Desde que en mala hora se me ocurrió por vez primera bajarme de mi panel a través de mis escritos, por un mefistofélico no sé qué, se me imputó ser Ramón Edwin Colón Pratts, o a la inversa. Sin su permiso, estaré copiando los escritos que publicó en su libro Estilete para distanciarse de mi. Si los comparan con los míos, verán que no soy él ni él es yo. (-Pepín de la Vega)
LA VOZ Por: Ramón Edwin Colón Pratts
En la esquina del callejón del Guayabal y la Calle Nueva, a tres casas de la nuestra, estaba el negocio de don Mónico, en madera machihembrada, pintada de azul turquesa descascarado y listones blancos, ocupando gran parte de una vieja y destartalada casona. Era colmado, salón de dominós, barra, y en papelitos blancos, redondos y corrugados en sus bordes, vendían limbers de coco hechos en cuajaderas de aluminio que a cincuenta años de distancia, siguen siendo los mejores que he probado. Al frente, tenía varias puertas de dos hojas con enormes bisagras y en el lateral derecho, una ventana igual. Puertas y ventanas cerraban con una tranca que se sujetaba al marco en escopladuras talladas de menor a mayor, que al bajarse sobre las zetas de metal adheridas a las puertas con tres clavos de zinc de cabeza grande, era imposible abrirlas. Arrinconado cerca del escaparate de madera y tamiz de alambre, estaba el artefacto más maravilloso del mundo. Poco más alto que yo, aquel cajón grande separaba su mágico mundo interior lleno de cables en colores y vivas burbujas de aire en tubos de luz, con una vitrina que cubría pequeños listados de títulos y nombres a manuscrito. Más abajo, pero afuera de la urna, tenía teclas triangulares con números y letras que activaban su misterioso mundo interior. De puntillas, curioseaba en la intimidad de la caja logrando ver cuando las negras y coquetas pastas circulares, al sentir la manecilla posarse suavemente sobre ellas, se movían lentamente mientras del perfecto acoplamiento entre aguja y surco, nacía Felipe LA VOZ Rodríguez.
Comenzar a escuchar LA VOZ era aviso de que mi padre, su más ferviente admirador, estaba en la esquina del callejón. No bien había comenzado el "Eche amigo, nomás écheme y llene hasta el borde la copa de champán...", me parecía ver al viejo dándose un palo de ron blanco en cono de papel con don Mónico, su compadre Yayo o con algún otro amigo. Mi predicción nunca fallaba. Con la ilusión de verlo, y compartir brevemente parte de su mundo, salía a su encuentro. No sé si la máquina sonaba durante el día, tan sólo recuerdo que cuando mi padre cansado regresaba, de trabajar como chofer, ya era de noche.
Algunas veces El Viejo se pasaba de listo y se quedaba más de lo acostumbrado. Aunque a pocos pasos de la casa, mi madre lo sentía distante y, a su llegada, con muy poco cariño, inquiría sobre su tardanza. La contestación era siempre igual: "me entretuve con LA VOZ, entre copas y amigos".
De noche, rehén del mosquitero y del cansancio, me dormía haciéndole dúo mental a LA VOZ, que la vellonera madre, me regalaba como nana. Marcando el paso con música de desengaños, traiciones y amores imposibles, el tiempo corrió tan ligero que se llevó en sus ráfagas mis más hermosas ilusiones de niño.
Para aquél entonces no había forma de salir a la vida sin pasar por enfrente del pintoresco negocio de don Mónico, que con sus trágicos ritmos, en ocasiones, pretendió atajarnos el paso. En el pequeño tramo entre esquina y callejón, todos sabíamos las letras de las canciones del cantor y muchas veces en competencia musical, burlábamos al que alguna línea olvidara. Las canciones tristes nos hacían virar el rostro haciéndonos los desentendidos, para que la debilidad del alma no se licuara y se goteara delatando nuestros sentimientos. Eso pasaba cuando escuchábamos Los Reyes no llegaron.
Nos alegraba escuchar una nueva canción en LA VOZ y competíamos por aprenderla. Cuando la grabábamos en la memoria, el monte de Maíta nos servía de escenario para demostrar el dominio de las casi siempre acongojadas letras, con una apasionada y destemplada interpretación. La primera vez que Los Reyes no Llegaron se nos cruzó en el camino subiendo a la tarima de nuestra existencia, fue en unas navidades de guerras en Corea y privaciones sin límites. Nos tocó de cerca y estremeció. No escuchábamos la canción como protagonistas de su reclamo. Nos identificábamos más con el niño que esperaba a la puerta escuchando a LA VOZ hablarle a su madre de huérfanos, abrigos, pies descalzos y amparos. Desde entonces adoptamos al cantor como nuestro embajador en las calles del pueblo reclamando igualdad y compasión, mientras nosotros aprendíamos que los Reyes ya no tienen corazón.
A partir de aquella amarga, triste y noble canción, siempre mantuvimos una mezcla de sentimientos en contrapunto durante la Navidad, los cuales se intensificaban mientras el seis de enero se acercaba y la canción incesantemente sonaba. Ya grandecitos, cuando nos reuníamos entre copas, amigos, llantos, risas y cantos, recordábamos a LA VOZ y a los Reyes que no llegaron.
Al esfumarse la niñez, la patética súplica de la canción se hizo innecesaria, pero disfrutaba escuchar Los Reyes no llegaron como acre recuerdo de otra época e himno a la caridad y compasión. Cuando mis hijos llevaban suficiente tiempo en la vida, quise que la escucharan y con ella susurrando, le conté la historia de nosotros, los muchachos del callejón. Una de mis hijas me dijo: "Papi, no te pediría permiso si a la puerta un niño pide amparo". Me alegré. Después de mucho tiempo y trabajo para lograr pasar la esquina de don Mónico, mis hijos estaban al otro lado de la puerta y entendían el mensaje. Nuevamente, con sentimientos encontrados de alegría y tristeza, recordé con nostalgia a los muchachos, la vellonera Seeburg y a LA VOZ.
LOS ASOCIADOS
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
Los eufemismos son la forma suave de decir cosas que, diciéndolas como se deben decir, resultan malsonantes. Así me lo explicó la primera maestra que de ellos me habló. Es la expresión fina y cachendosa usada al referirnos a lo que nos desagrada por ser excesos, vicios o actos u objetos subjetivamente repugnantes. Al borracho, le decimos mareadito; al irresponsable, distraído; al ladrón, listo y al alcahuete, cooperador. Aunque su utilización casi siempre tiene propósitos nobles, también los utilizamos para intentar tapar prejuicios como cuando al negro lo llamamos quemadito. El eufemismo es como un sinónimo degenerado, pero no un total farsante. Se puede utilizar cuando la expresión resulta en sonido feo, disonante o como dicen los lingüistas, cacofónico. En eso no hay problema. El problema lo tenemos cuando pretendemos criminalizar hermosas palabras insinuando en ellas alguna maldad porque a nuestros prejuicios y ocultas intenciones, no les caen bien.
Por encargo de los Reyes Magos, fui por unos regalitos para Manolete, un querubín que habla con los ojitos y que vino a relevar a una cansada abuela que lo esperó por años para pasarle el "batón" de la existencia. Entré a una tienda donde los Reyes almacenan lindos sueños de niños. Una parroquiana que se encontraba en gestiones similares resbaló en el piso mojado. Simultáneamente, con la caída redonda, espectacular, dramática, descompuesta y poco artística, llegó una empleada que, histérica, destemplada y con voz distinta a la que usan para anunciar perfumes y ropa interior para damas, gritó llamando a un asociado de limpieza. Como si el grito hubiese frotado la lámpara de Aladino, apareció de la nada un flaco joven uniformado como la muchacha. Con la sutileza del príncipe que despertó a la princesa levantándola del lecho en que yacía, el caballero de esta historia levantó a la doña asegurándose de que todas sus partes estuviesen adecuadamente ordenadas. Por prestidigitación, apareció un cubo, un mapo despeinado y como vallas, dos rótulos amarillos escritos en inglés. Comenzó su obra de secado y limpieza con destreza sin igual mientras entre mapeada y mapeada, con cariñosa voz de nana, se disculpaba con la princesa del resbalón. Fue tal su entrega y arte en el manejo de la situación de urgencia y atención a la ya tranquilizada e involuntaria acróbata fracasada, que sin percatarme, y al igual que todos, estaba aplaudiéndole al joven.
Luego me acerqué a los anaqueles que exhibían a granel todo tipo de anhelos infantiles y no encontrando el que buscaba, me dirigí a la señora que antes gritó por el asociado de limpieza. Utilizando un micrófono que inundó toda la tienda, y con expresión chorreada, pidió que un asociado de los juguetes pasara por el anaquel número tres. Llegó una joven llena de gracia indicando que la había llamado la asociada de piso y me resolvió el problema. Al preguntarle dónde pagaba, la joven indicó que el asociado de cobro estaba en la parte posterior cerca del asociado de seguridad. Pagué y para dejar constancia de mi admiración por la acción del joven que en forma tan magistral actuó en la monumental caída, le dije al cajero que de mi parte felicitara al conserje por su eficiente y amorosa gestión.
Precisamente, ahí, terminando mi función de mandadero de los Santos Reyes Magos, se dañó la cosa. Molesto, el señor me increpó con un ¿a quién usted se refiere? Obviamente, le contesté que al joven que había mapeado y atendido la caída de la doña. Me contestó que allí no había ningún conserje, que (en todo caso) lo que había era un asociado de limpieza. Finalmente me amonestó indicándome que "a la gente se le respeta no importa el trabajo que haga". Para que sirviera de disculpa, intenté explicar, pero en la medida en que trataba de abundar, sentía que iba perdiendo el apoyo de los que estaban en fila, que poco solidarios, lo que le importaba era salir del lugar.
¡Asociados sin sociedad! Cogí la juyilanga. En la huida pensé que estamos embadurnados de prejuicios de cogote a pies. El trabajo honrado es el pago que hacemos por el milagro de existir. Si no podemos llamar a alguien por su nombre, no es ofensivo nombrarlo con el título de su empleo. Ser conserje, cajero, dependiente, carpintero, vigilante o vendedor, nada tiene de malo, al contrario. Lo que es perverso y mefistofélico es usar el eufemismo de asociado aplicándolo al que pierde el cuero trabajando para los millonarios dueños de las grandes compañías. Ese nuevo embeleco de la sicología que atenta contra valores de orden superior, es una engañifa cuya única intención es crear en el empleado la ilusión de titularidad y pertenencia para el duérmete nene laboral. De "ñapa", es una falta de respeto a los que producen riquezas ajenas con sudor, dedicación y esfuerzo. Independiente de que ganen alguna acción corporativa, los empleados no son socios de los dueños de las mega tiendas, no los conocen ni nunca se sentarán a disfrutar una cena de Navidad con ellos.
No hay necesidad de cambiar los nombres de los trabajadores insinuando de paso que las únicas personas de valor son los dueños, accionistas o "asociados". El empleado será socio cuando el dueño de la mega tienda lo llame y le diga: "Oiga señor conserje, no voy a engañarlo más con falsos títulos. En adelante, dividiré las ganancias con usted. Deme la mano, señor ASOCIADO DE MANTENIMIENTO, hoy cenamos juntos y muchas felicidades".Ramón Edwin Colón Pratts
JORGITO
Hace varios años, pocos, me encontraba con unos amigos ayudando a construir una verja en hormigón. Tarea difícil. Bajo un picante sol, había que hacer, a pulmón, el maldito bizcocho de arena, piedra, cemento y agua. Ese día, sábado en la tarde, único disponible para confraternizaciones de mezclas y conversatorios de resumen semanal, ocurrió lo que siempre ocurría en la cofradía: como todos teníamos ideologías distintas, entre palazo y palazo comenzamos a discutir. Antes de que se chavara la mezcla, que temerosa de nuestras discordias, amenazaba escapar por los desniveles del piso, de que las palas se levantaran más de lo debido, y con la noble intención de mandarnos a callar, uno de los amigos encendió el radio sintonizándolo en Radio Raíces, La Voz del Pepino. Como estábamos en época de elecciones, que en este país es la quinta estación del año, había un programa político pagado, de los que las emisoras no necesariamente se solidarizan con ellos. Uno de esos queridos compueblanos que viven de los candidatos sirviendo de alicates profesionales como voces oficiales en las campañas (para luego del triunfo pasar factura cebada) con las palabras estereotipadas que todos conocemos y que parecen sacadas de un libro de recetas (échele tanto de ésto y de aquello), presentaba a la más grande atracción de taquilla del momento. Aquella última alcapurria de la vitrina de Queco el de Cuchilandia, era nada más y nada menos que Jorge de Castro Font, Ñañito. Aparentemente, el presentador pensó que soltaríamos las palas y nos sentaríamos a la sombra de un guayabo a escuchar las iluminadas palabras del tremendo tribuno de frenillos en el alma y la lengua, porque en su vehemente invitación insistía en que prestáramos atención a aquél Ricky Martin de la política.
La verdad es la verdad, y la verdad es que, aunque no le hicimos caso a la voz oficial, cuando el aspirante a prohombre comenzó su perorata, soltamos las palas, y la mezcla inconclusa, que valientemente nos soportaba, por poco fragua en plena plazoleta. Con excepción de Carlos Romero, jamás de los jamaces habíamos escuchado un mensaje de político de baquelita que tuviera tanto disparate junto. El conato de orador con elocuencia de narrador hípico, sin ningún recato, pudor o vergüenza, se atrevió a parlotear públicamente en un digo sin decir pero creyendo que decía. Nunca imaginé que en un mensaje hablado, si es que aquello era hablar, cupiera tanta arrogancia, inexactitud, falta de intelecto, de conocimiento y sensibilidad. No había profundidad, pero abundaba la oscuridad. El hablador con ínfulas de tribuno, comenzó su bembeteo con una autopresentación. En espectacular ejercicio esquizofrénico, habló de él en tercera persona, tal y como lo hacía el cantante español Rafael Martos en sus años de gloria, aleteos y locuras. Se introdujo asimismo (¿?) hablando de la grandeza de sus antepasados, entre los que mencionó a gente buena de mi pueblo. Después del preámbulo casi sin fin (en el que enzalzaba a su parentela de una supuesta sangre azul, riquezas de dinero, conocimientos, relevancia y patriotismo) nos dejó caer un "y aquí estoy yo representando a mi gloriosa familia por doble estirpe", insinuando que era la purísima reencarnación de todo lo bueno de su ascendencia, como si fuera un embajador de ultratumba.
Realmente, el tipo fue un buen chiste que sirvió de catalizador entre cuatro amigos con puntos de vista eternamente distintos. Por primera vez, las opiniones en la cofradía de disidentes, eran iguales. Todos creíamos y comentábamos lo mismo: que el hombre estaba ebrio, que estaba cualquier otra cosa, que era narcisista, mediocre, idocio, embustero y hasta tusa y patán creo que lo llamamos. Nadie le dijo loco porque loco no era y a los locos se les respeta. Definitivamente, y que me perdone Allan Kardec, la herencia de espíritus evolucionados, pulidos y buenos, que según su autopresentación los traía "de paquete", salieron huyendo al inicio de su palabreo, o sabe Dios por qué designio, instantáneamente, se le borró la evolución y comenzó en cero en el Pepino. De todos modos, el arlequín borrachito logró que los que tanto discrepamos nos pusiéramos de acuerdo, y felizmente, termináramos la verja. Con gran simbolismo y solemnidad, le hicimos una pequeña tarja al tribuno de pacotilla grabando su nombre con un clavo mohoso en el cemento fresco de un muro de la verja.
Este pobre hombre es lo más gracioso. Por poco nos morimos de la risa cuando habló de su gran experiencia legislativa por haber revalidado en varias ocasiones, como si ser elegido por coger pon, fuera una designación divina y no una busconería de esquina. En el trabajo legislativo, la experiencia es de un año, lo demás es repetir el grado. Ese don sin dones, motorista con pose de Gardel, discípulo de Carlos y Pedro y aspirante a Peña Clown, en un difícil trabalengua dice que no es de aquí ni de allá pero que prefiere a los otros aunque sus lealtades están con los primeros y se desvive por aquella pero se inclina a la otra. Además de disparatero, se comporta como nene riquito que quiere llevarse el bate, la bola y el guante, porque por flojo no lo dejaron jugar a la presidencia de la Cámara de Representantes. Es gracioso, y para los que disfrutamos de sus interpretaciones, es como un Chavo del Ocho para adultos.
De la mezcla para acá ha pasado algún tiempo y gracias a Jorgito, no se nos ha caído la mini fraternidad. Cada vez que asoma alguna disputa, alguien habla de los chistes de Jorgito y se forma la bachata.Ramón Edwin Colón Pratts
PESAS Y MEDIDAS
El Estado no puede pensar que usted es ladrón. La honradez, al igual que la buena fe, se presume. Pero si el gobierno no educa para la honradez, sentirá la necesidad de alterar la presunción. Eso hizo cuando hace un fracatán de años aprobó la Ley de Pesas y Medidas creando una presunción de incorrección, ilegalidad o inexactitud ciudadana. La ley exige que su romana, báscula, balanza, envase, metro o yarda cumpla con los ajustes y calibración oficial y hasta le cobran por ello. En este lío métrico‑decimal en que vivimos, el gobierno siempre lo está velando para que no se haga el listo y altere la romana o corte menos de la cuarta de tabaco vendido.
Como nos encanta colocar sellos, marbetes y cualquier embeleco que certifique que nos han estado velando, fisgoneando, persiguiendo y chavando, no hay aparato que mida algo, que no tenga el sello de "Inspeccionado por el Departamento de Asuntos del Consumidor". Milagrosamente a los que miden y pesan a ojo de buen cubero, no le han tatuado un sello en la frente.
Recuerdo a los inspectores de Pesas y Medidas. Eran como embajadores del rey, y se sentían tan importantes como los post masters, pensionados federales o banqueros de pueblo pequeño. En maletín negro, traían papeles mugrosos y sellos oficiales de goma, con puño torneado en madera, para dejar constancia de la presencia oficial. Con mucha seriedad y soberbia, tipo agente abusador de Rentas Internas o drogas y narcóticos, examinaban los equipos. Luego de un largo silencio y profundo respirar del dueño del colmado, puesto de verduras, cafetín o bomba de gasolina, el hombre sacaba un marbete de un paquete amarrado con una bandita de goma y como si fuera una medalla de honor, lo adhería al artefacto. Cuando esos angelitos llegaban, todo el mundo se temblaba encima. Conocí a uno (que luego fue todo un honorable representante en la legislatura) que si el dueño del negocio no le regalaba algo de mercancía, o le cobraba la que antes se llevó, no aprobaba pesas ni medidas y hasta amenazaba con arrestar, confiscar y multar. Al igual que algunos procuradores, fiscales y jueces, creían ser la pulcritud y perfección andante, siempre dispuestos a aceptar el reto de lanzar la primera piedra. Del honorable representante tan solo les diré que algún tiempo después estuvo preso, precisamente por extorsionar a algunos dueños de negocios que, desesperadamente pedían protección gubernamental.
Calibrar no es otra cosa que invertir las presunciones culpando y castigando por adelantado con la noble excusa de proteger al consumidor. Sin embargo, ¿se han preguntado quién nos protege de los robos del gobierno? No hay Procurador del Ciudadano, Contralor, David Noriega con toda y su cinta azul o fiscal federal chismoso, que lo haga. Robo del gobierno ocurre cuando nos hacen pagar dos veces un boleto de tránsito porque se nos perdió el comprobante de pago y la maldita ordenadora de Obras Públicas, curiosamente olvidó que usted había pagado. No logro explicarme cómo en la pantalla del D.T.O.P. nunca aparecen pagos dobles que generen un crédito para el ciudadano. Lo mismo ocurre con el Centro de Recaudación de Ingresos Municipales. Bajo pena de embargo de propiedad, se paga doble y hasta triple. Pero éstos son robos rudimentarios, sin clase, que se quedan pálidos ante otros que son obras de arte del tumbe gubernamental. Estos hurtos que todos sufrimos y nadie percibe, se hacen a través de los contadores del gobierno. ¿Se ha percatado de que el Estado, ese santo varón que nos protege de los malos, mantiene en la pared de su casa un sospechoso aparato (que para mayor burla es transparente) que mide la energía eléctrica que su hogar consume sin que nadie le ponga un sello de inspección? Curiosamente, esos artefactos tienen un tornillito dentro de la pelota de cristal que a un lado dice "F" y al otro dice "S". ¿No le parece que "F" es la inicial de "fast" y "S" de "slow" y que el tornillito es para ajustar la velocidad del anillo electrificado que da vueltas sin cesar y que en su incesante peregrinar parece que nos saca la lengua? ¿Quién regula el aparato, la Autoridad? ¿Quién le pone el sello de aprobación? ¿Quién dice que mide bien? ¿Interviene el Departamento de Asuntos del Consumidor? A menos que crean que su cuenta debe dejar más de lo que está dejando, en cuyo caso los que roban lo acusarán de robo, ¿cuántas veces usted ha visto a los empleados de la Autoridad calibrando su contador? Debemos presumir que el desgaste por el tiempo (todas las cosas se desgastan) hace que la ruedita corra más rápido marcando mayor consumo, porque si fuera al revés, lo cambiarían semanalmente, y se lo cobrarían a usted. Hay que ser bien cándido para pensar otra cosa. Y el contador de agua, ¿quién lo ajusta y regula? ¿Será ese honrado negocito francés, que desinteresadamente las administra, quien calibra perfectamente su contador? ¿En beneficio de quién usted cree que lo calibra, de usted o de ellos? ¿Para facturar de más o de menos? ¿Por qué no lo certifican en el aparato? ¿Es privada la calibración de las cosas públicas? ¿Habrá otros intereses encubriendo este gran robo? ¿Quién corrobora la calibración?
Ya que la corrupción galopante nos ha truncado la poca confianza que le teníamos a los gobernantes, nos deben permitir inspeccionar, calibrar y sellar los contadores que instalan en nuestra propiedad. Cada vez que descubramos algún tumbe gubernamental, procesaremos al responsable, en corte de pueblo, y se condenará como ellos condenan a cualquier hijo de vecino que se apropie ilegalmente de alguna propiedad pública. Tal vez así logremos detener un poco el pillaje oficial. Por algún lado se empieza.Ramón Edwin Colón Pratts
COBRO DE DINERO
Don Antonio Luis Ferré, Presidente,Junta de Directores y Editor,El Nuevo Día:
Señor Ferré, le escribo con la vergüenza más grande del mundo para que me pague, a la mayor brevedad posible, los $13.65 que me adeuda desde hace un mes. Tal vez, ya la deuda se haya duplicado, pero como no he recibido el estado bancario del mes corriente, no puedo dar fe de ello. Como usted sabe, la cuenta se originó cuando este pobre diletante pepiniano, fue sorprendido con una llamada de una joven que me ofrecía la entrega diaria de su periódico en la mismísima puerta de mi casa, lloviera, tronara o relampagueara. Habiéndome cucado los resortes de la vagancia y el "confort", inmediatamente, le dije que sí a aquella meliflua voz hecha a la medida para sus labores. Soy un fanático fuerte de su periódico al igual que lo soy de las demás publicaciones de nuestra isla. Aunque el suyo tiene un reguerete de páginas que lo deslucen y desalientan el meterle mano, de todos modos me gusta porque sí, por lo mismo que me gustan los demás y porque tiene la edición dominical donde aparece usted, Luisita y sus perros satos en pon de rico.
Siguiendo con lo del cobro de dinero, me alegré muchísimo con su promesa de entrega en la puerta ya que me evitaría tener que estar buscando de puesto en puesto. Fue una total desilusión cuando pasaron los primeros días y, levantándome más temprano de lo acostumbrado, me quedaba esperando a que el montón de letras llegara. Al principio, miraba cada vez que alguien se acercaba al portón y tomando la manecilla de la puerta, casi la abría al sonido de cualquier viandante o automóvil. Me atrevo a decir que hasta un poco nervioso me ponía y vergüenza me producía que los vecinos me vieran esperando tan furtivamente algo que no llegaba y que no sabían lo que era.
Vivo casi en el centro del pueblo del Pepino, esto es, en el área urbana. Mi casa está bordeada por la Quebrada Salada, aquella hembra agua mancillada de gráciles curvas de la que tanto hablé hace un tiempo y que nadie me hizo caso, por lo que la pobrecita continúa recibiendo las heces fecales que la honesta, limpia y francesísima Compañía de Aguas diariamente le obsequia como si fueran títeres defecándose en la Torre Eiffel o en los Campos Elíseos. Lo que quiero decirle es que llegar a mi casa es muy fácil, a menos que pregunte en el Municipio por mi dirección. Ellos no la conocen porque nunca se asoman por la Hostos interior, aunque sea a ver los boquetes del camino de los que ya asoman hermosas hierbas florecidas. Siempre he creído que el alcalde lo hace para reventarme la vida y tumbarme la pajita del hombro, pero el pobre antilopón debe buscarse a uno de su tamaño. Así que no es excusa que no me encontraran para la entrega, porque los demás periódicos llegan choretos y nadie se ha quejado de la dirección.Lo que no me explico es cómo es posible que usted, el hijo de su papá, esposo de Luisita, padre de sus nenes y dueño de los perros a los que tanto quiere, un hombre que padece de tanta depresión, de reclusiones continuas y que se tiene que estar cuidando porque hay un montón de medios que lo están velando, se le ocurra cobrar directamente en mi cuenta sin hacer mínimamente una llamada para corroborar la entrega de sus papeles. Si yo fuera Moisés Cancel o Pepe Santiago, torpes ratas de la antigua división de brutería de la Policía de Puerto Rico, lo choteaba en alguna de esas agencias del gobierno que se dedican a perseguir y a acusar a los pobres por cualquier bobería, para que lo investiguen por apropiación ilegal (que podría convertirse en agravada) y por un reguerete de delitos más que ellos siempre se inventan para reventar al que quieren fastidiar. Me imagino a los muchachos de la Policía que visitaron el cumpleaños de la bebé de un añito de Loiza, visitándolo a usted, y se me paran los pelos. Pero olvídese de eso porque no lo voy a hacer. Nada más piense a cuántas personas más, bajo una promesa falsa, le ha estado metiendo la mano en sus bolsillos. Si multiplicamos la pobre cuenta mía por unos cuantos números, el resultado podría ser un gran tumbe de muchos chavos y desilusiones.
Fíjese lo buena gente que soy, que no le voy a ajotar investigaciones ni a revolcar ningún avispero, aunque sé que usted es inmune a esas cosas y que está a prueba de balas, como decimos en el Pepino. Tampoco se lo voy a soplar a su pana Danilo Arbilla, Presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa. Tan sólo quiero que me devuelva mi dinero. No es mucho, lo sé, pero es más una cuestión de orgullo que otra cosa. Jamás me imaginé que pudiera ser mi deudor aunque sea por una centavería. De paso, le adelanto que no hay enojos. Siempre seguiré comprando su publicación y jamás haré como aquellos trogloditas amigos suyos que lo boicotearon cuando usted hablaba del angelito de Roselló, y nosotros le servimos de esquiroles. Por favor, no investigue si algún despistado entregó mi periódico en otra casa porque ya investigué y eso no ocurrió. Tampoco se le ocurra tomar represalias ni regañar a nadie haciendo un papelote de sorprendido e indignado, tipo Fajardo cuando comenzaron a investigarlo.
Como el piquete se demuestra bailando, y no importándome lo que haya pasado, continuaré visitando todos los días en la mañana a mi amigo Digno y diciéndole: "dame el de Antonio Luis".
Espero por el chequecito. Uno no se queda con las cosas que no le pertenecen.
Ramón Edwin Colón Pratts
ALMADRIZ
Sé que, desde el día de tu eterna partida, has estado a su lado, y que, día tras día, lo proteges y mimas. Sería injusto que no fuera así. Para los amores grandes no hay espacio ni tiempo. Así es y así debe ser. Es por eso que sabes todo de él, pero por si algún serafín majadero te entretuvo en alguna travesura celestial y algo se te escapó, te cuento algunas cosas.
Manolete es un poema. Me gustaría ver tu cara cuando todos lo bendicen y se alegran de su hermosura y gracia. Su mirada brillante es dulce, y sus negros ojitos son una puerta al cielo. Es serio como ninguno, pero al reír se escucha música de terciopelo acariciando el espacio cual alas de mariposa. Sus gestos son suaves como manantial, aunque últimamente parece una pequeña cascada. El niño está creciendo.
Se resiste a hacer la "linda manita" pero todo lo toca con gracia especial. Si descubre pequeños tesoros, hay que discutir por largo rato para convencerlo de la entrega del botín de la curiosidad. Si lo tienes al hombro, te mira y trata de cogerte las palabras de la boca. Creo que las toca. Más que escucharlo, ve el sonido y lo toma en sus manitas fuertes, tibias y suaves. Si se fija en sus pies y descubre su movimiento, los agarra llevándolos a la boca en gesto de triunfo, y sonríe. Tiene dos deditos del pie derecho unidos hasta la mitad y esa perfecta imperfección lo hace más gracioso al hacer solitos descalzo para que todos se los festejen.
¿Recuerdas como tus nenes gateaban? Él no lo hace así. Aunque sabe cómo hacerlo, se empuja con los deditos de los pies (que ya apuntan callitos) y, ayudado por sus bracitos, se arrastra en movimiento suave, rítmico y acompasado. Si le dices que lo vas a coger, avanza y no hay quién lo alcance en su alegre huida hacia cualquier lugar en el que, juguetonamente, se detiene para ver si lo sigues.
Si lo vieras bailando, vivirías de la alegría. Tiene dos pasitos: uno hacia el lado, en el que de vez en cuando levanta uno de los pies perdiendo un poco el equilibrio, y otro en suave y rítmico sube y baja. Una vez comienza a danzar, se fija en todos sus espectadores como si le complaciera su atención o tal vez buscando su aprobación y aplauso. Hay que cantarle todo lo que quiera porque de lo contrario llora con lágrimas falsas y manipuladoras. Aunque cualquier amorosa melodía lo cautiva, Mambrú y el Pon pon son sus preferidas.
Al cogerlo al hombro, no espera para agarrar mis lentes que ya son víctimas estropeadas y resignadas de sus juegos. Luego, toma la peinilla, y siempre al revés, se la pasa por su escaso pelo. Saca mi agenda del bolsillo y la abre llevándosela a la boca, como si paladeando quisiera descubrir los secretos de mis apuros. Es entonces cuando su carita se ilumina y ríe con dejo de triunfo.
Hace las lindas muecas de su tía Ivelisse, y si alguien le cae bien, graciosamente saca la lengua en peculiar gesto de aceptación. Si te lo cuento, no lo crees, pero cada vez que llega una joven que se parezca a Didi, le hace una guiñada con ambos ojitos y ríe, como si le diera las gracias por recordarle a su mamá. Está tan hermoso y dulce como aquél día de tu definitiva partida. ¿Recuerdas?, lo tenías sobre el plinto de tu ya deteriorado cuerpo, y como si lo estuvieras sacando de las manos, parecía que tus caricias lo esculpían haciéndolo más hermoso que el día en que nació. Te quedaste en su mirada.
Entre otras cosas, dice mamá, papá y tata. Hay veces que dice las tres juntas. Todavía no distingue bien entre una y otra, pero las usa con los que quiere. Creo que tú eres Tata. Al sonreir en esos sueños profundos de bebé cansado de tanto trabajo de gracia y aprendizaje, sé que lo estás besando y que sus sonrisas son para ti. El Viejo, que tan sólo lo conoce por tus cuentos, estará feliz.
Como el niño del poeta, tiene en su boquita tres diminutas hachas, dos en la parte inferior y una en la parte superior donde, como un hilito blanco, se asoma otra pequeña arma filosa. Son un premio para el que lo ve reír. Es tibio y su fragancia pura se puede recordar como si fuera un hermoso cuento de hadas.
Pelea con el sueño y cuando no lo chiquiteamos porque sabemos de sus trampas y juegos de atracción, se canta sus propias nanas en lánguidos gorjeos que provocan ansias irresistibles de levantarlo, besarlo, acariciarlo, apretarlo y quererlo más. Es como coger el amor en las manos. No lo creerás, pero cuando su padre y yo hablamos, o escucha la voz de adultos varones, engola la voz en sus decires sin sentido, y frunce el entrecejo como si hablara de asunto serio y grave. Es un sol de amor que entibia y enternece el alma de los que ilumina.
Tu nieto se las trae y nos tiene a todos, locos de felicidad. Síguelo bendiciendo que su gracia es prueba de tu presencia en su vida.
Hasta la otra.Ramón Edwin Colón Pratts
VANIDADES
Extrañé ver el retrato de aquel señor de rostro de felicidad eterna que encontré en Barajas, España, un invierno de hace unos años. Me le fui acercando en una fila de pasaportes extranjeros, y cándidamente, pregunté. La contestación, violenta como la reacción por una falta al honor, no se hizo esperar: ese es nada más y nada menos que el REY. Ya cerca de la foto a colores tres por cinco, sentí que aquél hombre tranquilo, sonrisa Mona Lisa y mirada estudiada, se fijaba en todos los que lo veían. Llevaba una cinta‑bandera que atravesaba en diagonal su chaquetón oscuro que parecía alquilado al Camerino. Tropecé con él en todos los lugares que visitaba, como si fuera candidato rico en campaña eleccionaria. Vestía la misma ropa y apariencia. Desacostumbrado a tanta presencia oficial, la foto me llegó a molestar, fastidiar y reventar. El día de regreso, una señora muy molesta, utilizó aquella primitiva arma de la niñez, tipo Pedro con Melo, y le sacó la lengua. La vanidad no tiene límites. En eso consiste precisamente, en su infinita vacuidad. Me despedí del Rey recordando la burla infantil de la señora y en su continua presencia plana con toda su cinta y traje oscuro del Camerino.
Ya en el avión, y en venganza sutil, le dije a la aeromoza, que huía de su país porque no aguantaba más retratos de su rey. Educadamente, y con inocente sonrisa, la joven contestó: "son cosas de reyes". En el aire, dormitando en ese letargo crepuscular en guardarraya con el sueño, pensé o soñé que detrás de los ojos del rey se escondía un lente que no importaba a dónde fuera, me estaba mirando, persiguiendo, acosando, grabando, fotografiando, amenazando, hostigando, fiscalizando, influenciando, maltratando y reventando. La vieja División de Inteligencia de la Policía de Puerto Rico salió corriendo de algún lugar y se me atravesó en el pensamiento. Te velo, te sigo y te retrato. Fisgones oficiales, pensé.
En sueño de avión, música en canales de audífono desechable y todos los esfuerzos por lucir cortés y amigable, después de la imprudencia con la joven del cielo, llegué al aeropuerto. Caminé por un feo pasillo de alfombras y techo aplastante. Apresuré el paso para salir de las entrañas de aquel gongolón que era como salón de recuperación después del cansado viaje, y con perfecto bulto de viajero, me coloqué en larga fila con todas mis libras y experiencias nuevas. Me fui acercando al agente federal que te mira mal y te deja pasar después de escrutarte con ojos de lector cansado y, según caminaba, me acercaba a un retrato tres por cinco a color, que con sonrisa de Gioconda permanecía impávido en la pared del fondo. Era de quien usted se imagina: del gobernador. Un poco extrañado, recordé aquella primera impresión en España y, levemente,sonreíde lado. Luego del recogido de maletas maltratadas, etiquetadas y vejadas, me dirigí al estacionamiento con la esperanza siempre trunca de encontrar el automóvil. Estaba, pero tenía pegado un cartelito con letras rojas que decía: "Favor de pagar en la oficina". (Estaba en tierra! Fui al lugar indicado y ¿saben a quién encontré al abrir la puerta? No lo saben. Nuevamente encontré todo un retrato del gobernador. Pagué, y me largué del lugar a olvidarme de los retratos y a rehacer la rutina del trabajo y la vida en este país de ladrones gubernamentales, pero sin reyes oficiales.
De vuelta a las faenas diarias, y cumpliendo un requerimiento injustificado, tuve que visitar el Centro Gubernamental para conseguir un plano en ARPE, una certificación del CRIM, una del CFSE y otra de Hacienda. Entré al edificio y en el vestíbulo tropecé con una foto, sencilla y llanamente: del gobernador. Luego de ese primer encuentro, me dirigí a las simpáticas oficinas mencionadas y para no repetir mucho, ustedes saben de quién encontré un retrato en cada una de ellas. Para mayor alegría, en una había seis.
Salí con la encomienda hecha, pero mascullando improperios y perturbado, malhumorado y avergonzado por descubrir que lo conspicuo no siempre es notado y que hay que ser bien canalla e insensible para exponer a alguien durante ocho horas de trabajo a un retrato del gobernador. En el camino, pasé frente a una agencia de viajes, de esas que venden sueños, alegrías y distancias, y recordé al rey y sus fotos. Tuve el enorme deseo de regresar al aeropuerto a esperar a la aeromoza del carro aéreo para disculparme. Ya en mi hogar, descansé de las fotos y en ese letargo crepuscular, al igual que antes, entre pensando y soñando, recordé la enseñanza milenaria de la paja en el ojo ajeno y en la joven que tan noblemente entendió que yo no entendía. "Son cosas de reyes".
¿Para qué una foto del gobernador en cada esquina? La morbosa presencia oficial de muchas fotos iguales invierten la mirada, ellas te miran y tú te sientes observado, molestado, espiado y perseguido. De eso se trata, sólo de eso. Es la imposición oficial que, inevitablemente, produce una sensación de acoso cuando percibes que el poder te está velando.
Luego busqué, pero no encontré, a la joven aeromoza. Donde quiera que esté, disculpe, señorita, tenía usted razón: "son cosas de reyes".Ramón Edwin Colón Pratts
LA ROSELLADA DE ILEANA
Comprando los periódicos y el pan caliente del domingo en la mañana, me encontré con un paisano de esos que siempre permanecen en el poder sacando provecho de cualquier gobierno porque son como el muñeco de los siete traseros. Para arrancarme de cuajo la felicidad de pan caliente dominical y día libre, me endilga un "se siente un cambio positivo en el país". Yo, que tenía el vellón pegado por el espaldarazo de Ileana Colón a su pana Jorge Collazo El Imprescindible, le dije que no se podía sentir el cambio, ya que por las expresiones de Ileana lo que se siente es brisa de fascismo con toques de Romero El Pequeño. El comerciante‑médico, que se las da de genio por tener mucho dinero, y se vanagloria de lo listo que ha sido en su pesetera existencia subsidiada, auto-denominándose ramplonamente: "hombre de negocios", dice que "por algo he llegado donde estoy", como si "estar" fuera sinónimo de "ser". Pues este hombre de bien (que de umbral a una trastada, siempre esgrime el mugroso escudo de "los negocios son negocios", de confesión semanal y comunión ocasional) a lo "sucosumuco", como papagayo, para de paso chavarme la vida, y estar con la más cargada en su más reciente acomodo crematístico, sin ningún rubor, me dice que Ileana tiene razón.
Me pasó lo mismo que aquel acre domingo cuando El Nuevo Día me dañó el inicio de semana con un comentario estúpido, tipo Conversando con Antonio Luis y sus perros satos y realengos, sobre las dos casas de Elián. El pueblerino elemento (que aún con toga, borla, birrete, esclavina, billetes mal habidos y enredos del alma, vive mirando hacia atrás, como el que pide pon en carretera solitaria) a boca de jarro, sin ningún empacho y con airecillo de intelectual, me dijo lo que me dijo. Ya que me alteró la paz en forma inmisericorde y escandalosa con tamañas palabrotas, le dije que la santa Ileana nuestra, esa que aceptaba nombramientos siempre y cuando no tuviera que responder a la Oficina de Ética Gubernamental, imitaba perfectamente bien a aquel simplón ya olvidado cuando decía que el que se oponía a su enmienda constitucional para eliminar el derecho absoluto a la fianza, era un criminal porque sólo a ellos le perjudicaba la enmienda.
En este país, cada día hay que alzar más la voz. Claro está, los que pretenden continuar con sus fechorías se quejan de los tonos altos y fuertes. Cuando se hace un comentario cierto de algún espécimen protegido por el dinero, título, profesión, apellido o gobierno, se esgrime una indignación de oficio que pretende acallarnos con un "me ofenden", "me difaman" y "me desacreditan". Pregúntele a los líderes populares y penepés que están presos por corrupción qué palabras utilizaron para defenderse cuando los acusaron. ¡Ay Fajardo! Lo que pasa es que aquí pululan los embustes, y siempre he creído que Ileana, la Santa Ileana, es uno de ellos. Desde que asumió aquella pose de mujer de acero, que repartía el bacalao a todos por igual, pero que aguantaba algunos informes municipales por no perjudicar al PPD; desde que, con su arrogancia y mentalidad de dos más dos da cuatro, comparecía a la televisión a decir trincaderas morales que posteriormente demostró que ni ella las creía; desde que, con sus listas y ficheros de todopoderosa contralora, persiguió a empleados y a todo el que cuestionaba sus sagradas ejecutorias; desde que, humildemente, proclamó sus calificaciones de reválida de derecho, su vida, su obra y otras tonterías más de piquetes y ribetes publicitarios; me resistí a tragarme ese paquete. La publicidad me pareció demasiado glaseado para la mezcla.
Lamentablemente, tenía razón, y cuando de pecados se trata, odio tenerla. Ahora, resulta, que la impoluta, egregia, impecable e ínclita doña se convierte en carga bate de Fortaleza, y defiende hasta el ñeque al angelito Jorge Collazo, y de paso se mezcla, regodea y confunde con tipo tan bajuno, patán y fuerza de cara. Ese bebé de probeta de las escuelas de espionaje estadounidense, vulgar chota, soplón o fisgón oficial a quien eufemísticamente le llaman agente de inteligencia, no necesita de una rosellada de Ileana para defenderse. No es un zar, pero es un zaragata. Basta con su porte, estilo, gestos, arrogancia, pobre vocablo, menos elocuencia, y esa repetición absurda de que es imprescindible, aderezado con "el más que sabe" para darnos cuenta de que el tipo no necesita de roselladas en voz de Ileana.
El zaragata es tan malito que, sin tener ley ni confirmación, ya se llevó en redada publicitaria a la pobrecita mujer que sin quererlo se le chispoteó un poco del alma cuando dijo lo que dijo exteriorizando su tierno, noble y puro ser. La pobre carpeterita frustrada que se colocó en la ruta de salida, aunque dure tanto como Ferré, se dio un lujo que nadie puede darse después de haber cultivado su imagen con tanto esmero ante cámaras, periodistas y publicistas. ¡Tanto tiempo y esfuerzo perdido!
Señora, siguiendo su lógica de profundidad de dedal derramado o de piso mojado, es tan peligroso lo que usted redondamente afirma, que alguien le puede contestar con sus palabras: "el que está con Jorge cree en el carpeteo, el encubrimiento, el chanchullo y hasta en el asesinato". ¡Dios nos libre de dos Collazos!Ramón Edwin Colón Pratts
CONFESIÓN
En 1898, en Washington, D.C., se dictó la Orden General 192, declarando que el idioma oficial en el gobierno de Puerto Rico, sería el inglés. En 1902, se ordenó, a la cañona, que la educación de todos nuestros niños fuera en dicho idioma. Así fue durante la primera mitad de este cansado siglo. El resto de esto que parece un cuento, pasando por el Príncipe de Asturias hasta llegar al casi príncipe Fajardo, usted lo sabe.
Modesto Colón Soto, mi padre, me contó lo mucho que sufrió en una escuela rural de Moca. Nació en español y lo mamó desde el regazo, pero con halones de pelo, varitas agresoras, insultos y humillaciones, se pretendió que renegara de su nacimiento y renaciera en otro idioma. Su orfandad y falta de recursos hacían casi imposible sus estudios, pero fue por el atropello en inglés que dejó la escuela. No pudo más y huyó de aquella jeringonza abusadora que lo desnaturalizaba y lo hacía sentir incapaz y fracasado. Tiempo después, me habló de sus sinsabores con el agresor idioma llegado en barco a son de tiros y cañonazos. Lo recordaba como insulso lenguaje impuesto a la trágala. Dicen que fue mala del viejo, porque a partir de aquella edad en que tan sólo se tienen amores, desarrollé una especial aversión contra el maldito idioma, que me hizo acreedor de múltiples fracasos en él, desde escuela elemental hasta universidad. Fui buen estudiante (más bien del montón, de ese montón al que todos pertenecemos) en todas las materias, excepto en inglés, donde estoicamente recibía las peores y más escandalosas calificaciones. Decidí desaprovechar en algo tan fácil que hasta los gobernadores de mi patria lo dominan y uno que otro legislador y jefe de agencia también. Me cayó encima Reymundo y todo el mundo. Haciendo de caja de resonancia de la verborrea oficial, los que se adjudicaban luces intelectuales por su bilingüismo, me decían fracasado, que cómo era posible, que el idioma del éxito era el inglés, que si no lo aprendía estaba frito, que en él se hacía el comercio, la medicina, la computadora, la aviación y el turismo y un paquete de sandeces más. Si no dominaba aquel idioma universal, iba a ser un fracasado, inútil e ignorante. ¡Salve César!
Ya graduado de la Universidad de Puerto Rico, sin saber inglés, y luego de muchas vivencias y desfallecimientos, comprendí que durante toda la vida me habían tomado el pelo. Descubrí que no es cierto que el comercio en el mundo se hace en inglés, que se puede diagnosticar, recetar y sanar en español, que se puede programar en castellano, que se puede volar seguro con un Pepe Pérez al mando de un 747 diciéndole a la torre de control: "Aquí Pepe Pérez, indique la pista disponible, cambio" y se puede hacer turismo en mi idioma y alcanzar en él la felicidad y la distancia.
Créame que el ausentarme del inglés, me costó trabajo. He tenido que soportar a un montón de imbéciles que desconocen lo que sé pero se sienten autorizados por mi desinglés a cuestionar mi normalísima inteligencia y conocimientos. He tenido que tragarme a uno u otro que con aparente idiocia y aire de superioridad de bobo, me mira de reojo cuando declaro mi intencional desconocimiento, como si fuera un fenómeno raro, y he tenido que hacer esfuerzos supremos para controlarme cuando algunos que cojean de las neuronas me preguntan en son de burla e insulto, ¿que tú no sabes ingléees?
No lo sé por elección, asignación y convicción. No me gusta, no lo quiero, no me agrada como suena, se escribe y se habla. No deseo aprenderlo, no me hizo ni me hace falta, y para el lugar al que a pasos agigantados me avecino, tampoco. Lo odio y durante toda la vida he tratado de olvidar lo poquito que accidentalmente aprendí por culpa de unas cuantas neuronas indisciplinadas, encandiladas y entremetidas. Lamento contrariar a los que confunden cultura con bilingüismo, idioma con inteligencia y manos con piernas. Los que saben inglés, saben inglés. Eso no es bueno ni malo, eso sencillamente, es. Este es el único país donde se pretende hacer valoraciones morales e intelectuales del conocimiento de un idioma. Cristo no sabía inglés y predicó el amor. Clinton lo sabe y lanza bombas y otras cosas. El que quiera aprender inglés, que aprenda inglés. Cada cual decida lo que quiere o no quiere, pero que el gobierno no nos empuje el soso y ajeno idioma, con miedos apocalípticos.
Aunque a Carlos Romero (a quien charlataneramente el Instituto de Cultura premió por defender el español) le cause cefalea, todo lo he aprendido y hecho en español. He conocido a los grandes clásicos de la literatura en ese hermoso y bendito idioma. Me falta mucho por aprender, pero lo haré en mi dulce y armónica lengua y tal vez, algún día hasta escriba un poema. He sido hijo, esposo, padre y amigo en español. He amado, sentido y soñado en mi idioma y mis amores, sentidos y sueños no admiten traducción.
A los Carlos de la vida de este país de chistes, me apena mucho decirles que he triunfado (ese triunfo relativo que todos deseamos) en español a pesar de los pesares que ustedes conocen. No los habré complacido, pero honré a mi padre y moriré en su idioma.
Coda. Y si a alguno de los que se jactan de ser morones en dos idiomas se le ocurriera decirme algo en el mal llamado difícil, sepa que mi contestación siempre ha sido y será, "Unjú, pero igual para usted".Ramón Edwin Colón PrattsQUEBRADA SALADA
La Quebrada Salada del Pepino casi atraviesa el corazón del pueblo. Es el regalo juguetón, limpio, fresco, transparente y cristalino que nos da el vientre de la Sierra de Hoyamala. Desde que echa a andar, busca a las hermanas aguas del Río Culebrinas para, juntas, al igual que el río de Julia, viajar hasta lejanos y extraños confines del mundo o para ser represadas, entubadas y consumidas. Hace 40 años la Autoridad de Acueductos, ahora Compañía de Aguas, se empeñó en deshonrar el hermoso riachuelo ultrajando su cauce al convertirlo en viaducto de excrementos, desperdicios y podredumbres. Si usted da un voltión por el recodo de Pueblo Nuevo (comunidad olvidada por todos los gobernadores, alcaldes y otros aparatos elegidos por el democrático voto nuestro de casi todos los días) podrá observar que la enorme y grotesca tubería de acero (y su registro), que transporta las aguas crudas del pueblo, siempre está rota, por lo que vacía sus inmundicias en la Quebrada Salada, violando su cauce con aguas usadas (bien contaminadas con todo tipo de desperdicios) que como afluente de excreta llegan hasta el río y desde ahí hasta sabe Dios qué aguas, témpanos y tierras.
Hace 23 años que soy vecino del lugar, y desde entonces, estoy peleando con la Autoridad (curiosamente, su oficina colinda con mi casa y con la quebrada) para que no sean tan desalmados y desconsiderados, y resuelvan el problema. Cuando no llueve y la fetidez se intensifica, el volumen de la querella sube, y convirtiéndose en insulto que "in crescendo" va desde irresponsables, transgresores, desgraciados, sucios, puercos, lechoniles y toda clase de expresión que en algo describa el macabro proceder de la dirección de esa Compañía de Aguas que se empeña en contaminar su apellido.
La Autoridad ha recibido mil quejas, querellas y lamentos, pero no ha hecho nada. La Junta de Calidad Ambiental y Recursos Naturales (esas limpias, seriezotas y simpáticas agencias que se entretienen y vanaglorian multando a todo el que tiene el cerdito de Navidad amarrado a dos o tres metros del margen de una quebrada porque la contamina y que proclaman, denuncian, gritan y patalean endemoniadas cada vez que alguien le toca los afluentes de su gran tubo sin inaugurar) tampoco han hecho un pepino “angolo”. Eso sí, son muy formales notificándole el número de querella, el cual va a parar al tubo roto ya que no le sirve para nada ante tanta excusa tonta, pueril y trivial.
Para vergüenza de la casa, y para que pelearan entre sí, yo que los quiero tanto, recurrí a los cucos federales a través de la EPA. Pues con la EPA, ¡wepa! Los malditos que se jactan de pujar tanto, que dicen que mandan y van, que hacen temblar a todos con su inglés, tribunales y poderes, tampoco tienen solución para los cochiniles y coprológicos asuntos de la Autoridad. Me he cansado de pedir que se arregle un tubo roto que está tan sucio que nadie se atreve a tocarlo.
Ante la irresponsabilidad de la Autoridad, y por aparentemente no haber solución al problema, recomiendo a los buenazos del gobierno, municipio o cualquiera de sus esparadrapos: que nombren personal para que atienda las descargas de la tubería en estricto orden jerárquico. Aunque sea por un tramo, no permitamos que la mezcla nos confunda y el batimiento nos quite la identidad. Antes de que las tuberías descarguen en la Quebrada Salada, que el personal gubernamental designado para tan ingente labor, identifique, seleccione, analice, clasifique, dirija, proteja y dé tránsito a todos los excrementos que la Autoridad lanza a la quebrada después de darle pon en el tubo roto. Al fin y al cabo, en este país tan lleno de discrímenes, diferencias y prejuicios, no se debe permitir que los excrementos de langostas y cortes finos, se mezclen en la licuadora de la quebrada con poterías, frituras y hamburguesas, y, finalmente, reciban trato igual. Ya que nadie hace nada cuando los pobrecitos se escocotan en la quebrada, al menos deben brindarle alguna atención y orden para que los desperdicios del alcalde y demás politiquitos, de los ricos y de los aspirantes a aristócratas, tengan un mejor acomodo, privilegio, salida y corrida hasta el bendito río que tanto quiere y protege la Junta de Calidad Ambiental y Recursos Naturales. También sería bueno que una u otra pieza sea encarpetada por su origen sedicioso por aquello de conservar la tradición. Finalmente, no sé si las heces fecales se puedan rotular, pero recomiendo que se coloquen identificaciones con el nombre de los autores más importantes para establecer alguna diferencia en el único lugar donde, según Víctor Hugo, todos convergemos y nos confrontamos.
Quizá algún día, tomando un poco de agua fresca de tubería, nos tropecemos con el nombre de alguien conocido, o tal vez visitando el Polo Norte y para nuestra sorpresa y alegría, encontremos un papelito que diga: "este es de Mon Medina y Salas, alcalde".Ramón Edwin Colón Pratts
1 comentario:
Sabe usted que no está autorizado a publicar escritos que no le pertenecen, mucho menos en circunstancias en las que usted ha intentado que nos confundan, tanto en contenido como en estilo.
Sea lo suficientemente decente para publicar esta nota, y por favor, basta ya.
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