucción de la Mezquita en Córdoba, sumamente molesto dijo, "Facéis lo que hay en otras muchas partes y habéis desfecho lo que era único." Bayano, que no era emperador y era del Pepino, dijo algo parecido: "¿Cómo carajo es posible que después de que explotaron a tanta gente para lograr construirlo, ahora exploten el producto de la explotación?" Perdóname nuevamente Pilar, pero yo pienso igual que mi amigo: hay que ser bien pendejo para trabajar destruyendo tanto trabajo. 
Pues aquél inolvidable y triste seis de marzo mis pecadores y viejos ojos vieron lo que ya ustedes se imaginan: estaban destruyendo el Taco Bell. Aparentemente al perrito mejicano le dió tanto coraje de que no hubiera muchas ventas, que sin ton ni son ordenó la destrucción del edificio lindo de mi amigo. Pensé en Bayano y en lo orgulloso, contento y satisfecho que estaba con su trabajo. Tuve unos inmensos deseos de buscar al Chiguagua que quiere Taco Bell y retarlo a un duelo a muerte, pero me contuve. Por un minuto olvidé que Bayano, que parece que presentía lo que pasaría con su obra, burlándose del desastre, había muerto hacía varios meses. Me despedí del lugar y me fuí al viejo cementerio municipal. Le hablé a Bayano y a nombre de todos los que honran el trabajo trabajando, le pedí perdón.

miércoles, 15 de marzo de 2006


DESDE LA 111

LA INEXISTENCIA DE MI VIDA O
PEPIN VISITA AL SIQUIATRA

Aunque ustedes no lo crean, todo este lío de tormentas, temporales, huracanes, vaguadas, vientos fuertes, tempestades, vientecitos, nubarrones, aguaceros dispersos, demócratas y republicanos criollos y otras migajas, me lanzaron hasta las oficinas de una conocida y distinguida psiquiatra pepiniana que desde hace unos meses sustituye en la oficina a la que siempre ha sido mi psiquiatra de cabecera. Originalmente le fui a contar mis pesadillas diarias con paneles, planchas de zinc, Susan Soltero, las conferencias del gobernador con mangas remangadas, con burros y elefantes, pero la conversación tomó un giro distinto.

Entré a aquella fría oficina,donde había guindando en sus paredes varios cuadros viejos de payasos y en una mesa mugrosa una estiba de revistas sobadas y viejas en inglés, las que, en su mayor parte, contenían asuntos de medicina escritos para médicos. En el recibidor no había ningún otro atormentado. Tan solo estaba yo con los cuadros y revistas. Ustedes, los que han visitado un psiquiatra saben, o deberían saber, que casi todos trabajan sin secretarias. Algunos justifican esto afirmando que su juramento de Hipócrates los obliga a la confidencialidad y como las secretarias no han estudiado medicina no pueden hacer ese juramento por lo que prefieren no tenerlas. Otros dicen que es pura esclerosis bolsillezca. Hecha la aclaración, y luego de escuchar un "adelante", entré a la oficina de la psiquiatra sin secretaria, la cual, con libreta de apuntes en mano luego de sus cinco minutos diarios de meditación antes de comenzar labores, procedió a preguntar. Lo que les voy a contar no se puede creer pero la verdad es que vale la pena que ustedes se enteren y sepan lo que pasó a través de uno de los protagonistas que soy yo, ya que deben recordar que lo que ella escuchó es completamente confidencial y no lo puede contar. La doctora me preguntó mi nombre. Pepín de la Vega, Peón del Pueblo, le contesté.

Ahí mismo cambió el propósito de mi visita. La doctora, con aire doctoral y dando una sensación de control, tranquilidad y dominio de la situación se recostó en su asiento, cruzó las piernas, colocó la goma de su lápiz en los labios, viró un poco la cabeza, suavemente respiró hondo, frunció el entrecejo y me dijo: "¿Pepín qué ... ?" ¿Qué ustedes creen que le iba a contestar? "Pepín de la Vega, doctora, Peón del Pueblo, a sus órdenes."

Cambio de párrafo porque lo que les voy a contar merece espacio aparte. Para mejor comprensión lo voy a hacer en forma de diálogo (de lo que recuerdo, que no puede ser todo, por supuesto).

‑‑‑--Ella: ¿Dijo usted Pepín... de la Vega?
‑‑--‑Yo: No, yo dije Pepín de la Vega, Peón del Pueblo.
‑--‑‑Ella: Y... ¿quién le puso ese nombre?
‑--‑‑Yo: No sé , no recuerdo quiénes estaban allí.
‑--‑‑Ella: Amigo, relájese. Usted entenderá que yo no le hago ningún favor siguiéndole la corriente, pero es mi responsabilidad ayudarlo, por lo que no quiero que tome a mal esto que le voy a decir.
‑--‑‑Yo: Adelante.
‑‑‑--Ella: Pues fíjese, yo creo que usted no puede ser Pepín de la Vega.
‑‑--‑Yo: Señora, me sorprendeis (así como lo leyó, sorprendeis) que usted me diga que yo no soy yo.
‑‑‑--Ella: Es que usted no puede ser Pepín.
‑--‑‑Yo: ¿Cómo que no puedo ser Pepín?
‑--‑‑Ella: Señor, Pepín de la Vega no existe.

Les juro por la madre que me parió que lo que faltó fue un fondo musical de esos de misterios. Me sentí pasmado.

‑--‑‑Yo: Oiga, doctora, si yo no existo, entonces ¿quién es el que está enfrente a usted? (Lo que realmente me dieron ganas de preguntarle fue: ¿quién es el que va a pagar la cuenta?)
‑--‑‑Ella: Entiéndame. Padece usted del mal de disfunción empedernida de la personalidad con retrocesos mentales paranoicos, esquizofrénicos, maniaco‑depresivos y agudos en su más alta clasificación absurda, subliminal, supersónica, sublinstática, retrógrada, falsa bipolar y embustera.
‑--‑‑Yo: Realmente no entiendo. Usted niega mi existencia como chuparse un límber.
--‑‑‑Ella: No, su existencia no, usted está ahí, usted existe.
--‑‑‑Yo: Entonces, ¿qué rayos pasa?
‑--‑‑Ella: No se desespere amigo, su condición, aunque crónica, tiene remedio o, por lo menos, alivio. Es posible que usted no esté relacionado con la literatura que ilustra lo que le está pasando, pero su condición es algo así como coger pon con otra personalidad (eso de coger pon con otra personalidad me produjo inmensas ganas de reir).
--‑‑‑Yo: Pero, doctora, ¿por qué usted cree que yo voy a querer ser otra persona teniendo tan mala suerte que esa otra persona no existe?
‑--‑‑Ella: Es lo que le digo, amigo, hay una disfunción bilateral que le hace tocar a las puertas de otra personalidad con la sola complicación de que es una disfunción en retro que es lo mismo que decir que es al revés, del otro lado o en dirección opuesta sin que se pueda entender que estamos hablando de desviaciones de otro tipo, ni que esta explicación tiene que ver con cantinfladas cretinescas tipo Chavo o Chapulín Colorado.
‑--‑‑Yo: Usted perdone, pero nuevamente no puedo entender.
‑‑--‑Ella: Fíjese, le voy a explicar lo del retro y al revés y todas esas cosas que le he dicho antes. No quiero que se haga de ilusiones por los ejemplos que le voy a mencionar, pero imagínese que a esta oficina entran José Martínez Ruiz, Félix Rubén García Sarmiento, Neftalí Ricardo Reyes y Lionel Valentín.
--‑‑‑Yo: No los conozco.
‑‑--‑Ella: Pues sí que los conoce. José Martínez Ruiz es el famoso Azorín, Félix Rubén García Sarmiento es Rubén Darío, Neftalí Ricardo Reyes es Pablo Neruda y Lionel Valentín es Lenoil. Fíjese que cada uno de estos famosos artistas han hecho una gran obra utilizando lo que usted muy bien conoce, ya que presumo que estudió con la maestra Ruiz, y que se llama seudónimo. Esta gente nada más y nada menos publicaron todas sus grandes obras utilizando seudónimos.
‑‑--‑Yo: Entiendo doctora, pero la verdad es que no entiendo.
‑--‑‑Ella: Déjeme terminar. Como le decía antes, estas personas han utilizado un seudónimo, pero cuando le di el ejemplo de que se imaginara que entraban a mi oficina, le dije el nombre correcto de ellos, esto es, ellos entran aquí con su verdadera identidad aunque puedan utilizar otro nombre para otras cosas, tales como escribir, pintar o realizar algún trabajo. Recuerde que yo también soy pepiniana y leo los periódicos locales.
‑‑--‑Yo: Y...
‑‑--‑Ella: Pues que usted debe saber que yo leí la carta de presentación que usted escribió en el periódico Pepino.
‑‑‑--Yo: Sí, y ¿qué tiene malo lo que yo escribí?
‑‑--‑Ella: No, no es que tenga nada malo. Al contrario, creo que eso es una buena terapia y lo ayudará mucho a resolver sus problemas, pero en ese primer escrito usted se presentó como Pepín de la Vega, Peón del Pueblo y eso no es más que un seudónimo.
‑--‑‑Yo: No creo en eso de seudónimos. Si voy a decir o hacer algo lo hago por mis pantalones. Yo también tengo pantalones al igual que el alcalde y digo lo que digo sin necesidad de escudarme detrás de nadie. Lo otro sería una cobardía.
--‑‑‑Ella: Se equivoca usted nuevamente. No es una cobardía. Los versos del capitán no fueron firmados por el autor no por cobardía sino por temor a delatar a alguien que el autor quería mucho y que todo lo que le decía era hermoso. Sencillamente amigo, hay cosas que uno no quiere que los demás sepan que fue uno quien las dijo o hizo por el motivo que sea. Por ejemplo, hay verdades tan horrorosas que se deben decir para que no se repitan, pero muchas veces el que las sabe no se atreve a decirlas porque tiene más vergüenza que el que las hace y se avergüenza en doble partida, esto es, por los dos. A eso le llaman, padecer de vergüenza ajena. ¿No ha sentido usted acaso vergüenza por lo que ha hecho un amigo?
‑‑--‑Yo: Sí, me ha pasado.
‑‑--‑Ella: Pues muchas veces lo que se va a decir es tan bochornoso que el que lo va a decir no se atreve a asomar la cara aún sabiendo que le conviene a todos que la verdad se diga. Detrás de esa vergüenza se esconden los bribones para continuar haciendo fechorías en los pueblos. Ellos saben que los que conocen de sus malas actuaciones no se atreven a decirlas por puro bochorno y por eso siguen lo más caripelados. Claro está, estamos hablando de cosas que se dicen y que llevan en sí toda la confiabilidad del mundo porque son ciertas, los pueblos las saben y son de fácil comprobación.
‑--‑‑Yo: Unj .
‑‑‑--Ella: Hay otras ocasiones en que se quiere proteger a una persona, o por falsas modestias no se dice el nombre del autor, o el autor teme que lo que va a decir no sea bien aceptado por su estilo o su calidad o sencillamente la persona, aunque sabe que lo que va a decir es una verdad tan grande y pesada como algunos candidatos a alcaldes, no quiere mencionar su nombre para no figurar en los anales del pueblo como la válvula de escape del espíritu de la comunidad.
‑--‑‑Yo: Se lo dije, si se tiene temor es porque no se es un machote con los calzones bien puestos en su sitio.
‑‑--‑Ella: No, no se deje manipular por los que quieren que usted no diga nada, ya que ellos lo que pretenden es que usted no hable, y como recurso poco inteligente, le formulan argumentos de machismos tontos recurriendo así a los más primitivos instintos de conservación.
‑--‑‑Yo: No lo entiendo muy bien, pero usted me convierte una cuestión que para mí era pecaminosa, en ventajosa.
‑‑--‑Ella: No tan así, pero algo así.
‑--‑‑Yo: Y, ¿por qué si no es malo tanta gente lo critica?
‑‑‑--Ella: Buena pregunta. Lo que pasa es que la gente que tiene el sartén agarrado por el mango crea una falsa moral para continuar con el sartén agarrado por el mango, de forma tal que nadie le pueda meter mano y ellos puedan continuar en sus cloaqueras posiciones de poder o predominio. A eso en psicología le llamamos hegemonía pluscuanperfecta sobre territorios mentales aislados y circunvecinos o castración del intelecto de la oposición.
‑‑--‑Yo: Pero, imagínese usted que a una persona se le ocurriera enviar a un periódico un montón de mentiras, descréditos, falsedades traperas, embustes y todas esas cosas que se usan para desacreditar a la gente.
‑‑--‑Ella: Puede usted estar seguro de que el periódico no se los publicará. Los periódicos responsables y serios que no están vendidos a nadie como lo está el Progreso, no son bobos. Las cosas de fácil comprobación no se cuestionan porque nadie le va a pedir a un periódico que le pruebe lo que el pueblo sabe por intuición, por ser parte de él mismo.
‑--‑‑Yo: O sea, si es falso hay como un freno automático que no permitiría que se publique.
‑--‑‑Ella: Eso mismo, nos estamos entendiendo. Recuerde que los legisladores dicen que la única defensa del editor, es que lo publicado sea cierto, aunque no lleve firma. Pero lo importante aquí es que usted sepa que a través de los siglos siempre se han utilizado los seudónimos y si estos son bien intencionados, son una buena manera de hacer un trabajo que de otra forma no se podría hacer. Por lo menos, eso fue lo que entendí de lo que me explicó un amigo que dice que sabe de esas cosas.
‑--‑‑Yo: Ahora, dígame, ¿que tiene eso que ver conmigo?
‑--‑‑Ella: Lo que pasa es que usted viene a decirme que es un seudónimo.
‑--‑‑Yo: No soy ningún seudónimo, soy yo mismo y no tengo necesidad de usar un nombre distinto al mío.
--‑‑‑Ella: Usted sabe que sé que usted es otra persona con otro nombre, que por casualidad es su verdadero nombre. Amigo, las cosas no están tan malas como para irse al clandestinaje. No me venga con el cuento de que usted es Pepín de la Vega, Peón del Pueblo. Pepín de la Vega es un personaje ficticio que está pintado en un panel en la entrada de Raholisa. No siente ni padece y mucho menos escribe, ni visita psiquiatras.
‑‑‑--Yo: Se equivoca, doctora. Aquel que está allá soy yo y puede ir ahora mismo mientras espero en su oficina, a ver si estoy allí. Mientras esté aquí, no estaré en mi panel. Haga la prueba. Si usted no puede entender que existo, es que no repasó mi expediente antes de invitarme a entrar, o no es de este pueblo (al igual que aquel otro) ni sabe nada de lo que pasa a su alrededor. Soy pueblo, soy hojarasca que busca pegarse al suelo con briznas de amor para abonar mi tierra. Es posible que los comentarios que corren por ahí la hayan confundido. El hecho de que algún cretino, imbécil o buscón de última hora, haya resentido mi presencia reaccionando con discusiones, puños y empujones, no puede ser fundamento para que niegue mi existencia. Al menos, busque mi expediente para que vea cómo me llamo.

Con sonrisa burlona y demostrando tener dominio de la situación, la doctora se levantó y abrió un viejo archivo gris tamaño carta. Luego de buscar, sacó un cartapacio amarillento, lo abrió y leyó en alta voz: Pepín de la Vega, Peón del Pueblo. Continuó leyendo y en ningún lugar había una nota sobre robo de personalidad ni nada por el estilo. No dijo ni una sola palabra. Colocó el expediente encima del archivo, abrió la credencia que le queda detrás del asiento y se sirvió un vaso de algo que por el olor, aparentaba ser una bebida fuerte. Como hipnotizada, se tomó la mitad a cul cul.

--‑‑‑Yo: Se lo dije, doctora, se lo dije.
‑--‑‑Ella: Pero es que no puede ser, no puede ser.

Viéndola cabizbaja me levanté, deposité en una esquina de la superficie de su escritorio el pago de la consulta y me dispuse a marchar. Cuando abrí la puerta del consultorio, el esposo de la psiquiatra se proponía entrar. Al verme, me echó los brazos y me dijo: ¡Coño, Pepín de la Vega, desde la escuela superior no te veía!

Detrás de nosotros un vaso de cristal cayó al suelo y perdió la forma. Temeroso de alguna otra reacción me limité a decirle un escueto "me alegra verte" y me marché . Atrás quedó el hombre con su nuevo problema y yo juré jamás visitar aquella oficina. Cuando salí, saludé a un pobre hombre que jugaba con un yoyo en el recibidor. Me detuve para decirle que no entrara, pero pensé en mi amigo, esposo de la psiquiatra, y apresuré el paso.

DESDE LA 111

VITUPERIOS

Sabía que en mi pueblo había miedo, pero jamás imaginé que nos arropara. Hasta el día de hoy tan solo he escrito cuatro artículos. Para aquellos que no los coleccionan, que sé son muy pocos, le leo la lista, y para acercarlos a su recuerdo, los halo un poco del pasado, haciéndole un pequeño comentario.

El primero fue Carta de presentación. En ese primer artículo nada más y nada menos, me presenté. El segundo fue el muy querido (dicen que lo enmarcó en su kasa), por aquél que utilizó molleros ajenos para lavar su execrable publicación mercenaria y que se tituló El periódico Comercio o el comercio del periódico. El tercero fue La inexistencia de mi vida o Pepín visita el siquiatra, el cual le produjo mucho honor a los que mencioné y gran desilusión a los que omití. El cuarto fue Bombillas para mi casa en el que le pedí a Justo, el obrero, que alumbrara mi panel y que por casualidad inexplicable y haciendo exposición pública de inteligencia superior de taxista con apuro, no me hizo caso.

Sabía que en mi pueblo había recelos, pero jamás imaginé que la envidia arrasara. Como consecuencia de esos cuatro artículos, he recibido de los que no quieren ser mis colegas en las letras, varios comentarios que son una verdadera monada. Tantos serios problemas que tiene nuestro querido pueblo para estimular las mentes creadoras de mis compañeros de oficio literario y cuatro trapos de articulitos le roban la inspiración y se escocotan en búsqueda de lo que, aparentemente para ellos, es el pistolero más rápido del oeste. No soy arrogante, pero si algo de eso ven en este escrito, es el producto de lo que mis amigos críticos han logrado. Me da mucha pena que los literatos de periódicos regionales, locales, municipales, insulares y subliminales, se hayan dado a la tarea insana, profana y malsana, de caerme encima. Lleno de cándidas y tiernas ilusiones creí que mis aportaciones escritas iban a lograr otro tipo de reacción en el diálogo pepiniano. Pero no, mis congéneres me dieron una tunda, sin esperar tan siquiera a que me presentara bien, a que sacara la cabeza. De todos modos, me ha producido algún tipo de satisfacción que mi presencia haya servido de algo, aunque ese algo no sea siempre de mi agrado. Por lo menos desperté al discípulo (en todo) de Hernán; logré desempolvar viejas aficiones a escribir décimas; algunos hicieron cartas de felicitación con inspirados versos; otros han hecho cadenas (no hago cadenas, trato de romperlas y liberarme de ellas); otros me han dedicado una u otra espina de maguey; algunos han hecho caricaturas; muchos se convirtieron en detectives para descubrir algo tan conspicuo como ellos mismos; le he dado razón de ser y tema a una nueva publicación de nuestro pueblo que ven a a buscárselas como alicate municipal, he logrado que se produzcan rarísimas alianzas y para los que piensan, me he convertido en tema obligado de conversación en plazas, terrazas, negocios, barberías, reuniones privadas y públicas, cívicas, leonas y rotarias, de altura y de bajura, y casi he logrado entrar, como el tango, a todos los salones: los de arriba y los de abajo. Pero de todos modos, esas mentes alertas, brillantes, creativas y fascinantes de nuestro querido pueblo, me han dado de arroz y de masa o como decíamos hace muchos años, como a pillo de película o hasta adentro del pelo. La verdad es que tal animosidad me ha consternado y tanto antipiropo me ruboriza, me escandaliza y me desmoraliza. Jamás imaginé que mis humildes escritos provocaran tanta reacción desenmascarando por carambola a tanto reaccionario, estrafalario y sanguinario.

Sabía que en mi pueblo había intolerancia, pero jamás linchamientos. Honores que duelen no dejan de ser honores. Tengo el honor de ser el pintor que menos ha escrito pero que más agresiones ha recibido. A continuación le obsequio una lista no exhaustiva de los vilipendios, vituperios y maledicencias que me han obsequiado (no incluiré los nombres de los autores del maltrato ya que no quisiera que sus hijos y nietos vieran los nombres de sus padres y abuelos relacionados con tanto odio y bajas pasiones y porque aparentemente parte del maltrato es para coger pon conmigo y recibir el reconocimiento que nunca han tenido): 1) Cobarde, 2) que ando desnudo, 3) que soy un gesto fuenteovejunesco muy fuera de época, 4) vergüenza, 5) deshonor, 6) que no soy un señor, 7) ladronzuelo, 8) que no tengo integridad, 9) hombre sin inspiración, 10) con cerebro quemado, 11) que perdí el honor, 12) que entregué mi inspiración, 13) que perdí mi hermosura (siempre me lo imaginé, el tipo se fija en los hombres), 14) que dejé de ser caballero, 15) infiel justiciero, 16) sembrador en la arena, 17) gato, 18) que me falta valor, 19) que vivo de falsos honores, 20) pusilánime, 21) que me sustento de prebendas mezquinas, 22) que estoy al nivel del reptil, 23) cizañero, 24) batracio, 25) que me regodeo de mi propia excrecencia, 26) intrascendente, 27) nimio intelectual, 28) viralata intelectual, 29) exiguo en mi profundidad intelectual, 30) que en mala hora nací, 31) ejemplo de la malicia, 32) ejemplo de la intriga, 33) ejemplo de la confusión de espíritu, 34) ente con profunda crisis en su estructura síquica, 35) chismoso pueblerino, 36) hombre de personalismos triviales, 37) sietemesino, 38) enano intelectual, 39) baldado espiritual, 40) que tengo condones mentales (así como lo leyó y por Dios, no se lo trate de imaginar), 41) chupachágaras, 42) embeleco, 43) tapaíto, 44) que pido cacao, 45) Llanero Solitario, 46) que pido vacaciones sin habérmelas ganado, 47) bochorno, 48) oveja negra, 49) chupacabras, 50) jodido Pepín, 51) Pepín de los pazlotes, etc.

Creía que en mi pueblo había enconos, pero jamás pensé que existieran odios. Si no cree la lista que leyó, se la vuelvo a escribir. Cincuenta y un ( )casualidad numérica?) insultos escritos hasta hoy. Si dividiéramos los 51 insultos entre los cuatro artículos, a cada uno le corresponden 12.75. Cada artículo tiene dos páginas. Si dividimos los 12.75 insultos por artículo, entre las dos páginas, a cada página le corresponden unos 6.375. Por no ser publicables, omito los agravios hablados que me dicen estos amigos cuando pasan frente a mi panel por la carretera 111 y me miran con el rabo del ojo haciéndose los que no me ven, pero maldiciendo mi existencia, como si temieran con mi humilde presencia de peón, que su territorio ha sido invadido.

Sabía que en mi pueblo había sueños, pero jamás pesadillas. Lamentablemente todos tenemos un repertorio de insultos que cargamos en lo más oculto de nuestro equipaje. Por más santito que usted se haga, siempre sabrá sacar las uñas de su lengua y herir a cualquiera cuando se sienta acorralado, amenazado, agredido o ultrajado. Solo en esas circunstancias se justifica el agravio, tan solo como defensa y luego que se haya agotado toda posibilidad de entendimiento civilizado. Realmente no entiendo. No entiendo que alguien se sienta acorralado con los cuatro artículos que he escrito y que como consecuencia de ellos, están dispuesto a vaciarme encima su arsenal de oprobios. (Han sido 51 insultos escritos! En cualquier liga, eso es un montón. A estos amigos pepinianos a los que tanto quiero, algo le está pasando. )Para quién trabajan? Quiero creer que trabajan para nuestro pueblo y que son honestos peones de la palabra.

Hay trabajos y hay trabajos. Por lo menos puedo afirmar (y ahí están los escritos que lo comprueban) que nunca le he faltado a ninguno de los que de mí escriben. Decir la verdad sin intenciones dañinas, no es faltar a la honra u ofender. Lo otro ser a pensar que mi sola presencia es una amenaza. Un simple nombre no puede ser mecha que encienda la pólvora que explosiona todos los complejos que llevamos en el alma.

Sabía que en mi pueblo había de todo, pero no tanto de aquello. Ante la nadería que a veces nos asfixia, tuve el deseo de ponerme a garabatear desde mi panel y probar un poco en las letras. Con la poca capacidad que para ustedes, señores académicos, pueda tener un pintor de gruesos trazos, con poca formación intelectual, pero con alguna sensibilidad, me hice de la idea de que tal vez podía motivar a otros a decir, hacer, construir, crecer, contribuir, ayudar, aportar. Realmente no quería motivar a esos titanes del intelecto que aportan diariamente sus exquisitas capacidades al pueblo, sino a los otros, a los que como yo llevamos tantos años callados, acortándonos diariamente la existencia con cada cosa que vemos y engullimos. Aparentemente algunos me entendieron mal, muy mal. Da mucha pena que el artículo que tenía para comenzar el año lo haya tenido que aplazar para una próxima publicación porque los vituperios me interrumpieron el paso. Pensaba escribir otra cosa, pero me entretuve en el camino. Tan solo me entretuve, pero lo no andado se pierde y todo por culpa de los que se han descrito a sí mismos CINCUENTA Y UNA veces. Me imagino que tendrán mucha rabia al saber que no me han tocado. Al fin y al cabo, de todo lo que se ha dicho y escrito de mi, lo que realmente me molesta es que los habladores y escritores digan que soy un seudónimo. Ninguno de los que ha escrito en mi contra es tan conocido en el pueblo como yo. Tal vez no tenga renombre, pero tengo alma. Como dije en ocasión de visitar mi siquiatra de cabecera, soy hojarasca que busca pegarse al suelo con briznas de amor para abonar mi tierra. Soy de ese montón común que forma el todo sin que tenga urgencia de sobresalir como chichón destacando mi igualdad. De todos modos y para los que no me conocieron, en mi carta de presentación dije mucho más de mí que todo lo que ustedes han dejado saber de sus vidas. Aunque no tenía necesidad de decirlo, ya que ustedes me ven diariamente en mi panel y me conocen desde mucho antes de mudarme a la 111, creí necesario decir algunas cosas ya que, a diferencia de ustedes, nunca había escrito y entendí necesario dar algunas pinceladas de este humilde servidor. Todos saben más de mí que de ustedes. Ustedes son nombre y yo soy presencia. Ustedes son una cosa y yo soy pueblo. Nadie los conoce, tan solo conocen ese poquito que han procurado enseñar porque temen de la gente para la que escriben. Seudónimos son ustedes, sinónimos son sus nombres, anónimos sus escritos. Tengo nombre e identidad y lo primero que hice fue dar mis credenciales para que no hubiera dudas de mi existencia ni de mi forma. Ustedes nunca se han presentado realmente y lo que le enseñan al pueblo son sombras de identidad. Son un triste carapacho de otra realidad. Otra realidad, que por lo que han demostrado hasta ahora, es muy fea.

Sabía que en mi pueblo había rabia pero jamás pensé que faltara amor. ¡Tiempo, cuánto te he faltado ocupándome de estas nimiedades, perdona mis ofensas y que haciendo milagros, pueda recuperar este pedacito tuyo que hoy he perdido!

lunes, 13 de marzo de 2006






DESDE MI REFUGIO
(UNA AFRENTA IMPERDONABLE)





Todos ustedes saben lo que pasó en nuestro bendito pueblo con el asuntito este del huracán tipo tres llamado San Mateo (Georges para los noticiarios). Hay poco que añadir a lo mucho que se ha dicho sobre lo que sucedió. El santo sopló en grande y nos hizo tremenda avería dañando los materiales diarios, y de paso, los del espíritu. Cada vez que doy un “voltión” por los barrios de mi pueblo, tan sólo veo pena y dolor reflejado en el rostro de nuestra gente, la misma gente que aún teniendo el alma cansada, saca pecho diciendo que está presta a comenzar de nuevo aunque sea para contentarse en su profunda angustia y como analgésico campesino, cogerse de bobos.

Yo no estaría hablando del huracán, ya que todo se ha dicho y Odalys fue recuperada cambiando el panorama noticioso, sino fuera por lo que nos pasó a mi doña y a mí a los pocos minutos del santo paso del Santo. Como ustedes saben, mi casa era de panel y tablas de madera y aunque tenía unos añitos de construida, estaba fuerte. Era de la época de Yeyo Kid, el barbero, y ustedes saben que cuando Justo, el taxista de Perth Amboy, llegó a la alcaldía, no quiso brindarle ningún tipo de mantenimiento ni reparación ya que sabía que la casita era la única obra que había hecho el barbero y por eso no le interesaba que se conservara. En su inmensa mediocridad, no faltaba más, pensó que mantener o mejorar mi casa-panel constituía una amenaza para su guisito ya que le estaba reconociendo algo al adversario y eso en política no es bueno. Ese también fue el motivo para no ponerle ni siquiera una sola bombillita en la época navideña a pesar de que en la alcaldía estaban choretas y de que yo, en un artículo de la época, públicamente le pedí que me alumbrara y él, que es un tipo listo que tiene los pantalones en su sitio y se las sabe todas, no me hizo caso.

La víspera del huracán y siguiendo los consejos prudentes, inteligentes y magistrales que nos brindaba una ayudante especial del alcalde y Zaida, bajé al patio y cotejé los socos-columnas de la casa-panel, inspeccioné el pequeño techo que cubría el plano rectangular en que vivíamos y los clavos que mantenían los paneles fijados a los socos-columnas. Todo estaba en orden y tomando en consideración que los socos-columnas eran, nada más y nada menos, de postes prietos embarrados en brea de la Autoridad de Energía Eléctrica, jamás imaginé que viento alguno pudiera afectarlos. Fue por eso que mi señora y yo nos quedamos en la casa-panel y no nos fuimos a un refugio. Nos recogimos temprano en este eterno plano en que vivimos, y escuchando la continua repetición de las noticias de la tele y radio, esperamos pacientemente a que llegara el fenómeno del santo soplón.

Pasó el viento haciendo silbar nuestra casa mientras nosotros, nerviosos pero seguros, esperábamos a que el viento amainara. Así ocurrió y la casa no falló. Cuando los vientos, aún fuertes, eran ráfagas perdidas buscando desesperadas su espacio en el círculo de destrucción al que pertenecían y cansados por aquél largo día que casi no vió luz, nos abrazamos y con la fortaleza que brinda la compañía del ser querido, pedimos que al despertar no comenzara una pesadilla en nuestro pueblo. Sabíamos que otros vientos le afectaban el alma y ahora más que nunca necesitábamos mantenernos incólumes para librar la madre de las batallas. Esperando a que el sol por fin saliera y alguna luz trajera, con gran confianza, fe y esperanza, nos fuimos a descansar ya que Mon, digo, Justo no quería hablar por Radio Raíces, única emisora que estaba en el aire ya que la televisión se había huido. No nos habíamos dormido bien, cuando mi esposa, exaltada e histérica me despertó con un grito desgarrador de esos de películas de misterio del antiguo teatro Mislán (lugar donde ahora se venden zapatos). Caí parado del susto para luego caer en genuflexión a su lado, en oración al supremo creador. Mi señora, con su viejo rosario de camándulas grises en mano, pedía que nada pasara ante el temblor que estábamos experimentando. Fue ahí donde, repentinamente, entendí lo que pasaba. Había escuchado la palabra temblor. ¿Temblor? ¿No era acaso un huracán? ¿Era que el maldito había regresado y nos zarandeaba la casa? ¿Sería el virazón o la revirá? No, por el sacudión aquél que se sentía, definitivamente era un temblor. Cuando logré levantarme y me asomé a la ventana, lo primero que observaron mis viejos y pecadores ojos fueron las latas de pintura y pinceles regados en el patio. Lo otro que pude divisar fue una cadena mohosa de esas ordinarias de amarrar mazos de caña, que haciendo un lazo, agarraba ambos socos de nuestra casa-panel. Como si los estuviera contando y con la poca iluminación que había, seguí cada uno de los eslabones de la cadena y al extremo opuesto observé dos patas de animal que luego descubrí que eran las patas de un toro piel canela, con todo y el resto de toro. ¡No lo podía creer, un toro piel canela tiraba de una cadena que amarrada a la parte superior de los socos-columnas de nuestra casa, la echaba al suelo! Ante aquél cuadro aterrador y sabiendo lo que estaba pasando, mi señora y yo salimos por la parte trasera del panel y desde el patio de la casa de Rafita Aymat observamos la felonía. Demás está decir, que el toro piel canela estaba protegido por una cuadrilla de hombres armados vestidos de verde que parecían guardias municipales por lo que a la primera impresión me pareció un toro oficial. Uno de ellos gritaba: ¡tira, tira, que pueden regresar del refugio en cualquier momento y ya la ventolera está pasando!

La afrenta quedó consumada. La casita panel no resistió el jalón del toro piel canela y cayó. El obeso animal, con delicado volumen de dudoso tono masculino y aires de triunfo, mugió sonoramente tres veces mientras movía su colita.
Anonadados, eslembaos y patidifusos nos quedamos en el lugar esperando a ver qué otra cosa pasaría mientras al cuadrúpedo que no paraba de mover la cola como si algo pidiera, le desengancharon las mugrosas cadenas. Uno de los que estaba en el grupo, pero que no tenía uniforme verde, abrió un estuche que en la distancia y a través de las tinieblas, pudimos identificar como de color rosita. El hombre sin uniforme que era todo un elogio cabezón a lo ocurrido, se colocó un delantal azul claro y comenzó a peinar al maldito toro piel canela. Luego le limpió, brilló y retocó las pezuñas y con destreza sin igual le hizo unos pases con un aerosol que por lo que pudimos oler, era perfume demasiado femenino para ser masculino. Después le acarició todo el cuerpo como gratificándolo por su gran obra y le dió un largo y apasionado beso en la parte baja de su oreja izquierda. Finalmente le colocó un ramo de flores de colores llamativos en su rabo loco y le amarró un objeto a la pata derecha delantera que parecía algo así como un localizador o "beeper". El toro piel canela miró a todos lados, coquetamente movió sus glúteos con todo y rabo lleno de flores en colores llamativos y contrayendo la barriga para que no se le notara su naturaleza presumiblemente masculina, y contorneando su enorme cuerpo, se marchó con música de lo que allí dijeron era algo así como Fiel a la Verga o a los Vera, grupo musical que después descubrí que era su favorito, especialmente el césar trompetista. Como siempre se cuela un títere en todo lugar donde haya gente, mientras el toro piel canela se retiraba, alguien del grupo le pitó a la vez que le gritaba "adiós novilla de las altrusas".

Todos rieron menos mi señora y yo. Alguien distinto al títere aquél exclamó, "¡se jodió Pepín!" y los alcahuetes y soplapotes que protegían la afrenta, incluyendo al torero cabezudo de los elogios de delantal azul, se abrazaron en gesto de solidaridad en celebración macabra ante las ruinas de mi vieja casa-panel. Lo demás fue pan comido. Sin más testigos que ellos mismos (y nosotros) de la afrenta, llegó un camión de la Defensa Civil estatal o municipal, retrató las ruinas de nuestro panel como para perpetuar otra pérdida del huracán para FEMA y sin ton ni son destruyeron lo que quedaba. Echaron los escombros en un camión militar y se marcharon.

Después de eso, nosotros bien, gracias y yo siempre pintando y escribiendo aunque por ahora, desde nuestro refugio. De mi parte, gracias a todos los que nos han brindado su aliento y apoyo para seguir adelante. Ya pronto me podrán ver nuevamente, aunque a diferencia de antes, ahora me verán en muchos lugares, siempre pintando, escribiendo y asegurándole al tusa de alcalde que mi casa es el pueblo y a ese no lo destruye nadie.