PUEBLO BENDITO
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
Las excepciones no hacen la regla, y los pocos, siempre son los menos. En este pueblo bendito se toma cerveza, ron, se consumen drogas, se va a los parques de pelota, a las canchas, se politiquea, se ve televisión, se habla por teléfono móvil, se erotiza, se corruptiza y se cometen los más variados y escandalosos crímenes porque todo se criminaliza. Esa es la norma aunque nos auto complacemos diciéndonos otras cosas que nadie, ni nosotros mismos, nos creemos. Se nos está acabando la vergüenza.
En este pueblo bendito, las casas tienen rejas que protegen a los de adentro y los de afuera porque ambos son peligrosos. Los hijos se crían con otra señora y cuando caminen, el parque y la cancha, con sonido mefistofélico, le cantarán sus nanas de aros de magnesio y perreo. Cada parque y cancha que se inaugura es el presagio de una nueva cárcel: pregúntele a los presos. Muchas madres son niñas y muchos varones ni siquiera niñas son. Las madres y padres no tienen preocupación: la tele entretiene a los nenes y cuando estén educados, participarán en los programas de Noti Uno y tal vez sean peloteros, boxeadores o meneen el cóccix en televisión como mujeres de vocación horizontal.
En este pueblo bendito, se asfalta, se vacía cemento, se destruye y se construye. Consumimos automóviles y producimos carreteras, chatarra y basura: como para exportar. Tenemos tarjetas plásticas y envidiamos sus colores y significados. Compramos, y tenemos grandes centros comerciales donde se chulea, se pasea y se desvive hasta la última gota. No tenemos por qué buscar distracción porque la vida toda, es eso.
En este pueblo bendito, un alcalde con apasionada aspiración a ser reo, como lo es Mon Medina Salas, en 12 años puede construir 52 canchas y parques y no puede hacer un teatro, al que rimbombantemente ya han bautizado como Centro de Bellas Artes. Se juega a la bolita y a lo que no es bolita y el gobierno fomenta el juego y lo castiga en una espantosa dialéctica sin nombre. La suerte, contrario al trabajo, es un don que hay que cultivar con la práctica de la apuesta. Se roba, se traquetea y se procesa al pobre y a uno que otro rico por aquello del qué dirán. Los legisladores y soplapotes de gabinete se hacen acompañar por guardaespaldas para sentirse lo que no son: importantes. ¿Quién demonios le puede causar daño a alguno de esos enseres si son tan nimios que ni siquiera provocan malos pensamientos?
En este bendito pueblo, muchas veces se confunde la inteligencia y la moral con ser listos como las ratas. Fulano sí que era inteligente: no sabía leer pero se hizo millonario. Contaminamos, derribamos y levantamos y todo se reduce al peseteo. O no tenemos nada para ser acreedores a algunas cosas o trabajamos para tener algo y todo nos cuesta. Eterna pelea por tener.
En este pueblo bendito, se rompieron todos los moldes. Nos acobardamos, achicamos, nos vendemos y degradamos. Cualquier ladrón nos gobierna porque se perdió la dignidad y el honor. Se aplaude eufóricamente al que más habilidades motoras, visuales y musculares tiene. Héroe y modelo es el pelotero. En la campaña, nos eslembábamos con Roselló, político naturópata, cuando corría en pantalones libidinosos. Si lo hubiesen expuesto leyendo o trabajando, nos hubiese parecido débil y tonto. Nada vale sin el poder, el deporte, el espectáculo y el figureo.
En este pueblo bendito, hay que tener poder para poder y estar dispuesto a entregar lo que sea para alcanzarlo. ¡Qué gustazo ordenar que se haga lo que no somos capaces de hacer! ¡Qué ñame, qué morbosa satisfacción y alegría, poder pisotear, balar órdenes y arroyar!
En este pueblo bendito, no hay hogar porque no puede haberlo. Huimos de las labores que más producen pero que creemos que menos dejan. Nadie permanece en casa aunque haya niños que amamantar, calentar, formar y criar, porque nos acobarda darlo todo y las mujeres, que son blancas y se entienden, están en el feminismo y en la superación profesional.
Hemos alterado la naturaleza del crecimiento y la formación. Debemos a la vida buenos relevos. Trabajar y buscar nuevos modelos que no sean peloteros, boxeadores, buscones del deporte, de la tele o de la política, tal vez sea bueno. El país se nos va de las manos. Al menor decir o hacer estamos prestos a limpiarle el pico al vecino o al compañero de punto. ¡Desenfunda, rapaz! La pasamos mal ahora que estamos bien. No somos violentos, somos lentos. No somos valientes, somos temerarios. No leemos, pero estamos leídos.
En este bendito país, no sabemos si vamos o venimos. Tan sólo respiramos, vegetamos y subsistimos. Eso, a menos que usted sea de esa minoría cada vez más chiquita. Si no estamos en el limbo, por aquello de entretener la mente, es posible que estemos satisfaciendo alguna necesidad apremiante, y ya. Nada más, y a otro que arree, que seguimos en la guachafita.
Pero hay excepciones, aunque los pocos, siempre son los menos. Un poco de este bendito país no es así y todavía saca la cara por nosotros. Muy pocos, cada día menos. Cuéntelos, distíngalos, consérvelos e imítelos. De lo contrario, en este bendito país, no nos van a quedar ni las excepciones. Cuando eso pase, ya no seremos un bendito país: seremos lo contrario.
INDULTO
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
Indulto es clemencia ejecutiva. Clemencia es compasión, conmiseración. Es la lástima que se tiene para con el que sufre penalidades o desgracias. El ejecutivo es el que ejecuta. Aunque confundimos ejecutivo con ejecutar, ejecutivo es el que hace. Ejecutar es dar muerte al reo. La ejecutiva en este adolorido pueblo, es Sila María Calderón. El indulto es la compasión que puede tener Sila con cualquiera que esté acusado. Esa compasión se expresa con el perdón y es para el gobierno, lo que la absolución para los religiosos. El cura puede absolver de los pecados, y Sila puede indultar de los delitos que son como pecados civiles. Ambos están investidos del don del perdón.
Los indultos son totales o parciales. Sila puede perdonar todos los delitos o alguno de ellos. También puede poner condiciones para el perdón (como los sacerdotes cuando dicen que absuelven a cambio de par de Padres Nuestros) y puede concederlo en cualquier momento (como le pasó a aquél angelito de Nixon, que lo perdonaron sin acusarlo). Generalmente, el perdón o indulto dice mucho del que lo da, e insinúa del que lo recibe.
Carlos Pesquera, honesto vástago de esta tierra, criado y educado al amparo de nuestros enredos y tradiciones coloniales y con valores incrustados hasta el ñeque, hizo lo que era normal que hiciera cualquier hijo de vecino con igual formación. Al pobre hombre lo criaron en la cantaleta institucional de que el sol sale por el Norte, que lo de allá es grande, bonito y bueno, que los jefes son lindos, inteligentes, poderosos, nobles, ricos y que su infalible Bush es un dios al que todos debemos hacerle reverencia en genuflexión por aquello de curarnos en salud. Estudió con becas federales y siente una deuda eterna, que es el peor gravamen que tiene el alma. Desde pequeño se eslembó por el inglés, el dólar, la ciudadanía, el pasaporte, el himno, la bandera y hasta por la nieve. Ese es Carlos Pesquera: el ser más escandalosamente normal que haya nacido en este endrogado país de hambrunas de valores. Si usted siembra aguacates, no espere chinas.
Pues, ¿qué pasó con ese buenazo de ciudadano? Un buen día se percató de que había una oficina pública que no tenía la bandera estadounidense. ¡Horror, por Dios! ¿Qué creía usted, gobernadora, que este hombre iba a hacer? Así nos criaron y así nos enloquecieron y así aprendimos a desear que nuestra madre fuera la del vecino y no la que nos parió. Ese hombre hizo lo que las escuelas de Muñoz, Sánchez, Romero, Hernández, Roselló, usted y todos los que le precedieron, le enseñaron que había que hacer: enloquecer hasta las meninges. Sí señora, él, como buen discípulo, enloqueció de arriba a bajo. Producto de esa locura, subió las escaleras de la Oficina de la Procuraduría de la Mujer (realmente no sé cómo las mujeres libres permiten que exista una oficina que se llame así) como espadachín del pueblo, y salvó el honor de la patria de otro. Con sensiblería sin par y apurados besos al aire, plantó su símbolo de progreso, bondad, dinero y poder. ¡Misión cumplida! Siendo honesto con usted, señora, el hombre se portó bien. Se acercó a la puerta de cristal (me recordó al niño pobre de Felipe Rodríguez que con su carita tierna buscaba amparo el día de Reyes) donde se cometía el ultraje por omisión, y tras pedir, con rostro demacrado y mirada perdida, que no lo hicieran sufrir más, en un descuido se coló y, como alma que lleva el diablo del fanatismo, se encaramó hasta la cúspide anhelada y espetó la lanza de su bandera como Quijote en molino. A sus espaldas, un corillo que también resultó acusado (y que representaba lo más aprovechado de la escuela de la locura), aplaudía delirantemente a otro puertorriqueño que escalaba el Everest de la imbecilidad.
Eso fue lo que pasó. Señora: no sea inmisericorde y perdone a ese hombre. No sea cruel que él también es criatura de su vientre. Indulte a ese clon de la conciencia colonial, inmunodeficiente político. Bastante daño se le ha hecho con lo que se le enseñó para ahora, de ñapa, castigarlo por ser buen discípulo. El pueblo le aplaudirá su benevolencia. Claro está, habrá algún indigente espiritual que diga que lo perdonó porque el caso se iba a caer, que era flojo, o por las primarias y un montón de sandeces más, pero no les haga caso.
No espere a que sea tarde. Debió haberlo hecho desde hace mucho tiempo, pero sus asesores son unos tira piedras que la llevan por mal camino. Pudo haberlo hecho el mismo día con gesto de regaño e indignación, pero no es tarde, todavía hay tiempo. Hágalo por bondad, no por mezquindad política. Hágalo como dama nuevamente enamorada. Demás está decir que Pesquera no se amotinó. Sus asesores en delitos le tienen que haber dicho que motín es el “empleo de fuerza o violencia que perturbe la tranquilidad pública o, amenaza de emplear tal fuerza o violencia, acompañada de la aptitud para realizarla en el acto, por dos o más personas, obrando juntas y sin autoridad en ley”. ¿Quién se atreve a decirle a Pesquera que no tenía autoridad en ley para hacer lo que hizo? ¿Que ley en el mundo le puede prohibir defender lo que le enseñaron a amar? ¿Cómo castigarlo ahora si ese ha sido su simbólico derramamiento de sangre en el campo de batalla por la patria ajena? No sea cruel y soberbia. Perdónelo. Dele la oportunidad. Su actuación fue estrictamente política-enajenada.¡Libertad para todos los presos políticos!
SOLEDADES
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
Leo en el periódico: Policía y Tribunales: miércoles, 13 de noviembre de 2002. Título: Muere un joven durante una agresión simulada. Historia: "Un hombre fue arrestado ayer luego de que un adolescente confesara que ambos mataron accidentalmente el pasado viernes a un amigo que procuraba ser herido de bala para obtener el cariño de su familia, informó la Policía. El joven detenido y que hizo el favor a su amigo, tenía 16 años y el accidentalmente asesinado, tenía 18."
Incluyendo a la familia: tres víctimas más de la soledad, el desasosiego y la incomprensión. Este país, que parece que se nos va quedando a la vera del camino, cada día se pone más patético, más triste. Puedo afirmar, y alguien debe estar de acuerdo conmigo, que no existe hombre en este redondo y vertiginoso mundo que se sienta tan melancólico, despreciado, desatendido, solo y triste, como para pedirle a sus amigos que lo hieran de bala para de esta forma ganar la atención y tal vez el cariño de su familia. Lamentablemente, el abandonado que pretendía resolver su soledad con una herida, accidentalmente murió. La apremiante necesidad de amor que invadía a este joven desesperado, sólo compara en intensidad con el inmenso despiste y enredo de valores, pasiones, querencias y desajustes de un amigo piadoso, psicólogo de pólvora, que complace a un solitario joven desatendido. La soledad es mala compañía. Produce tristeza, melancolía, desesperanza e irresistibles ganas de llorar y acrecienta ese deseo innato de sentirse querido, protegido y necesitado.
Estamos mal en este país. Mientras más somos, menos nos encontramos, nos comprendemos, nos amamos y más alejados estamos los unos de los otros. Estas soledades inevitablemente producen raras lealtades que conmueven y consternan. ¿Cómo es posible que un buen amigo acceda a dispararle a otro causándole todo el daño que una herida de bala puede causar? ¿Qué decisión es esa? El desatendido, solitario y poco querido joven se quedó sin compañía y sin la pena de la familia. La familia se quedó sin la posibilidad de rehabilitarse con su hijo, y lo que es peor, se quedó sin él, que fuera como fuera, siempre era su hijo. El amigo de gatillo compasivo, perdió a su cofrade desesperado, perdió su libertad, y presumo que su tranquilidad.
Con mayor volumen que antes, estos macabros reclamos no dejan de ser nuevas formas de llamar la atención. Repito: algo anda mal en este país. El parco parte de prensa, de esquina inferior de página oculta y compañía de especiales de época, es el anuncio de la desesperación en esta pobre isla de sálvese el que pueda. La Comunidad Especial de Sila de la que todos formamos parte, aunque a algunos no nos rotulen, cada día se insensibiliza más. La poca importancia periodística a la desgracia significativa, es otra muestra de lo mal que estamos. Aquí no se escuchan los gritos de los muertos nuestros de cada día. La oficialidad que tanto se preocupa por hacer chucherías aquí y allá, de inaugurar proyectos, colocar primeras piedras, anunciar otros y retratarse en poses de próceres, ni siquiera se entera de lo que está pasando. Están tan embadurnados en cemento, pintura y espectáculos, que son incapaces de comprender que este pobre, muy pobre país de ayudas gubernamentales, se nos desaparece como agua entre las manos.
La vida nos importa un soberano pito y no dude usted que un mal día se encuentre con un amigo del alma, que para resolver sus problemas existenciales, le pida el favor de que le propine una paliza, le de par de tajos o uno que otro tirito. ¿Qué nos está pasando? ¡Por Dios, que no venga algún idiota de último cuño, con aires de intelectual genérico, a consolarnos con la cantaleta de que eso es un mal mundial, como siempre nos dicen cada vez que señalamos algún problema que nos agobia! He recorrido algunos tramos más allá de nuestra arena, y no he visto, escuchado o leído barbaridades y locuras como las que se ven en este cada vez menos cantado país nuestro.
En un su libro De Guajataca a Los Cedros, el Lcdo. José Enrique Ayoroa Santaliz, perspicaz y sensible caminante, nos decía que "En la muralla de bloques que divide la estación de gasolina Alvarez Crescioni y el parque del estacionamiento del condominio Torruela, hay una enorme inscripción, pintada a brocha gorda: ÑOÑO ES TRISTE. Traté de imaginar cuán triste y cuán solo, cuán carente de oído receptivo, de una sonrisa para sonreir y de un hombro para llorar, tiene que encontrarse un ser humano para tomar un latón de pintura y una brocha ordinaria y consignar en una verja la angustia que lo consume."
Amigo Quique Ayoroa: el joven del parte de prensa estaba más triste, y fue con sangre que escribió su pena en la pared de la desesperanza. Tenemos penas y dolores nuevos que no apuntan a remedios de anuncios con brocha ordinaria. Ya Ñoño no es triste, Ñoño se murió de pena.
Nos sentimos solos y nuestra soledad no tiene que ver con compañías, tiene que ver con desamparo y eso, eso sí nos pone tristes. Nos estamos muriendo de pena y no nos damos cuenta. Y si todavía hay espacio para ello: Feliz Año Nuevo.
CASI
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
Hace un fracatán de años, los médicos escogían ese sagrado ministerio, para satisfacer un reclamo del alma que les requería aliviar al que sufría, curar al enfermo y acompañar al desvalido. Era tal su entrega, que todos estábamos dispuestos a perdonarle cualquier metidita de pata, aunque por sus conocimientos, entrega y responsabilidad en el excelente desempeño de su ministerio, contra ellos no había posibilidad de reclamos o demandas. Para aquel entonces, el médico estaba a pulgadas de Dios y el pueblo creía que su retrato se podía colocar en la pared de entrada al lado del Sagrado Corazón, Muñoz y Kennedy.
El tiempo pasó y se llevó enredado en sus ráfagas cuanta cosa había y casi cargó con la bondad que tenían los médicos de entonces. Aquellos médicos viejos se murieron completa y totalmente y llegaron médicos nuevos con preocupaciones distintas. En esa nueva era, casi no se hablaba de entrega, vocación y pasión, sino de dólares, estado social y práctica desapasionada con técnicas de máquinas, ordenadoras, equipos, accesorios, chucherías y mamotretos de fármacos. Los que vivimos el cambio, con pesar lo sufrimos. Con él perdimos aquella figura considerada como vecina de Dios, de Muñoz y de Kennedy. Sus nuevas ejecutorias, casi más de quincalla y pregonero que de sanador, achicaron su figura, perdiendo toda consideración y respeto. Así lo quisieron, o sea, se lo buscaron, y nosotros tan sólo reaccionamos.
Pasó el tiempo y la deferencia y consideración a casi todos los galenos también fue pasando. En ocasiones hasta los vimos distantes, como a enemigos. Todo se agravó cuando Pedro el ladrón, se empeñó en una reforma sin forma donde los médicos recibirían por adelantado el pago del tratamiento de las enfermedades, dolamas y gravedades de sus pacientes. Todavía, y por culpa de los ancestrales miedos populares, estamos en lo mismo: el médico tiene asignada una cantidad de dinero para atender a sus enfermos, incluyendo referidos y otros embelecos relacionados con enfermedades. Se lo envía el gobierno y la palabra que lo describe es tan fea que nadie la dice en español.
Entonces se agravó la cosa y los descuidos, irresponsabilidades, chavos e intereses de otro son, fueron la orden del día. Casi todos se dedicaron a fastidiarnos en vez de curarnos, a matarnos en vez de salvarnos, a explotarnos en vez de ayudarnos y a negarnos en vez de reconocernos. Era evidente: mientras más el médico gastara en usted, menos dinero recibía. Mientras su salud mejoraba, el bolsillo de ellos mermaba. ¡Genial embeleco de Pedro el paquete! Se formó una guerrilla silenciosa en la que a casi todos los estigmatizamos, los burlamos, los caricaturizamos, y cuando hubo negligencia por culpa de ese loco y desmedido afán por buscarse la peseta como adicto de semáforo: los demandamos. Las reclamaciones aumentaron y ellos, casi todos ellos se indignaron y retorcieron preguntándose por qué tanta gente buscona e interesada le reclamaba a ellos, casi todos, hermanitas de la caridad y vecinos de Dios, Muñoz y Kennedy. No entendían lo que pasaba, porque entender era dar marcha atrás y eso costaba mucho dinero y dramáticos cambios de actitud, entendederas, corazones y sensibilidades.
Un buen día, de esos que parecen días feriados, las compañías de seguro le dijeron a los amigos médicos, que el costo del seguro aumentaría un montón porque muchos, casi una mayoría, ejercían negligentemente la profesión y ellos tenían que pagar los platos rotos de sus descuidos e impericias (palabra fina que se usa como eufemismo de porquerías). Entonces se alborotó el avispero. Casi todos los abnegados y sufridos trabajadores de la salud dejaron sus yates, palos de golf y raquetas, abandonaron casas de playa, fincas, vacaciones, viajes y descanso para reponer las energías de su agotadora facturación y billeteo, y fueron al capitolio con cara de lechugas a reclamar, pelear y exigir. "¡Que las mujeres paran de pie o en zafacones, que no atiendo un parto más! Somos los muchachos buenos de la película, vecinos de Dios, de Muñoz y de Kennedy y queremos que no nos demanden, y si nos demandan, que sea por la cantidad que nosotros digamos, que por ley se fije un tope al sufrimiento que producimos y si eso no se puede, pues que la compañía de seguros no nos cobre, que cobre poco o que no aumente el cobro, o en última instancia, que el gobierno pague por nuestra negligencia."
Los legisladores, casi casi club de bobalicones que viajan, comen y gastan a nuestro costo sin dar un tajo, los escucharon. Son tan anormales que hasta vistas públicas efectuaron. Pero las vistas los reventaron porque un día llegaron a deponer las víctimas vivas de la negligencia y carnicería. Decía la noticia que, ante aquel cuadro de dolor, incapacidad y sufrimiento, los legisladores comenzaron a llorar. Los despistados hacedores de leyes, daban pena, aunque no tanta, como los mutilados deponentes. Creo que ahí terminó todo el barullo de los fuerza de cara que lamentablemente ya casi casi han dejado de ser vecinos de Dios, Muñoz y Kennedy.
Coda: Este artículo lo dedico a mi hijo, estudiante de medicina.
Otra coda: Por si acaso: sobre los abogados, de los que ya tantas veces he hablado, hablar‚ otro día.Ultima coda: En caso de emergencia, favor llamar a un sacerdote.
LA ABSUELVO
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
MarÍa de los Ángeles (Angie) Rivera Rangel fue procesada por, supuestamente, haber sobornado a unos cuantos angelitos de los del sátrapa Pedro. Cometió delitos, y como a cualquier hija de vecino, la debieron procesar y juzgar con testimonios relevantes a sus crímenes. Lamentablemente, no ocurrió así. La acusó Gil, ese hombre tan serio que da ganas de reír. Para ello utilizó, entre otros, el testimonio de Fajardo, maravilloso actor que logró que se me saltaran las lágrimas cuando se defendía de lo que llamaba difamación, para luego aparecer ante las cámaras hirsuto, barbudo, arrepentido, millonario, culpable y bembeteador. Lo que ese pobre hombre estaba dispuesto a decir para intentar remediar lo irremediable, es inimaginable. Nunca me ha convencido que el testimonio de un embustero criminal se use para acusar. Si mintió gratuitamente para delinquir, imagínese lo que estaba dispuesto a decir para complacer al fiscal que lo acusó y le ofreció inmunidad para que mintiera o dijera la verdad que a él le convenía. De todos modos, su testimonio fue casi exculpatorio: "nunca trajo a la atención de su jefe las irregularidades cometidas por ella porque entendía que las llamadas venían del Primer Ejecutivo. Nosotros entendíamos que todas las llamadas eran a nombre del Gobernador". O sea, nosotros partíamos de la premisa de que el gobernador era un traqueteador.
A Gil no le gustó ese testimonio por ser una declaración débil o poco convincente. Por eso sentó a declarar a otro ex-convicto: José Miguel Ventura Asilis. Ahí comenzó el salvajismo procesal de los que se atreven a tirar la primera piedra. El multimillonario ladrón tuvo la insensatez, insensibilidad, descortesía y poca hombría de, no sólo declarar sobre posibles delitos, sino de vejar, torturar, atormentar y supliciar el alma de una mujer cuya mayor falta consistió en relacionarse, entre otros, con gente como él, Fajardo y Pedro.
Sin ningún rubor, y para rebajar su pena carcelaria, ese autoproclamado Adonis tuvo la desfachatez de relatar que fue seducido por ella, quien, según su testimonio de ego hipertrofiado, no resistió sus encantos de bobo afrentoso. Sin ningún decoro, dijo que le hizo insinuaciones sexuales y que aceptó porque la quería tener contenta y finalmente "metió mano". Este tremendo machote, de cuádruple guindalejo y esclerótico corazón, concluyó su atestación diciendo que "nunca hubo amor, lo que hubo fue placer". La acusada, ya acusadora por la transfiguración que produce la vileza, lloraba cabizbaja mientras acariciaba un pañuelo sobre su falda.
Hay que ser bien canalla para dispararse esa maroma. Hay que ser igual de canalla para, con el fin tonto de ganar, utilizar el testimonio de un liliputiense moral, eunuco del alma, que con gran desfachatez se sentó a declarar sus concupiscencias para castigar a la única persona que en todo este lío ha demostrado tener algo de dignidad y decoro. Este país se tiene que fastidiar con un tribunal extranjero que no entiende nuestras sensibilidades. Oiga señor fiscal y testigo, aquí se juega limpio. Este pueblo respeta a sus mujeres. Los testimonios en su contra, no importa ante quién ni de qué se traten, tienen sus límites. ¿Qué necesidad ten„a Gil de poner a ese desventura a declarar lujurias? ¿Es que pretendía castigarla con la humillación por si resultaba no culpable, o pretendía culpabilidad en asuntos ajenos a las denuncias? Ese "perreo testifical" no nos puede ser indiferente. El deleznable lenguaje del prevaricador confeso, lleva en sus entrañas el prejuicio milenario contra la mujer. ¡Por Dios!, algo se tiene que salvar en este país. Alguien tiene que quedar con un poco de vergüenza. Hasta la perversidad tiene límites. A los giles y venturas, le decimos que, no importa lo que hagan, nuestras mujeres merecen respeto en su intimidad porque sí, porque son nuestras madres, hermanas, novias, amantes, esposas, hijas, compañeras. Porque nos cargaron, nos amaron y nos parieron. Porque no hay escultor, por más machote que sea, que iguale con sus trabajos la gran obra de ellas. Porque no hay derecho a ser malvado. La misericordia y la piedad no se pueden terminar. La maldad, aunque sea con cara de justicia, no puede prevalecer. Las flores no se pueden marchitar y la poesía acabar, porque de lo contrario, tiramos la toalla. Tienen que quedar caballeros en este país y tiene que quedar afabilidad, decencia y valores por encima de delitos e ilegalidades. Como ella dijera, existe el undécimo mandamiento del agradecimiento por amor. Hay cosas que no se pueden declarar aunque te amenacen con perjurios. Es por eso que mientras Ventura la señalaba y pisoteaba su intimidad, "ella movía la cabeza de arriba abajo lentamente mirándolo fijamente" mientras lloraba.
Esa mirada acusadora de "arriba abajo", no era sólo para Ventura. Era para todos. Como uno de tantos, me avergüenzo. A María, la agradecida y leal, la apedrearon, no la juzgaron. De mi parte, ya usted pagó con creces sus faltas a la ley. El castigo ha sido severo, mucho más severo del que le impondrán a Ventura por robar y deshonrar. Por la humillación que estos bandidos le hicieron, la prefiero a usted en la calle que a sus acusadores con penas cortas y billetes largos. Y si represento a alguien que piense igual, mi absolución va por ellos también.
LOS APUROS DE JUAN CARLOS
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
Estoy seguro de que no durmió la noche anterior. Si algo durmió, soñó con amigos, juegos, timbres, lápices, pinturas, paseos, maestros buenos y mundo de ensueños. Me lo imagino deseando que el día llegara para quizá, en complicidad con algún vecinito, encontrarse y alegrarse por el solo hecho de verse. Tal vez ansiaba mostrar su bulto, su bulto lleno de libretas, libros para colorear, crayones, sacapuntas de algún personaje infantil y algunas galletitas Bimbo con jugo y servilleta.
La abuela igual. Mal dormir, dormir poco, soñar con su niño y su partida, soñar con su ausencia, con el vacío en la casa durante las horas de escuela, con su felicidad, con su alegría, con su seguridad y adaptación. Soñar y pensar que ya no es tan bebé, que tiene ropa de grande, que tiene uniforme y tiene escuela y tiene a otros con quien compartir y tiene salud y esperanza y tiene quien lo quiera y lo mime y lo acompañe y le ría y lo abrace, lo bese y lo acaricie. Sonreír y soñar, que la vida pasa y mañana es otro día. Otro gran día para tu niño, y ya llegará por ahí a pedir un beso y a llenar de música la casa con sus requerimientos de hombrecito de escuela, de primer día de escuela, con mil aventuras vividas y el cansancio que las acompaña.
Y el día llega hermoso con una catarata de luz desordenada. Y el corazón se le sale y sin pensar en otra cosa, la abuela lo viste como si lo esculpiera, porque cada minuto cuenta, y parece que la escuela y los amigos se le van si no llega, y tiene que llegar. Y la abuela lo calma y lo alienta, lo apacigua y lo motiva, lo aconseja y lo mira y le da un irresistible deseo de llorar mientras le prepara el desayunito a su hombre, a su niño hombre, a su criaturita saludable y lindo. Algún pequeño egoísmo bueno la hace pensar que lo perderá por compartirlo en alegría. Vestido en un dos por tres, sale del cuarto casi corriendo y arrastra a la abuela que lo calma y lo peina y lo bendice, lo acaricia y mira con ojos brillosos, pequeños y agradecidos por la gracia de tener la suerte de un niñito a quien querer, criar y acompañar.
Con sus afanes frente a la hornilla, hoy distintos y especiales, le prepara el desayuno que se queda frío porque el niño no puede, no tiene tiempo, se le van los amigos, se desaparece la escuela. Le asusta que pueda despertar del sueño de felicidad y no puede perder tiempo en comer, cuando habrá otros días en que lo haga y se canse de desayunar y comer y coger las cosas suaves, con calma. Pero ahora no. Ahora tiene apuro, bendito, el apuro infantil, el apuro de todos los niños, el apuro hermoso que empuja y hala, acelera y agita, requiere y reclama.
Vámonos abuela, que se nos hace tarde. Y la abuela obedece y complace. Y se van a esperar por el gran transporte amarillo. Pero no llega. No llega porque no tenía que llegar, porque era temprano, porque no era la hora, porque no. Se desespera el muchacho y hala a la abuela y se pone ansioso y le pide que no esperen, que se vayan ya, que caminen, que la escuela está cerca, que avancen, que los amigos esperan, que quiere verlos a todos y que todos lo vean a él, que quiere empezar y no puede esperar.
Y se van. La sonrisa en el rostro de ambos. Ella cargando con muchos años que, como artesano bueno, han ido tallando surcos en su rostro seco. Orgullosa del niño que la hace menos anciana. Hasta aquí lo traje solita, y he podido. Gracias Dios mío, he podido. Él con paso ligero y ella como queriendo aguantar el tiempo, como presintiendo que lo perdía, que se quedaba sola, que su niño la dejaba aunque fuera para estar feliz con los amigos y convertirse en hombrecito. Y le aprieta la manita sintiendo su calor y suspira y entretiene las lágrimas para que el niño no la vea porque está demasiado feliz y la felicidad no se perturba, que es como un sueño bueno.
Caminan y caminan y el viento sopla mientras otros apuros corren en competencia con la felicidad y la vida. Largo camino. Y entre paso y paso se le pierde el niño. No está en su mano y lo busca y ve su bulto nuevo. Su niño dejó el bulto abandonado, que tiene apuro y no puede esperar. Y dejó un zapato y a ella el rostro le duele y no quiere pensar, porque el alma protege el pensamiento. Y ya no sabe más, porque no quiere saber más. "Ay Rosy, mi angelito se fue. Tan lindo que iba para la escuela, yo lo había vestido". Y no encuentra a su niño hermoso y su niño hermoso no está y ella se quedó solita con el desayuno frío, uniformes planchados a mano y un bulto con merienda y libretas, lápices, crayones y muchos recuerdos y sueños. Y Juan Carlos no está y el dolor sustituye al niño más hermoso y bueno del mundo, que por sus alegres apuros de vivir, y otros apuros de los que no quiero hablar, dejó esperando a su abuela, a su bulto, y a sus amigos.
EL FISGÓN
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
He dicho antes que el liderato de este hiperbólico país se compone de gente con miedo y de gente temblando. Ustedes saben quién es Gil Bonar. Ese señor es el fiscal federal que ganó algún lustre, sin mucho brillo, por haber procesado a los que cualquier fiscal de acá lo hubiese hecho igual si el gobierno no hubiera prohibido la investigación de los entuertos del pillaje del Instituto del SIDA. Pues resulta que un buen día, Gil Bonar abrió su colonizada bocota de hombre de autoridad federal (que logra silencios, aplausos, hace temblar a camarógrafos, periodistas, funcionarios públicos, privados y uno que otro desempleado) y con chismes de poca monta logró fastidiar a unos cuantos jueces, fiscales y alguaciles de Ponce. No se los pudo llevar en redada pero se los llevó enredados. El muy lengüilargo tan sólo se limitó a balbucear unas escuetas palabras logrando que todos se persignaran y embarraran. Hizo las desafortunadas y temibles manifestaciones en conferencia de prensa monga, en la que se regodeaba por un denominado operativo "vergüenza azul" con un saldo de 23 policías arrestados que, hasta entonces, eran angelitos de la caridad. Rara satisfacción esa de citar a los medios para decirles que nos digan que estamos llenos de criminales y de paso, con cara de bobalicones, alegrarse de la publicidad del mal, pero ese es otro cuento.
El hombre de acero para los de aquí y de tembleque para los de allá, declaró que a través de una interceptación telefónica, como vulgar fisgón, había escuchado que alguien dijo algo que aparentaba una cosa mala. Por poco se ahoga en un mar de peros: pero que no estaba seguro, por lo que estaría buscando pruebas para corroborar el chisme telefónico; pero lo que ilegalmente escuchó (aquí hay una constitución que prohíbe las interceptaciones telefónicas) era algo relacionado con jueces y fiscales; pero que lo escuchado no era delito, por lo que no acusaría; pero que podría serlo; pero que él no tenía pruebas; pero que las conseguiría y seguiría soplando, averiando y dañando a todos por igual en lo que lo de las pruebas llegaba y él continuaba ligando y husmeando por el roto telefónico. Creo que habló de algo así como que alguien había comprado a unos funcionarios judiciales regalándole una botella de vino, como si estuviéramos en el Norte donde las compras del honor son la orden del día. Aquí, como dijo Albizu, "el honor no está en el mercado".
Escuché de comienzo a fin la conferencia de prensa mientras me sudaban las manos porque hasta a uno se le pegan las boberías del respeto por propaganda. El bembeteador estaba rodeado de los acólitos de costumbre que, con caras consternadas de seriesotes señores pensativos, posaban para las cámaras como si el mensaje (que hablaba de vino) se tratara de asunto divino. Refiriéndose al Tribunal Supremo y a Justicia, dijo que le referiría el caso de lo que le pareció algo irregular, pero que no era delito y que había obtenido la información ilegalmente, o al menos, sin nuestra legalidad constitucional. Inmediatamente pensé: se fastidió el chismoso éste que cree que el Juez Presidente y la Secretaria de Justicia, independientemente de quién sea el mensajero, van a actuar por comentarios infundados y especulativos producto de la ilegalidad. Hombre no, estoy seguro de que no le harán caso. Y si el vela línea este le sopla algo, al menos le dirán: "Oiga señor, somos los máximos custodios de nuestra constitución y no podemos tomar determinaciones basadas en su violación. Eso no se toca. Apunte para otro lado que a nosotros no se nos tiran cáscaras. ¿Cómo es posible que usted crea que tomaremos acción con prueba mal habida y para nosotros prohibida? Aunque usted no lea bien nuestras decisiones, recuerde la máxima del fruto del árbol ponzoñoso."
Pues fallé de nuevo. El pequeño inquisidor, con su sarta de disparates, se llevó en volandas a tres jueces, un alguacil y dos fiscales. Con la prueba de pacotilla, ilegal y amarilla, el Juez Presidente del Tribunal Supremo, sorpresiva e inmediatamente escuchó lo que dijo la voz del hado, ordenó las suspensiones mientras "aguarda por cierta evidencia prometida por el fiscal Gil Bonar". La Secretaria de Justicia lo imitó (realmente no sé quién imitó a quién) e hizo lo propio con dos fiscales. Los cargos: ninguno, pero la comay federal lo dijo y hay que asombrarse, temblar y reaccionar.
¿Y ahora, qué? Pues presumo que tanto el Juez Presidente como la Secretaria de Justicia, se sentarán a comerse las uñas mientras esperan por las pruebas que el hombre de acero les traerá para castigar a los ya castigados sin razón. Y eso de esperar por pruebas para probar lo que ya se anunció como un hecho, es muy peligroso. ¿Cree usted que el fiscal federal ligón se va a quedar con la carabina al hombro? Hombre no, esos tipos impolutos jamás se exponen a la burla y al descrédito. Su prestigio, ese pobre prestigio de coger pon con los que mandan, no se pone en juego. Dé por seguro que la prueba aparecerá y nuevamente, todo el mundo temerá, temblará, y el daño final se consumará. Moraleja: sólo los federales son perfectos. Acusan al que les de la gana con la prueba que le de la gana y todos tienen que obedecer. Han venido por todo y por todos. No se salva ni el vino. Les falta el pan y la consagración. ¡Bandidos!
MUCHACHO DEL CARRITO
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
No te conocía hasta el día en que escuché aquel patético cuento de camino y me enteré de tu amarga historia. Me dijeron que recogías latas en algún lugar desconocido de ese loco y ligero San Juan de garitas, riquezas y miserias. Escuchaste los pasos de un sonido galopante, y por tu naturaleza huidiza, hiciste lo que la vida te había enseñado: te escondiste en un oscuro zaguán para que no descubrieran tu inocencia, para que no te hirieran, para que nadie se burlara. Los golpes congénitos, sin culpa, te habían convertido en niño eterno. Debes haber asustado a los moradores de la casa vecina, porque alguien de tiro ligero y caletre lento salió, y sin identificar tus latidos, en este país de miedos y temblores, disparó hacia el lugar donde acurrucado por las sombras, palpitabas. El propietario pensó que le podías robar algún cachivache que valiera más que tú, y la mala puntería te alcanzó. El azar, como fuego sólido y perverso, te impactó en el vientre. Luego de llevarte al hospital, sufrir en una camilla la tortura de la espera por una habitación y por mucho tiempo luchar contra la muerte, te despacharon con una bolsita adherida a tu cuerpo que recogía todas tus miserias para hacer aún más triste tu ya difícil existencia.
Lo demás fue un largo, lento y agónico vagar sin rumbo por las calles del Pepino detrás de un carrito de metal, de esos de supermercados, que parecía tu lazarillo por las calles del pueblo y que en su incesante rodar, cargaba todo tu inventario. Desde que las primeras luces del día se sacudían el rocío anunciándote el final del descanso, hasta que, ya agotadas te dejaban de regreso a tu hogar, recogías las latas que otros, más o menos afortunados que tú, lanzaban al camino como si supieran que contaban contigo.
Apenas hablabas. Tan sólo sonreías, con esa sonrisa triste que acusa a la abundancia y da vergüenza al que la percibe. No te quejabas, sonreías. Si el recogido de aluminio andaba mal, extendías la mano con el orgullo del que reclama por su trabajo y sencillamente pedías, pedías para el café, el pan o un almuerzo cualquiera para la calle, la acera o cualquier rincón donde sintieras que no molestabas a los que sin saberlo, te acompañaban en el camino.
Ayer, cuando en el apuro nuestro de cada día me dirigía a trabajar, en un trabajo que no entenderías, porque nadie lo entiende, divisé tu carrito. Estaba solo y lastimado, y junto a uno de tus zapatos, parecía que con mucha tristeza, te miraba. A su lado, tus despojos ya sin forma se encontraban en medio de la calle sobre una inmensa alfombra roja que, en las primeras horas del día, brillaba anunciando tu partida. El que tal daño hizo, no se detuvo. Continuó su marcha sin apuros (acaso por saber que nadie lo delataría) dejando en el camino tu santo cuerpo con bolsita y carrito aún vacío, porque era muy temprano y el trabajo apenas comenzaba. Allí, con toda la escultura de tu cuerpo rota, yacías solito, amigo del camino. Hasta en ese momento te dejaron solo y fueron pocos los testigos noveleros de tu desgracia. Sin queja y sin vida. Aún así, conservabas tu sonrisa y tus ojos tranquilos, abiertos y tranquilos como el que mira sin ver, como el que parte sin pena, como el que espera la partida, como el que no deja nada, como el que acusa los apuros, las cosas y a los hombres de las cosas.
¿Sabes una cosa, amigo? El mismo día de tu partida, el gobierno, ese que dice velar por los niños y los desamparados en este país de trenes, escoltas y figuras de embuste, llegó a un acuerdo para hacer, lo que tenía que hacer sin acuerdos. Cuando leí el titular me acordé de ti y de todos los que como tu, por ser hermanos especiales, no lo hubiesen podido leer. Aunque pudiste aprender a leer y a escribir, siempre te negaron la oportunidad. Entre tanto robo, pillaje y deshonestidad, después de mucho tiempo de excusas, pleitos y negativas, el gobierno se daba por vencido: "Tras 21 años de pleito por la educación especial SE HIZO JUSTICIA. Emoción en la firma del acuerdo que obliga al Departamento de Educación a dar servicio a todos los niños con necesidad especial." Fue una pena que no lo escucharas, fue una pena que no lo pudieras leer. Fue una pena amigo, que te marcharas. Fue una pena que no esperaras un poco, tan sólo un poco, lo suficiente para recibir el servicio que hasta el día en que te vi sobre tu alfombra roja, tanto necesitaste y que los malditos gobiernos, vergonzosamente te negaron.
ELEGIR
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
Con mucho amor, para los compañeros abogados, conatos de líderes, que quieren repartir el bacalao del conocimiento y que tanto se indignan porque nuestro pueblo no sabe elegir.
Para poder tener la libertad de escoger, se necesita más de una alternativa. No es libre el que no puede elegir y no hay elección donde existe una sola candidata. (antes de seguir, y para evitar los nuevos problemas de género, cuando me refiera a las nenas también me refiero a los nenes y viceversa) No podemos aceptar lo único disponible y luego vanagloriarnos proclamando que hemos hecho tremenda selección. A ese proceder, en el mejor de los casos y siendo cariñoso y comprensivo, lo podemos catalogar como vagancia neurológica, disfunción de erectilidad cerebral o imbecilidad galopante.
Como una variante de lo anterior, tampoco podemos comprometernos con la primera opción porque, de surgir otra, ya hemos entregado la libertad de seleccionar y seremos esclavos de la testarudez y de los amiguismos que tanto criticamos en otros. Todo este enredo de escoger y la angustia que produce en algunos, ocurre siempre que nos enfrentamos a un evento de selección de importancia donde se esgrimen valores, integridades, honorabilidades y otras trabas, reglas y normas buenas del espíritu. Si estamos hablando de cómo comenzamos a vestirnos, de qué lado nos sentamos o de cualquier otra nimiedad, la selección no debe traernos muchos problemas, aunque hay personas que elevan a niveles insospechados intrascendencias como la inmortalidad del cangrejo o la barba blanca de algún candidato.
Otro asunto que me produce serias dudas de la seriedad, es el de las lealtades “porque sí”. Reconozco las lealtades “porque sí”, tan solo en asuntos de grandes amores. En la medida en que el amor se convierte en ocasional recuerdo y se va apagando, va perdiendo la magia de lo irracional (esa irracionalidad que nos hace locos felices) y se transforma en asunto de frío análisis y ponderación. Por ejemplo, voto con mis padres “porque sí”, con mi esposa, con mis hijos (siempre bajando los niveles de compromiso en la medida en que la sangre se va mezclando cada vez más y se diluye el componente original), con mis amigos, con mi gente. “Estoy con los míos”, como decimos cuando delimitamos el cerco de nuestra existencia.
Si no hay amor, los “porque sí” le pertenecen a los fanáticos. De esos no hablaré porque me refiero a un asunto serio, no a un equipo de pelota. A decir verdad, los fanáticos me producen sentimientos que exacerban la coprolalia que tanto me ha costado dominar y que a la menor provocación, se desboca irremediablemente. Así que no hablaré de los fanáticos ni de las fanaticadas, y que los religiosos me perdonen.
De mucho más alto y de mucho más lejos (Osorio), nos llegan otros valores como los deberes para con la patria, que están por encima de cualquier otra consideración, según Cicerón y los que cogemos pon con su pensamiento. Esos nos llegan con otros “porque sí” de los cuales me ocuparé en otro momento, si es que se me ocurre algo.Todo este enredo de libertad, selección y lealtades, viene al punto por una conversación que sostuve con un compañero abogado hace unos meses. El colega es un buen tipo que tan solo padece de ese pequeño defecto de mojonar, que no es otra cosa que el que afora. Se aproxima la asamblea del Colegio de Abogados donde se elegirá a un presidente en propiedad. Sé que desde hace unos cuantos años, diría tres, algunos academos y figurines de la farándula institucional, a la usanza tradicional, vienen preparando el candidato que le dará continuidad a sus ex presidencias para lograr perpetuarse en el procerato institucional de la nadería. Sea el que sea el ungido por esos ex, de buena fe, pero escandalosamente equivocado, le hace el juego a los que lo aúpan y siguen para, como comparsa de boxeadores, salir en cámara. Hay que tener cuidado cuando nos ponen a competir en una carrera solitaria, unipersonal, donde correr o trotar no tiene importancia porque lo hacemos solos y no vamos a ninguna parte.Inundado de luz, el amigo me decía que estaba con el único candidato que había porque a su entender, era el mejor candidato. Ahí se me formó, como diría mi mamá, el lío de los pastores. Al notar mi expresión de incredulidad, ahondó mucho más en su caletre y me espetó la filigrana de “me comprometí con él y soy leal”. ¡Demonios! Todos los clásicos románticos que conocía se me arremolinaron de golpe y hasta no pude evitar mirar de reojo a ver si en su anular brillaba el anuncio de la alianza eterna.Pues, te diré, amigo comprometido por lealtad con el mejor cuando tan solo había uno, resultó lo que era previsible: hay otro candidato y tal vez haya otro y otro. Ahora sí que (a menos que existan otras consideraciones subterráneas, etéreas, no accesibles al magín de algunos mortales colegiados) podemos seleccionar, escoger, ejercer nuestra libertad. De mi parte los evaluaré en la medida en que se dejen evaluar y decidiré entre varios, no entre uno, que desdice mucho de los próceres que estimulan tal proceder. Votaré por el Colegio e invito a mi colega a que sea libre y escoja. Sea honesto, nos hace mucha falta.
$5.15
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
La normalidad se presume. Nadie tiene que andar con tablilla o licencia de normal para que lo consideremos como parte de este gran promedio del que formamos parte.
Aunque algunos se han empeñado en querer insinuar que son geniecillos que divagan en cuestiones etéreas apartándose de los pensamientos del pueblo común que habla español y satisface sus necesidades casi diariamente, los políticos nuestros, son chillonamente normales. Sin embargo, esos queridísimos especímenes que se auto proclaman tenedores de la verdad absoluta y que diariamente nos regalan un pensamiento de orientación, guía y luz, de vez en cuando se empeñan en hacer y decir cosas que ponen en entredicho su normalidad o sanidad.De un tiempo a esta parte, Pedro se viste de pueblo y actúa de payaso obrero que copia y repite para diversión de grandes y pequeños. No existe ser humano lúcido que no sienta herida su dignidad y la ajena al ver tan miserable actuación. No aprendemos a ser carpinteros luciendo un serrucho, martillo y mandil. Tiene que haber necesidad y vocación. Hay que sufrirse el calor y la lluvia, la fatiga, el hambre, las sabandijas, la viruta, astillas enterradas y los nudos y fibras torcidas del pichipén. Hay que vivirse la dureza y resina pegajosa del nicaragua, las maderas mojadas, piezas viradas, alturas desabridas, cortaduras con serrucho Diston y machucones de sangre con martillo de cabo de madera que en incesante movimiento ensambla y crea espacios a $5.15 la hora.
No es albañil el que se pone un capacete amarillo y por un día de dos horas de actuación, o mientras lo capta la cámara cómplice, mueve medio saco de cemento sin piedra. Hay que pegar la vida cargando cemento, bloques, arena, piedra, mezclando, levantando varillas y empañetando techos mientras las cervicales se retuercen. Con atuendo remendado y apestoso, amigo, con bodrogos pesados y callos en las manos, con artritis acelerada por el desgaste, por el esfuerzo, por la fricción, por el movimiento. No artritis de tenis o golf. Hay que cargar como burro y no ver el andamio que pisas porque el sudor te empaña los ojos. Hay que aguantar los dolores de espalda herniada y los esfuerzos físicos que el peso reclama. Hay que soportar a un jefe abusador que llega acompañado en Mercedes, para el que no existes, y si te mira, tan solo reconoce a un gasto maloliente, desaliñado, manchado, raído y sudoroso. A $5.15 la hora, hermano, a $5.15.Somos normales y ningún ser normal, a menos que sea un megalómano buscón, que se retira con una pensión fabricada de $52,000.00, aspira a ser obrero. Eso Pedro lo descartó hace medio siglo, cuando, con la misma inteligencia de los que ahora imita, pero con más oportunidades y un papá distinto, se fue lejos a estudiar precisamente para no ser obrero y vivir una vida fácil de dinero, luces y prominencia. Hay que ser bien malvado para burlar al obrero con $52,000.00 por año, a razón de $120.00 la hora de pobre actuación de pobre. Quizá fuera otro el cantar si, como parte de la comedia, lo hubiera hecho a $5.15 desde que comenzó hasta que terminen sus días de comediante. Pero no, mientras de mono actuaba, sin ningún rubor ni vergüenza peleaba por unos pesos mal habidos en trabajos fantasmas reclamando el don de la ubicuidad, no ya como mesías, sino como Dios.
Hace años, tuve un amigo estudiante al que le brindaban cuchitril gratis en el traspatio de una barra santurnina de renombre en la época. Un día le pregunté por qué no pagaba por la pequeña habitación. Se sonrió, con esa sonrisa abatida de los que cargan muchas penas y dijo: es que soy el que rompe piedra con baldes de agua. Como no entendí, explicó: “los borrachos hacen sus necesidades sólidas en los orinales y a mí me toca romperlas en la mañana a palanganaso limpio, mientras el agua rebota, salpica y moja”. Como ahora, había mucho desempleo y una fila de parados estaba dispuesta a hacer lo mismo, a trabajar. “Sino fuera por eso, no podría estudiar.”Hay que ser anormal e insano para tratar de imitar la vocación, la necesidad, el trabajo y el sufrimiento en un carnaval de fotos y cámaras con curiosos husmeando la actuación para entregar la poca dignidad que se ha tenido a cambio del poder de pacotilla.
Cuando vi a Pedro con toda su blanquitería haciendo el ridículo de confundir el trabajo decente con payasadas, queriendo dar la impresión de que realmente vivía esa experiencia de honor, me lo imaginé rompiendo piedra con baldes para ganarse el descanso en un tugurio de mala muerte y a nombre de mi amigo olvidado y de los de a $5.15, lo maldije.
APUNTACIÓN
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
Aunque sea romo, con el dedo se puede apuntar. Se apunta con el dedo índice. Cualquier otro dedo no sirve para esos menesteres. Mi mamá me decía que no apuntara a nadie. Con vehemencia afirmaba que era una mala costumbre, que era feo, se veía mal. Era una verdad absoluta, casi religiosa. El que apunta con el índice, si apunta bien, que es como se debe apuntar, siempre cierra otros tres dedos que se dirigen hacia uno: apunto con uno y me apunto con tres. El pulgar no toma parte en estos asuntos de apuntes porque es el más inteligente, y parándose de frente a los otros cuatro, nos separa de los monos. Por eso, en esto de apuntes, permanece más bien neutral, como esperando a que los demás resuelvan sus problemas de señales.
Apuntar es una agresión con preservativo, como un puño frustrado, como tratar de convertirnos en espada y traspasar y herir desde la distancia. Es la preparación, preámbulo o umbral de un golpe. Nadie contento apunta. El que lo hace, por lo general, ha perdido el temple y está en las de descargarse a través del dedo. Se apunta hacia adelante, como dándole a la víctima un toquecito a distancia, violándole ese espacio pequeño que el otro no ocupa pero que le pertenece porque lo rodea y lo toca. Todo el coraje, la irracionalidad y la imbecilidad momentánea, se disparan con el índice, que, en ausencia de un gatillo para oprimir, apunta como cañón de revólver.Lo mejor es no apuntar. Casi siempre alguien se apunta al apuntador, porque el índice apuntando es una abstracción de un guante de boxeo. Apuntar es amenazar.
En este rectángulo rodeado por la locura que nos ha tocado vivir, tenemos al más largo y perfecto apuntador jamás pensado. Se llama Tomás Rivera y trabaja para el PNP. Trabaja de apuntador y se jacta de ello. Su oficio lo aprendió de un gran maestro de la apuntada: Pedro Roselló. Buen discípulo, y el buen discípulo, supera al maestro. Lo ha superado porque sus apuntadas están adornadas de feas y poco originales frases hirientes, de un exquisito tono de voz de machito pichón y de unos raros y continuos movimientos laterales. En un artículo que publiqué hace unos años, y refiriéndome a Pedro, el maestro de Tomás, hablaba de los apuntadores. Me refería a la ocasión en que increpó en televisión al periodista Danilo Arbilla, presidente de la SIP, acercándosele temerariamente mientras le increpaba, tuteaba, señalaba y casi se le trepaba. A Pedro le gusta eso del dedito, y el macharrán que lo quiere emular, lo esgrime diariamente como espadachín con sable de uña y hueso.
Daniel Domínguez, juez federal, que es como decir, lo último de los muñecos, hombre que recibió conocimientos y profundidad en el derecho por un nombramiento político, se encolerizó y se desencajó la noche del 20 de noviembre de 2004. Así lo reseña y cita la prensa del 21. Refiriéndose al Tribunal Supremo de Puerto Rico, dictó una conferencia magistral (nombre nuevo para discursos viejos) de improperios. Habló de confrontaciones, de irrespetuosos, de anulaciones, de violaciones de leyes federales, de ofensas, decepciones, faltas de respeto, de no dejarlos entrar otra vez, que no le importa si ellos también visten toga negra (no entendí el comentario de profundidad de papel fino, de vestimenta y colores) y dijo que lo que había dictaminado el Supremo no valía ni lo que valía el papel donde estaba escrito. Aunque el papel vale, excepto que se llene con domingadas, me imagino que lo que quiso decir fue que no valía nada. El papírico comentario es de cantina, que dista mucho del “bar” de abogados. La forma más simple y correcta de describir lo que le dio el sábado a Domínguez es: una pataleta, una soberana pataleta de niño malcriado. Los líderes populares, que siempre se han caracterizado por falta de espina dorsal que los mantenga erguidos, son incapaces de solicitarle la inhibición y de ñapa, radicarle querellas aquí y allá por la colección de violaciones a los cánones judiciales en que incurrió.De todos modos, y para tranquilidad nuestra, nada de lo que dijo nos debe preocupar, nada. Lo que nos debe preocupar es lo que hizo. Según la noticia, el muy federal apuntó con el dedo índice a los demandantes mientras encolerizado y desencajado les decía “Ahora estoy interesado en terminar este interdicto” y otras interesantísimas cosas. Eso sí es malo, malísimo. Aunque desde el estrado (mucho más si es federal) es un ñame faltarle el respeto a los litigantes, abogados y público, apuntar con el dedo es un peligro. Demuestra ese carácter de Pedro y Tomás que da ganas de negarnos furiosamente. Es malo, muy malo.
Qué hará el juez con el dedo que apunta, no lo sé, pero desde acá, le sugiero que lo piense, y si puede, que lo piense bien, sin cólera y sin desencajamiento.
PANTALONES
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
La primera parte del patético cuento del escritor-actor Rafael González Salas es el relato de un incidente cualquiera al que todos estamos acostumbrados. Días antes de su desgracia, escribió en una página de internet: “Me encontraba de compras en el Cantón Mall de Bayamón, en la tarde del lunes 29 de septiembre de 2003. Llevaba encima una mochila verde con mis cosas y una bolsa de supermercado, con otras cosas más, cuando me detuve en la tienda Grand Stores en donde tenían una venta especial de esas de ‘compre un artículo y llévese el segundo a mitad de precio’ la cual quise aprovechar, ya que en general andaba corto de fondos. Nunca imaginé lo caro que me iba a costar el baratillo. Entré a la tienda por la parte frontal, de hecho, la única disponible para el público. Fui a un ‘rack’ de pantalones mahones que en ese momento necesitaba, busqué varios de los que me podían servir y me dirigí al probador, en la parte de atrás de la tienda. Luego de probármelos saqué todos los que no me servían, los dejé de vuelta en su ‘rack’, y busqué otros más en la tienda para hacer lo mismo”.
Relata entonces que una dama que trabajaba en el lugar, lo acechó y junto a varios guardias municipales y estatales (quienes siempre trabajan en siniestra complicidad, esto lo digo yo, no él) le fabricó un caso. Estos últimos, según su relato, lo arrestaron (él dice secuestraron) y agredieron. Luego, como costumbre que todos saben menos los jueces que viven en otra dimensión y siempre presumen la bondad del sistema y de los poderosos, lo chantajearon. Le dijeron que se abstendrían de radicarle cargos criminales a cambio de su silencio sobre la forma en que ellos procedieron, esto es, que siendo inocente, lo arrestaron y agredieron. No accedió al chantaje, entonces, ellos, los chantajistas, los malos, le fabricaron un caso y bajo juramento declararon la patraña planificada. En su lógica de callejón bayamonés oscuro, tenían que hacerlo así porque de lo contrario, serían ellos los acusados. El parte de prensa es confuso, ya que habla de la absolución por el caso de apropiación que le fabricaron, pero menciona que pagó una multa de $50.00 por no sé qué cosa, y solo se paga multa si se sale culpable de algo. Esos reintegros de pagar multa por algo no son raros para los que los vemos diariamente ya que generalmente son el salivazo del poder para el inocente, por aquello de chavar.
La segunda parte del cuento es la parte que todos vimos en la tele y escuchamos en la radio y leímos en los periódicos. Con la vergüenza estropeada y la dignidad rota por el abuso del arresto, la agresión, la fabricación y la convicción, con el empleo perdido y la familia destruida, mancillada su existencia y, para él, todo perdido, en arrebato de lucidez acudió a la tienda impía a limpiar su nombre. Antes, en ese mismo lugar, a la fuerza, lo habían arrestado y agredido. A la fuerza le celebraron un juicio, aunque ningún juicio se debe celebrar, más bien se debe lamentar. Lo juzgaron, y aunque lo absolvieron, pagó una multa (¿?). Con ese ejemplo magistral de la legalidad de la fuerza y el abuso, y con un cuchillo cagalitroso, en medio del loco gentío navideño, agarró a la doña que le fabricó el caso. La arrestó como a él le hicieron mientras gritaba cosas que al principio, nadie entendía. Dice la señora que se cortó al agarrar el filo del cuchillo. No la iba a matar porque si la mataba no hacía lo que quería hacer. Mientras la dama gritaba, y su mano sangraba, el antes arrestado, secuestrado, agredido, absuelto y convicto por no sé qué, vilipendiado, vituperado, vejado, estigmatizado, sin trabajo ni familia, con el honor robado y la dignidad violada, volvía al escenario de su desgracia para intentar darle marcha atrás al tiempo. No fue a matar ni a herir. No buscaba venganza. A viva voz clamaba por el juez que lo juzgó y por un fiscal para que escucharan la verdadera versión del vía crucis de su vida por culpa de dos pantalones en especial y una tienda en particular. Casi no lo vimos porque apenas lo retrataron. Retrataron a los fotoperiodistas que lo trataban de retratar y entre retrato y retrato se nos escapó su retrato. De todos modos, en la única foto publicada pudimos ver su inmensa apariencia de pobre, con lentes grandes de los de antes, tipo Fernando Martín, trigueño con entradas taladas por el tiempo, y erguido como triunfador.
Nadie entendió al loco de la dignidad pisoteada, porque aquí se perdió el honor y cuando alguien se vuelve cuerdo, nos han enseñado a asustarnos de las reacciones que deberían ser normales. Nuevamente lo arrestaron y con los brazos esposados sobre el madero de su cuerpo, exclamaba: ¡no vine a matar, vine a salvar mi honor!No tengo dudas de su primera inocencia. Tengo la absoluta convicción de la culpabilidad de los que lo acosaron y le robaron su vida por dos pantalones en especial de una quincalla grande. Si lo enseñamos bien y aprendió la lección de ser un hombre de honor y pelear a toda costa por su dignidad, no quisiera estar entre los que lo juzguen. Como diría mi papá: es un hombre con pantalones. No robados, ganados.
CORREO ÍNTIMO
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
Bola:
Ayer estuvimos en el fiestón anual de Aritel. Riqui y Franco, los muy nobles canallas, desproporcionados y afortunados locos modernos, se botaron. Había niños, muchos niños revoloteando como enjambre alegre y naturalmente desordenado. ¡Si los hubieras visto! Eran de todos los tamaños, colores, edades y caritas. Lloriqueo aquí y risas allá y ese irremediable apuro por vivir como si presintieran que la vida es corta. Tres carpas blancas, dos inflables inmensos de colores rabiosos para que los muchachos saltaran al infinito y sintieran que se despegaban del cuerpo mientras el culillo le aceleraba el alma. A eso le añadieron una máquina prodigiosa de hacer nubecitas cariñosamente dulces llamadas algodón y otra de palomitas en colores que brincaban al vacío desde una tapa niquelada para llenar la vitrina y exhibirse con desparpajo por las cuatro esquinas. La abundancia de dulces era un relajo y los diminutos consumidores no los desperdiciaron.
Tenían dos inmensos cadáveres de lechones para “picadera” que de lejos se le veía el chorreado y abundante condimento. Había arroz, ensalada, pollo, jamón, quesos, frutas (en particular, uvas inmensas y sabrosas) y todo tipo de bebidas (incluyendo un vino de catorce pares). De ñapa, y por si acaso, dos agrupaciones musicales se encargaban de tapar algún orificio de pena que se escapara: Concierto 7 y otra de cuyo nombre no quiero acordarme.
Además, había gente, mucha gente (me refiero a los otros, a los serios que no son niños) y todos estaban contentos. La actividad fue en la antigua Central Plata, esa mole de acero que dándose guille de macho ronroneador, todavía muestra al aire su improductivo símbolo fálico, como si no reconociera su climaterio y quisiera seguir viviendo y fecundando la esperanza de este pueblo marchito. La miré de lejos y me dio pena tanta impotencia.
Por un momento me escurrí del grupo, de la guasimilla y del escándalo y fui a ver el cuerpo ya inerte del gigante dormido. Ahí me jodí. Llegué a la puerta del taller de fabricación de repuestos y piezas, donde abundan los tornos que tanto me gustan, y me pareció que El Viejo nuevamente me tomaba de la mano para darme un paseíto e impresionarme con la grandeza de aquél torbellino de producción. El suelo es una espesa placa de limo húmedo que parece que engordó por abandono. Todo está deteriorado y enmohecido. Los tornos, todavía con cabezales dispuestos a trabajar, descansan de su incesante revolución sobre el eje que nunca los llevó a ninguna parte. Hay motores grandes y pequeños. Motores gigantes y pesados que me impresionaron tanto como antes y que me pareció que me miraban como pidiéndome trabajo. Silencio, mucho silencio y en aquella habitación de dimensiones descomunales, por donde una u otra aguja de luz traspasaba el techo abandonado como importunando la quietud, sentía los cuerpos sudorosos de los miles de hombres que se reventaron creando todo aquello para disfrute de los Abarca y pena de ellos.
_____¡Chiqui, mira esto! Había montañas de azúcar sin refinar que impregnaban el lugar con el olor dulce de su negrura.
Me eslembaba de asombro y casi no podía respirar mientras El Viejo se reía con los ojos saboreándose mi embebecimiento.
Soñaba con un torno para hacer trompos y compartirlos con los muchachos del barrio que se desvivían por tenerlos, zumbarlos y bailarlos. Como héroe galopante del instrumento giratorio, me imaginaba con la lanza hacia el molino, gubia sobre el madero, mientras la fina viruta volaba empapando el aire, y los panas, en turno, esperaban por su trompo a la orden. Juguete cónico de todos los estilos: grandes y pequeños, chatos, con anillas, con puntas de freno o sin freno, con tapa o sin ella, pintados en colores mate o al natural.
Con mucha angustia vi el abandono y el moho (desde que el hombre descubrió el hierro, el mundo está lleno de moho) y me acongojé. Aquél patético desamparo arrancaba un lagrimón a cualquiera. Pensé entonces, que no hay tantos locos y que la fiesta de Aritel era para olvidar todas las penas del trabajo de los hombres de ayer y los recuerdos que producen ahora.
Cuando me di cuenta, ya estaba cerca de una fenestración inmensa que antes era entrada y salida principal donde se daban los buenos días y que ahora es hueco de luz alrededor de formas grotescas, sin sentido.
Poco a poco El Viejo me soltó la mano. Me despedí de todos los que imaginé que allí quedaron y regresé al patio de la Central. Mientras caminaba, se me iba cayendo en el trillo el escandaloso y melancólico ruido del silencio, mientras recogía la algarabía del bembé. Tu madre, que siempre me sabe, se prestó al juego del olvido rápido accediendo a bailar conmigo una antigua canción de la Lupe. Y con el grito de Qué te pedí, volví a sentirme alegre tristemente.Espero que todo esté bien en la reunión del siete. Demuéstrale a esos pendejos españoles quién es la nena.Tu pai, que es un tonto de mierda que se pone melancólico por cualquier bobería, te quiere.
La casa
ÁNGELES GUARDIANES
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
No tengo dudas de que los guardianes son asunto de inspiración divina. Sin discrimen, y directamente desde el cielo, cada mortal tiene asignado su guardián de cabecera. Si ese es el dictamen celestial, sencillamente, y sin más discusiones, es que necesitamos de ellos. Como la igualdad se presume en esos mundos de Dios, pues, a cada uno le toca uno. Los guardianes angelicales no sólo nos protegen, también nos sirven de compañía y de recaderos, por aquello de que cada uno de los mortales tenga escolta y a alguien para mandar. Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me dejes solo ni de noche ni de día.
Los Ángeles de la Guarda no son sólo para algunas personas. El sumo creador sabe más que eso: basta con estar vivo para tener uno asignado. Esas leyes gloriosas que los políticos abrazan en los clamores a Dios en la búsqueda de votos, no dicen que usted tendrá su angelazo si se porta bien, o si es importante, o si gana mucho, o si tiene un ego hipertrofiado, o es un megalómano que bota la bola, o tiene tal o cual apellido. No. Poco importa que usted sea especial y que frunza el entrecejo como Rafael el Gallito para dar la impresión que está pensando cuando lo que tiene es un salvaje aburrimiento por sus naderías absolutas. Lo que importa es que sea una criatura de Dios. Por ejemplo, ¿qué de especial tiene el Gobernador, o el de Acueductos, o el de la Cámara, o del Senado? ¿Qué pinta en este país una Diana Luna, empleada de Transportación y Obras Públicas o un Julio Álvarez que dirige algo relacionado con los caballos? ¿Quién le puede hacer daño a un Julio González de Instituciones Juveniles, a una Yolanda Zayas del Departamento de la Familia o a un juez del Tribunal Apelativo? ¿Qué compone en este bendito país un Rafael Hernández con todo y sus nenes, un Carlos Romero o un Pedro Roselló y mucho menos una viuda llamada Tiodi? Su insignificancia es tan absoluta que ni un asalto se merecen, no diga usted un secuestro o algo parecido. ¿Quién cargaría con uno de estos especimenes para pedir algo a cambio? ¿Quién osaría pagar un rescate? Pues para que vea cómo son las cosas del Señor, y que no se casa con nadie ni discrimina, todos los mencionados, aunque usted no lo crea, tienen asignado su Ángel de la Guarda aunque no sirvan para nada y sea una botarata celestial de ángeles.
Entonces, por esta lógica angelical y por otras sencillas razones, no es una perogrullada decir que el origen de los guardaespaldas es de naturaleza divina. Es por eso que no se deben eliminar, se deben aumentar. En este país todo el mundo tiene derecho a tener su guardaespaldarsito, que es como el Ángel Guardián personificado, para que le cuide sus orgullos, que por lo que indica el nombre, da la impresión de ser un asunto de traseros. No tengo problema alguno con que Diana Luna, Tiodi, Jorge Rodríguez, Julio Álvarez y cualquier otro empleado nuestro tenga, además de su Ángel Guardián, su guardaespaldas personal. Sin embargo, me opongo furiosamente a que sean algunos ejemplares nada más los beneficiados de ese favor de origen divino, mientras los demás ocupantes de este embrollado país nos tenemos que conformar con una mísera fracción de policía por individuo. El gobernador y todo aquél que quiere ganarse un poco del favor del pueblo con el asunto este de que no hay dinero para nada, se la pasan hablando de eliminar los guardaespaldas. A mí eso me parece una herejía, un sacrilegio. Si el gobernador y todos los que tienen la espalda guardada lo pensaran bien, aumentaban la contratación de esos magníficos servidores verdaderamente públicos con funciones privadísimas y a cada uno de los gobernados, que somos los que al fin y al cabo los pagamos, le asignaban uno.
¿Acaso doña Lola, la doña que vive en el callejón de Pepe criando artesanalmente tres niñas, no se merece dos o tres guardaespaldas que la protejan de tanto ladrón gubernamental? ¿Es que don Pancho el ciego, que vende bolita para pagar la pensión de los nenes no se merece un mangansón de esos grandes, con camisa apretada hasta la asfixia, que lo proteja de que un Jorge Rodríguez no le meta su acuosa mano en el bolsillo?
¿No cree usted, amigo desguardaespaldado, que es más importante proteger a doña Lola o a don Pancho que a Sila, a Romero o a Hernández con todo y su guille de profundo pensador y sus demás iguales? ¿No es más importante un maestro que un espécimen que trabaja con el deporte hípico? Aún así, no pretendo que le quiten la comparsa a esos vividores que la usan como séquito de reyes para pasearse con fanfarria y distinguirse como principitos. Si nos dejamos de hipocresías y de verdad todos somos iguales, por Dios, que se contraten más guardaespaldas y que a cada ciudadano se le asigne por lo menos uno, incluyendo a los guardaespaldas.
Y señores, sean más originales y economicen en otra cosa.Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me dejes solo ni de noche ni de día, no me dejes solo porque me perdería.Coda: Como estoy segurisísimo de que Rubén no tiene esos guilles de iluminado, especial y genio, ni se está disputando la mesianidad con Pedro, no tengo dudas, ninguna, en absoluto, de que no tiene guardaespalda asignado. Y que Dios, en este capítulo angelical, nos coja confesados.
MADRIGUERA
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
Para mi nieta Io Marcela, que algún día preguntará si su familia dijo algo.
En chiflada disquisición de inmensa profundidad, sobre las letras y las armas, el Caballero de la Triste Figura parloteaba: “Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos”.
Acá, bien lejos en siglos y leguas, una bala de diabólica invención, disparada por un infame y cobarde brazo que huyó con el resplandor, que no da cara ni nombre y “coge el monte” y se esconde detrás de tres siglas malditas, acaba en un instante los pensamientos y vida de quien merecía gozar luengos siglos. Y la satánica pepa de plomo dirigida por tan mefistofélico y gallina brazo de abultado cobro mensual, hiere y no mata, porque el valiente caballero no murió de bala, murió de profunda pena desangrada. Entonces siente la sorpresa no tan sorpresiva de un ruido que va acompañado de una sensación de rasguño que atraviesa lentamente su cuerpo para tropezar al otro lado con un atavío protector que se sorprende por haber hecho su trabajo a la inversa, y cae boca abajo, como buscando la mama de la tierra y suplicando agua para su sed, su simbólica sed. Ardor inmenso y sensaciones nuevas de dolor sin nada que hacer porque todo está hecho. Cae lleno de pena con inmenso dolor donde la bala ni siquiera lo ha tocado. Repasa en fugaz recorrido sus amores, las angustias e injusticias, los abusos y atropellos, las invasiones y las imposiciones, los sufrimientos y humillaciones, las ventas y los delatores, las lealtades y traiciones, los Gritos de Lares, los Hartfords, los juguetes, los Reyes y los niños de los Reyes. Tal vez, recordando alguna melodía preferida de su lejana trompeta, acompaña su despedida con melancólico himno hasta el final de la angustia. Colocando su diestra en el lado izquierdo, que es donde más le duele el golpe que recibió en el derecho, comienza lentamente a alejarse y a elevarse en un calvario ante los que lo humillan en velatorio en vida, para dejarlo solo después que muera. Ya jamás lo volverán a matar porque lo vivieron para siempre.
Pero no quedó solo. Los que lo reconocimos como el último de los héroes legendarios de nuestra patria, que lo supimos como postrer reducto de vergüenza y dignidad de una tierra que cada vez más se nos convierte en un peñón de drogas, espectáculos, concursos, busconerías, malversación, corrupción y pillaje, sin valores, ni ética, sin escrúpulos ni decencia, de chaverías y de personeros de la política colonial, lo acompañamos y empuñamos y blandimos como el símbolo del que lo dio todo por una idea y que abogó por ella hasta que la luz se extinguió en su Plan Bonito.
A ese que durante toda su vida tan denodadamente abogó, incluyendo su hábil defensa personal en juicio americano amañado, lo llevamos a nuestra más antigua institución laica, donde precisamente se colegian los abogados, los que abogan, los únicos acompañantes de los que la vida deja solos. Algunos desentendidos, que confunden abogado con licenciado, en pobre llantén acéfalo e insensible, se extrañaron y desde sus trincheras de confort y clase, lo reprocharon como si le dieran bola negra al ingreso en club de tontos exclusivos. Otros, que en cruel desperdicio a la naturaleza tienen su caletre en eternas vacaciones y que ni tan siquiera saben distinguir una cosa de la otra, que no saben si van o vienen, pero que se aterran de ver triunfar la vergüenza, por aquello de hacer coro y estar en mayoría, aplaudieron a los quejosos licenciados, no abogados, actuando de secundones silenciosos. Son esos los que validan aún al presente, la triste experiencia lejana y cercana, del ladrón que en votación abrumadoramente mayoritaria le ganó a aquél otro héroe del Gólgota que también pedía agua en su agonía.
Como en nuestro centenario recinto se protege y se vela por los derechos humanos, el Colegio de Abogados lo tuvo allí no por sus creencias, que sería causa suficiente para honrarlo, sino como muestra de disculpa y solicitud de perdón de los abogados que abogamos y que sentimos que el disparo también nos dio a nosotros. Noble y efectiva forma de decirle al mundo, que nuestro reproche lo gritamos desde nuestra casa, sin bochornos y de frente. A ese ser especial que tres siglas hollywdenses encubridoras de la vesania, le violaron el derecho a la vida, a pelear como caballero andante, a luchar como hombre, a mirar a la cara a sus enemigos, a ser arrestado, curado, salvado y procesado, le correspondía, como última madriguera, la casa que reclama por los derechos de todos.Nunca debimos dejar a Hostos, pero es momento de volver a él antes de que se nos olvide y corramos el peligro de que no nos quede nada.
ABUSADOR
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
Pueblo v. González Salas, era un caso menos grave. Presidió la vista el Juez Saavedra Serrano. Llamado el caso el juez preguntó si el acusado era don Rafael González Salas. Este contestó: “sí señor, eso es así”. El juez replicó: “No, a mi no me interesa que eso sea así o no, la pregunta es si es usted”. Luego le advirtió que siempre se dirigiera a él como “sí señor o no señor”.
El juez preguntó al acusado si tenía abogado. Contestó que no, que no tenía dinero. Realizó gestiones para tener abogado pero no consiguió ya que Asistencia Legal no atendía esos casos y la Clínica de Asistencia Legal de la Universidad sólo atendía casos de San Juan. El juez contestó: “acaba de descubrir lo que el tribunal sabe hace mucho tiempo”. Le dijo que tenía que conseguir abogado y traerlo dentro de diez minutos. El acusado repitió que no podía pagarlo. El juez respondió: “Lo lamento, lo va a tener que hacer señor, le voy a explicar por qué. Simplemente y llanamente y no tengo elementos ninguno para juzgar si usted es indigente o no, y porque si usted se para ahí no va a conseguir que yo le asigne un abogado, de esa forma, no. ¿Me entendió, señor?”
El acusado contestó “sí”. El juez le contestó con un “sí, ¿qué?” exigiendo que se refiriera a él como “señor” y añadió: “usted tiene un delito aquí de amenaza y me está enseñando quizás lo que no debería. Yo le estoy advirtiendo, y se lo estoy diciendo muy claramente, mi deseo en ser justo con usted, ser correcto con usted, pero no son sus normas, son las mías. Segundo, aquí puede entrar por una amenaza y salir preso por un desacato. Le voy a rogar, tenga cuidado como me habla, porque yo meto preso a la menor provocación, puede verificarlo por ahí, no es mi deseo, yo no disfruto, pero en mi sala se va a comportar con la decencia que corresponde a las buenas o a las malas”. Le indicó que él iba a entender que se estaba retando su autoridad y le dijo: “y va a ir preso, yo se lo puedo garantizar, Don Rafael, se lo puedo garantizar”.
Luego insistió: “tiene 10 minutos, consiga un abogado..., es la última paciencia que voy a tener con usted, la última. Ya yo le expliqué lo que hay, si usted no lo quiere entender, por favor, lo va a lamentar, ... ¿Entendió, señor?”
Llamado nuevamente el caso el acusado dijo que habló con un abogado pero que no estaba en sala en esos momentos. El juez indicó: “Pues tiene hasta las 2:00, pero don Rafael, va a tener un abogado en el día de hoy, téngalo por seguro, yo le di una orden, consígalo... aquí en esta sala usted no puede seguir hablando conmigo sin abogado, por qué razón, porque señor aquí se graba, y si usted dice lo que no debe, hace lo que no puede, solito se mete preso, para eso están los abogados y ciertamente usted tiene que tener uno. ¿Me ha entendido señor?”
El acusado contestó “sí señor”. El juez le dijo: “O sea, yo veo casos donde la gente se coge 200 años de cárcel, 300. Usted tiene un menos grave, no trate de buscarse un desacato conmigo porque es innecesario, porque yo castigo... Pero no se me cuadre porque ninguno se ha levantado, hágame ese favor, porque yo me conozco, y estoy hablando bajito, cualquier abogado sabe lo que esto significa, usted viene sumiso y demuestra deferencia hacia mí, esta bien. Pero si cree que va a montar un “show” de la calle aquí conmigo, señor, se equivocó. Se lo digo. Señor, yo llevo casi 25 años, no lo haga. ... no me traiga su actitud de la calle. Hágase un favor y hágamelo a mi”.
Ante el atropello, un abogado se levantó y ofreció sus servicios gratuitamente. El juez le dijo: “...hable con él porque yo noto que Don Rafael está desorientado, me parece que él no sabe dónde está y digo esto, con quién está bregando.”
El juez preguntó si aceptaba al abogado. El acusado contestó “si señor”. El juez dijo: “...usted sabe por qué aquí lo tratamos así, porque a pesar de que yo tengo su libertad en mis manos, porque ese es mi poder y mi autoridad, yo trato a todo el mundo, damas, señor, usted, señora, don, y usted no puede venir a tratar al tribunal de otra forma porque el tribunal lo está tratando así”.
El acusado perdió el control y dijo que ya se había cansado, que no se iba a someter y a humillar ante abusadores, que ya lo habían jodío demasiado y otras cosas más, pero mucho menos ofensivo que el juez. El juez ordenó su ingreso en la cárcel por 90 días.
El acusado presentó una queja. Se determinó que el juez había violado unos cánones de ética judicial. Como ya no era juez, no lo pudieron sancionar como tal. Se evaluó si su conducta violentó algún canon del Código de Ética Profesional. Los jueces del Tribunal Supremo, mayoritariamente, determinaron que el juez había violado el canon 38, que versa sobre el honor y la dignidad de la profesión. Como consecuencia de dicha determinación, censuraron al ex juez. Nada más. Pero aunque usted no lo crea, el Juez Asociado Efraín Rivera Pérez, disintió “por entender que de la conducta observada por el querellado no surge violación alguna a los Cánones de Ética Profesional. ¡Santo Dios!
ARMAS Y LETRAS
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
En uno de esos espléndidos discursos de cordura inigualable, el Caballero de los Leones, que es el mismo que el de la Triste Figura, con gran pasión hablaba de las armas y las letras. “Y, entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus privilegios y de sus fuerzas. Y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más. Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago y otras cosas a estas adherentes,...; mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que a el estudiante, en tanto mayor grado, que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida.”
De letras y armas es que se trata. Y, con excepción de aquellos que se vanaglorian de santurrones hipócritas rechazando las armas cuando de luchar por principios de altos vuelos se trata, todo cuerdo que lo entienda, sabe que, históricamente en este imperfecto mundo, hasta las religiones más conservadoras las esgrimen para su perpetuación y predominio. Las armas son armas y todos conocemos su uso principal, aunque por tontas holgazanerías morales, es elegante y civilizado rechazarlas, despreciarlas. Aunque no siempre, porque hasta se premia por su uso y todos sabemos para qué se usan.
En julio, desde España, recibo la buena nueva de que el amigo Nelson Bassatt Torres, luego de defender su tesis en una antiquísima y prestigiosa universidad de renombre internacional desde hace cientos de años, obtuvo su grado doctoral en derecho con las más altas calificaciones. Todos los que compartimos con él, en palabras de Ossorio, en éste arduo y apasionante ministerio, nos sentimos honrados con su logro, que para nosotros, los que de letras vivimos en este mundo de armas, es casi nuestro también, porque con él contamos.
Entonces, después de recibir la alegre nueva, llego al tribunal con la esperanza de compartir la noticia con los compañeros. No lo hice porque todos me hablaban de Carlos Vélez, un excelente amigo que trabaja con nosotros en el Centro Judicial. No entendí bien lo que me decían porque el tema me era extraño y, tratándose de competencias, no lo captó rápido mi fatigada entendedera. Al salir, no muy convencido de lo que pasaba, pero alegre por la alegría que todos sentían por Carlos, lo vi en una de las paredes de entrada del tribunal, el mismo que castiga las armas y que a su entrada no pasan, en una pancarta conspícua a colores rotulada: “JUEGOS CENTROAMERICANOS, COLOMBIA 2006, CARLOS VÉLEZ, TIRADOR CON ARCO”. La foto lo presentaba en plena pose de tirador. Bien merecido. Para ello trabajó con ahínco, con mucho sacrificio y disciplina ejemplar. Sonreí y me volví a alegrar por Carlos. Carlos llegó al tribunal siendo casi un niño y ya cosecha premios internacionales. Es un joven caballero donde tienen asiento todas las virtudes y cualidades de un hombre de bien.
Me alegré por Carlos pero no pude dejar de recordar el discurso de las armas y las letras. Demás está decir que por ningún lado avisté, no ya una pancarta, sino una pequeña nota en el tablón de edictos con la noticia de la defensa de la tesis y el logro del doctorado. Todavía no he escuchado ningún comentario sobre mi otro amigo y su gesta. Por eso y por otras cosas que no vienen al caso, pienso que entre armas y letras una de ellas está perdiendo, e irremediablemente, cogiendo pon con el discurso de El Quijote. Y yo, que creo en las letras hasta que las armas lo digan, reconozco a Carlos y felicito a Nelson.
LA SAL DAÑA
Por: Ramón Edwin Colón Pratts
Por ahí, por uno de esos oscuros rincones constitucionales que a diario nos molestan en esta incesante lucha pública contra un gobierno privado, se encuentra en un maldito recoveco la figura de un artefacto llamado contralor. Eso, que era en sus orígenes un oficio honorífico, como decente veedor de cuentas, gastos y libranzas, se convirtió en este equivocado país nuestro de cada día, en puesto de zafio recadero del que lo nombró, o como le decíamos en mi barrio, muchacho de mandados. De lo honorífico pasamos a la pacotillería e indecencia de pagarle a un títere como Manuel Díaz Sal daña, la suma de $126,000 al año, más los otros típicos accesorios inherentes a este buscón de encargo, francotirador rosellista, los cuales incluyen, entre otros beneficios, las cosas casi sin límite que usted se imagina.
La corrupción parece no tener descanso y, cuando de tocar puertas se trata, le da su aldabonazo al primer debilucho de carácter que se encuentra. No es noticia para ustedes ni para nadie, que al menos escuche algún noticiario en lo que hace sus abluciones matinales, que el beato de Manuel, estuvo de cuerpo presente y dignidad ausente, actuando de maquinador (chanchullero, como lo conocemos mejor) en todos aquellos montajes del pasado reciente para entregar a la AAA, y si no lo paran a tiempo, para entregar lo poquito de lo casi nada que nos queda. Con excepción de Juan Agosto Alicea, que parece que lo critica porque es su contraparte popular y el tipo se le fue adelante, y dos o tres más, aquí nadie le dice nada a este personero que ha confundido la dinga con la mandinga y su vocación de clérigo bobolón con la de carga bate de la ignominia y la deshonra. En palabras de diccionario, librito que esquivo porque a cada página me regaña, este hombre es miembro de una secta que afecta rigor y austeridad, pero elude los preceptos de la ley, y sobre todo, su espíritu. Es hipócrita, alto, seco y de mala intención o catadura: es la definición de un perfecto fariseo.
Confundido al fin, en esa santa cabeza llena de números ajenos y cuentas de rosarios y dinero, este ser ha montado un gobierno aparte, casi paralelo, para, desde su púlpito de confusiones, afectar a todo aquél que no comulga con la nadería de sus imbecilidades fiscales. Es un selectivo bembeteador cizañero lleno de prejuicios. De contralor (que es el funcionario encargado de examinar las cuentas públicas y la legalidad de los gastos oficiales) se convirtió en controlador de baja estofa que diariamente y a requerimiento de cualquier microfonista de radio barata, dice cómo hay que hacer las cosas y anuncia servilmente, con simulada voz baja y trémula, a quién va a investigar, si tal o cual cosa es buena, de qué color se debió pintar, a quién se debe regañar, a quién se le debe dar y no dar y qué auditoria o intervención omitir, ocultar, aplazar, esquivar o ignorar.
Con la excepción de la vez aquella que lo citaron al federal, donde se volvió un reguerete y andaba como alma en pena, sudoroso y cabizbajo (tipo su pana Víctor Fajardo cuando lo acusaron por primera vez y en unión a su familia reclamaba inocencia) al hombre no se le mueve un pelo cada vez que los adversarios y los que no lo son le solicitan la renuncia por incompetente y farsante. Este buscón de salario, posición y prominencia, debe renunciar a un puesto que le queda grande y al que le quita toda seriedad y honorabilidad.
Mientras lo piensa, sería bueno que se leyera la sección 22 del artículo III de la Constitución: “El Contralor fiscalizará todos los ingresos, cuentas y desembolsos del Estado, de sus agencias e instrumentalidades [palabra feísima] y de los municipios, para determinar si se han hecho de acuerdo con la ley”. Nada más, señor, nada más. Déjese de seguir dando sermones de decencia y de intentar tirar la primera piedra, que no se puede pregonar la decencia desde la deshonra. A usted no se le contrató para discursear, mucho menos para jugar al Todopoderoso.Renuncie contralor, tenga vergüenza, renuncie. Haga algo bueno por este pueblo. Demuéstrele que está arrepentido y que no nos torturará más por el resto de su nombramiento. La Sal daña y por diez años pudre. Si Blair con sus manitas llenas de sangre lo va a hacer, que lo haga usted es una bobería. Aprenda de los que reconocen que se han equivocado e intentan demostrar un poco de pudor.Que la procacidad no se convierta en modelo de nuestro ya marchitado pueblo. Hay caballeros que pueden hacer ese trabajo con dignidad y hasta logren devolverle a ese puesto el lustre que una vez tuvo y que usted ha maculado, abundantemente.