VOLANDO BAJITO
Por: Juan Emilio Alicea Cortés
El primer coche propulsado por vapor fue diseñado por Ferdinand Verbiest cerca del 1672. Desde entonces hemos intentado ir más rápido en un afán loco de ser los primeros y más veloces para satisfacer un placer oculto. Indudablemente todo lo que hacemos hoy tiene que hacerse ayer y para mañana.
Con seguridad, cada vez que usted maneja su automóvil en la avenida principal se encontrará con algún elemento que sin escrutinios va manejando a gran velocidad o como dicen por ahí, “volando bajito”. Pensemos en ello por un momento. Sale usted de su casa muy tranquilamente en dirección al banco. Mientras conduce su automóvil se percata que detrás viene un objeto similar al que usted maneja. Aunque sabe muy bien que su auto no es tan grande, su retrovisor le indica lo contrario. Ese auto está tan pegado que parece que se funden en uno. Se percata que el individuo del retrovisor mantiene un firme agarre al volante mientras maniobra para ingerir un café caliente que le llevara parte del labio superior tan pronto lo intente.
Como por arte de magia y con todas las vías congestionadas, este ejemplar al volante, decide pasar a toda prisa cueste lo que cueste. Sin importar luces ni señales de tránsito este machazo oprime el acelerador, escuchándose el quejido del motor que pide clemencia ante tan injusto pedido. Pasándole muy cerca de su puerta izquierda queda usted muy sorprendido al ver que no tan solo lleva un café en su mano: también lleva el celular en la otra. Este jinete va en una caja oxidada de tuercas y tornillos con un sistema de sonido que evade las leyes de la física moderna.
Finalmente la mugrosa caja lo rebaza no sin antes darle un corte de pastelillo para evitar besar al edificio con 18 ruedas que viene en dirección contraria. Entusiasmado con su acrobática proeza y como si esto lo acercara más a su destino, oprime su agudo e infernal claxon como si deseara despertar los caballos apocalípticos. En una desenfrenada carrera contra el reloj el fugaz astronauta rebasa otros tres automóviles logrando avanzar unos 30 segundos frente a usted.
Pasado unos 2 minutos y luego de presenciar tan intrépida hazaña usted llega a la sucursal del banco. Inmediatamente su corazón se escandaliza cuando en la misma fila y frente a usted se encuentra al cuatrero de la velocidad. Recuerde que después de todo, le lleva 30 segundos de ventaja. Luego de una corta hora en espera y numerosos chismes (de esos que el pueblo produce en tan confinado espacio) le toca el turno al piloto aficionado. No han pasado 30 segundos cuando el cajero le indica que no podrá tramitar la transacción. En su prisa, nuestro amigo no se percató de llevar consigo la factura.
Increpando palabras y mirando hacia el cielo (como buscando una respuesta a su desespero y frustración) sale galopando de la sucursal, exigiéndole a su automóvil que le tele transporte a su destino. Usted (con sus treinta segundos de atraso) finalmente llegan frente al cajero y sin problemas gestiona su trámite. En cuestión de minutos (ya frente al volante de su humilde carruaje) emprende marcha a su hogar no sin olvidarse de detenerse primero en la panadería.
Su desvío a la panadería tendrá que esperar ante lo que parece ser una congestión vehicular que desesperaría a una tortuga. Luego de 45 minutos de inmisericorde recorrido, unas escandalosas luces rojas y azules rebasan su auto en forma energética. Desapercibido por lo acontecido continua su lenta marcha hasta llegar cerca de aquellas brillantes y parpadeante luces que le rebasaron hace unos minutos. Como todo buen motorista y con grandes ansias de averiguar, reduce su velocidad para ver el espectáculo.
Un vehículo ha decidido abrazar un solitario árbol cerca de la avenida. Tan grande fue el afecto del automóvil al árbol que expulsó a su conductor de su interior. Todavía se distingue el redoblado esqueleto metálico de lo que hace unos minutos fue una caja oxidada de tuercas y tornillos que retumbaba con su ensordecedor ruido. Para sorpresa de todos y con vendas que arropan la mayor parte de su cuerpo, aquel galopante jinete de la velocidad vivirá para contar su historia.
¿Porque vivimos con tanta prisa? ¿Hacia dónde vamos que amerita que 30 segundos de nuestro tiempo nos quite el resto de nuestras vidas? No solo cuando conducimos nuestro automóvil, sino también en la forma en que vivimos nuestro día a día. No tenemos tiempo para conversar, para sentarnos en familia a cenar, para dar gracias por lo que la naturaleza nos ha dado. No hay tiempo para nuestros ancianos y niños, para nuestra cultura e historia. No hay tiempo para crear, pero sí para destruir. No hay tiempo para ayudar, pero sí para fastidiar. Vivimos en un desesperado mundo donde la meta es ser el primero y el mejor sin importar cómo. Pero… ¿quién determina qué es lo mejor? ¿Quién y qué determina el éxito?
Para algunos el éxito estriba en el dinero o cuántos títulos hay en la pared de la oficina. Para otros es satisfacer la sed de venganza sin condiciones. Sin embargo, para otros es vivir una larga vida, satisfechos de haber producido lo mejor de nuestros esfuerzos y haber sembrado el bien donde pudimos. ¿Cuál es la prisa? Algo es muy seguro: la muerte del cuerpo que tenemos prestado. La pregunta es ¿A caso sabe usted cuando va a morir o donde morirá? Si no puede contestar, no debe precipitarse en vivir tan aceleradamente.
Cálmese y solo apresúrese a bajar el paso. No es importante preocuparse que otros sepan de qué forma vivimos, pero de qué forma nos recordaran después que vivamos. Recuerde que al fin y al cabo de nada vale estar “volando bajito”.
PESETEO
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
Hace unos cuantos años, no muchos, la televisión puertorriqueña pasaba cuñas que invitaban a la reflexión mostrándonos algún principio o lema inspirador. Por la forma de presentarlo, el mensaje lograba impresionar sacándonos del marasmo televisivo. En medio de cualquier programa, y sorpresivamente, aparecía la noble expresión en letras de lujo en pergamino barroco, sin sonido. Nadie hablaba o actuaba, tan solo quedas palabras fajándose con el lector. Había que mirar la pantalla en todo momento, porque si lo presentaban mientras buscabas o salías del agua, lo perdías. Mi Viejo, que no hablaba inglés (curiosa y novel condición para existir), pero tenía vergüenza, decía que los mensajes eran alimento para el alma. Las llamaban “palabras con luz” porque el brillo que producía la fricción de su sublime composición iluminaba el atribulado espíritu de un pueblo humillado al que los energúmenos del poder de oropel y billetes a granel, empujaban hacia el abismo de la perdición social.
Pasado un tiempo, y entendiendo plenamente lo que eran “Palabras con luz”, la picardía pueblerina comenzó a utilizar la expresión con sorna o ironía. Paradójicamente, cada vez que algún paisano hincaba las zancas diciendo algún dislate o imbecilidad, casi a coro se le decía que había pronunciado “palabras con luz”. En ese contexto el significado de la expresión era como antónimo de su uso televisivo original. Todavía la expresión se usa con ironía o mofa.
Como decíamos en el Rabo del Buey, en guardarraya con Tablaestilla, “pago por no escucharlo”, pero no tengo oídos selectivos, y siempre algo capta la aurícula y se cuela al tímpano. Por culpa de esos escurridizos sonidos, escuché a ese muchacho apocado, nacarado, peinado, lavado, planchado y pesetero bien vestido de semáforo, que más bien luce a vela de procesión, que le dicen Luis y que por culpa de los enredos coloniales y muchos aderezos demagógicos, resulta que es gobernador. Gobernador que en su triste papel es como el Sancho sin poderes en la Ínsula Barataria (que disculpe Cervantes, que su personaje tenía al menos sentido de justicia). Hablaba del caso del Colegio de Abogados. Créame que me impresionó. Escucharlo decir que “si a ti te cobran de más, tú vas a exigir que te den el dinero que te cobren de más, aunque sean cinco chavos”, me le torció el brazo al recuerdo y regresaron a tropel al rostro de mi memoria las “palabras con luz” en el significado sardónico que en la tertulia de la esquina le dábamos.
En primer lugar, ese tuteo encetado en nuestra patria por el delincuente, criminal, asesino y ahora recoge galletas Romero, y seguido por el ubicuo médico muriático, loco con aspiración a que homologuemos su gaguera por inteligencia, debe desaparecer de la expresión desinhibida, más bien desfachatada, de este nuevo quincallero con pose de erudito de la colonia. Aclaro: todo este lenguaje deslenguado viene al caso por la forma en que nos tratan, y para no pagarle al psiquiatra, mejor estrujo el magín y les escribo en la misma forma en que me provocan, y que me perdonen mis nietas. De paso, y como este escrito no se lo lleva el viento porque está anclado en la escritura, es posible que los que lo lean se percaten, por carambola, de la abusiva expresión oficial. En este país casi nuestro, al que tutea fuera del familión, o sin autorización, se le dice: “más respeto, a mí no me tutee”. En nuestra cultura, usar ese tono para con el que no es su pariente o amigo íntimo, es agresivo e irrespetuoso.
Así que Luis, ya que me tuteas, y por la dispensa que produce la falta de respeto, imprudencia y agresividad de tu lírica, te hablo como tú: de tú a tú. Ahí voy.
Pues, ¿con quién se cree que está tratando este mamalón, en palabras oficiales del coquero de la Betsy, que vive en la nadería y que pretende que toquemos el fondo de la desesperanza? Es hora de exigirle más respeto al que se supone que debe saber dirigirse a los demás que no son su parentela o cofrades de clubes exclusivos y pases blancos de bandejas de espejo o niqueladas. Digo, si es que leyó algo más que la Caperucita Roja, y sus papás le enseñaron modales básicos.
En segundo lugar, Luis, no seas lépero y agreste en su peor significado: el Colegio no te cobró de más. El caso que tus amigos de la corporación de los risueños extranjeros está llevando junto a un juez de capa caída, no es por cobro de más, sino por cobro de lo supuestamente indebido, que no es otra cosa que un cuasicontrato. Dudo mucho que los juzgadores con aspiraciones a gringos como tu juez entiendan esa figura jurídica, ya sea por congénitas limitaciones neurológicas o por puro prejuicio con el derecho civil.En tercer lugar, Luis, aunque Fortuño viene de fortuna, No eas peseteromente echándole mano a lo que se aprende en la calle, calle que nunca tuviste, no seas pesetero. Confórmate con vivir de las riquezas que, inmoral y tal vez, ilegalmente, produce tu doña y no demuestres tan descaradamente esa ruin afición al dinero, a la avaricia. Estás negando toda una hermosa evolución de ese espíritu que no quisieras tener pero que te une a los que niegas porque eres la manifestación más escandalosa del que quiere que su madre sea la del vecino. Eso de estar pregonando en los medios la agresividad de que si te cobran de más vas a exigir que te den hasta el último centavo, provoca una escandalosa impresión gansteril con humo en el cañón por un tumbe de drogas. ¿Es que no te das cuenta que le puedes servir de ejemplo a algún desentendido que puede imitarte en tan vergonzoso reclamo, no ya en Fortaleza sino en un sórdido callejón de mala muerte, por una deuda de un pitillo? Sé más fino, muchacho, ten más caché que es de lo que entiendes porque sé que de asuntos de vergüenza no se te puede hablar.
Por último, ¿no te ruboriza que después de haber reclamado tus cinco chavos, un colega abogado te los envió para que no desesperaras en tu reclamo peseteril? ¿Es que crees que esa obsesión por hacerte de billetes y cretinizarte y gringolizarte hasta las meninges te va a quitar la eñe de tu apellido, esa que te delatará siempre, y a pesar de todo, como puertorriqueño? Cono, Fortuno, no tienes que hacerle caso al tecato de la Betsy. Déjale ese conato de hombre al olfato de la Nina. Estoy seguro que si te lo propones, con bastante esfuerzo y ayuda, no serás ningún mamao.
Luis, perdona lo poco, pero en estos días el machito de la policía me tiene anonadado y no hay forma de conjugar un verbo. Que me disculpen los etiquetados, finos y canchendosos cuyos virginales oídos nunca han escuchado estos tuteos profanos. Por último, que me perdone mi yo, que es tu tú, por haber bajado hasta tus entendederas y en ese deslenguamiento, parecerme a ti que para mi, no es otra cosa que usted.