lunes, 7 de abril de 2014

DESDE MI REFUGIO
UNA AFRENTA IMPERDONABLE

Todos ustedes saben lo que pasó en nuestro bendito pueblo con el asuntito este del huracán tipo tres llamado San Mateo (Georges para los noticiarios). Hay poco que añadir a lo mucho que se ha dicho sobre lo que sucedió. El santo sopló en grande y nos hizo tremenda avería dañando los materiales diarios, y de paso, los del espíritu. Cada vez que doy un “voltión” por los barrios de mi pueblo, tan sólo veo pena y dolor reflejado en el rostro de nuestra gente, la misma gente que aún teniendo el alma cansada, saca pecho diciendo que está presta a comenzar de nuevo aunque sea para contentarse en su profunda angustia y como analgésico campesino, cogerse de bobos.

No estaría hablando del huracán, ya que todo se ha dicho y Odalys fue recuperada cambiando el panorama noticioso, sino fuera por lo que nos pasó a mi doña y a mí a los pocos minutos del santo paso del Santo. Como ustedes saben, mi casa era de panel y tablas de madera y aunque tenía unos añitos de construida, estaba fuerte. Era de la época de Yeyo Kid, el barbero, y ustedes saben que cuando Justo, el taxista y bolitero de Perth Amboy, llegó a la alcaldía, no quiso brindarle ningún tipo de mantenimiento ni reparación ya que sabía que la casita era la única obra que había hecho el barbero y por eso no le interesaba que se conservara. En su inmensa mediocridad, no faltaba más, pensó que mantener o mejorar mi casa-panel constituía una amenaza para su guisito ya que le estaba reconociendo algo al adversario y eso en política no es bueno. Ese también fue el motivo para no ponerle ni tan siquiera una sola bombillita en la época navideña a pesar de que en la alcaldía estaban choretas y de que yo, en un artículo de la época, públicamente le pedí que me alumbrara y él, que es un tipo listo que tiene los pantalones en su sitio y se las sabe todas, no me hizo caso.

La víspera del huracán y siguiendo los consejos prudentes, inteligentes y magistrales que nos brindaba una ayudante especial del alcalde y Zaida la boticaria inteligente, altrusa e importante, bajé al patio y examiné los socos-columnas de la casa-panel, inspeccioné el pequeño techo que cubría el plano rectangular en que vivíamos y los clavos que mantenían los paneles fijados a los socos-columnas. Todo estaba en orden y tomando en consideración que los socos-columnas eran, nada más y nada menos, de postes prietos embarrados en brea de la Autoridad de Energía Eléctrica, jamás imaginé que viento alguno pudiera afectarlos. Fue por eso que mi señora y yo nos quedamos en la casa-panel y no nos fuimos a un refugio. Nos recogimos temprano en este eterno plano en que vivimos, y escuchando la continua repetición de las noticias de la tele y radio, esperamos pacientemente a que llegara el fenómeno del santo soplón.

Pasó el viento haciendo silbar nuestra casa mientras nosotros, nerviosos pero seguros, esperábamos a que el viento amainara. Así ocurrió y la casa no falló. Cuando los vientos, aún fuertes, eran ráfagas perdidas buscando desesperadas su espacio en el círculo de destrucción al que pertenecían y cansados por aquél largo día que casi no vio luz, nos abrazamos y con la fortaleza que brinda la compañía del ser querido, pedimos que al despertar no comenzara una pesadilla en nuestro pueblo. Sabíamos que otros vientos le afectaban el alma y ahora más que nunca necesitábamos mantenernos incólumes para librar la madre de las batallas. Esperando a que el sol por fin saliera y alguna luz trajera, con gran confianza, fe y esperanza, nos fuimos a descansar ya que Mon, digo, Justo no quería hablar por Radio Raíces, única emisora que estaba en el aire ya que la televisión se había huido y el tipo era un jodón que se le enfrentaba a cualquiera. No nos habíamos dormido bien, cuando mi esposa, exaltada e histérica me despertó con un grito desgarrador de esos de películas de misterio del antiguo teatro Mislán (lugar donde ahora se venden zapatos). Caí parado del susto para luego caer en genuflexión a su lado, cogiendo pon con lo que ella rezaba. Mi señora, con su viejo rosario de camándulas grises en mano, pedía que nada pasara ante el temblor que estábamos experimentando. Fue ahí donde, repentinamente, entendí lo que pasaba. Había escuchado la palabra temblor. ¿Temblor? ¿No era acaso un huracán? ¿Era que el maldito había regresado y nos zarandeaba la casa? ¿Sería el virazón o la revirá? No, por el sacudión aquél que se sentía, definitivamente era un temblor. Cuando logré levantarme y me asomé a la ventana, lo primero que observaron mis viejos y pecadores ojos fueron las latas de pintura y pinceles regados en el patio. Lo otro que pude divisar fue una cadena mohosa de esas ordinarias de amarrar mazos de caña, que haciendo un lazo, agarraba ambos socos de nuestra casa-panel. Como si los estuviera contando y con la poca iluminación que había, seguí cada uno de los eslabones de la cadena y al extremo opuesto observé dos patas de animal que luego descubrí que eran las patas de un toro piel canela, con todo y el resto de toro. ¡No lo podía creer, un toro piel canela tiraba de una cadena que amarrada a la parte superior de los socos-columnas de nuestra casa, la echaba al suelo! Ante aquél cuadro aterrador y sabiendo lo que estaba pasando, mi señora y yo salimos por la parte trasera del panel y desde el patio de la casa de Rafita Aymat observamos la felonía. Demás está decir, que el toro piel canela estaba protegido por una cuadrilla de hombres armados vestidos de verde que parecían guardias municipales por lo que a la primera impresión me pareció un toro oficial. Uno de ellos gritaba: ¡tira, tira, que pueden regresar del refugio en cualquier momento y ya la ventolera está pasando!

La afrenta quedó consumada. La casita panel no resistió el jalón del toro piel canela y cayó. El obeso animal, con delicado volumen de dudoso tono masculino y aires de triunfo, mugió sonoramente tres veces mientras coquetamente movía su colita.

Anonadados, eslembaos y patidifusos nos quedamos en el lugar esperando a ver qué otra cosa pasaría mientras al cuadrúpedo que no paraba de mover la cola como si algo pidiera, le desengancharon las mugrosas cadenas. Uno de los que estaba en el grupo, pero que no tenía uniforme verde, abrió un estuche que en la distancia y a través de las tinieblas, pudimos identificar como de color rosita. El hombre sin uniforme que era todo un elogio cabezón a lo ocurrido, y que parecía que salía del cigarrillo que mantenía en la boca, se colocó un delantal azul claro y comenzó a peinar al maldito toro piel canela. Luego le limpió, brilló y retocó las pezuñas y con destreza sin igual le hizo unos pases con un aerosol que por lo que pudimos oler, era perfume demasiado femenino para ser masculino. Después le acarició todo el cuerpo como gratificándolo por su gran obra y le dio un largo y apasionado beso en la parte baja de su oreja izquierda. Finalmente le colocó un ramo de flores de colores llamativos en su rabo loco y le amarró un objeto a la pata derecha delantera que parecía algo así como un localzador o "beeper". El toro piel canela miró a todos lados, coquetamente movió sus glúteos con todo y rabo lleno de flores en colores llamativos y contrayendo la barriga para que no se le notara su naturaleza presumiblemente masculina, y contorneando su enorme cuerpo, se marchó con música de lo que allí dijeron era algo así como Fiel a la Verga o a los Vera, grupo musical que después descubrí que era su favorito, especialmente el César trompetista. Como siempre se cuela un títere en todo lugar donde haya gente, mientras el toro piel canela se retiraba, alguien del grupo le pitó a la vez que le gritaba "adiós novilla de las alturas".

Todos rieron menos mi señora y yo. Alguien distinto al títere aquél exclamó, "¡se jodió Pepín!" y los alcahuetes y soplapotes que protegían la afrenta, incluyendo al torero cabezudo de los elogios de delantal azul, se abrazaron en gesto de solidaridad en celebración macabra ante las ruinas de mi vieja casa-panel. Lo demás fue pan comido. Sin más testigos que ellos mismos (y nosotros) de la afrenta, llegó un camión de la Defensa Civil estatal o municipal, retrató las ruinas de nuestro panel como para perpetuar otra pérdida del huracán para FEMA y sin ton ni son destruyeron lo que quedaba. Echaron los escombros en un camión militar y se marcharon.

Después de eso, nosotros bien, gracias, y yo siempre pintando y escribiendo aunque por ahora, desde nuestro refugio. De mi parte, gracias a todos los que nos han brindado su aliento y apoyo para seguir adelante. Ya pronto me podrán ver nuevamente, aunque a diferencia de antes, ahora me verán en muchos lugares, siempre pintando, escribiendo y asegurándole al tusa de alcalde que mi casa es el pueblo y a ese no lo destruye nadie.

Hasta la vista baby.


DESDE LA 111

EL AEROPUERTO
El café que hace Digno en la Nueva Aurora, es el mejor que se ha colado en el mun­do del café pepiniano. No sé si serán las ollas y calderos viejos, temperaturas, medias de colar, el agua, el tiempo en que esta hierve, la marca del café, la pasión y amor deposi­tados en su confección u otra cosa, pero algo hay que hace a ese café especial, tan es­pecial que los afamados catadores que lo han probado, unánimemente concluyen que es el mejor. Los pepinianos que sabemos de su existencia, lo hemos estado disfrutando por más de cuarenta años. Su inventor lo fue el gran amigo Gonzalo el Veterano, que sin cobrar un solo centavo por ello, cuando le vendió el negocio a Digno, le cedió la fórmula, aunque algunos dicen que fue al revés, que le vendió la fórmula y le cedió el negocio.

La Nueva Aurora es el lugar donde muchos coincidimos en horas de la mañana. Allí están los buenos días choretos entre sorbo y sorbo del sabroso suero matutino. En ese negocio no se puede perder mucho tiempo ya que no es un establecimiento de perezosos y holgazanes y los que en él laboran lo hacen sin descanso. Ese es un negocio a prueba de vagos. No tiene sillas, bancos, escabeles, ni nada parecido donde la gente pueda acomodarse a esperar por nada. Mientras el abanico de techo se mueve lentamen­te, como si las aspas estuvieran contando el tiempo a la vez que lo amenazan con reba­narle la cabeza si no se retira pronto, usted se toma su café, se come su emparedado, compra alguna chuchería, saluda a sus homólogos y sale caminando. La gente lo frecuen­ta mucho pero sabe que ese no es lugar para compartir el ocio aunque en ocasiones se comparte brevemente un ratito de asueto.

Además de los comentarios llenos del rocío del nuevo día, que son nota obligada del lugar, una de las cosas que usted adquiere en la Nueva Aurora es toda clase de comuni­cación escrita que se haga en el Pepino y que tenga como requisito que no se distribuya nacionalmente. Toda revista o periódico que se publique en el pueblo, tiene un sitio seguro en los estantes de la cafetería y en el cordel de exhibición de escritos que cruza de un lado a otro pasando por encima de la nevera de cristal. Allí también se distribuye la fa­mosa obra mundialmente conocida Algunos Aperitivos y un Plato Fuerte de este su humilde escri­bidor Pepín de la Vega, Peón del Pueblo y se reparte todo tipo de literatura, preferible­mente la de los muchos y buenos literatos incógnitos de nuestro pueblo, que añoran algún día ocupar la primera silla literaria en Estocolmo. También se aceptan hojas sueltas tama­ño carta que dobladas por la mitad son conatos de revistas.

Pues, como siempre, los otros días llegué temprano a tomarme un café y me encon­tré con el ya conocido periódico El Cucubano, que al igual que el animalito, alumbra cuando le da la gana. Tiene como lema: "Órgano sin fines de lucro y con mucho esfuerzo y trabajo" y no como algunos le dicen, "Con mucho esfuerzo y trabajo y sin fi­nes en el órgano". Dicha publicación, aunque los analistas de la Casa Pepiniana de la Crítica dicen que es un periódico personal que es utilizado como pizarra de grafito de su autor, a mí me gusta porque me gustan todas las publicaciones de mi pueblo (menos el Comercio que es híbrido). Mucho más desde que me autoimpuse esta tarea parcial, ac­cidental, especial y angelical de escribidor naturópata de brocha gorda, colores básicos y piquete sobrecorrido en el lado derecho de la banda contraria. Así que usted deberá su­poner que compré mi ejemplar de El Cucubano, parsimoniosamente lo doblé por la mitad, me lo coloqué en el bolsillo trasero del mameluco para luego disfrutarlo, y me fui a trabajar. Cuando llegué a mi panel, luego de terminar mi jornada y pasar por en frente del Taco Bell que los muy canallas derrumbaron y que había sido construido por mi amigo Bayano, me fui directamente a darme el baño necesario (aunque usted no lo crea, había agua) para el cual tanto laboran los hombres de trabajo, para luego regalarme el mejor premio que tiene el esfuerzo: el descanso.

No bien había salido del baño cuando la doña me dice: "te saqué El Cucubano del mameluco y te lo puse encima de la mece­dora". La doña me lo dijo en la forma en que me lo dijo para reventarme la vida ya que siempre discutimos por la lavada que le da a todo lo que hay en mis pantalones, camisas y mamelucos incluyendo licencia, tarjeta de seguridad social, retrato de los nenes, recuerdos, direcciones, papelitos, deudas, notitas, teléfonos y uno que otro billete. Nunca nos hemos puesto de acuerdo sobre a quién le toca sacar las cosas de la ropa, si al que la usa o al que la lava. Por tal motivo un día por poco nos emburujamos y le añadimos profundad al plano este en que vivimos. Pero eso es otro asunto el cual discuto profunda y detenidamente en mi nuevo libro, concebido pero no nacido, Nuptia sirve matrímonium est et mulieris conjunctio, individuam vitae consuetudinem obtinens. Me fui esmandao a la mecedora, cogí la revista y me senté a saborearme sus magníficos escritos. Todos estaban buenos, aunque siendo todos del mismo autor, había algunos mejores que otros.

Hubo uno que no se entendía, o que mis desórdenes neurológicos no me permitieron entender. Tenía el título poco original de Crónica de una muerte anunciada y estaba diri­gido a un tal "licenciado y amigo". Es posible que no entendiera casi nada ya que no es­toy al día en los chismes aldeanos, y las revistas y periodiquitos a los que estábamos acostumbrados, y que eran los que nos mantenían al día, han dejado de salir con regula­ridad ya que el Progreso los acabó y luego se suicidó. Hace un tiempo estoy laborando fuera del Pepino y casi casi dependo de las publicaciones para estar al día. Si estas no salen, no tengo forma de enterarme de los surcos labrados y las simientes sembradas.

Pues, si no fuera por lo que le voy a decir, lo dejaría pasar por desapercibido ya que ni siquiera estaba dirigido a mí, pero el condenado artículo decía que estaba escrito "desde la cocina de nuestro panel" y llevaba la firma de "Esperanza Bienjo Díaz" a la cual iden­tificaba como la supuesta esposa de un tal Pepín de la Vega "y Beltrán". Por aquello de que la doña se me hubiera contagiado con la fiebre de los seudónimos que a Lenoil no le gustan, la llamé y le enseñé el escrito. ¡Para qué fue eso! Después de darme la miradita esa que a mí no me gusta, se sonrió y me dijo, tú sabes que, a diferencia del discípulo (en todo) de Hernán, entiendo y acepto los seudónimos, pero yo escribo muy bien y eso que me muestras está bastante malito, así que no se te ocurra preguntar si soy la autora, es más, ni para allá voy a mirar.

Como ustedes saben que soy el único en este pueblo que vive planchado en un panel y que me llamo Pepín de la Vega, Peón del Pueblo, no "y Beltrán", inmediatamente se me pegó el vellón. Como dice mi mujer, es mejor que se me pegue el vellón porque cada vez que se me pega el vellón hago una pequeña avería social, personal o institucional y así no termino como mi vecino de más abajo, el buen busto Emérito Estrada Rivera, siempre callado y resignado a que las garzas lo caguen sin hacer aunque sea un pequeño esfuerzo por moverse de su pedestal de mármol. Así que salí esmandao a buscar a la tal Esperanza Bienjo Díaz para que me explicara todo aquello. Búsqueda en vano. Por más que la bus­qué no la encontré pero obtuve información de lo que estaba pasando con aquél lío que acababa de leer y el porqué de la insinuación de que mi señora o yo teníamos que ver con el asunto.

Descubrí un montón de cosas pero para entenderlas mejor es necesario que le resuma lo que dice el citado artículo de Crónica de una muerte anunciada. La verdad monda y li­ronda es que el escrito está dirigido al Lic. Ramón E. Colón. El Lic., es dueño de una parte de la emisora WLRP (aunque dicen que quien manda es su esposa y no él). En esa emisora había un programa que era dirigido por el señor Carlos Cardona Quiles el cual se llamaba La Revista Informal de la Mañana. Dice el autor del artículo (el cual por lo que le voy a contar parece un agente de publicidad del Lic.) que este es un general de veinte estrellas ya que quería sacar del aire el programa del señor Cardona Quiles y para no dar a entender que era él el que lo que quería eliminar, hizo lo siguiente: aunque estaba enojado con el otro dueño, lo convenció para que botara al señor Cardona sin que el otro dueño se diera cuenta de que quien lo estaba botando era el Lic., y no él y con­venció al señor Cardona de que quien lo estaba botando era el otro dueño y no el Lic., que era el que verdaderamente lo estaba botando. De esta forma y reinventando al mu­ñeco de los siete traseros, que no importa cómo lo tires siempre cae sentado, daba la impresión de que el malo de la película era el otro y no él. De acuerdo a la fascinante in­terpretación y profundo análisis del autor, definitivamente el tipo se pasea entre los ge­nios o el que escribió el artículo piensa muy mal del pueblo (de ese pueblo que él dice en el artículo que entiende muy bien El Josco de Abelardo), del otro dueño y del señor Car­dona. Tremendo diablillo el abogado ese. Así como lo leyó. El artículo dice más, dice que el condenado abogado, aparentemente tiene alguna relación con el autor de estas magní­ficas letras para dejar completamente enredado y emburujado el asunto dando la impre­sión de que yo, Pepín de la Vega, Peón del Pueblo, soy amigo del Lic. y presumo que viceversa y que quien escribió el artículo de la botada es mi señora a la cual le pone un nombre ficticio que por casualidad no se ajusta a la vida feliz que ella dice que ha lleva­do conmigo ya que la llama Esperanza Bienjo Díaz. Veamos ahora la investigación que realicé sobre lo que aparenta ser un enmarañado asunto pero que resultó ser una bobera de tecaterías insanas en las que un paisano eleva a alturas filosóficas unos pases de coca.

Según la gente que me contó cuando investigaba sobre la tal Esperanza Bienjo Díaz, el programa que dirigía Carlos Cardona lo estableció el Lic. en el año 1982, cuando en la emisora laboraba un locutor de apellido González y era gerente un señor llamado William Rodríguez. Fueron muchas las personas que trabajaron en ese programa incluyendo a Raúl Núñez y hasta el honrado deportista tribilín, ejecutivo y fotuto municipal Eulogio Cardona. Lo cierto es que el último que dirigía el programa lo era el señor Cardona Qui­les. Según dicen que dijo el Lic. en un programa especial que hizo con el señor Cardona para explicar la situación y para de ñapa llevarse enredado a su socio, un día el otro dueño de la emisora se empeñó en sacar al señor Cardona del programa ya que criticaba mucho al gobierno estatal y municipal y eso, aunque él era popular, no le convenía a la caja registradora de la emisora la cual, según él, debía tener un rítmico tintineo de mo­neda oficial. Él había notado que quien le reía las gracias a la vaca oficial (ayudante especial del alcalde y buscador también especial de cigarrillos para Eulogio) y el que le meneaba la colita a Justo, tenía su guisito económico con el municipio y él quería entrar en esa honesta guisaera. Dicen que tal fue la razón que dio el Lic. al aire para que el excelente programa que hacía el señor Cardona saliera de circulación.

Pues amigos, lo que investigué desmiente totalmente lo que dijo el tal Lic. y no tie­ne que ver nada con lo que usted leyó en El Cucubano. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios! Se lo cuento rapidito para que no se pongan ansiosos. En primer lugar, quien escribe Crónica de una Muerte Anunciada, es mi amigo de letras Gabriel García Márquez (Gabo entre sus íntimos) y no alguien llamado Esperanza Bienjo Díaz. En segundo lugar, quien escribe la Crónica de una Muerte Anunciada que aparece en El Cucubano es un pepiniano que utiliza el bueno y original seudónimo de Esperanza Bienjo Díaz. Pues fíjese lo que es investigar bien las cosas y estar en contacto con el pueblo que entiende a El Josco. Cuenta la gente que la tal Esperanza Bienjo Díaz no es una ella sino un él y no utiliza nombre de mujer porque sea del otro lado ya que el tipo es un machito. Dicen los comentarios reiteradamente corroborados en los sabios corrillos de la holgaza­nería ilustrada pepiniana que ese señor, al cual ya podemos llamar como el señor Bienjo Dío, hace 25 años comenzó a actuar ilegalmente involucrándose en el consumo, defensa y comercio de todo tipo de estupefacientes.  Estableció un lucrativo negocio de drogas al que llamó El Aeropuerto porque según dicen los que me contaron, allí aterrizaba todo tipo de persona: buenos, malos, de todo tipo de colores, pelaos y con dinero, aristócratas, profesionales, obreros, políticos, vagabundos, literatos, universitarios, colgaos, listos, inteligentes, lentos, brutos, insulares, estatales, municipales y extranjeros. Cosa rara ya según cuentan, ese señor, que ocasionalmente se daba su cantazo, era (y dicen que sigue siendo) una persona inteligente, educada, buena gente y muy querido por toda la comunidad, pero esas cosas, aunque no deben pasar, algunas veces pasan por el maldito amor al billete, no a las drogas, y a este señor le pasó. Pues estando en ese mundo de la ilegalidad pasó lo que era de esperar que pasara: lo cogieron en actos delictivos. Como le pasa a casi todos los que espetan en la cárcel, comienzan a dar excusas, que como dice Esperanza Bienjo Díaz en su escrito, tan sólo los satisface a ellos, y buscan cómo salir del enredo ya que no quieren pagar por lo que han hecho o dejado de hacer.

Así que estando preso quiso que el Lic. a quien él le dirige la carta, el cual era su amigo de la niñez, le sirviera de testigo inven­tándose una historia para salir bien del caso que lo tenía preso. Eso mismo hizo con su amigo adulto, un tal Pitito Beltrán, al que le decían El Heredero de Monchín (por eso es que menciona a ese señor al final del escrito cuando dice que yo soy de la Vega y "Beltrán" insinuando que hay alguna relación entre el menciona­do Lic., Beltrán y yo). Dicen que tanto el señor Beltrán como el Lic., y por motivos distintos, se negaron a las pretensiones del amigo, que cayó en malas a pesar de los muchos consejos que de todos recibió. Como no tuvo el apoyo que él quería de sus amigos en aquél momento de pena, el hombre fue preso y cumplió unos cuantos añitos en la cárcel. Siempre dijo que el momento de la revancha vendría y que cobraría a sus amigos la cobardía de no atreverse a mentir en su beneficio en un caso de drogas. Después de cumplir su sentencia, el amigo de los dos amigos salió a la no tan libre comunidad y se reintegró a sus labores creativas y buenas porque según insisten, él nunca fue malo, él sencillamente se equivocó y así lo entendieron todos. Arrepentido de su mala actuación en la sociedad, se dedicó a comportarse como un ciudadano ejemplar, hombre de bien dedicado al bienestar de su familia, al trabajo honrado y a las causas más nobles de su pueblo. Por su inteligencia y bondad, no se le hizo difícil lograr la rea­ceptación en su comunidad. Era tanto lo que sentía que tenía que contribuir a su Pepino por los años que lo había abandonado, que con gran calidad de expresión no paraba de hablar en todo el día utilizando todos los medios a su alcance.

Cuentan que como tenía tantas ganas de expresarse y de decir las cosas que había dejado de decir por no poder decirlas ya que no podía hacerlo, comenzó a colaborar en el programa La Revista Informal de la Mañana que muy bien dirigía el señor Cardona Quiles. Allí nuestro amigo hacía una gran labor y ayudaba a la comunidad a tomar conciencia de sus males y padeceros, dejando ver su sensibilidad y altos valores convirtiéndose así en ejemplo bueno de superación y bondad.

Y amigos, ese fue el motivo por el cual el programa del señor Carlos Cardona sale del aire. El dueño que no es el Lic. animado, estimulado y casi sobornado por un ayudante especial del alcalde que con todos sus cuernos lo visitaba todos los días con la misma cantaleta, no quiso que un exconvicto estuviera en su emisora tirándole al primer ejecutivo ya que él es muy santurrón y eso le causaba daño a la empresa. Continuamente se lo recriminaba al Lic. A través de varias personas (muchas), le pidió al se­ñor Cardona que sacara al señor Bienjo Dio del programa como condición para que el programa continuara en el aire. Como era de esperarse, Cardona Quiles se negó y optó por virar la olla y callar su programa antes de rendir su dignidad traicionando a su amigo. Prefirió que lo botaran antes que sacar a su amigo del aire. Su talante fue tal, que jamás nadie se enteró de lo que estaba pasando ya que como él mismo dijo en un lugar público pero en privado, hay cosas que no se hablan, tan solo se sienten.

El Lic., bien, gracias, pero alguien me contó que hace muchos años le "dolió descu­brir que el amigo de la niñez ya no era el mismo". Tal vez por aquél cambio fue que se cogió un escrito de revancha innecesario, y no por haber acabado con un programa, sino por no haber ido al tribunal a declarar lo que no era cierto para ayu­dar a uno que tenía un aeropuerto. También dicen que cuando leyó a Esperanza Bienjo Díaz se lamentó de que el tiempo pasara sin efecto alguno. Sin ánimo de hablar mal del hombre porque no lo conozco, me sospecho que en el programa especial que hizo para explicar los motivos por el cual el programa salía del aire, lo que hi­zo fue excusar a su socio porque los socios, socios son y de paso, encubrir a Carlos y a su antiguo amigo.


Claro está, como la riposta es la característica distintiva de los que dicen que tienen lápiz con goma (por si se equivocan) pero que aparentan no tenerlo, y como se dijo an­teriormente, las excusas tan sólo satisfacen al que las ofrece, veremos venir más escritos sobre este trascendental, escalofriante y nacionalmente importante problema de estos ombligos del universo que a diestra y siniestra reparten el bacalao. Dios nos coja confe­sados. Salud.